"Estaba poniéndose el sol detrás de las montañas que parten términos entre el Bierzo y Galicia. Doña Beatriz clavaba sus ojos errantes y empañados de lágrimas, ora en los celajes del ocaso, ora en los árboles del soto, ora en el suelo, y don Álvaro, fijos los suyos en ella, de hito en hito, seguía con ansia todos sus movimientos. Ambos jóvenes estaban en un embarazo doloroso, sin atreverse a romper el silencio. Se amaban con toda la profundidad de un sentimiento nuevo, generoso y delicado, pero nunca se lo habían confesado. Los afectos verdaderos tienen un pudor y reserva característicos, como si el lenguaje hubiera de quitarles su brillo y limpieza. Esto cabalmente es lo que había sucedido con don Álvaro y doña Beatriz, que, embebecidos en su dicha; ni habían pronunciado la palabra amor. Y, sin embargo, esta dicha parecía irse con el sol que se ocultaba detrás del horizonte, y era preciso apartar de delante de los ojos aquel prisma falaz que hasta entonces les había presentado la vida como un delicioso jardín."

Enrique Gil y Carrasco
El señor de Bembibre

La campana de la oración

Trémulo son
vibra en el viento…
¿Es el acento
de la oración?
¿Es que suspira
la brisa pura,
que se retira
por la espesura?
¿Es que cantan las aves a lo lejos
con voz sentida al apagado sol,
bañadas en los últimos reflejos
de su encendido y bello tornasol?
¿Es el blando ruido de las alas
de los genios del día y de la luz,
que van a desplegar sus ricas galas
a otro país de gloria y juventud?
¿Es la voz destemplada del torrente,
que trueca su mugido bramador
en un himno dulcísimo y doliente,
himno de paz, de religión, de amor?
No, que esa voz misteriosa,
como el crepúsculo vaga,
cual la niebla vaporosa,
solitaria y melodiosa,
como la voz de una maga;
Es más que el leve murmullo
del aura que se despide
y besa el tierno capullo
y un instante , más le pide
con melancólico arrullo.
Es más que el triste cantar
de los pájaros pintados,
que contemplan admirados
nube rojiza empañar
del sol los rayos dorados.
Es más que la voz sonora
que es escapa del torrente
y en himno tímido llora
el muerto sol de occidente,
y aguarda el sol de la aurora.
Es más blanda y delicada
que la confusa armonía
del ala tornasolada
del espíritu del día,
en los aires agitada;
Que es la voz de la campana,
voz de la alegría y tristeza,
de alegría en la mañana,
triste en la noche cercana,
sepulcro de la belleza.
Voz que dulce y apagada
en la oscuridad solloza,
O que rica y acerada
corre los vientos alada
y entre misterios se goza;
Que tal vez recuerda el alma
despertada por su son
horas de plácida calma,
en que, solitaria palma,
florecida el corazón.
Y entonces las oraciones
de la infancia bulliciosa
pasan en blanca visiones
cual aéreas ilusiones,
por el alma pesarosa.
Y las dulces confianzas
de solícita amistad,
las doradas esperanzas,
abandono y bien-andanzas
de la venturosa edad.
Y las pláticas de amor
entre flores y verdura,
que cantaba el ruiseñor
y embellecía el pudor
de conturbada hermosura.
Todo en los ecos se mece
del misteriosos metal,
pero confuso aparece
y sin contornos se ofrece
como vapor matinal.
Que son harto delicados
Aquellos suaves placeres
en que yacen apiñados
ensueños idolatrados
con semblante de mujeres.
Porque en otro pensamiento
se miran sobrenadar,
y siguen su movimiento,
cual marchan al sol den viento,
las escuadras por el mar.
Pensamiento, sí, infinito,
que vaga por el espacio,
pensamiento de proscripto,
en las cabañas escrito,
y en la frente del palacio.
