Al final de septiembre

"Aún florecen los jardines en el valle;
El álamo verdea ante mi ventana.
Mas... mira allá: ¿ves el reino invernal?
Un manto níveo cubre la montaña...
En mi joven corazón el dorado verano
Reina aún, con plena primavera,
Pero la helada mano del invierno
Encanece mi oscura cabellera.
Se marchitan las flores... Se extingue la vida...
¡Siéntate sobre mi regazo, adorada!
Si hoy tu cabeza descansa sobre mi pecho
Quizás llorarás sobre mi tumba mañana...
Oh, dime: si antes moriré, ¿cubrirás
Mis restos con lienzo sepulcral, dolorosa?
¿Dejarías mi nombre si el amor retorna?
¿Me olvidarías por su llama fogosa?
Si, ya viuda, tu velo un día caerse dejaras
Sobre mi lápida, ponlo cual bandera oscura;
Saldré de mi tumba, llevándolo conmigo
Al mediar la noche, en la triste hora...
Con tu velo de viuda secaré mi llanto
Por ti, que tan pronto me has olvidado;
Vendaré con él mi corazón sangrante
Que aún, desde Allá, para siempre, te sigue amando."

Sándor Petőfi



Canción de lobos

Ruge y retumba ronca la tormenta
Por la enlutada bóveda del cielo, 
Y sobre el dorso de impetuosas ráfagas 
Cabalgan las deidades del invierno. 

En el frígido erial donde vagamos 
Sin acierto buscando alguna senda, 
Ni un arbusto descubre la mirada 
Que el suspirado abrigo nos ofrezca. 

Allá en la cueva el hambre que nos mata, 
Y fuera de ella el frío que nos hiela: 
Entrambos, como rudos cazadores, 
Sin piedad nos acosan por doquiera. 

Y júntaseles otro en la batida:
Del cargado fusil la saña fiera 
Deja sobre la nieve señaladas 
Con nuestra roja sangre nuestras huellas… 

Tenemos frío, sí; tenemos hambre 
Y el morífero plomo nos asedia;
Pero, ¿qué importa?... En cambio somos libres
¡Oh santa Libertad! ¡Bendita seas! 

Sándor Petőfi
Versión de Isaías E. Muñoz



Canto nacional 

¡Alzad, madgiares, que la Patria os llama!
¡Ahora o nunca! El momento ha llegado 
Y hay que elegir, pues éste es el dilema, 
Entre ser libres o seguir esclavos. 
¡Por el Dios de los húngaros juremos,
Que ya en la esclavitud no seguiremos! 

Si siervos fuimos ya, y nuestros mayores 
A esclavitud se vieron condenados,
Los que libres vivieron y murieron 
Yacer no pueden bajo suelo esclavo. 
¡Por el Dios de los húngaros juremos,
Que ya en la esclavitud no seguiremos! 

Hombre ruin ha de ser y miserable 
El que no ose morir, si es necesario; 
El que egoísta, acaso haya antepuesto 
Su despreciable vida al honor patrio.
¡Por el Dios de los húngaros juremos, 
Que ya en la esclavitud no seguiremos!

¡Cuánto es mejor que la cadena el sable! 
¡Cuánto más noblemente adorna el brazo! 
En lugar de arrastrar más las cadenas, 
El viejo sable esgrima nuestra mano. 
¡Por el Dios de los húngaros juremos, 
Que ya en la esclavitud no seguiremos! 

Y volverá otra vez el nombre húngaro 
Digno a ser ya de su esplendor pasado, 
y de baldón y oprobio lavaremos 
Aquello que los siglos mancillaron. 
¡Por el Dios de los húngaros juremos, 
Que ya en la esclavitud no seguiremos! 

Y allí donde se eleven vuestras tumbas, 
Nuestros nietos caerán arrodillados, 
Y allí, a la par que la oración bendita, 
El nombre nuestro asomará a los labios. 
¡Por el Dios de los húngaros juremos, 
Que ya en la esclavitud no seguiremos! 

Sándor Petőfi
Versión de Eugenio de Escalante 




Destino, ábreme campo...


"¡Destino, ábreme campo, que pueda
hacer yo algo por la humanidad!
Que no sea estéril ceniza
este noble fuego que me inflama.

En mi corazón celeste llamas
gota a gota hacen arder mi sangre;
de mi corazón todo latido
ruego es por la ventura del mundo.

¡Cómo pudiera decirlo
no tan solo con vanas palabras
mas con hechos, aunque en recompensa
sea nueva cruz en nuevo Gólgota!

¡Morir por la humanidad!
¡Oh bella muerte dichosa!
¡Más hermosa y más beatífica
que todo placer de vida vana!

Anuncia que así tan santamente
voy a morir, oh Destino,
y el madero he de hacer con mis manos,
madero en que seré crucificado."

Sándor Petőfi
Traducción: Javier Sologuren



Días ensangrentados los que sueño 

Días ensangrentados los que sueño, 
días que el mundo van a derrumbar 
y sobre los escombros de este mundo 
vetusto, el mundo nuevo erigirán. 

