"Caminar, leer, pensar, caminar tiene un efecto euforizante, nos resitúa en la tierra, libera el cerebro y recupera el cuerpo frente a la incorporeidad creciente de nuestras vidas, nos vincula a quienes andan a nuestro lado, nos hace libres al buscar espacios libres y tiempo libre para recorrerlos."

Isaac Rosa Camacho
Babelia, 25-04-2015



"¡Cuerpo a tierra, que vuelven los ‘80! Tranquilos, que nadie huya. No vuelven–no con el mismo rostro al menos el paro juvenil, las reconversiones industriales, la guerra sucia, el desencanto, la desactivación de los movimientos civiles, la domesticación o marginación de la cultura subversiva, la heroína o la estafa de la OTAN. Nada de eso, ¿quién quiere acordarse de esas minucias? Vuelven los ‘80, pero lo hacen en su rostro dulce, el que todos queremos recordar, el que tapa todo lo anterior: las sintonías televisivas, el encanto retro de las series que nos gustaban, el pop pegadizo, los gadgets pretecnológicos del mundo anterior a Internet, el pelo cardado, las hombreras... Ya saben, todos esos iconos domésticos que hoy utilizan en sus campañas publicitarias los fabricantes de refrescos, los bancos, las inmobiliarias y cualquier vendedor que quiera engatusar por la vía rápida a quienes hoy tenemos más de 30 años. Vuelven los ‘80, como antes volvieron los 60, claro."

Isaac Rosa
Educados para consumir


"Llueve toda la semana, así que es mejor moverse en coche, más en un barrio como éste, con tantas zonas despejadas, avenidas anchas sin soportales, solares llenos de basura y autopistas que hay que cruzar sobre una delgada pasarela descubierta, si uno va andando acaba empapado incluso aunque lleve paraguas.
Carlos coge el coche para todos sus desplazamientos, por cortos que sean. Sale temprano por la mañana, deja a Pablo en el instituto y marcha al trabajo, donde llega tarde tras más de una hora de atasco. A mediodía se va media hora antes de lo habitual y así tiene tiempo para recoger a Pablo, aunque en estos días de lluvia siempre teme que un embotellamiento imprevisto le retrase y el chico salga y se encuentre que nadie ha ido a buscarlo. Si por la tarde tiene que hacer la compra coge igualmente el coche, y suele ir solo. Pablo se queda en casa y su padre le recuerda que no debe abrir la puerta a nadie, y no hay nada nuevo en esas palabras, es algo que siempre le ha dicho, el cabritillo no debe abrir la puerta al lobo, aunque ahora se lo recuerda a diario. No va al centro comercial habitual, lo descarta para evitar el tramo de autopista, que con la lluvia suele estar congestionado. Elige otro hipermercado, algo más alejado pero de acceso más sencillo, donde aparca en el subterráneo, siempre cerca de la puerta principal. Entra y sale de casa por la puerta del garaje, y espera un par de minutos, detenido en mitad de la rampa, hasta que comprueba que la puerta automática se cierra del todo sin que entre nadie más, medida de seguridad advertida en un cartel a la entrada, y recordada una y otra vez en las reuniones de propietarios. De forma que lleva tres días sin pisar el portal, ni la acera frente a su casa, ni por supuesto el parque, donde pese a la lluvia resisten algunos adolescentes confundidos con el mobiliario. A veces ve también a los tres habituales apoyados en un coche frente a la puerta, aunque si aprieta la lluvia buscan refugio en la marquesina del portal, de manera que desde la ventana los pierde de vista y no puede saber si siguen ahí o si se han marchado caminando pegados a la fachada del edificio. Pablo estudia, lee, juega o chatea por Internet con sus primos, y Carlos prepara la cena, arregla la casa, lee en el salón o ve la tele. Cuando suena el portero automático, varias veces al día, ni el padre ni el hijo contestan, pues saben que lo habitual es que sea un repartidor de propaganda o un vendedor de cualquier cosa, y no deben abrirle, es otra medida de seguridad reiterada en cada reunión de propietarios. Por la tarde llega Sara, que a veces propone una salida, ir juntos a las rebajas, al cine o a casa de los primos, pero tanto el padre como el hijo se muestran perezosos, hace frío, llueve, se está tan bien en casa."