Las músicas de la vida,
el silencio del no ser,
y la amarga despedida,
y la queja dolorida
de las hojas al caer.
La idea consoladora
de otro mundo de virtud,
y la madre que nos llora
y que, aún muertos, nos adora
contemplando el ataúd.
La imagen de la doncella
que su fe nos dio al pasar,
y que tal vez nuestra huella
busca en moribunda estrella
con distraído pensar;
Y el ánima desatada
que va a llamar congojosa
a la puerta nacarada
de la mansión perfumada,
donde el querubín reposa;
Y Dios y la majestad,
y el son de las arpas de oro
en la mística Ciudad,
y aquel inefable coro
por toda una eternidad!!
Ideas son que oscurecen
las memorias infantiles,
y ante quienes desaparecen
y en humo se desvanecen
los delirios juveniles.
Encumbrada en gigante campanario,
desde allí enseñorea al huracán,
soberana de un mundo solitario
de grave y melancólico ademán.
¿Por qué, di, tanto gozo en la mañana?
Por que al oscurecer tanto pesar?
¿Por qué en tus ecos, lánguida campana,
haces así mi corazón rodar?
¡Ay! Cantas la esperanza en la alborada,
la fe sencilla del primer amor,
y en la noche las sombras de la nada,
desengaños y dudas y dolor.
Tal vez eres escala luminosa
por do se sube a la espléndida región:
tal vez eres la senda tenebrosa
que guía al ignorado panteón.
Paréceme en las noches mas oscuras
oír entre tus ecos de metal
unas palabras tímidas y puras,
perdidas en tu acento funeral.
Palabras de abandono y confianza,
blando perfume de inocencia y paz,
ideas de fantástica esperanza,
memorias de dulcísima amistad.
Memorias, sí, del malogrado amigo,
del malogrado amigo que perdí,
que repartía su placer conmigo,
y descargaba su amargura en mí.
Que desplegó mi corazón de niño,
como el alba las hojas de la flor,
y suavizó con maternal cariño
mis ideas de luto y de dolor.
¿Quién sabe si abandona su morada
cuando vas a cantar la última luz,
y cruzando la bóveda estrellada
mezcla a tu son el son de su laúd?
¿Quién sabe si hay un punto en el espacio,
de entrambos mundos eternal confín,
más alto que la cresta del palacio,
y postrer escalón del serafín?
……………………………………………
Tú eres campana, el punto misterioso;
sobre la tierra levantado estás,
y tú sin duda al celestial reposo
del espíritu amigo servirás.
Lanza tu voz, desplégala sonora,
pues que en ella le escucha mi pasión;
si es ilusión, campana bienhechora,
¡Ay! Déjame morir en mi ilusión:
Porque es triste perder el ser que amamos,
y los sueños con él perder también …
¿para qué averiguar si deliramos?
¿para qué razonar si obramos bien?
¡Ay! Es tan dulce al alma abandonarse,
y mecerse en memorias de placer,
y luego melancólica lanzarse
a buscar la esperanza en el no ser;
Que Dios sin duda te colgó en el viento,
como flor del perdido corazón,
cual llama, que el helado pensamiento
convierte en un aroma de oración.
Tú que me traes al rayar el día
vagos recuerdos de la bella edad,
y por la noche pálida y umbría
me muestras la confusa eternidad;
Tú que entre sombras y tiniebla vana
evocas una forma celestial…
¡Bendita seas, lúgubre campana!
¡Bendito, sí tu acento funeral!

Enrique Gil y Carrasco


La Violeta


Flor deliciosa en la memoria mía,
Ven mi triste laúd a coronar,
Y volverán las trovas de alegría
En sus ecos tal vez a resonar.

Mezcla tu aroma a sus cansadas cuerdas;
Yo sobre ti no inclinaré mi sien,
De miedo, pura flor, que entonces pierdas
Tu tesoro de olores y tu bien.

Yo, sin embargo, coroné mi frente
Con tu gala en las tardes del Abril,
Yo te buscaba a orillas de la fuente,
Yo te adoraba tímida y gentil.

