"A pesar de que me sentía tratado de manera injusta y como un incomprendido total, seguí pasando las páginas. En el margen superior derecho de una de ellas, sobre una fecha de julio de 1977, rezaba sin ningún preámbulo la siguiente frase: «Michael, muerto hace diez años, ayúdame con David». David era mi hermano mayor. Había enloquecido y lo habían encontrado por la ciudad. Más tarde lo trajeron a casa. Se había dado a la bebida. Años atrás había llegado a ser un deportista brillante. Ahora todos creían que viviría en la casa familiar y que trataría de recuperarse durante toda su vida con ayuda de pastillas. En efecto, eso era lo que estaba haciendo, pero además se bebía una gran cantidad de botellas de Guinness y mares de whisky en los antros de la ciudad. Nadie sabía qué hacer respecto de su problema con el alcohol. Michael era mi padre. Había muerto en 1967. Nunca más volví a ver el diario sobre la mesilla de noche, pero aquella frase de mi madre dirigida a mi padre me pesaba demasiado: era demasiado íntima, privada, sincera. Pensé que no debía leerlo nunca más. Siempre es un error leer un diario ajeno."

Colm Toibin
El diario de mi madre 



"En el principio fue la palabra, y un escritor con la palabra puede crearlo todo, cambiarlo todo, puede ser como un sacerdote o un Dios, e incluso crear algo que no existe."

Colm Toibin
El País, 7-12-2013



"La página no es un espejo sino una extensión blanca y vacía. Cuando está llena, ya no es para mí, le corresponde a otros leerla. Yo en ese momento vuelvo a las sombras a las que pertenezco."

Colm Toibin
El Cultural, 14-11-2014



"La voz de su narrador sería serena y objetiva; se desprendería levemente de su tono una especie de bondad, una disposición para apreciar a cada nueva persona y cada nueva experiencia como una recompensa recibida a cambio de su rápida inteligencia y sensibilidad. Buscó un tono de voz que rebosara serena aceptación y resignada competencia, en el que se mezclaron la autoridad con una devoción al deber, con una disciplinada tendencia a extraer lo mejor de las cosas; un individuo que no se quejaría nunca y para quien la estridencia sería uno de los pecados capitales. Quería una voz que todos los lectores aceptaran automáticamente y en la cual confiaran, pero también un estilo literario que recordara al de cincuenta años antes —nuestra heroína era una ávida lectora—, interrumpido intermitentemente por frases sencillas y vividas.
Era una historia que había permanecido en sus cuadernos de apuntes durante más de dos años y que, durante ese espacio de tiempo, le había venido a la mente en momentáneas oleadas de luz; pero nada que se pareciera a una manera de empezar se le había ocurrido hasta ahora, cuando supo que necesitaría una historia así, firme, aterradora y dramática, para su nuevo editor en Collier, algo que fascinara a los lectores y les hiciera desear más. Narraría la historia que le relató el arzobispo de Canterbury acerca de dos niños que vivían en una inmensa casa, donde los había dejado su tutor al cuidado de una institutriz a quien se le había dicho que no se pusiera en contacto con dicho tutor bajo ninguna circunstancia.
Era fácil poner carne sobre estos huesos, configurar un ama de llaves campechana y digna de confianza, hacer a la niña delicada y bonita y al niño tan encantador como misterioso, y convertir la propia casa, la extraña casa vieja, en una aventura para nuestra heroína, la institutriz. No quería dotarla de habilidad para la reflexión o la introspección, quería que el lector la conociera por lo que ella percibía y por lo que no era capaz de ver. Así el lector vería el mundo a través de sus ojos, pero en cierto modo la vería a ella también, a pesar de sus esfuerzos por ocultarse y reprimirse a sí misma de un modo inconsciente.
La casa era un gran espacio vacío y estaba llena de ecos resonantes. Los niños no daban importancia a su abandono, desfilaban ante la institutriz y la afable ama de llaves como navíos desbordantes que no necesitaban nada más que lo que se les suministraba. Todos los sonidos, tanto dentro como fuera, eran sonidos de mal agüero repetidos por un eco que traía malos presagios. Relató lo antes posible el momento en que, al retirarse para irse a dormir, la institutriz oyó el débil, distante lloro de un niño y después, delante de la puerta de su alcoba, el sonido de unos leves pasos."