Isaac Rosa
El país del miedo



"No me levantaron y ahí quedé, genuflexo en lo que no era el gabinete de tormentos esperado, sino una vulgar oficina, con un par de mesas metálicas, grandes archivadores, estufas a los pies, tubos fluorescentes y paredes blancas peladas, sin más adorno que un calendario con fotografía de la plantilla del Real Madrid en formación, de pie y arrodillados con balones; recuerdo bien cada detalle porque en esos momentos lo asimilas todo, no se produce un vacío como cuentan algunos, sino que sientes cada instante como último y quieres atraparlo, exacto. Podría detallar la escena, aportar elementos que no sirven para la narración pero que no he olvidado, el color plomizo de las mesas, el desgaste de los tiradores plateados en los archivadores, los rostros de los funcionarios, sus perfiles angulosos bajo la luz azulina de los fluorescentes, la mirada indiferente, administrativa, del mecanógrafo que colocaba el folio en la máquina de escribir, con cuidado de centrar la hoja de papel en el carro, podría dibujar su rostro, cómo eran sus gafas de pasta ancha, sus patillas descuidadas, su raya del pelo desplazada por la calvicie. Uno de los policías me tomó entonces por las axilas y me obligó a ponerme en pie, concediéndome el beneficio de la pared como apoyo en mi dudosa verticalidad. El oficinista me miró con fastidio, como lo que realmente era: un trámite más en su jornada laboral quizás alargada por la tardanza en llegar el último detenido, rotos sus planes de salir temprano, quizás un propósito de ocio, cine o teatro donde reír un buen rato después de todo un día registrando el ingreso de hombres esposados. Colocó los dedos sobre las teclas y comenzó el interrogatorio preliminar, nombre, apellidos, dirección, fecha de nacimiento, datos inofensivos, ordinarios, que lo mismo sirven para rellenar una ficha policial que el carné de la piscina, preguntas a las que yo contestaba sin demora, como si mi disciplina pudiese suavizar futuros castigos, hasta que el funcionario se decidió por otro tipo de preguntas menos habituales y que pensaba unos segundos antes de formularlas, como si estuviese improvisando o no recordase el cuestionario: última ocasión en que salió del país, personas a las que avisar en caso de no ser puesto en libertad, y esta pregunta, con o sin intención, me arrojó a la cara un instante de esperanza, en caso de no ser puesto en libertad, como si aquello pudiese ser sólo una equivocación, una comprobación rutinaria tras la que iba a ser puesto en libertad. Cuando el encuestador decidió que ya eran suficientes datos revisó lo escrito, leyendo en voz alta mis respuestas y esperando en cada una mi asentimiento. Después tomó el folio, buscó en uno de los archivadores, extrajo del mismo una carpeta y salió con los papeles del despacho a paso ligero, como si realmente tuviera prisa por acabar, cine o teatro, pensaba yo en mi deriva mental, quizás se le hacía tarde para la sesión de las ocho. Quedé como estaba, de pie, apoyado en la pared, intentaba frotarme las manos, adormecidas por las esposas, sin más compañía que los dos policías que me escoltaban. Tardaron unos segundos en reaccionar hasta que, sin que se hubiera producido ninguna señal ni llamada, me tomaron por los brazos y me sacaron de aquel despacho, me empujaron por el pasillo siguiendo el camino por el que habíamos entrado, pero en algún momento hicieron un requiebro hacia otro pasillo porque yo no reconocía ya el trayecto, en realidad todo era muy similar, los suelos, las paredes, las puertas, era fácil perderse, un recurso arquitectónico a propósito para dificultar cualquier huida, una nueva curva en el pasillo, otra escalera ascendente y eso me daba esperanzas, porque subir en aquel edificio era alejarme del sótano temido, de los calabozos."

Isaac Rosa
El vano ayer



"Me fui de vacaciones, sí. Cogí a mi familia y me los llevé a un camping, que era lo único que podíamos permitirnos. Y fue allí, estando de vacaciones, cuando encontré mi oportunidad. Lo dijo uno de los hombres que más admiro, Richard Branson: «Las oportunidades de negocio son como los autobuses: siempre viene otro en camino». Y así fue: mi autobús llegó cuando acababa de perder uno. Habrá quien lo llame suerte, pero para un emprendedor la suerte no existe, es el nombre que damos a la capacidad innata de reconocer una oportunidad y aprovecharla.
Allí estaba yo hace dos años, en mi camping, intentando aprender alguna lección de mi último fracaso. Entonces me di cuenta de algo: yo no era el único emprendedor allí. Entre los campistas había muchos como yo. Normal, pensaréis: la mayoría de los autónomos no pueden cogerse vacaciones, y los que sí pueden, solo les llega para irse un par de semanas a un camping.
¿Cómo los reconocía, si íbamos todos en bañador y chanclas? Es cierto que los emprendedores tenemos un sexto sentido para reconocernos, hay algo en nuestra manera de movernos por el mundo, como cazadores siempre alerta. Pero yo identificaba a los emprendedores de mi camping por algo mucho más evidente: eran quienes seguían trabajando de vacaciones. Los que nunca desconectaban. Los veía en la piscina pendientes del móvil. Bajo el porche de sus tiendas, sentados en una silla plegable con el portátil sobre las rodillas. Escuchaba sus conversaciones telefónicas, dando instrucciones, discutiendo con proveedores, seduciendo a clientes, reclamando pagos atrasados, programando citas para septiembre. Y sus rostros, marcados por el cansancio y nunca del todo relajados, siempre con una nube en la mirada que algunos llamarían «preocupación», pero yo prefiero llamarla «búsqueda»: los emprendedores nunca dejamos de buscar, somos capaces de ver allí donde otros no ven nada. Y eso hice yo: ver allí donde otros no habían visto nada. Ser el primero. El pionero.
Yo veía que los emprendedores de mi camping no estaban cómodos. Escuchaba sus quejas. El wifi del camping era lento, se caía a menudo. Tampoco la cobertura 4G era muy buena en aquel paraje. Había pocos enchufes para cargar dispositivos. Si querías hacer un envío, la oficina de correos más cercana estaba a cuarenta kilómetros y tenía horario de verano. Ni hablar de programar una videoconferencia. Y, por supuesto, no tenían tiempo, se les iba la jornada en quehaceres domésticos propios de un camping, y en atender a sus hijos. Sí, eso son vacaciones, dirán algunos. Pero ya lo dije antes: la pasión no entiende de vacaciones."