Porque eras melancólica y perdida,
Y era perdido y lúgubre mi amor,
Y en ti miré el emblema de mi vida
Y mi destino, solitaria flor.

Tú allí crecías olorosa y pura
Con tus moradas hojas de pesar;
Pasaba entre la yerba tu frescura
De la fuente al confuso murmurar.

Y pasaba mi amor desconocido,
De un arpa oscura al apagado son,
Con frívolos cantares confundido
El himno de mi amante corazón.

Yo busqué la hermandad de la desdicha
En tu cáliz de aroma y soledad,
Y a tu ventura asemejé mi dicha,
Y a tu prisión mi antigua libertad.

¡Cuántas meditaciones han pasado
Por mi frente mirando tu arrebol!
¡Cuántas veces mis ojos te han dejado
Para volverse al moribundo sol!

¡Qué de consuelos a mi pena diste
Con tu calma y tu dulce lobreguez,
Cuando la mente imaginaba triste
El negro porvenir de la vejez!

Yo me decía: «Buscaré en las flores
Seres que escuchen mi infeliz cantar,
Que mitiguen con bálsamos de olores
Las ocultas heridas del pesar.»

Y me apartaba, al alumbrar la luna,
De ti, bañada en moribunda luz,
Adormecida en tu vistosa cuna,
Velada en tu aromático capuz.

Y una esperanza el corazón llevaba
Pensando en tu sereno amanecer,
Y otra vez en tu cáliz divisaba
Perdidas ilusiones de placer.

  
Héme hoy aquí: ¡cuán otros mis cantares!
¡Cuán otro mi pensar, mi porvenir!
Ya no hay flores que escuchen mis pesares,
Ni soledad donde poder gemir.

Lo secó todo el soplo de mi aliento,
Y naufragué con mi doliente amor;
Lejos ya de la paz y del contento,
Mírame aquí en el valle del dolor.

Era dulce mi pena y mi tristeza;
Tal vez moraba una ilusión detrás:
Mas la ilusión voló con su pureza;
Mis ojos ¡ay! no la verán jamás.

Hoy vuelvo a ti, cual pobre viajero
Vuelve al hogar que niño le acogió;
Pero mis glorias recobrar no espero,
Sólo a buscar la huesa vengo yo.

Vengo a buscar mi huesa solitaria
Para dormir tranquilo junto a ti,
Ya que escuchaste un día mi plegaria,
Y un ser humano en tu corola vi.

Ven mi tumba a adornar, triste viola,
Y embalsama mi oscura soledad;
Sé de su pobre césped la aureola
Con tu vaga y poética beldad.

Quizá al pasar la virgen de los valles,
Enamorada y rica en juventud,
Por las umbrosas y desiertas calles
Do yacerá escondido mi ataúd,

Irá a cortar la humilde violeta
Y la pondrá en su seno con dolor,
Y llorando dirá: "¡Pobre poeta!
¡Ya está callada el arpa del amor!"