Colm Toibin
El maestro



"Mitros se quedó en la cocina con el perro, Leandro se fue a los campos y Orestes al saliente del acantilado, donde confiaba en que Leandro se reuniera con él, pues quería averiguar qué planes tenía. Sin embargo, su compañero no acudió.
Contempló el mar y escuchó el estruendo de las olas al romper, hasta que se cansó de esperar y volvió a la casa, donde encontró a Mitros en el suelo con un violento ataque de tos y escupiendo sangre. Salió y llamó a Leandro con un silbido, regresó a la cocina y se puso la cabeza de Mitros sobre el regazo.
Esa noche no se apartaron de la cama de Mitros, que dormía, se despertaba tosiendo y volvía a dormirse. Más tarde le llevaron comida y procuraron que estuviera a gusto, con el perro echado a su lado.
[...]
Permanecieron junto al cadáver hasta que el sol perdió fuerza, momento en que lo trasladaron al lugar donde habían enterrado a la anciana, seguidos con expectación por el perro, que aguzaba las orejas como si captara un ruido a lo lejos. Cuando se disponían a depositar el cuerpo en el hueco que habían abierto al lado de los restos de la anciana, Leandro miró a Orestes y le pidió con los ojos que entonara la canción. Orestes se acercó a la sepultura y se sentó. Empezó a cantar en voz baja las palabras que recordaba, y la bajó aún más hasta que fue apenas un susurro.
Una vez cubierta la tumba, el perro se mostró inquieto. Se quedó un rato con ellos y luego los siguió despacio hasta la casa, indeciso, gruñendo bajito. Se sentó en su lugar habitual de la cocina. Orestes le llevó comida y agua, le acarició la cabeza y le habló con dulzura."

Colm Toibin
La casa de los nombres




"Necesitaba a alguien, necesitaba una serie de circunstancias domésticas, alguien con quien hablar, con quien compartir las comidas, con quien hacer el amor, con quien salir de copas."

Colm Toibin
El sur



"No puedo escribir de algo que no he perdido."

Colm Toibin


"Recordó el silencio en el coche durante la primera media hora del viaje a casa y luego, al cabo de unos días, la gravedad con que Maurice transmitió a Jim las palabras del ministro. Más tarde observó que cuando surgía el tema de la política con otras personas, por ejemplo Catherine y Mark, o la tía Josie, Maurice no repetía lo que le había oído decir al doctor Ryan, ni siquiera aludía a ello. Era información privada que no debía compartirse.
Solo en otra ocasión había visto a Maurice acobardado de aquel modo. En la ciudad tuvo lugar una reunión de un grupo católico laico, presidida por el doctor Sherwood, del Saint Peter’s College, y un teólogo habló de cambios en la Iglesia. A continuación recalcó que el poder de la Iglesia antecedía a todos los demás poderes, incluidos las leyes, la política y los derechos humanos, y tenía precedencia sobre ellos. Para los miembros de la Iglesia, afirmó, esta debía ser lo primero no solo en cuestiones religiosas, sino en todas las cuestiones. Esto no significaba, dijo, que fuera el único poder y que el derecho civil careciera de importancia, pero se trataba del poder fundamental. Al iniciarse el turno de preguntas y comentarios, Nora le dio un ligero codazo a Maurice porque sabía que discrepaba de las palabras del teólogo, igual que ella. Sin embargo, levantarse en público para interpelar a un teólogo era algo que no estaba dispuesto a hacer. Ella no había olvidado la expresión del rostro de Maurice; no solo se sentía perplejo y desarmado, sino también intimidado, como lo había estado en presencia del doctor Ryan en el vestíbulo de la casa de Delgany.
Si bien Jim hablaba con entusiasmo del porvenir de Haughey, Nora sabía que en realidad lo veía con malos ojos, como a la mayoría de los ministros jóvenes. A ella sí le gustaba Haughey, al menos lo que sabía de él; admiraba su ambición y su interés en cambiar las cosas. Le gustó aún más cuando leyó su último discurso de presentación de los presupuestos y vio que mencionaba a las viudas. Una vez más aumentó la pensión, también con efecto retroactivo. Nora pensó que si hubiera sabido que se producirían esas subidas quizá no habría vendido la casa de Cush. En cuanto recibió el último pago retroactivo, decidió ingresarlo en la cuenta bancaria en la que había depositado parte del dinero obtenido con la venta de la casa de Cush, aunque ignoraba qué haría con él."

Colm Toibin
Nora Webster





“Si fuera pintor, dejaría algo en blanco.”

Colm Toibin



"Terminar una novela es casi como poner a un niño a dormir...No se puede hacer de forma abrupta."

Colm Toibin



"Un novelista probablemente podría llevar a cabo una campaña militar con cierto éxito."

Colm Toibin


"Yo parto de ideas. Puedo tener una idea o, no sé, conocer a una persona en determinado momento, y tenerla guardada en la mente durante uno, dos años, sin forzar nada. Y, finalmente, de algún modo, surge. Una idea se transforma misteriosamente en una frase entera. Tengo un amigo, sin embargo, que cada noche pide a Dios no tener ideas antes de las navidades para poder estar tranquilo con su familia (risas). Lo que hay que tener en cuenta es que la inspiración llega una sola vez, después hay que trabajar. Es lo que me ha sucedido con un tema recurrente en mi obra: la inmigración europea. Es un asunto sobre el que se puede escribir un artículo o una novela. Bien, aprendí que si quieres escribir una novela, debes matarte, eliminarte de la ecuación. No eres nadie. El novelista se debe mantener al margen. Sí, está metido en el mundo que inventa, narra desde su punto de vista, pero, como autor, no existe en la historia. Yo recurro a la tercera persona, todo lo que sucede en la novela pasa antes por mis ojos, por mi sensibilidad, por mi memoria… pero como autor no soy nadie. La página en blanco no es un espejo en el que mirarse."

Colm Toibin
















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