"Aquellas tormentas de arena tan terribles… Todo el mundo llevaba una correa o una cadena en la parte trasera del coche para descargar la electricidad estática, porque si no se paraba el motor. Y el viento cargaba de electricidad la hierba hasta que a veces estallaba el fuego, sobre todo el pasto seco de los búfalos. También había quien enloquecía por el polvo. —Guardó la aguja en su costurero, demostrando a las claras que daba por terminada la faena del día, y continuó hablando—: Sucedían muchas tragedias, pero es extraño pensar en cuáles recordamos como las peores. Recuerdo un día en que iba al instituto, debió de ser alrededor del día de Acción de Gracias, una vez terminó la primera guerra mundial. Llevaba un vestido nuevo y se estropeó. Tenía un perrito, Big Boy, al que llamábamos así por lo pequeño y juguetón que era. No sé de qué raza sería. Simplemente, un perrito blanco y negro y peleón. Solía caminar a mi lado cuando iba al instituto y volvía corriendo a casa. Por la tarde se plantaba delante de la escuela y me esperaba. Ese día la gente había colocado banderas en todas las tumbas de los que habían muerto en la guerra. Ya sabéis cómo sopla el viento en el panhandle. Al pasar por el cementerio, vi que las banderitas flameaban y crujían con el viento. Big Boy se volvió loco. No soportaba el ruido, y tuvimos que acelerar el paso. Claro, no se puede vigilar a un perro tan juguetón todo el rato. Ese día fue hasta la escuela conmigo y se volvió a casa como siempre. A la salida del colegio. Big Boy no estaba. Enfilé hacia mi casa y al pasar por el cementerio vi algo sobre la hierba. Era el perro. Estaba muerto, alguien le había pegado un tiro. Me llevé su cuerpecito a casa, berreando, y la sangre me estropeó el vestido. Lo enterramos bajo el algodonero. Alguien nos dijo que lo había matado un hombre del pueblo. Big Boy había entrado corriendo en el cementerio y se había dedicado a rasgar las banderitas. Las había convertido en trapos. A la séptima banderita, alguien lo vio y consideró que era una «deshonra a la bandera y un insulto a la nación». Así que le pegó un tiro. Yo he puesto una en su tumba."

Annie Proulx
Un as en la manga




"El Norte se inclinaba hacia el sol. A medida que se desplegaba la luz, una pátina lechosa de fitoplancton floreció en los bancos de la costa a lo largo de la línea de choque de la sal de la Corriente del Golfo y la Corriente del Labrador. Las aguas se mezclaban en complejas capas del Ártico y el trópico, en espumosas olas con bacterias, fermentos, diatomeas, hongos, algas, burbujas y gotitas, la materia de la vida, el impulso por crecer, el cambio, la cópula.
Un viernes por la tarde. Quoyle en casa se puso ropa vieja. Buscó el esquife de Jack a través de la ventana de la cocina. Una lejanía coloreada por una lluvia de la que no caía nada donde estaba Quoyle. Un bou se alejaba del muelle de la fábrica de conservas, probablemente rumbo a alta mar, a los bancos de las islas Funk. Diez días con una tripulación de catorce hombres, recogiendo la red, tirando lentamente de ella, el breve momento de emoción cuando asomaba un bacalao. O nada. Y destriparlos y desangrarlos. Y lanzar de nuevo la red y subirla. Y coser la red. Y otra vez. Y otra.
Allí estaba el esquife de Jack, dirigiéndose hacia la ensenada del Saco de Harina. La cortina de lluvia derivaba hacia el este, dejando manchas azules detrás. Quoyle descolgó el teléfono."

Annie Proulx
Atando cabos



"Enfrentamos cosas horribles porque no podemos atravesarlas u olvidarlas. Cuando dices “sí, pasó y no hay nada que puedes hacer al respecto”, comienzas a aceptar tu vida."

Annie Proulx



“La fama me da mucha vergüenza.”

