“A menudo sobre las paredes, en la mezcla de las piedras, en las fisuras, en los dibujos del moho del agua estancada […], he encontrado semejanzas con sitios maravillosos, con montañas, con picos escarpados, etc.”

Dmitri Serguéievich Merezhkovski o Dmitry Sergeyevich Merezhkovsky
La novela de Leonardo da Vinci


"Desde hacía ya mucho tiempo estaban acostumbrados a verse casi desnudas en las danzas, pero todavía no se habían visto enteramente. Cuando su último velo hubo caído, Eoia, súbitamente avergonzada, se arrojó enseguida al mar. Dio la siguió.
La costa formaba allí una profunda bahía. A lo lejos se oía el ruido de la resaca; las olas ululantes y bullentes cubrían las rocas agudas con su salada espuma. Pero aquí, en la bahía, todo estaba tranquilo; el agua, balanceándose apenas en un compacto bloque de cristal azul verdoso, era tan transparente, que se veían todos los guijarros y conchas del fondo.
La onda no cubrió la desnudez de las bañistas, pero, en su frescura inocente, se extinguió su vergüenza.
Nadaban ambas como peces, jugaban, retozaban, salpicándose una a otra con gotas de zafiro, riendo, gritando, chillando de alegría, jubilosas como si hubiesen recuperado la patria perdida: el mar les era más querido que la tierra.
Aproximándose a los arrecifes, trepaban a las rocas resbaladizas, cubiertas con los cabellos verdinegros de las algas, y respiraban ávidamente su frescor salino. Ofrecían sus espaldas al choque de las olas, que se sucedían sin interrupción, y, mugiendo, embistiendo, centelleantes de blanca espuma, las cubrían como el Toro, el bien amado de Pasifae.
Al sumergirse y mirarse bajo el agua, no se reconocían ya: sus cuerpos y sus rostros parecían irreales; el cuerpo blanco de Eoia se teñía de un azul plateado, la desnudez morena de Dio adquiría un rosa plateado, y las dos parecían dos flores submarinas.
En torno de ellas bullía la vida misteriosa de los mares. Los peces las miraban con sus ojos redondos, el erizo de mar proyectaba sus púas, la estrella de mar guiñaba sus pestañas, se desvanecía el ópalo lunar de una medusa, salían de sus conchas los moluscos, de un bosquecillo de corales brotaban tentáculos, barbas, trompas, y ojos desconocidos brillaban en la obscuridad con una luz fosfórica de madera podrida.
Sentían un terror sagrado, como si se abriese ante ellas el sagrado vientre de la Madre, las entrañas inefables en que se concibe todo lo que fue, es y será.
Después del crepúsculo submarino, la luz del Sol les parecía brutal, y su ardor homicida. Pero, hijas de la Tierra, a ella volvieron, subieron a la ribera y se tendieron sobre la arena, sin sentir ya vergüenza de su desnudez."

Dmitri Serguéievich Merezhkovski
Tutankhamen en Creta


"El camino de la catástrofe señale también el camino de la liberación."

