“A veces, raras veces, las cosas suceden como las hemos previsto, como hemos sentido en lo más hondo de los huesos que va a suceder.”

Rumer Godden
El Río


“El río camina hacia un luegar mucho más grande que él, aunque él es muy grande, desde luego…, va hacia el mar… y nadie podrá detenerlo. Nadie detiene ni los días ni los ríos.”

Rumer Godden
El Río



"Era extraño cuánto la echaba de menos Doone; aunque ella le hacía daño con frecuencia y le amedrentaba, al menos ella hablaba su lenguaje. Doone entró en la habitación de ella y miró la lisa cama blanca, con el tocador vacío, sin sus adornos. Ma los había quitado para lavarlos y ponerlos de nuevo cuando Crystal volviera un fin de semana o para las vacaciones. No se oía el sonido cotidiano de la voz aguda y mandona de Crystal. Estaba en Queen’s Chase, aquel lugar encantado de ballet y de música; Charles también, y a él, a Doone, no sólo le habían dejado atrás sino que se lo habían prohibido.
[...]
Cuando, a la tarde siguiente, Doone usó su llave, al tocar el piano se dio cuenta de lo que habían significado aquellos días de silencio: era como si hubiera sido una mariposa atrapada en una red tupida y ahora estaba libre para desplegar sus alas y volar. Quizás, en aquella primera hora de regreso, Doone tocó como no había tocado nunca antes. El señor Félix le había dejado partituras en el atril, con instrucciones escritas, y Doone, al intentar seguirlas, tuvo que tener cuidado de no dejarse absorber tanto que se le pasara la hora; tenía que estar en casa antes de las cinco y media para la merienda. Una vez había llegado a casa a las seis y Pa se puso a hacer preguntas incómodas. Cada vez que Doone iba a casa del señor Félix, ponía su pequeña oferta —una manzana, uvas, un plátano— sobre el teclado, como una señal; cuando volvía, siempre había desaparecido la fruta.
No iba los martes y los jueves; esas tardes se marchaba solo del colegio después del almuerzo como hacían siempre él y Crystal: Ma se había olvidado de decir a la señora Carstairs que Doone ya no necesitaba esas tardes libres para ir a sus clases de ballet y nadie le impedía lavarse la cara y las manos, peinarse y recoger su bolsa con la ropa de ballet y las zapatillas. Cogió el tren y se presentó en la escuela de la señorita Glyn."

Margaret Rumer Godden
Hijos del jueves




“Es un jóven príncipe, solía decir Nan. Nan — dijo Enriqueta impaciente — ¿y por qué viene aquí siempre? — Tal vez nosotros tenemos alguna cosa que él necesita — respondió el aya.”

Rumer Godden
El Río


"Hay una creencia hindú en la que cada persona vive en una casa de cuatro habitaciones: una física, una mental, una emocional y una espiritual. La mayoría de nosotros tiende a vivir en una de las habitaciones la mayor parte del tiempo, pero a menos que entremos en todas las habitaciones todos los días, aunque sólo para mantenerlas ventiladas, no estaremos completos."

Margaret Rumer Godden


"Me gusta cuando las cosas son claras y concisas. Siempre podrás ser perdonado pero debes seguir las reglas."

Rumer Godden




“Quiso recordar el nombre de las estrellas, y se quedó pensando cuánto más que nosotros duran las estrellas y otras cosas como los árboles y las rocas. Y las montañas, y las islas, y la arena. Y lo que hacen los hombres también, como las canciones, las pinturas, las ánforas, los poemas… (…) Le vino a la mente un pensamiento raudo como un venablo disparado desde una de aquellas estrellas remotísimas…, un pensamiento real y verdadero, no una ilusión. Penso que ella, Enriqueta, podría alguna vez, si era buena, participar de algún modo en aquella vida más o menos perdurable. ¨Uno de mis poemas podría vivir… digamos hasta el año 4000. Podría…; no digo que pueda… Me gustaría ser como los poetas chinos — pensó ya medio desvanecida — o como Keats… o como Shakespeare¨ siguió pensando débilmente, y sintió todo el peso de su responsabilidad. Aquello era una sensación desconocida. No le gustaba aceptar responsabilidades, y esto la llenó de algo serio y humilde que no había conocido antes. ¨Debo trabajar — dijo con entusiasmo — . Tengo que trabajar, y trabajar, y trabajar, como la Reina Victoria. Voy a ser buena. Voy a a ser muy buena¨.”

Rumer Godden
El Río


"Todos tenían miedo a los bhûts, los hindúes y los budistas por igual, y el pequeño cristiano Joseph se negaba a ir solo a casa del señor Dean por la noche a causa de los bhûts que poblaban el camino.
La gente no paró de entrar y salir con sigilo durante todo el día; en el porche se oían voces respetuosamente bajas y pisadas que iban y venían. Una marea de amor y simpatía pareció inundar el convento; estaba en la falda oscura de Ayah cuando iba a recibirlos, y en las figuras de porcelana bajo las ramas de picea; surgía de las caras felices de los niños cuando se apiñaban alrededor, y se oía en las voces de las monjas cuando hablaban entre sí y en las velas que habían encendido ante el pesebre. Todo el día la hermana Clodagh había percibido esa sensación de logro y amor y una vez más escribió a la madre Dorothea en términos radiantes.
A medianoche la hermana Clodagh recitó las oraciones y los salmos de Navidad. Había llegado el armonio nuevo; lo habían llevado dos ponis, ambos uncidos bajo su peso. Cuando lo desembalaron, la paja de protección estaba congelada, pero no había sufrido ningún daño, y cuando la hermana Miel lo tocó, la música flotó montaña abajo. El viento la llevó por encima de los árboles y al otro lado del desfiladero. En el pueblo, se despertaron para escucharla; entró por las ventanas de la casa del general y llegó al señor Dean, sentado a la mesa de su comedor bebiendo el whisky que le había enviado el general por Navidad. Hacía tiempo que la hermana Miel no tocaba y a veces, incluso después de ensayar, en lugar de una nota salía un largo resoplido de viento o una repentina vibración que sobresaltaba a los presentes y sacudía los cristales.
En la capilla reinaba un ambiente festivo. Habían colocado ramas en los alféizares y también cruzadas al pie de las estatuas. Sobre el altar, estaban los escasos y preciados ramilletes de acebo procedentes de los setos de Canstead. Después de las oraciones vinieron los villancicos, que las hermanas siempre cantaban durante la primera hora de la madrugada de Navidad. La hermana Briony, la hermana Philippa y la hermana Ruth se habían levantado en la primera fila, Kanchi y Joseph en los asientos vacíos detrás de ellas; la hermana Clodagh estaba junto al altar de cara a ellos cuando se abrió la puerta a la noche y entró el señor Dean acompañado del joven general, Dilip Rai."

Margaret Rumer Godden
Narciso negro

















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