Annie Proulx
Entrevista en el periódico El País



"Le retorció otra vez la muñeca dejándola con la pulsera al rojo vivo, se puso el sombrero echado hacia atrás y salió pegando un portazo. Esa noche fue al bar Black and Blue Eagle, se emborrachó, se enzarzó en una pelea breve y traicionera y se fue. Pasó mucho tiempo sin tratar de ver a las niñas, pensando que ya lo buscarían ellas cuando tuvieran el buen sentido y los años necesarios para irse de casa de Alma. Ya no eran hombres jóvenes con toda la vida por delante. Jack estaba más metido en carnes por los hombros y las nalgas, Ennis seguía tan enjuto como un poste de tendedero y se paseaba con botas desgastadas, vaqueros y una misma camisa tanto en verano como en invierno, añadiendo un chaquetón de lona a su indumentaria en las épocas de frío.
Un tumor benigno le había desplomado un párpado sobre el ojo, tenía la nariz ganchuda por una fractura que había soldado así. Año tras año continuaron recorriendo prados altos, cuencas fluviales, cargando los pertrechos a lomos de sus caballerías en la cordillera Big Horn, los montes Medicine Bow, las estribaciones meridionales de las Gallatin, las montañas Absaroka, las Granite, las Owl Creek, la sierra de Bridger-Teton, los montes Freezeout y los Shirley, los Ferris y los Rattlesnake, la cordillera de Salt River, se adentraron una y otra vez en los montes Wind River, en Sierra Madre, en Gros Ventre, en las Washakie y las Laramie, pero nunca regresaron a la montaña Brokeback.
Entretanto, el suegro de Jack falleció en Texas y Lureen, que heredó el negocio de maquinaria para granjas, demostró grandes dotes de gestora e implacable negociadora. Jack se encontró con un ambiguo cargo ejecutivo que lo llevaba a visitar ferias de ganado y de maquinaria agrícola. Ahora tenía algún dinero y siempre encontraba la manera de gastarlo durante sus viajes de negocios. Un leve acento tejano sazonaba sus frases. Se hizo limar los dientes frontales y cubrirlos con coronas y remató la faena dejándose un espeso bigote.
En mayo de 1983 Ennis y Jack pasaron unos cuantos días gélidos en una serie de pequeños lagos de alta montaña, sin nombre y rodeados de hielo, luego continuaron ruta hacia la cuenca del río Hail Strew. Hacía un hermoso día mientras ascendían la ladera, pero las márgenes de la senda estaban encharcadas y se desprendían. Se desviaron por una sinuosa cortada llena de barro llevando por las riendas a los caballos entre quebradizos ramajes; Jack, con la misma pluma de águila en su viejo sombrero, alzaba la cabeza en el caluroso mediodía para aspirar el aire embalsamado por la resina de los pinos, la reseca alfombra de pinocha y las piedras calientes, el olor acre de las bayas de enebro aplastadas bajo los cascos de los caballos. Ennis, que tenía buen ojo para el tiempo, avizoró por el oeste posibles cúmulos calientes en un día como aquel, pero el nítido azul era tan profundo, dijo Jack, que incluso podría ahogarse mirando hacia arriba. Sobre las tres desembocaron por un estrecho desfiladero en la vertiente sur oriental, donde el poderoso sol de primavera había tenido oportunidad de dejar su huella, y descendieron por la trocha que se extendía ante ellos sin gota de nieve. Alcanzaban a oír el murmullo del río, como el traqueteo de un tren en la lejanía."

Annie Proulx
Brokeback Mountain


“Los bosques viven mucho tiempo, mucho más que los humanos. Para contar la historia del bosque necesitaba un par de cientos de años, no podía hacerlo en una sola generación humana.”

Annie Proulx
Entrevista en el periódico El País



"Mari tenía colgadas desde hacía varios días seis agachadizas que alcanzaban ya el grado de descomposición alucinógeno que tanto agradaba a Monsieur Trépagny. Asó las aves, las puso en un gran cesto, añadió una pierna fría de venado y cuatro raciones de esturión al vapor. René pensó que ésa era una cena que el seigneur no merecía. Chama, que venía mostrándose muy atento con la doncella española, lo transportó todo en la carreta de bueyes, con la vaca amarrada detrás. Para su propia cena, Mari plantó en la mesa una fuente de anguilas calientes, acompañadas de salsa de camalote. Había hecho pan por la mañana y servido una hogaza, junto con la poca mantequilla que quedaba, lamentablemente, a causa de la pérdida de la vaca.
Mari, paseándose entre la mesa y el fuego vestida con su túnica de piel de ciervo, tenía el mismo aspecto de siempre, pero sirvió a René la anguila más hermosa y le rozó la mano. Cuando los niños salieron al wikuom, ella preparó un camastro ante la chimenea y se quitó el holgado vestido. Permaneció desnuda a la luz del fuego: la primera mujer desnuda que René veía, no una india desechada que le habían endilgado, sino una mujer fuerte y bien proporcionada.
Mari se tumbó en el camastro y esperó.
René se desvistió, consciente de su hedor a mugre. Se acostó junto a Mari, que rodó hacia él. Sentir el contacto de su piel cálida y sedosa tuvo un efecto sumamente poderoso. Desde que Achille y él se habían entrelazado y susurrado y probado todo aquello que se les había ocurrido probar, no experimentaba la asombrosa excitación de sentir otro cuerpo desnudo contra el suyo. La elasticidad de Mari, la dureza de sus músculos, su olor a pan, anguilas del río y plantas amargas lo enardecieron. Mari no era Achille, pero René pensó en su hermano cuando pasó a la acción.
Por la mañana, Mari dijo: «Tú bien», se levantó, se puso el vestido de piel de ciervo con sus dibujos deslavazados y encendió el fuego.
Con repentina lucidez, René cayó en la cuenta de que la expresión impasible de Mari era reflejo de la aceptación serena y el conocimiento de las turbulencias y zarpazos de la vida, actitud que en cierto modo coincidía con su propia convicción de que él mismo flotaba como una hoja seca en los vientos del cambio. Ella tenía respuestas a las preguntas más incómodas, porque los mi’kmaq llevaban muchas generaciones examinando el mundo con una imaginación ilimitada. Durante meses y años aprendió de ella. Su relación con Mari se convirtió en un matrimonio no sólo de cuerpos, sino también de inteligencias."

Annie Proulx
El bosque infinito


“Nunca me vi como escritora. Me veía como una lectora y lo sigo siendo. La escritura es ocasional.”

Annie Proulx
Entrevista en el periódico El País



“Pienso durante años antes de escribir.”

Annie Proulx
Entrevista en el periódico El País



“Soy una persona del norte. No me va bien el calor. Tengo ancestros que eran del norte desde hace mucho, mucho, mucho tiempo, estoy más cómoda en ese clima. Me hice un análisis del genoma y descubrí que el 40% de mi genética es de muy al norte de Escandinavia.”

Annie Proulx
Entrevista en el periódico El País


"Tienes que superarlo. Lo que debemos superar de algún modo lo hacemos, incluso las peores cosas."



Annie Proulx











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