"Así celebró Maria Grubbe su pronta salida de la escuela, aunque consciente de que todavía no estaba plenamente incorporada al círculo de los adultos. Estas jóvenes vírgenes, a pesar de los elogios y las adulaciones, se hallaban subordinadas en una sociedad deprimida. El logro de un centenar de pequeñas cosas, insignificantes en sí mismas, en su conjunto hacía que se sintiera bien.
Los jóvenes se mostraban desagradables con su familia y actuaban provocativamente en sociedad, como si fueran sus iguales. Y luego estaban los sirvientes, claramente diferentes, como aquella vieja criada que aceptó el manto de una mujer casada o de una virgen, sin diferencia de matiz en la sonrisa obsequiosa de la criada pero útil en extremo. El tono de camaradería de los jóvenes podía ser extremadamente incómodo y tenía la ligera impresión de que sus miradas ofendidas y sus gélidas autorizaciones desgarraban algunos ardientes corazones. Lo mejor era, sin duda, los caballeros, porque incluso si no estaban enamorados, se mostraban delicados, considerados y galantes, a pesar de lo aburridos que pudieran estar.
Entre los hombres mayores había algunos había verdaderamente insoportables, desmedidos en sus exagerados elogios y sus pícaras bromas, sin embargo, eran las mujeres recién casadas las que se mostraban más condescendientes y burlonas. ¡Era indignante! Toda relación entre un joven y una doncella debía rodearse de una apariencia de digninidad y cohesión entre ellos, como almas puras libres de cualquier humillación. No era nada envidiable. Tras unas pocas palabras, los parientes de Marie Rigitze habían pensado en concertar una boda con Ulrik Frederik, a pesar de que Marie no estaba enamorada de él, pero dicho enlace aportaría grandes y ventajosas perspectivas a su familia. Ella estaba muy asustada al pensar en ello, pero por el momento se tranquilizaba con la esperanza de que sólo fueran vanos planes."

Jens Peter Jacobsen
Frau Maria Grubbe



"Cerró los ojos, pero a pesar de ello notaba cómo la luz penetraba en él, fluyendo a través de todos sus nervios."

Jens Peter Jacobsen
Niels Lyhne


"Debería haber habido rosas en la pared gris, agrietada y llena de agujeros con hierba marchita y podía contemplarse la larga y monótona llanura desde la celosía de un amplio balcón. Debería ser fascinante poder descansar en el interior de aquel jardín.
Y eso hicieron a menudo.
Odiaban el interior de la magnífica villa antigua, con su escalera de mármol, sus gruesas tapicerías y aquellos árboles añejos, pinos, laureles, fresnos, cipreses y robles, coronados de orgullo. Durante toda la etapa de su crecimiento odiaron con el odio que sienten los corazones inquietos hacia todo aquello que es común, trivial, anodino y que sienten como algo hostil. Pero desde el balcón se podía al menos mirar hacia lo lejos, y fue ésa la razón de que permanecieran allí, una generación tras otra, y todos contemplaban el enigmático horizonte lejano. Brazos adornados con brazaletes de oro han permanecido soñadores en el borde la barandilla de hierro y más de una rodilla cubierta de seda ha sido presionada contra los negros arabescos, se exhibieron cintas de colores, mientras rostros sonrientes saludaban en señal de amor y encuentro. Amas de casa y mujeres embarazadas también pasaron por aquí, enviando mensajes imposibles en la distancia. ¡Mujeres y hombres! Era posible matar con un solo pensamiento o abrir las puertas del infierno con un solo deseo. Almas demacradas y vírgenes blancas que presionaban el enrejado negro, como una bandada de palomas perdidas, gritando a los pájaros imaginarios."

Jens Peter Jacobsen
Deberían haber sido rosas




"El sol, a punto de ponerse, brillaba rojo a través de la ventana. Niels Lyhne estaba sentado delante con la mirada perdida entre los olmos del baluarte, oscuros como el bronce contra el fuego de las nubes. ¿Nunca has oído hablar de gente sobrada de talento en su juventud, fresca y llena de esperanzas y de planes, que al perderla también pierde el talento para siempre?"

