"De niña me apasionaban los mapas. Me pasaba las horas muertas contemplando Sudamérica, África o Australia, soñando con la gloria de la exploración. Por aquel entonces había en los atlas numerosos espacios en blanco, y cuando mi atención recaía en alguno que me parecía singularmente evocador (sólo que no había ninguno que no me lo pareciera), clavaba el dedo en él, diciendo: "Cuando sea mayor iré ahí". Joseph Conrad. El corazón de las tinieblas.
Me asomaba al espacio virtual sin buscar nada en concreto y dejaba que mis pensamientos fueran por donde se les antojara. Es curiosa la manera que tenemos de relacionarnos con los demás hoy día. Hemos incorporado a nuestras vidas un mundo paralelo. Nuestra conducta, la percepción misma de la realidad han cambiado. Estando delante de un monitor, nos tropezamos con circunstancias que determinan el curso de nuestra vida. Webstories, como dice Nicole. La historia que me contó de su amiga Pauline, sin ir más lejos. Descubrió que su marido, Patrick, tenía una amante porque un día, al ir a usar el ordenador, vio que él se había dejado abierto su correo electrónico. En la bandeja de entrada aparecía decenas de veces el nombre de una tal Rosanna. Pauline no le dijo nada a su marido. Un programa le permitió detectar el lugar desde el que se enviaban los correos electrónicos. Tiene gracia. Procedían de un estudio de arquitectura ubicado en Montparnasse. Ni corta ni perezosa, Pauline se presentó allí y preguntó por la tal Rosanna. Resultó ser una chica muy joven y atractiva, que salió un momento a verla sólo para decirle que no la podía recibir porque tenía un almuerzo de trabajo. Pauline se limitó a entregarle un sobre con los correos que le había escrito a Patrick y se fue. Al salir del edificio vio a su marido aparcado en doble fila. O sea que el almuerzo era con él. ¿Qué te parece mi webstory? me preguntó Nicole. Falta el final, dije. Oh, sí, claro, respondió. Se separaron. ¿Te cuento otra? Contesté que sí, divertida, y Nicole me contó la webstory de Agnès y Robert. Te doy la versión ultracorta: se conocieron a través de un anuncio que puso ella en una página de contactos. Se citaron en una librería junto al Sena, llevan cuatro años juntos, tienen dos niños y según ellos son felices. Es más sosa que la otra, dijo, pero no deja de tener su gracia.
Con el prólogo me tropecé por pura casualidad. Una noche apareció de repente en la pantalla. Lo leí, pedí los relatos que se ofrecían remitiendo mi dirección electrónica y apagué el ordenador, un poco confundida. Demasiados estímulos. Además, había algo en aquel prólogo que había despertado en mí una cierta inquietud, aunque no acababa de dar con lo que era. Supuse que en realidad no era nada. Tras cinco años en Tokio trabajando cincuenta horas a la semana en un estudio de arquitectura, era normal que se hubiera apoderado de mí aquella mezcla de hiperestesia e indolencia."

Eduardo Lago
Ladrón de mapas



"Don Quijote fue escrita contra los bestsellers. Los de hoy son peores."

Eduardo Martínez


“La literatura de verdad no tiene como fin primordial entretener a la gente.”

Eduardo Martínez




"La literatura transforma el dolor en belleza. En este sentido, la felicidad ni siquiera motiva. Un hombre feliz no va a estar escribiendo. Sin embargo, un artista que sufre para tratar de entender su desorientación. Es en lo difícil cuando uno se siente acompañado por la escritura. Es el viaje al infierno con un guía, con Virgilio."

Eduardo Lago Martínez
(ABC Cultural, 9-11-2013)


 “La novela negra se ha convertido en refugio de los mediocres.”

Eduardo Martínez


"No hay que interferir con el azar, dice en cuanto oye el rumor de las páginas. Lo mejor es no pensar y dejar que el libro decida por su cuenta.
Siempre sabe en qué momento ha terminado la búsqueda, y sin darle un respiro a su cliente involuntario, le conmina a que le diga el título y versículo sobre los que ha recaído su mirada. No recuerdo haber abierto la Biblia en todos los días de mi vida, hasta que llegué por primera vez a Deauville, y Sam me hizo la prueba a mí. Cuando lo pensé después, me pareció una situación divertida, pero la verdad es que desde el momento en que te atrapa no te deja opción. Lo más curioso es que nadie protesta ni ofrece la menor resistencia. Aunque después he tratado muchas veces de entenderlo, sigo sin saber por qué seguí sus instrucciones al pie de la letra; el caso es que cuando me preguntó con qué pasaje me había topado, contesté, dócilmente: Ezequiel, capítulo XXXIV. No me dejó leer más. Interrumpiéndome, declamó con voz grave y engolada: «Profecía contra aquellos malos pastores que sólo buscan su interés despreciando el de la grey.
Promesa de un pastor que saldrá de entre ellos, el cual reunirá a sus ovejas y las conducirá a pastos saludables.» Asombrado, esperé a que terminara de recitar el resto del pasaje. Antes de irme, lo transcribí íntegro en el diario, y dejé en la cesta un billete de diez dólares. Mi intención era aprenderme el fragmento de memoria, imitando a Sam a pequeña escala. Se me ocurrió que aquel negro ciego era una especie de profeta. Lo que hacía con la Biblia me hizo pensar en el I Ching, y decidí que lo mejor era conservar intacto aquel mensaje del destino.
Sigo estando convencido de que a cada uno de quienes nos cruzamos con él nos está dando una lectura oculta del porvenir.
He visto a Sam en acción muchas veces, y nunca falla. Normalmente, todo el mundo reacciona igual que yo, apresurándose a cotejar lo que oye con lo que dice el texto. Hasta ahora, nadie lo ha encontrado en falta. Una y otra vez, sus «clientes» comprueban con estupor, que la correspondencia es absoluta, palabra por palabra. Casi nadie duda de la autenticidad del método, pero cuando alguien le pregunta en qué consiste el truco, Sam suelta una carcajada y explica que no hay treta que valga, simplemente se sabe la Biblia de memoria. Cuando le devuelven el libro, pocos tienen la mezquindad de no dejar una buena propina en la cesta. Si hace mal tiempo, Sam se instala junto al mostrador, con el beneplácito de su amigo Rick. ¡Demonios, Gal! me dijo al verme aparecer hoy. Siempre se dirige a mí utilizando la misma fórmula. ¿Se puede saber qué se cuece en la Cocina del Infierno? ¿Te han echado del trabajo, o es que se te estaba chamuscando el cerebelo de estar tanto tiempo sin salir de la ciudad? ¡Choca esos cinco! Tal vez porque ha vivido demasiado, la existencia de Sam tiende a ser un ritual de repeticiones. Tiene un saludo fijo para cada uno de sus conocidos. Por mucho tiempo que medie entre mis visitas, ésta es la fórmula que me corresponde a mí, y siempre la repite en el mismo tono, sin quitar ni añadir una sola palabra."

Eduardo Lago
Llámame Brooklyn


















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