¡Ojalá que ya suene, que ya suene 
la tronante trompeta de batalla! 
¡El son de la pelea, el son guerrero 
cuánto lo anhela mi alma arrebatada! 

¡De un salto me coloco alegremente
en el lomo ensillado de mi potro, 
entre las huestes de los adalides 
galoparé borracho de alborozo! 

Si mi pecho llegara a ser herido,
alguien sin duda vendará mi pecho,
alguien capaz de suturar sus bordes 
con el bálsamo dulce de su beso. 

Y si me atrapan alguien ha de haber 
que venga hasta mi oscura bartolina 
y la ilumine toda con sus ojos 
brillantes como estrellas matutinas.

Sándor Petőfi
Versión de Fayad Jamís



La canción de los perros 

Ruge y retumba ronca la tormenta 
Por la enlutada bóveda del cielo, 
Y sobre el dorso de impetuosas ráfagas 
Cabalgan las deidades del invierno. 

¿Qué nos importa?... Un rincón 
Tenemos en la cocina,
Que, graciosamente, el dueño 
Nos señaló por guarida. 

No nos inquieta el sustento, 
Que así que el amo se harta 
Quedan sobras en la mesa 
Y esos mendrugos nos bastan. 

Verdad que a ratos, sin causa, 
Puntapiés nos lanza fiero;
Pero, ¿qué importa?... ¡Muy pronto 
Sana la carne de perro! 

Y al cabo se va la ira 
Y entonces riendo nos llama, 
Y vamos quedos…, queditos 
Y le lamemos las plantas. 

Sándor Petőfi
Versión de Eugenio de Escalante



"La desesperación es una quimera, esto es lo que la hace tan parecida a la esperanza."

Sándor Petőfi


“La experiencia es una cantera riquísima de la que muchos hombres extraen tesoros de vida.”


La Llanura 

Romántico paisaje de pinares 
en los abruptos Cárpatos,
tus valles admirables y montañas 
no iluminan mis sueños. 

Es en el llano extenso como el mar 
donde mi hogar está 
y mi alma libre vuela como un águila 
por la estepa infinita. 

Vuelan mis sueños sobre la ancha tierra, 
desde las nubes veo 
el sonriente paisaje que se extiende 
desde el Tisza al Danubio. 

Gordos rebaños, al son de los cencerros, 
avanzan bajo el sol. 
El pozo les espera, en Kis-Kunság 
con amplios bebederos. 

Galopa la yeguada, su redoble 
viene en alas del viento, 
resuenan las pezuñas entre los gritos
y el chasquido del látigo. 

El trigo ondea, junto a las aldeas 
bajo la brisa suave, 
con sus vivos colores de esmeralda 
el panorama brilla. 

Del cañaveral vecino, en el crepúsculo, 
llegan tímidos gansos, 
si las cañas se agitan con el viento 
alzan el vuelo pronto. 

Más allá de los pueblos, en la estepa, 
solitaria posada 
espera a los sedientos bandoleros 
camino a Kecskemét. 

Tras la posada, un breve bosque de álamos 
se alza en el arenal, 
libre allí mora el chillador cernícalo 
y nadie lo persigue.

Tristemente vegeta la mimosa 
y las flores del cardo 
sombra y descanso dan a los lagartos 
cuando arde el mediodía. 

Desde lejanos árboles frutales 
se alza la bruma azul 
y unas torres remotas se dibujan 
como iglesias de niebla. 

Llanura hermosa, al menos para mi alma,
aquí nací, mi cuna 
se meció aquí, cuando un día me muera 
aquí mi tumba quede. 

Sándor Petőfi
Versión de Washington Delgado



Libertad, amor

"¡Libertad, amor!
Preciso de ambos.
Por mi amor sacrifico
la vida,
y sacrifico por la libertad
mi amor."

Sándor Petőfi


Tiembla el arbusto… 

Tiembla el arbusto, porque 
Se posa la avecilla; 
Si a mi recuerdo llegas, 
¡Ah!, tiembla el alma mía. 
A mi recuerdo llegas, 
Chiquilla, como el ave, 
Y eres de este gran mundo 
El más grueso diamante. 

Henchido va el Danubio, 
Sus márgenes rebasa; 
Tampoco hay en mi pecho 
Lugar para mis ansias. 
¿Me quieres, mi rosal? 
Es tanto lo que te amo 
Que ni tu padre y madre 
Pueden quererte tanto. 

Cuando nos vimos juntos, 
¡Qué grande era tu afecto 
En el ardiente estío…; 
Mas hoy es frío invierno! 
Si es que ya no me quieres, 
El Señor te bendiga; 
Mas si aún amor me guardas, 
Mil veces más bendita. 

Sándor Petőfi
Versión de Juan Luis Estelrich



Tú fuiste mi única flor 

Tú fuiste mi única flor; 
Ya, marchita, mi vida es un desierto. 
Tú fuiste luz de mi esplendente sol; 
Apagada, yo en noche me convierto. 
Tú fuiste el ala de mi inspiración; 
Rota, ni puedo ni volar ansío. 
Tú fuiste de mi sangre único ardor; 
Ya fría estás, y muérome de frío.

Sándor Petőfi
Versión de Juan Luis Estelrich













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