Dmitri Merezhkovski



"En un árbol solitario y extremo de Milán, en el barrio de la Porta Vercellina, en el lugar donde se encuentran la esclusa y la aduana del canal de la Catarana, había una casuca vetusta y aislada cuya chimenea negra y torcida humeaba a todas horas.
Esta casucha pertenecía a la comadre monna Sidonia. Tenía alquiladas las habitaciones altas al alquimista meser Galeotto Sacrobosco; y ella vivía en el piso bajo con Casandra, sobrina de Galeotto, hija del mercader Luigi, ilustre viajero que había recorrido Grecia, el Archipiélago, Siria, Asia Menor y Egipto, en incansable rebusca de antigüedades.
Compraba todo lo que caía en sus manos: lo mismo una bella estatua, un fragmento de ámbar en el que se conservaba fosilizada una mosca, la inscripción apócrifa de la tumba de Homero que una auténtica tragedia de Eurípides o la clavícula de Demóstenes. Unos le tenían por loco, otros por un impostor y otros, en fin, por un grande hombre. Su imaginación estaba tan impregnada de paganismo que, a pesar de haber sido cristiano hasta el fin de sus días, Luigi evocaba en serio al "santísimo genio de Mercurio" y creía que estando el miércoles consagrado al alado mensajero del Olimpo, era un día particularmente favorable para los negocios. Ni trabajos ni privaciones le detenían en sus rebuscas. En una ocasión, estando embarcado y después de haber recorrido ya diez millas, oyó hablar de una curiosa inscripción griega que él no había visto. Inmediatamente regresó al punto de partida para copiarla. La pérdida, en un naufragio, de una preciosa colección de manuscritos le ocasionó tal tristeza que sus cabellos encanecieron. Cuando se le preguntaba por qué se arruinaba y se exponía a tantos tormentos y peligros, respondía siempre las mismas palabras.
-Quiero resucitar a los muertos."

Dmitri Serguéievich Merezhkovski
El romance de Leonardo



La Leyenda del árbol de Navidad

Ni bajo la bóveda dorada de un imponente palacio,
Ni para la felicidad y bienestar, ni para la corona real,
En el refugio olvidado de los pastores de Belén,
¡Naciste desnudo y pobre, oh! Rey de los incontables mundos
Con cuidado, como algo sagrado, Su Madre lo tomó en brazos
Admirando la belleza de Su frente impasible.
Toda la naturaleza se alegraba, majestuosa y clara.
Y a los píes de Cristo-Niño, llevaba sus dones.
Cerca de la cueva, crecían tres altos y orgullosos árboles.
Y guardaban la entrada con sus entrelazadas ramas
El verde Abeto, el Olivo y la Palmera de abundantes hojas,
Allí se encontraban formando una pared impenetrable.
y ellos y como toda la naturaleza, todos los seres terrestres,
Querían traer su don ¡para marcar el Santo festejo.
La Palmera dijo inclinando de orgullosa altura
Como una corona real, sus hojas, color esmeralda;

"Cuando, perseguido por la maldad de crueles enemigos,
Tu, Señor, vas a buscar un refugio
En la planicie de ilimitadas arenas
Como un fugitivo deambulando en el desierto
Te abriré una tienda verde, te extenderé un tapiz de flores
Ven a reposarte bajo el pacífico techo.
Donde hay una agradable y traslúcida sombra."
Cargado de frutos, con orgullosa alegría
Se incclinó el Olívo y dijo: "Señor, cuando Tu seas
Abandonado sin comida, por gente mala,
Te extenderé generosamente mis ramas
Y sacudiré, al suelo, mis dorados frutos."

Mientras tanto, en un pesado, temeroso y modesto silencio
El verde Abeto se sentía triste
Vanamente pensaba, buscaba y no podía encontrar
Nada para dar al niño Jesús.
Agujas, secas y punzantes, que repelen la mirada,
Le fueron otorgadas por el destino injusto.
El pobre Abeto se sintió muy apesadumbrado.
Como de un sauce, sobre el agua, sus ramas se inclinaron tristes.
Y de vergüenza y sufrimiento secretos
La resina transparente, como abundantes lagrimas,
Comenzó a gotear — mientras todo gozaba y sonreía alrededor.

"Estas lagrimas, una estrellíta, vió desde el cielo.
Con un suave susurro dijo algo a sus compañeras.
Y, de repente, cayeron — oh milagro!
Las estrellas como una lluvia de oro
Cubriendo a todo el Abeto oscuro
El palpitó, levantó orgulloso sus ramas
Apareciendo al mundo, por vez primera
Adornado de intensas luces.
Desde entonces, hasta ahora niños
Hay una costumbre entre los hombres,
De adornar al árbol de Navidad con estrellas de luz.
Cada ano, el brilla en el día del festejo
Y con sus luces nos anuncia la luminosa fiesta de Navidad! 

Dmitri Serguéievich Merezhkovski









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