"Ahora me he situado delante del espejo y, por primera vez en mi vida, me contemplo con plena claridad y conciencia. Me contemplo sorprendido, como a un extraño. Éste soy yo... ¡Pero no!, éste es otro; unas cejas negras y rectas y entre las dos un profundo pliegue vertical, como si fuese un rasguño (no puedo acordarme siquiera de si antes existía o no esta arruga).
Unos ojos acerados, azules y, debajo, unas sombras oscuras producidas por el insomnio; y detrás del acero... jamás supe lo que hay detrás. Y desde mi puesto de observación de mí mismo, estoy muy cerca y no obstante infinitamente lejos de mí. Me contemplo, es decir, miro al otro, y estoy convencido de que éste, el de las cejas rectas como una regla, es un extraño. No le conozco y es ésta la primera vez que me tropiezo con él. Pero el verdadero yo soy yo mismo, y no él...
No. Punto. Todas estas son tonterías, todas estas son sensaciones absurdas. Estos pensamientos no son más que unos delirios febriles, una consecuencia del envenenamiento de ayer. Pero ¿con qué me habré envenenado en realidad, con el líquido verde... o tal vez con ella? No importa. Escribo y llevo todo esto al papel, sólo para demostrar por qué caminos tan erróneos y extraños puede ir el ser humano, y por dónde puede perderse y extraviarse la razón pura y exacta de la inteligencia. La misma inteligencia que fue capaz de hacer comprender a nuestros antepasados aquel Infinito tan terrible...
En el numerador aparece una casilla: R-13. Bueno, que suba. Incluso celebro su visita. No me gustaría tener que seguir tan solo ahora.
Veinte minutos después:
En la superficie del papel, en el mundo bidimensional, estas líneas aparecen una debajo de otra, pero en aquel otro mundo... Pierdo el sentido de los números: 20 minutos... quizás representen también 200 o incluso 200.000. Se me antoja sumamente extraño que deba trasladar al papel mi conversación con R, en forma tranquila, uniforme, sopesando cada una de las palabras. Me da la impresión de que estoy sentado con las piernas cruzadas en un sillón delante de mi cama y observo, lleno de curiosidad, cómo yo mismo me agito violentamente en esa misma cama.
Cuando R entró en el cuarto, me sentía absolutamente tranquilo. Alabé sinceramente los versos de la condena, que habían sido obra suya, y le dije también que aquel demente había sido vencido y destruido sobre todo por aquellos versos.
-Si me hubiesen encargado a mí - añadí - hacer una descripción esquemática de la máquina del Bienhechor, sin ninguna duda habría añadido sus versos.
Los ojos de R perdieron de pronto su brillo habitual, y sus labios se volvieron lívidos.
-Pero ¿qué le sucede?
-¿Qué me sucede? ¡Pues que estoy harto! Todo el mundo no hace más que hablar de aquella condena. Y no quiero, no, no quiero oír hablar de ella.
Frunció el ceño y comenzó a frotarse la espalda, esa maleta de extraño contenido que siempre me ha intrigado.
Medió una pausa. Había encontrado algo en su maleta, lo extrajo y lo desenrolló: sus ojos sonreían, mientras hablaba con voz enérgica:
-Escribo algo para su Integral de usted... Aquí está...
Volvía a ser el mismo de siempre: sus labios chasqueaban y las palabras salían como un surtidor.
-Es la vieja leyenda del Paraíso..., claro que amoldada a nosotros, trasladada al presente. A aquellos dos, en el Paraíso, se les había puesto ante una alternativa: o dicha sin libertad o libertad sin dicha. Y aquellos ignorantes eligieron la libertad. Era de esperar. Y la consecuencia natural y lógica fue que durante siglos y siglos añoraron las cadenas. En esto consistió toda la miseria de la humanidad. Y solamente nosotros somos los que nos hemos dado cuenta de cómo puede recuperarse la dicha...
Por favor, no me interrumpa.
El antiguo Dios y nosotros a su lado, a la misma mesa; sí, señor. Nosotros hemos ayudado a Dios a vencer por fin al diablo..., porque no cabe duda de que fue el diablo el que instigaba a los hombres a que transgredieran su mandamiento: el mandamiento de no probar la fruta prohibida que los había de perder, él indujo a los hombres a violar la prohibición y a gustar de la funesta libertad, él, la astuta serpiente. Nosotros le hemos aplastado la cabeza a la sierpe satánica... Volvemos al Paraíso, volvemos a ser pobres de espíritu e inocentes como Adán y Eva. Ya no existe un bien o un mal. Todo carece de complicación y todo se ha vuelto simple y sencillo, paradisíaco, infantilmente simple."