Jens Peter Jacobsen
Niels Lyhne


"—¡Espiritual! Cómo odio ese amor espiritual. No son más que flores de tela las que crecen en el suelo de este amor; ni siquiera crecen, sino que se sacan del cerebro y se clavan en el corazón porque el corazón no tiene flores. Eso es precisamente lo que le envidio a la joven, que en ella no hay nada postizo, ella no vierte el sucedáneo de los sueños en el cáliz del amor. No crea que porque su amor esté atravesado por los hilos de la imaginación y oculto tras las sombras de imágenes fantásticas que se entremezclan en una gran y fecunda vaguedad, ella prefiera las imagenes al suelo que pisa, tan solo es porque todos sus sentidos e instintos y talentos están abocados al amor, incansablemente. Porque no es porque disfrute de sus fantasías, ni siquiera porque se apoye en ellas, no, ella simplemente es real, tan real que a menudo se vuelve, a su ignara manera, cándidamente cínica. Usted no sabe, por ejemplo, cuán embriagador y placentero puede ser para una joven inhalar secretamente el traje de su amado, significa mil veces más para ella que toda una inflamación de fantasías. Desprecio la fantasía. ¿Qué sentido tiene, cuando todo tu ser anhela el corazón de un hombre, que tan solo se te permita entrar en la fría antesala de la fantasía? ¡Y cuán a menudo es así! ¡Y cuántas veces nos vemos obligadas a soportar que aquel al que amamos nos disfrace con su fantasía, nos corone con una aureola, nos ligue unas alas a la espalda y nos envuelva en un manto estrellado! Y entonces es cuando, por fin, nos encuentra dignas de ser amadas, cuando nos paseamos con toda esa parafernalia carnavalesca con la que ninguna de nosotras se encuentra a gusto, ni puede ser ella misma, porque estamos demasiado emperifolladas y porque nos confunde al postrarse a nuestros pies y adorarnos, en lugar de tomarnos tal como somos y simplemente amarnos.

Niels estaba confundido, había recogido del suelo el pañuelo que a ella se le había caído y ahora se embriagaba con su perfume. No estaba preparado para que ella lo interrogara mirándolo con tanta insistencia, precisamente ahora, cuando estaba tan absorto contemplando su mano. Sin embargo, consiguió contestar que esa era la mejor prueba del gran amor que le profesaba el hombre, pues a fin de preservar y defender el amor indecible que siente, la envuelve en un halo de divinidad.

—Sí, eso es precisamente lo que resulta ofensivo —dijo la señora— Pues ya somos suficientemente divinas tal como somos de verdad.

Niels sonrió complaciente.

—No, no sonría, no debe tomárselo a la ligera. Al contrario, esto es muy serio, pues esta adoración, en todo su fanatismo, es absolutamente tiránica, nos obliga a adaptarnos a un ideal del hombre. ¡Corta un talón y secciona un dedo! Hay que eliminar todo aquello que en nosotras no se corresponda con su idea, si no coartándolo, pasándolo por alto, olvidándolo sistemáticamente, negándonos todo progreso. Y lo que no tenemos, o que no es en absoluto propio de nosotras, hay que llevarlo a la floración más salvaje poniéndolo por las nubes, presumiendo siempre que es el don más destacable y convirtiéndolo en la piedra angular sobre la que se construye el amor del hombre. Yo lo llamo violación de nuestra naturaleza. Lo llamo adiestramiento. El amor del hombre es domesticación. Y nosotras nos doblegamos a él, incluso las que no amamos nos sometemos, despreciablemente débiles como somos."

Jens Peter Jacobsen
Niels Lyhne




"—Estimada Fennimore, gracias a Dios no sabes lo que dices, pero eres muy injusta con las mujeres, contigo misma. Yo sí creo en la pureza de la mujer.
—La pureza de la mujer, ¿a qué te refieres con la pureza de la mujer?
—Quiero decir... sí...
—Quieres decir, yo te diré lo que quieres decir. Nada, no quieres decir nada, pues esa es una de esas delicadezas absurdas. Una mujer no puede ser pura, no tiene por qué, ¿cómo iba a poder serlo? ¿Qué es toda esa desnaturalización? ¿Acaso la mujer está destinada a serlo por la mano de Dios nuestro Señor? ¡Contéstame! No, y diez mil veces no. ¿Qué tontería es esta? ¿Por qué pretendéis lanzarnos hacia las estrellas con una mano, cuando al fin y al cabo os veis obligados a bajarnos con la otra? ¿Por qué no podéis dejarnos caminar por la tierra a vuestro lado, hombro con hombro, y ya está? ¡Pero si resulta imposible dar un paso en firme en la prosa cuando nos cegáis con vuestros fuegos fatuos de poesía! ¡Dejadnos en paz, dejadnos en paz, por Dios!"