Isaac Rosa
Tiza roja


"Me pareció un capullo, le dijo anoche la chica de las piezas geométricas mientras tomaban una cerveza en la cafetería del polígono, yo también lo vi al catedrático ése, menudo capullo, no ha trabajado en su puta vida, mira que decir que hacemos música. Él pidió otras dos cervezas y no se atrevió a llevarle la contraria, no quería discutir con ella ni parecerle él también un capullo como el catedrático; le gusta, llevan una semana intercambiando sonrisas y bromas, ella desde su mesa llena de cajas y piezas, él forcejeando con las tuercas, y la cita de ayer a la salida le hizo albergar esperanzas de algo más, así que no le dijo que él, aunque no ha llegado a emocionarse, sí encuentra algo de belleza en lo que hacen en la nave; él no tiene oído para la música pero entiende lo que explicó el catedrático, de hecho le gusta sentirse como un concertista, girar la llave como quien maneja el arco del violín; o como un bailarín, pues el tipo, el capullo como lo llamó la chica, también habló de baile, aseguró que visualmente el espectáculo tiene mucha fuerza, que hay un elemento coreográfico, que no puede ser casualidad la forma en que se mueven unos y otros, cómo parecen sincronizar algunos movimientos, el carnicero levanta el cuchillo y el albañil mueve la paleta a la vez mientras la chica se gira a colocar la caja, la administrativa vuelve una página, la costurera se agacha para soltar otro metro de tela, y es cierto que no ocurre siempre así, que a veces el carnicero está tironeando el pellejo de una ternera mientras el albañil abre un palé de ladrillos, la costurera enhebra el hilo en la máquina y la administrativa arruga los ojos ante la pantalla para revisar si se ha confundido, pero esos momentos en que todos parecen responder a un mismo latido, eso dijo el catedrático, eso dijo el capullo, un mismo latido, cuando toda la nave es una sístole-diástole o una marea que avanza y retrocede marcando el ritmo, fíjate qué capullo, sístole-diástole, marea, ritmo; esos momentos contienen mucha belleza, dijo el catedrático, dijo el capullo, emocionado."

Isaac Rosa
La mano invisible



"Si los países nórdicos siempre han sido un modelo de desarrollo y bienestar, hay que celebrar que Rajoy se proponga invertir el mapa de Europa y convertir la Península Ibérica en parte de Escandinavia. Para empezar, ya tenemos impuestos nórdicos, gracias al subidón del viernes. No se nos ve más rubios ni más altos, ni nuestro Estado de Bienestar se ha vuelto sueco de repente, pero hemos subido varios puestos en la clasificación del IRPF, adelantando a Dinamarca y a poca distancia de la campeona Suecia. Por algún lado se empieza a ser sueco.
Ya he dicho alguna vez que no me importa pagar impuestos, ni que me los suban. No es que pague con placer, pero no siento ese horror fiscal tan extendido. En parte se lo debo a un profesor que en el bachillerato se dedicaba a adoctrinarnos en ideas peligrosas dos décadas antes de Educación para la Ciudadanía. De tapadillo, mientras nos enseñaba geografía, nos inculcaba valores democráticos, y nos explicaba que los impuestos eran necesarios para pagar carreteras, hospitales y todo el bienestar que disfrutábamos, y usaba a los nórdicos como ejemplo.
Por eso no estoy en contra de subir los impuestos, no por principio. El problema es que este subidón no trae carreteras ni hospitales ni bienestar, sino al contrario: menos bienestar, por el recorte presupuestario. Es decir, impuestos suecos pero a cambio de un Estado de Bienestar griego.
Y no sólo no nos ofrecen una Suecia ibérica. La subida (y habrá más, pronto el IVA) no trae ni bienestar, ni crecimiento, ni siquiera salir de la crisis, sino sólo cumplir el déficit, y ni eso es seguro. A cambio de más impuestos habrá menos recursos, más paro, recesión, y reformas “agresivas”. Y aún faltan los recortes en las Autonomías.
Por no hablar del carácter poco progresivo de una reforma presentada como progresiva. En eso tampoco somos muy suecos: aquí el esfuerzo recaerá en los trabajadores, la clase media, pues ya sabemos que en este país hay muy pocos ricos, gracias a ese milagro por el que a partir de cierto nivel de ingresos las personas físicas se convierten en jurídicas."

Isaac Rosa
Ya somos un poco suecos





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