Yevgeni Zamyatin
Nosotros



"¿Con qué sueña la gente? Con alguien que les diga de una vez por todas en qué consiste la felicidad y que luego les encadene a ella."

Yevgueni Zamiatin
Nosotros



"El deber y el crimen jamás pueden coincidir en una misma cosa."

Yevgueni Zamiatin


"(...) El hermoso sueño del Paraíso... ¿Lo conoce? En el Paraíso, los hombres ya nada desean, ya nada anhelan, allí ya no conocen la compasión ni el amor, allí solamente existen almas dichosas, a las que se les ha extirpado la fantasía con una operación (pues de lo contrario no serían felices)."

Yevgueni Zamiatin
Nosotros



"El hombre es como una novela: mientras no se haya leído la última página, no se conoce su final. Si no fuese así, no merecería la pena leerla..."

Yevgueni Zamiatin



"Eternamente enamorados dos por dos eternamente fundidos en el apasionado cuatro, los más ardientes amantes del mundo son los inseparables dos por dos."

Yevgueni Zamiatin
Nosotros



"Glaciares, mamuts, yermos. Negros farallones nocturnos semejantes a casas; y en los declives, cuevas. Y nadie sabe quién trompetea por la noche en el rocoso sendero que corre entre los escarpes, quién alza el polvillo de nieve al escarbar en el camino. Quizá sea un mamut de trompa gris o quizá el viento. ¿Será el propio soplo helado del mugir del rey de los mamuts? Una cosa es cierta: estamos en invierno. Y hay que apretar los dientes para evitar que choquen entre sí, hay que partir leña con un hacha de piedra, y todas las noches hay que llevar el fuego de cueva en cueva cada vez a mayor profundidad. También es preciso envolverse cada vez mejor en pieles de animales muy peludos.
Un mamut de trompa gris vagaba por las noches entre los escarpes donde hacía muchos siglos había estado San Petersburgo. Y los cavernícolas, envueltos en pieles, mantas y harapos de toda clase, se retiraban de cueva en cueva. En la fiesta de la Intercesión de la Virgen, Martín Martinych y Masha cerraron el estudio. Semanas más tarde, huyeron del comedor y se alojaron en el dormitorio. No había más lugares adonde retirarse. Allí tendrían que resistir el sitio o morir.
En la cueva dormitorio de San Petersburgo, las cosas aparecían tan revueltas y sucias como pudieron estarlo los animales refugiados en el arca de Noé por causa del reciente diluvio. Una mesa de estudio, de nogal, libros, mondaduras que parecían hechas con arcilla de alfarero, Scriabin-Opus 74, una plancha, cinco patatas tan repeladas que parecían de marfil, jergones, un hacha, un chiffonier, leña… y en el centro de este universo, su dios, el voraz dios de la cueva, un dios de patas cortas y oxidadas; la estufa de hierro fundido."

Yevgeni Zamyatin
La cueva



"Los sueños son una peligrosa enfermedad psíquica."

Yevgueni Zamiatin
Nosotros


"¡Ojalá supiera quién soy yo!
Sé que tengo fantasías y que estoy enfermo, pero también sé que no quiero curarme.
Se le ha formado el alma."

Yevgueni Zamiatin



- Odio la niebla, la temo.
- Por eso la amas. La temes porque es más fuerte que tú. La odias, porque la temes. La amas, porque no puedes dominarla. Pues solamente cabe amar lo indomable.

Yevgueni Zamiatin
Nosotros, capítulo 13



"Por fin hemos superado la época de opresión de las masas. Ahora vivimos la opresión del individuo en nombre de las masas."

Evgeni o Yevgeni o Yevgueni Ivánovich Zamiatin o Zamyatin


"Sé que aquí, debido a mi costumbre de escribir según mi conciencia y no por mandato alguno, se me considera un escritor de derechas; mientras que allí, por esa misma causa, tarde o temprano me tildarán probablemente de bolchevique. Pero incluso bajo esas condiciones, allí no me condenarán a guardar silencio, tendré la posibilidad de escribir y de publicar, aunque no sea en ruso."

Yevgueni Zamiatin



"¡Sí, es una locura! Todos han de perder la razón, todos, y cuanto antes mejor."

Yevgueni Zamiatin



"¡Vaya!, uniformidad. Ahí lo tenemos: la virtud psicológica. ¿Es que como naturalista no te das cuenta de que solamente en la diferenciación... En las diferencias temperamentales, en los contrastes caloríficos... Hay vida?"

Yevgueni Zamiatin
Nosotros


"¿Y cuál es la última revolución que tú dices? No existe ninguna revolución final o última, como quieras llamarla, pues la cifra de las revoluciones es también infinita."

Yevgueni Zamiatin
Nosotros









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