Enrique Gil y Carrasco


Niebla


Recuerdos de la infancia
Niebla pálida y sutil
que en alas vas de los vientos,
no así callada y sombría
desaparezcas a lo lejos,
en pos de ti correré ,
sin vagar y sin sosiego,
porque está sedienta el alma
de tus sombras y misterios.
Acuérdate, engañadora,
del inocente embeleso
con que, niño embebecido,
contemplaba tu silencio,
por si en él resonaban
perdidos y blancos ecos
de las arpas melodiosas
de las magas de los cuentos.
Crédulo entonces y puro
rasgar intenté tu velo,
pensando que me ocultaba
sus palacios hechiceros,
sus fantásticos pensiles,
sus músicas y torneos,
y los flotantes penachos
de encantados caballeros.
Rasgada en pedazos mil,
cual perdido pensamiento,
te vi envolver cuidadosa
y con solicito anhelo
las almenas carcomidas
del alcázar, que en un tiempo
escándalo fue del mundo
por su pompa y devaneos
sin ver que era vano afán
y descabellado intento
velar sus rotos blasones
y su mutilados fueros
con tu liviano ropaje,
y más liviano deseo;
y con todo alguna vez
el sol te daba contento
reverberando apacible
del torreón altanero
en el musgo húmedo y triste;
roja chispa de su fuego,
que después tú disfrazabas
hasta mentir el reflejo
de perfilada armadura
de rutilante yelmo.
¡Cuántas veces me engañaste
con dolosos sortilegios,
haciéndome atropellar,
desapoderado y ciego,
las ruinas del castillo,
cándido infante, creyendo
mirar de pie en su poterna
membrudo y alto guerrero
como lúgubre guardián
de la prez de sus abuelos!
¡Cuántas veces ¡ay! Mis lágrimas
por tus mentiras corrieron
al ver que mi fantasía
y mi dulcísimo ensueño
tornábase en mis manos
manojo de musgo seco,
que en vagas ondulaciones
flotaba a merced del viento!
Y a la verdad no era mucho
que el sol oyera tu ruego;
porque nunca le engañaste
para mostrarte severo:
y, a pesar de tus engaños,
yo te adoraba en extremo.
Y aún te adoro, parda niebla,
porque excitas en mi pecho
memorias de bellos días
y purísimos recuerdos;
porque hay fadas invisibles
en el vapor de tu seno,
y porque en ti siempre hallé
blando solaz a mi duelo.
¡Ay del que pasó la infancia
a sus ilusiones muerto!
¡Ay de la flor que fragancia
consume y pura elegancia
en apartado desierto!
¡Ay del corazón de niño
que se abrió sin vacilar,
sin reserva y sin aliño,
pidiendo al mundo cariño,
y no lo pudo encontrar!
Niebla que fuiste mi amor
y de mi infantil desvelo
amparo consolador,
que sola bajo el cielo
comprendías mi dolor;
¡Qué mucho que yo te amara,
yo, desterrado del mundo,
que en ti perdido vagara,
y a ti sola confiara
mi desamparo profundo!
Tú a mi espíritu algún día
dabas tus húmedas alas,
y, demente de alegría,
el vago viento corría
descomponiendo tus galas.
Cuando, en el llano tendida,
los contornos de los montes
ocultabas atrevida,
fingiendo en los horizontes
vaga mar desconocida;
y de la verde montaña,
que asomaba la cabeza
con altiva gentileza,
isla formabas extraña
de delicada belleza:
bogaba la fantasía
por tu misteriosos mar,
y en su ignorancia creía
la virgen isla lugar
de ventura y alegría.
Y crédula soñaba
puerto en la vida seguro,
y desde allí imaginaba
un porvenir que llegaba
sereno, radiante y puro.
En tu piélago tal vez
de gótica catedral
la fábrica colosal
flotaba con altivez,
fortaleza feudal.
Y el ánima embebecida
en entrambas se fijaba.
Y ya la veleta erguida,
ya la almena esclarecida
solitaria acompañaba.
Que en los mares de ella edad
no flotan, no, de otra suerte
mundana pompa y beldad,
hasta que en la oscuridad
relumbra el sol de la muerte.
Todo confuso y borrado
en tu seno aparecía,
vaporoso y nacarado
y en celajes mil velado
como luna en noche umbría.
Y la mente virginal
que sólo a ver alcanzaba
las rosas en el zarzal
y otros vientos no soñaba
que la brisa matinal;
Tus enigmas resolvía
a favor de la inocencia,
y calma tan sólo veía,
y solamente escondía
amor sin fin y creencia.
Que hay una edad placentera
de vistosos arreboles,
pura como azul esfera,
de espléndida primavera
y mágicos tornasoles.
En que se goza el dichoso
porque en la dicha confía,
en que se goza el lloroso
viendo fanal luminoso
allá en el bruma sombría.
De pura nieve y carmín
formada está el alma nueva:
no es mucho, pues, que se atreva
con el destino, y que beba
en las copas del festín.
Vaga niebla sin color,
no es mucho que vea en ti
serenas noches de amor,
labios de ardiente rubí
y verdes prados en flor.
No es mucho; porque ilusiones
de tan vistoso jaéz
pasan tan sólo una vez
para velar sus blasones
en perpetua lobreguez.
Su blanca luz placentera
brilla un instante no más,
y en la amorosa carrera
de juventud hechicera
no vuelve a lucir jamás.
Niebla, ya no puedo ver
en tu misteriosos espejo
los vergeles del placer,
que el corazón está viejo
de quebranto y padecer.
Pasó mi infancia muy triste,
más pasa mi juventud;
que entonces tú me acogiste,
y hoy mi ventura consiste
en la paz del ataúd.
Mas, ya que has sido mi amor,
envuélveme con tu velo,
dame sombras y consuelo,
que tú sola mi dolor
has comprendido en el suelo.

