"En nuestra precipitación por medir lo histórico, lo significativo, lo revelador, no dejemos de lado lo esencial: lo verdaderamente intolerable, lo verdaderamente inadmisible; lo escandaloso no es el grisú, es el trabajo en las minas. La «desigualdad social» no es «preocupante» en época de huelga: es intolerable las veinticuatro horas del día, los trescientos sesenta y cinco días del año.
Los maremotos, las erupciones volcánicas, las torres que se derrumban, los incendios en bosques, los túneles que se hunden, ¡El edificio Publicis que arde y Aranda que habla! ¡Horrible! ¡Terrible! ¡Monstruoso! ¡Escandaloso! ¿pero dónde está el escándalo, el verdadero escándalo? Acaso el periódico nos ha dicho algo diferente de: tranquilícense, ya ven que la vida existe, con sus altibajos, ya ven que pasan cosas.
La prensa diaria habla de todo menos del día a día.
La prensa me aburre, no me enseña nada; lo que cuenta no me concierne, no me interroga y ya no responde a las preguntas que formulo o que querría formular. Lo que realmente ocurre, lo que vivimos, lo demás, todo lo demás, ¿dónde está? Lo que ocurre cada día y vuelve cada día, lo trivial, lo cotidiano, lo evidente, lo común, lo ordinario, lo infraordinario, el ruido de fondo, lo habitual, ¿cómo dar cuenta de ello, cómo interrogarlo, cómo describirlo?"

Georges Perec
Lo infraordinario



"Era una nostalgia un tanto hipócrita: la guerra de Argelia había empezado con ellos y continuaba ante sus ojos. Apenas si les afectaba; actuaban a veces, pero raramente se sentían obligados a actuar. Durante mucho tiempo no pensaron que su vida, su porvenir, sus concepciones, pudieran un día ser trastornadas. Tiempo atrás esto había
sido parcialmente verdad: durante sus años de estudiantes habían participado, de una forma más espontánea, y a menudo casi entusiasta, en los meetings y manifestaciones callejeras que marcaron el comienzo de la guerra, los llamamientos de reservistas, y, sobre todo, el advenimiento del gaullismo. Una relación casi inmediata se establecía entonces entre estas acciones, por limitadas que fueran, y el objeto que pretendían. Y se les podría haber reprochado seriamente, en esta ocasión, que se equivocaron: la guerra continuó, se estableció el gaullismo, Jérôme y Sylvie abandonaron sus estudios. En los medios de la publicidad, generalmente situados, de una forma casi mitológica, a la izquierda, pero más fácilmente definibles por el tecnocratismo, por el culto de la eficiencia, de la modernidad, de la complejidad, por el gusto de la especulación prospectiva, la tendencia más bien demagógica a la sociología, y la opinión, todavía bastante difundida, de que nueve de cada diez personas son tontos capaces de cantar a coro las alabanzas de lo que sea o de quien sea, en estos medios de la publicidad, pues, era de buen tono despreciar toda política de corto alcance y no considerar la historia más que por siglos. Por otra parte, encontraron que, fuera lo que fuera, el gaullismo era una respuesta adecuada, infinitamente más dinámica de lo que al principio se había proclamado por todas partes que sería, y cuyo peligro estaba siempre en otro aspecto que en el que se creía verle.
La guerra continuaba, sin embargo, aunque no les parecía sino un episodio, un hecho casi secundario. Cierto que tenían mala conciencia. Pero, a fin de cuentas, ellos no se sentían ya responsables sino en la medida en que recordaban haberse creído afectados en tiempos, o bien porque se adherían, casi por costumbre, a imperativos morales de un alcance muy general. En esta indiferencia habrían podido medir la vanidad o, quizá incluso, la apatía, de muchos de sus entusiasmos."

Georges Perec
Las cosas 



"Escribir: intentar minuciosamente retener algo, hacer sobrevivir algo: arrancarle algunos trozos precisos al vacío que se extiende, dejar, en alguna parte, un surco, una traza, una marca o algunos signos."

Georges Perec


"Hay una cosa de cualquier modo cierta, y es que Hermann Raffke, por lo general, se quedó satisfecho con los consejos que se le dieron. Sólo tuvo quejas en contadas excepciones. En una carta a su hijo mayor Michael, con fecha del 4 de septiembre de 1900, expedida en París, cuando respondiendo a la invitación del comisario general de la sección de los Estados Unidos, Jeremy Woodward, fue a visitar la Exposición, considera haberse equivocado dejándose vender por veinticinco mil francos los dos cuadros modernos (La rué de l’Aveyron de Bonnard, y La cigarrera, de Renoir) que Busching se había empeñado de todas todas en que comprara; no porque sean feos, añade, pese a que yo aprecio bastante poco esta pintura, sino porque estoy seguro de que habría podido adquirirlos por tres veces menos, incluso teniendo en cuenta los precios bastante exorbitantes que se dan en París este año. Y en otra carta, enviada desde Múnich en mayo de 1904, le comunica a su sobrino Humbert, al que había confiado la custodia de su colección en Pittsburgh, que ha vuelto a poner a la venta tres cuadros de Menzel (La estación de Saint-Wendel, Paso a nivel cerca de Kissingen, El estudio del pintor), comprados una semana antes siguiendo el consejo de Blumenstich. Pero éstos son los únicos ejemplos de algún desacuerdo. Lo más frecuente era que el cervecero comprara con tal confianza que sus consejeros más bien debían frenarle que animarle."

Georges Perec
El gabinete de un aficionado



"La segunda secuencia retoma estos temas sin apenas modificarlos. Dos personajes (de los cuales uno soy seguramente yo mismo) abren un armario en el que se han hecho dos escondites donde se guardan las riquezas de los deportados. Por «riquezas» hay que entender todo objeto susceptible de aumentar la seguridad y las posibilidades de supervivencia de su poseedor, ya se trate de objetos de primera necesidad o de objetos que posean un valor de intercambio.
El primer escondite contiene lanas, muchísimas lanas, viejas, apolilladas y de colores apagados. El segundo escondite, que contiene plata, está constituido por un mecanismo de báscula: uno de los estantes del armario está hueco por dentro y su tapa se sube como la tapa de un pupitre. Sin embargo este escondite se considera poco seguro, y yo estoy accionando el mecanismo que lo descubre para retirar el dinero, justo cuando entra alguien. Es un oficial. Al instante comprendemos que, de cualquier forma, todo esto es inútil. Al mismo tiempo, resulta evidente que salir de la habitación equivale a morir."

Georges Perec
La cámara oscura



"No puedes, sin embargo, estar totalmente seguro de este último punto porque, tras un tiempo difícilmente apreciable, y aunque nada te permita todavía afirmar que hayan desaparecido verdaderamente, puedes constatar que han palidecido de modo considerable. Ahora te las tienes que ver con una especie de grisalla de rayas, que sigue perteneciendo a este mismo espacio que prolonga más o menos tus cejas, pero, se podría decir, deformado hasta el punto de aparecer constantemente desviado hacia la izquierda;
puedes mirarlo, explorarlo, sin trastocar el conjunto, sin suscitar un despertar inmediato, pero esto carece totalmente de interés. A tu derecha es donde pasa algo, en esta ocasión una tabla, más o menos detrás, más o menos debajo, más o menos a la derecha. La tabla obviamente no se ve. Solamente sabes que es dura, aunque no estés arriba ya que, justamente, te encuentras sobre algo muy blando que es tu propio cuerpo. Entonces se produce un fenómeno a todas luces sorprendente: en un principio hay tres espacios que nada te permitiría confundir, tu cuerpo-cama que es blando, horizontal y blanco, después el trazo de tus cejas que controla un espacio gris, mediocre, sesgado, y la tabla, finalmente, que permanece inmóvil y es muy dura por encima, paralela a ti, y quizás accesible. Está claro, en efecto, incluso aunque eso sea lo único que esté claro, que si trepas a la tabla, duermes; que la tabla, es el sueño. El principio de la operación no puede ser más simple, a pesar de que todo apunte a que te hará falta mucho tiempo: habrá que reducir la cama, el cuerpo, hasta que no sean más que un punto, una canica, o bien, lo que es igual, habrá que reducir toda la flaccidez del cuerpo, concentrarla en un único lugar, por ejemplo en algo como una vértebra lumbar. Pero el cuerpo, en ese instante, ya no presenta en absoluto la bella unidad de hace un instante; de hecho, se despliega en todos los sentidos. Tratas de llevar hacia el centro un dedo del pie o el pulgar, o el muslo, pero entonces, cada vez, olvidas una regla: que no hay que perder nunca de vista la dureza de la tabla, que había que proceder con astucia, guiar al cuerpo sin que presagie nada, sin que tú mismo lo sepas con certeza, pero es demasiado tarde, cada vez desde hace mucho tiempo, ya demasiado tarde y, curiosa consecuencia, el trazo de tus cejas se parte en dos y en el centro, entre los dos ojos, como si el eje hubiese sujetado todo el conjunto y toda la fuerza de ese eje confluyera en ese punto, aparece de repente un dolor preciso, indudablemente consciente, y que reconoces enseguida como el más banal de los dolores de cabeza."

Georges Perec
Un hombre que duerme



“Preocupada por sus grandes mayúsculas (la Obra, el Estilo, la Inspiración, la Visión de Mundo, las Opciones fundamentales, el Genio, la Creación, etc.), la historia de la literatura parece ignorar deliberadamente la escritura como práctica, como trabajo, como juego.”

Georges Perec


"Siempre he tenido en secreto el oscuro embrollo de tu origen. Si pudiese, te hubiese dicho hoy el Tormento que pende sobre nosotros. Pero mi Ley prohibe referirlo. Ningún individuo puede en ningún momento vender el inconsistente porqué, el desconocido mínimo, el completo veto que, desde el origen, oscurece nuestros discursos, desluce nuestros deseos y pudre nuestros movimientos. Todos son conscientes de que un perjuicio sin nombre nos conduce sin nuestro conocimiento, todos son conscientes de que nuestro eterno Tormento nos tiene recluidos en un estrecho recinto que nos impide todo recorrido y que nos produce circunloquios sin fin, discursos inconexos y olvidos, por lo que sufrimos un conocer ilusorio donde se ensombrecen y se oscurecen nuestros gritos, voces, sollozos, suspiros y deseos. Según ponemos empeño en comprender el término omitido, en tener en nuestro poder lo puro sin contornos, se cierne sobre nosotros un odio destructivo. Egg, hijo mío, tengo que decirte que desde hoy y como en tiempo no muy remoto, el peligro de muerte concurre por este sitio, siento su merodeo en derredor nuestro."

Georges Perec
El secuestro 















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