Jens Peter Jacobsen
Niels Lyhne




” Ignora, Señora, – recomenzó Sti Horg con una voz lenta, aparentemente molesto e inseguro de si debía hablar o callarse,-  ignora Señora,  hay en el mundo una sociedad secreta que se podría nombrar la compañía de los “melancólicos”. Es gente que, desde el nacimiento, está hecha de una manera diferente a la de las personas ordinarias; tienen el corazón más grande y la sangre más viva; anhelan y desean mucho más; aspiran con más ardor, y sus pasiones son más violentas, más ardientes que las del común de los hombres […] Pero, en el árbol de la vida, ellos buscan flores que los otros no sospechan, flores escondidas bajo las hojas muertas y las ramas secas.

Los otros, ¿conocen la voluptuosidad de la tristeza o de la desesperación? […]

– ¿Pero por qué?, – preguntó Marie mirando para otro lado con indiferencia, – por qué les llama los “melancólicos” ya que en suma, no piensan más que en la alegría y en los goces de la vida, y no en lo que es duro y penoso

– ¿Por qué? – exclama él como impaciente y con una entonación desdeñosa. – Porque toda alegría terrestre es breve y corruptible, falsa e imperfecta; porque la voluptuosidad abierta como una rosa, se deshoja como un árbol de otoño; porque cada soberbio placer de la vida, resplandeciente de belleza y en plena floración, en el instante mismo en el que uno va a tomarlo, está corroído por un cáncer de tal suerte a allí percibirá, cuando lo aproxima a sus labios, el espasmo de la descomposición […] Y pregunta por qué los nombro los “melancólicos”, cuando toda voluptuosidad una vez alcanzada cambia de figura y se transforma en desagrado, cuando cada transporte de entusiasmo no es más que el último suspiro angustiado de la alegría, cuando toda belleza es la belleza que miente; toda felicidad, una felicidad que se rompe.”

Jens Peter Jacobsen
Niels Lyhne



"No hay ningún Dios y el hombre es su profeta."

Jens Peter Jacobsen


"No se atormente ni se martirice con sus convicciones; la gente que va a morir no tiene convicciones."

Jens Peter Jacobsen
Niels Lyhne




"Por el mundo entero se extendía una red de hilos invisibles que unían un alma con otra; hilos más fuertes que los de la vida, hilos más fuertes que los de la muerte."

Jens Peter Jacobsen
Niels Lyhne


"Pues eso era el amor: un mundo que estaba entero, algo lleno, grande y ordenado."

Jens Peter Jacobsen
Niels Lyhne


"Se puso de pie y cantó bajo la lluvia, el rostro de una joven se asomó entre la oscuridad de los avellanos. Un extremo largo de su chal de seda roja se había enredado en una rama que sobresalía más que las otras, y de vez en cuando una mano pequeña tiraba hacia delante, pero no hubo otro resultado que una ducha de lluvia de las ramas vecinas. El resto del chal yacía alrededor de la faz de la joven y la otra mitad permanecía oculta, la sombra de sus ojos, luego se volvió bruscamente y se perdió entre las hojas para reaparecer en una enorme y plegada roseta bajo la barbilla de la muchacha. El rostro de la joven mostraba su asombro, a punto de reír, la sonrisa ya se cernía en sus ojos. De pronto, el joven que estaba cantando en medio del aguacero dio unos pasos hacia un lado, vio el chal rojo, el rostro femenil y aquellos grandes ojos marrones, abrió la boca un tanto sorprendido, consciente de su incómoda situación, se miró a sí mismo extrañado, pero en el mismo momento en que se oyó un pequeño grito, la rama saliente se tambaleó violentamente, desaparecieron en un instante el extremo rojo del chal y el rostro de la joven, y pudo escucharse un murmullo, cada vez más lejos, tras los avellanos. Luego se echó a correr. No sabía por qué, lo hizo sin pensar. La sensación que la tormenta había evocado en su interior, brotó en él de nuevo y corrió tras el rostro de la joven. Ni siquiera fue consciente de que la estaba persiguiendo. Para él era sólo el rostro de una joven. Corrió hacia derecha e izquierda, excitado por los sonidos de las ramas que crujían y preguntó: "¿Dónde estás?" Nadie respondió. Cuando oyó su propia voz, se sintió un tanto incómodo, pero continuó corriendo, mientras pensaba qué iba a decirle y qué diría ella. Estaba llegando a un arbusto grande, donde se había escondido la muchacha. Podía verse una esquina de su falda. ¿Qué le voy a decir?, siguió murmurando mientras corría. Estaba ya muy cerca de la zarza, y luego se volvió bruscamente, siguió corriendo y murmurando, salió de la carretera recorriendo una distancia, se detuvo bruscamente y se echó a reír, se acercó sonriendo en silencio unos pasos, luego se echó a reír en voz alta otra vez y no dejó de reír en todo el camino a lo largo del seto."

Jens Peter Jacobsen
Mogens




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