Enrique Gil y Carrasco



Una gota de rocío

"Gota de humilde rocío
delicada,
sobre las aguas del río
columpiada.
La brisa de la mañana
blandamente,
como lágrima temprana
transparente,
mece tu bello arrebol
vaporoso
ente los rayos del sol
cariñoso.
¿Eres, di, rico diamante
del Golconda
que en cabellera flotante
dulce y blonda
trajo una Sílfide indiana
por la noche,
y colgó en hoja liviana
como un broche?
¿Eres lágrima perdida
que mujer
olvidada y abatida
vertió ayer?
¿Eres alma de algún niño
que murió
y que el materno cariño
demandó?
¿O el gemido de expirante
juventud
que traga pura y radiante
el ataúd?
¿Eres tímida plegaria
que alzó al viento
una virgen solitaria
en un convento?
¿O de amarga despedida
el triste adiós,
lazo de un alma partida,
¡ay!, entre dos?
Quizá tu frágil belleza,
quizá tus dulces colores,
tus cambiantes y pureza,
y tu esbelta gentileza,
tus fantásticos albores,
son imágenes risueñas
de contento y de ventura,
son citas de una hermosura,
son las tintas halagüeñas
de alguna mañana pura.
Que acaso bella te alzaste
entre el cantar de las aves
y magnífica ostentaste
tu púrpura y oro suaves,
y con ellos te ensalzaste;
que acaso en cuna de flores
viste la lumbre de día,
y blando soplo de amores
te llevó una noche umbría
en sus alas de colores.
Y en la rama sus pendida
de un almendro floreciente
oíste trova perdida,
en el perfumado ambiente
por los ecos repetida.
Ruiseñor enamorado
cantaba encima de ti,
y junto al tronco arrugado
oíste un beso robado
a unos labios de rubí.
Misterios y colores y armonías
encierras en tu seno, dulce ser,
vago reflejo de las glorias mías,
tímida perla que naciste ayer.
Pero es tan frágil tu existencia hermosa
y tu espléndida gala tan fugaz
que es un vapor tu púrpura vistosa
que quiebra el ala de un insecto audaz.
Mañana ¿qué será de tus encantos,
de tus bellos matices, pobre flor?
No habrá pesares para ti, ni llantos,
ni más recuerdo que mi triste amor.
Si tu vida fue un soplo de ventura,
si reflejaste el celestial azul,
no caigas, no, sobre esta tierra impura
desde tu verde tronco de abedul.
Pídele al sol que con su rayo ardiente
disipe por los aires tu vivir
o a un pájaro de pluma reluciente
que recoja en su pico tu zafir.
Que no naciste tú para este suelo,
para trocar en lodo tu beldad;
tú, más baja que espíritu del cielo,
más alta que la humana vanidad.
Quédate ahí pendiente de tu rama
cual blanco mensajero de oración,
que sólo verte la esperanza inflama
y alienta al quebrantado corazón.
Quizá al pasar un ángel solitario
te cubrirá con su ala virginal…
Si caes envolverá frío sudario
tu forma vaporosa y celestial."

Enrique Gil y Carrasco





No hay comentarios: