Dorypha

Los días de fiesta

cuando indios y vaqueros se embriagan

con whisky y con pulque

Dorypha baila

Al ritmo de una guitarra mexicana

Tocando habaneras tan cadenciosas

Que desde lugares distantes llegan

Para admirarla

Ninguna mujer sabe, tan bien como

Ella lo hace, lucir el mantón de Manila

Adornar sus rubios cabellos

Con un listón

Con un peine

Con una flor

Blaise Cendrars


El paisaje carnal

Sobre los caminos del infinito, he aquí lo que decía la voz de aguardiente de un formidable borracho:

-¡Tu fuerte complexión, tus huesos, como los asentamientos fundamentales de un amplio paisaje, cadena granítica, soportes inflexibles sobre los cuales se levantan, ondulaciones de las colinas, tus pechos! ¡Tus dulces pechos, senos soleados por los fuegos de tu boca, prados y praderas que bajan, indolentes, hacia las llanuras de trigo de oro, tu vientre! ¡Tierras fértiles, ancho vientre, retumbando por el  ruido de las segadoras mecánicas y por el  relámpago de las vidas, vastas llanuras donde fulguran las aglomeraciones humanas,-los ríos y las carreteras lo tomaron en su red, como una presa, tu vientre en plena labor, y las caravanas trepan alrededor, ahí se pegan como moscas y absorben esta carroña, ese cementerio de las cosechas! Más allá, en el horizonte, la gran sinuosidad  de la mar sanguínea, donde tus pelos se tiñeron de un oro irrisorio, de un oro que todos mis amores quisieron beber y que les envenenó; porque tu frente es obstinada, y me agoté contemplando tus ojos donde gira, visión ebria, rueda de los suplicios, estrella de locura en el cielo de la maldición, de lo cual eres emblema: ¡la Vida!

            Abracé todo eso. Tuve para beber el mar, el mar de sangre.

¡Sé maldita porque tu cabellera no es de sol!

            Estoy siempre sediento.

Blaise Cendrars
Secuencia




"El universo es una digestión. Vivir es una acción mágica."

Blaise Cendrars



En el vientre de mi madre

 En mi primer hogar

Todo era redondo

Muy a menudo me imagino cómo podría

haber estado…


Mis pies sobre tu corazón, mamá

mis rodillas contra tu hígado

Las manos crispadas en el conducto

Que termina en tu vientre


La espalada torcida como espiral

Las orejas completas los ojos vacíos

Todo encogido tenso

La cabeza casi saliendo de tu cuerpo


Mi cráneo en tu orificio

Yo gozoso de tu salud

Del calor de tu sangre

De los abrazos de papá


Muy a menudo un híbrido fuego

Electrizaba mis tinieblas

Un golpe sobre mi cráneo

me ablandaba

Y era lanzado contra tu corazón


Entonces el gran músculo de tu vagina

se contraía duramente

Yo dolorosamente cedía

Y tú me inundabas con tu sangre


Mi frente todavía está abollada

Por los porrazos de mi padre

¿Por qué permitir que eso suceda

y quedar medio estrangulado?


Si hubiera podido abrir la boca

Te habría mordido

Si hubiera podido hablar

Habría dicho:

 ¡Mierda, no quiero vivir!

Blaise Cendrars




"En lo que tienen en común, es en lo que los hombres más se diferencian."

Blaise Cendrars, cuyo nombre real era Frédéric-Louis Sauser


La parcelación del cielo (fragmento)

"Escribí el capítulo anterior a mi regreso de un viaje a la Amazonia y lo publiqué, junto con otros acompañados de fotos, en el diario Le Jour en 1935. Pero nunca mencioné a mi compañero de viaje, el capitán X..., consejero en la embajada de Brasil en París y el único blanco susceptible de proporcionar un testimonio vivido bajo los efectos del ibadú, puesto que fue levitado después de haber absorbido a la fuerza cierta dosis que su piragüista le hizo ingurgitar al zozobrar la embarcación, en medio como estaban de uno de esos furiosos huracanes que transforman el Amazonas en un mar rabioso y que te caen de repente encima sin previo aviso en medio del tiempo más bello y el cielo más cerúleo. Es el povoroca, devastador huracán que origina sombríos cortes en las selvas vírgenes circunvecinas, abate gigantescos árboles, hace remontar, echar marcha atrás, al río más potente del mundo, levanta columnas de agua que vuelven a caer en trombas giratorias, se desplaza como un ciclón en bruscos saltos y de una energía inaudita. En un guiño de ojo todo está asolado. Los relámpagos fulguran sin discontinuidad. Los truenos se abren paso como tanques. El jadeante cielo queda estriado de nubes amarillas y gruesos nubarrones que se precipitan. Huele a ozono, y el calor que se desprende de todo este revuelo te sofoca y te hace llamear. Chispazos eléctricos crepitan a lo largo de los nervios. La mirada queda estupefacta. La lluvia diluviana que sigue y marca el final del fenómeno es una picadora que va, viene, apiola, aplasta; afilada como la hoja de una hoz, la lluvia siega, siega y hace el vacío por donde se desplaza, empujándole a uno, y te agrieta la piel, te hace sangrar. —¿Y su escolta? —le dije a mi amigo. —Se ahogaron todos. —¿Eran muchos? —Un sargento y seis hombres. —¿Estaban en la piragua? —No, en otras tres embarcaciones, dos hombres en cada una y dos remeros. —¿Y usted? —Yo iba en una pequeña piragua, con José Antonho, el guía de Pau-Queimado, un zambo, con su hijo Firminho, un chaval de quince años. —¿Y? —Entonces José Antonho se lanzó sobre mí, me dio un golpazo con la espátula en medio de la frente, me hizo caer al fondo de la piragua que se estaba hundiendo y, cuando estaba abriendo la boca para gritar, me metió dentro de ella un manojo de hierba que casi me ahoga y. —¡Se puso a volar! —No, Senhor, yo me debatía. Mi última sensación fue una sensación de agua y de frío. Un agua amarga que me corría por la boca, de un amargor que me hacía escupir y tragar, y un frío que me helaba los miembros, me paralizaba. —¿Y después? —Me desperté. Unas mujeres nos estaban haciendo beber un caldo criollo, una mezcla caliente. José Antonho y Firmino estaban acostados a mi lado. Seguían inconscientes. Me encontraba mal, con fiebre... —¿Así que no habían vuelto al campamento? —No, me encontraba en la cabaña de José Antonho, de vuelta a Pau-Queimado, su población de origen, a trescientos quilómetros del campamento. —¿Qué día era? —Era el mismo día. Apenas había transcurrido media hora desde el momento del naufragio, cuando creí que no saldría de aquella... —¿Y la piragua? —En su sitio de siempre. Aunque al consejero de embajada no le gustaba hablar de esta aventura, yo no hacía más que ir a su casa para que me contara. Era un hombre digno de crédito, tranquilo y ponderado. Vivía en Francia desde hacía quince años. Había alquilado la villa de Léon Bloy en Bourg-la-Reine. Sentía una gran admiración por este escritor por cuanto él mismo se pasaba las noches escribiendo novelas, relatos nostálgicos en los que evocaba la vida y el pasado de su país perdido con una sintaxis singularmente complicada y un vocabulario romántico de lo más rico y precioso, pues las noches son largas cuando se sufre de insomnio y accesos de paludismo y con la mente raptada por el Infierno Verde, que así era como llamaba las selvas vírgenes de la Amazonia que tan bien conocía por haberlas explorado y de las que se había salvado por muy poco. Lo que equivale a decir que como hombre de letras era alguien acostumbrado a la introspección, que no se dejaba engañar por las palabras ni estaba dispuesto a dejarse engañar por las sensaciones. Podía confiar plenamente en lo que decía, razón por la cual venía a interrogarle en esa tranquila villa, situada justo en frente del liceo Lakanal en donde yo mismo había sido curado en 1916 después de tantas sensaciones de pesadilla después de la amputación, cuando el espíritu se emplea en seguir, situar, identificar, localizar qué puede ser de la mano cortada que se hace sentir dolorosamente no en el extremo del muñón, ni en el eje radial de la consciencia, sino en aura, en alguna parte fuera del cuerpo; una mano, manos que se multiplican, se desarrollan y se abren en abanico con el raquis de los dedos más o menos aplastado, los nervios ultrasensibles que acaban imprimiendo en la mente la imagen del mismo Siva, ese hombre divinizado. Es pavoroso. De ahí la sonrisa... Permanecimos sentados a la mesa. Tomábamos cafezinhos. Yo fumaba un puro negro que el consejero me había ofrecido. Su señora esposa, durante el relato de la aventura, tocaba madera y rezaba. No le gustaba oír a su marido contando sus aventuras en la selva cuando al capitán x. le asignaron la misión de pacificar con el coronel Cándido Rondón entre los indios Muras en 1921. A su lado, en el salón, la hija menor acompañaba al piano a su hermana, que cantaba con mucho sentimiento la bella canción bahiana: O, meu sabia!
Deus canta..."

Blaise Cendrars
La parcelación del cielo


"Estar aquí o más allá, libre o recluido, lo importante es sentirse a gusto; de exterior que era la vida, se hace interior, pero su intensidad permanece igual. Ya sabes, es curioso a donde va a parar la alegría de vivir a veces."

Blaise Cendrars
Moravagine



"La escritura es una percepción del espíritu. Es un trabajo ingrato que lleva a la soledad."

Blaise Cendrars


"No mojo la pluma en un tintero, sino en la vida."

Blaise Cendrars



Orión

Es mi estrella

Tiene forma de mano

Es mi mano que sube al cielo

Durante toda la guerra yo miraba

A Orión desde una almena

Cuando venían los zepelines para

Bombardear París

Siempre venías desde Orión

Hoy está sobre mi cabeza

Un gran mástil atraviesa la palma

De esa mano que debe sufrir

Como yo sufro con mi mano

Continuamente herida

Por un dardo

Blaise Cendrars



Prosa de Transiberiano y de la pequeña Juana de Francia

Dedicada a los músicos

[Fragmento]

Cuando se viaja habría que cerrar los ojos
Dormir
Hubiera deseado tanto dormir
Reconozco todos los países con los ojos cerrados por su olor
y reconozco todos los trenes por el ruido que hacen
Los trenes de Europa son de cuatro tiempos mientras que los
de Asia son de cinco o siete tiempos
Otros van en sordina son canciones de cuna
Hay algunos que por el ruido monótono de las ruedas
me recuerdan la pesada prosa de Maeterlinck
He descifrado todos los textos confusos de las ruedas y
reunido los elementos dispersos de una violenta belleza
Que poseo
y que me acosa.
Tsitsikar y Jarbín
No voy más lejos
Es la última estación
Me apeé en Jarbín cuando acababan de prender fuego a las
oficinas de la Cruz Roja  

Oh París
Gran hogar cálido con los tizones entrecruzados de tus calles
y tus viejas casas que se inclinan sobre ellas
 y se recalientan Como abuelas
y aquí hay anuncios, rojo verde multicolores como mi pasado en suma amarillo

Amarillo el arrogante color de las novelas de Francia en el extranjero
                                                           
Me gusta frotarme con los ómnibus en marcha en las grandes ciudades
Los de la línea Saint-Germain
-Montmartre me llevan al asalto de la Butte
Los motores mugen como los toros de oro
Las vacas del crepúsculo pastan en el Sagrado Corazón
Oh París
Estación central andén de las voluntades encrucijada de las inquietudes
Unicamente los droguistas aún tienen un poco de luz sobre su puerta

La Compañía Internacional de Wagons-Lits y de los
Grandes Expresos Europeos me envió su prospecto
Es la iglesia más hermosa del mundo
Tengo amigos que me rodean como pretiles
Cuando parto tienen miedo de que no vuelva más
Todas las mujeres que conocí se alzan en los horizontes
Con los gestos lastimosos y las miradas tristes de los semáforos bajo la lluvia

Bella, Inés, Catalina y la madre de mi hijo en Italia
y aquélla, la madre de mi amor en América
Hay gritos de sirena que me parten el alma
Allá lejos en Manchuria un vientre se estremece todavía como en un  parto

Querría
Querría no haber hecho nunca mis viajes
Esta noche me atormenta un gran amor
Y a pesar mío pienso en la pequeña Juana de Francia.
Fue en una noche de tristeza cuando escribí este poema en honor
                                                                     
Juana
La pequeña prostituta
Estoy triste estoy triste
Iré al «Conejo ágil» a recordar mi juventud perdida
y tomar unas copitas
Luego volveré solo
París
Ciudad de la Torre única del gran Patíbulo y de la Rueda

París, 1913

Blaise Cendrars



Retrato

Duerme

Se despierta

Ahora pinta

Agarra una iglesia y pinta con la iglesia

Agarra una vaca y pinta con la vaca

Con una sardina

Con cabezas, manos, cuchillos

Pinta con un nervio de buey

Pinta con las pasiones exageradas de una villa judía

Con la exacerbada sexualidad de la provincia rusa

Para Francia

Sin sensualidad

Pinta con sus piernas

Tiene los ojos en trasero

Y de pronto termina tu retrato

Eres tú, lector

Soy yo

Es él

Es su novia

Es el abarrotero de la esquina

La vaquera

La partera

Hay cubetas con sangre

Donde bañan a los recién nacidos

Cielos de locura

Bocas de la modernidad

La Torre tirabuzón

Las manos

Cristo

Él es Cristo

Pasó su infancia en la Cruz

Todos los días se suicida

De pronto, ya no pinta más

Se despierta

Ahora duerme

Con su corbata se estrangula

Chagall se sorprende de estar vivo

Blaise Cendrars

















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