"¡Amo la traducción! Para mí, aparte de una gimnasia literaria, es una manera de entrar a fondo en la resolución de los problemas con que se enfrentan los colegas a la hora de escribir. Aprendo mucho al traducir, porque en general respeto mucho a mis colegas, de cualquier lengua, y trato de leerlos para admirarlos o para entender cómo han abordado cuestiones ante las que yo mismo me enfrento y he de dar una respuesta. Y luego está el hecho de que traducir es también volver a escribir otro libro, entrar en otra literatura y eso me parece un regalo."

Adolfo García Ortega



“En nuestros días, la religión está contaminando la vida política y moral.”

Adolfo García Ortega


"Estaban frente al estanque del Retiro, en la columnata de Alfonso XII, sentadas sobre los escalones del monumento. Ada había elegido ese sitio al azar cuando la abogada le llamó para «una segunda vez», después de haber consultado con Santiago. Olimpia aceptó verla allí. Aunque el lugar le parecía inapropiado, reconoció que no estaba en condiciones de elegir otro para aquella cita; la vez pasada, en el kebab, fue peor.
Era curioso que mientras las dos mujeres hablaban cara a cara, las dos, a su vez, estaban dejando que una ráfaga de imágenes pasadas y futuras atravesara su pensamiento. Olimpia no se quitaba de la cabeza el asunto de la operación de pecho; y Ada recordaba unas vacaciones en la costa en que, muy niños, Paula y Javier se intoxicaron gravemente. Hubo que llevarlos al hospital más cercano en una ambulancia. Paula fue la que más problemas dio en aquella época, con siete u ocho años; estaba loca por su padre, y rechazaba a su madre en cuanto podía, con rebeldía e insolencia; la insultaba, no quería ni verla. Ahora, con el divorcio, había percibido algo similar: de la noche a la mañana Paula había cambiado, estaba en su contra, como si hubiera tomado partido de pronto, conscientemente, por Santiago, sin fisuras ni objetividad.
Su padre era, para ella, la parte necesitada, la que debía afrontar la realidad tal cual se la había impuesto su madre: como derrota. Qué equivocada estaba, pensaba Ada de su hija, a quien por ello veía alejarse de su lado, injusta e intolerante, seguramente dos rasgos propios de la juventud, aún inexperta en matices y en paciencia. ¡Si supiera! Era una burla malévola que ahora protegiera a su padre, después de haber discutido tanto con él en los últimos años, hasta el desprecio; paradójicamente Santiago había pasado a ser, para Paula, el abandonado, el cornudo. Imaginar que su hija ocupara el puesto que ella había dejado en casa la estremeció, pero lo consideró una preocupación innecesaria y cruel hacia Santiago; él siempre fue un padre cariñoso."

Adolfo García Ortega
El mapa de la vida




"La poesía responde siempre a lo esencial y el poeta no es siempre poeta, es más, puede que sólo lo sea una vez en la vida."

Adolfo García Ortega
El País, 3-7-1986


"Lo dije delante de la cámara. Me había pasado unas horas pensando en ello (más los días que habían transcurrido desde que el doctor Sinopoulos me puso contra las cuerdas) antes de soltarlo en un primer plano frente al objetivo de K. Lo extraño fue que, al verlo al otro lado de la cámara, entendí de pronto su juego de tickets fotografiados fuera de contexto, porque ahora él era para mí como uno de sus tickets fuera de contexto, cuyo fondo eran los establos de una granja donde jamás en mi vida habría podido imaginar la escena en la que yo le contaba que estaba embarazada a la cámara de un hombre sin nombre fijo. Había sacado a K. de mi propia cajita de Europa, un tren.
Pero, al pronunciar esas palabras, enseguida entendí que había llegado el momento de enfrentarme a Frédéric con las nuevas noticias. La buena tan solo. Porque no iba a decirle que ahora mis metas y preocupaciones se ceñían a tres, a saber: una, averiguar la verdad sobre el escándalo de ciento cincuenta mujeres musulmanas dejadas matar salvajemente ante la indiferencia de las fuerzas de la ONU; dos, que mi embarazo no naufragase en una hemorragia; y tres, para más inri, tratar de sobrevivir a la amenaza de dos individuos, seguro que del Este, pisándome los talones. No podía asustarlo así. Le dije únicamente lo que le concernía a él, a su estirpe: lo del niño.
Se lo dije por sorpresa. Y también que mañana me iba.
Frédéric, salpicado de barro hasta la camisa, no podía dar crédito a sus oídos. Lo embargó la alegría. ¡Sidou, Sidou, mi Sidou! Decía mi nombre una y otra vez. Me miraba y reía. Y me besaba. Luego me abrazó largo rato, mejilla con mejilla. Notaba el calor de su cuerpo y sabía que me estaba manchando con el barro que llevaba. No me importaba. Me preguntó al oído si estaba bien, si necesitaba algo, lo que fuese. No, papá, no lo necesito. Lo llamé papá por primera vez en muchos años. Mis labios dijeron papá. Noté su emoción cuando se apartó hacia los establos con la excusa de buscar a Madi. Ahora vuelvo. Le temblaba la voz. No se atrevió a preguntarme quién era el padre. Nada de conclusiones erróneas.
¿Por qué, al ver alejarse a Frédéric, pensé en mi madre como nunca hasta entonces lo había hecho? Tal vez porque pensé en ella solo como mujer y no como madre. Una mujer como yo. Entonces necesité verla, decirle, contarle. Una explosión de vitalidad, un estallido de inmensa alegría me invadió en ese momento. Brotaba el entusiasmo en mí igual que las flores de Charlotte brotarían dentro de poco tiempo, poblando su huerto-jardín-reducto de una insuperable exuberancia. Se conjuntaron a la vez todos los hechos: la decisión de mi madre de no abortar, mi decisión de no hacerlo, el abrazo de Frédéric, la comprensión de la huida de mamá, la comprensión de las fotos de K., el aire del campo, la promesa en mi vientre. ¿Puede que fuera aquel, quizá, el instante más feliz de toda mi vida?"

Adolfo García Ortega
Pasajero K


“Todas las religiones están basadas en una mentira extendida y manipulada. Y si son una mentira, es que hubo una verdad que se ha eludido.”

Adolfo García Ortega





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