"Doña Luisa. ¡Aguarda...! De ese modo pasé sin ningún riesgo por medio de los puestos enemigos hasta la Carolina, ocupada entonces por un escuadrón de lanceros... Era la víspera de San Fernando y yo me hospedaba en la mejor posada. El posadero me tuvo por una gran señora francesa; se apresuró a darme una buena cena, el mejor cuarto de su casa, y una excelente cama, en la que no tardé en dormirme profundamente: al cabo de algunas horas, y en medio de la noche, fui despertada por un gran ruido... gritos...
Gabriela. Horrorosos...
Doña Luisa. No. Gritos de alegría... por el sonido de vasos... y por voces que cantaban confusamente... en español. A lo que parece los españoles del general Murillo habían obligado a desalojar a los lanceros, y se habían apoderado de su cena que estaba prevenida.
Gabriela. Pues aún no es muy grande el mal...
Doña Luisa. Déjame acabar...! El comedor daba debajo de mi cuarto... yo oía su conversación... estaban furiosos contra los franceses... y animados por el malvasía y otros vinos que bebían como agua, se excitaban unos a otros a la venganza... cuando el bruto del posadero entró en la habitación a decirles: "Silencio por Dios, señores, aquí arriba hay una Generala francesa que van ustedes a despertar con ese estrépito." Al oír esta palabra dieron una carcajada general... y en medio del tumulto oí gritar a uno de los convidados: "En eso nadie tiene que ver más que yo... represalias, amigos, represalias."

Eugène Scribe
Soltera, viuda y casada



"AMELIA:
Marcelo, he leído en tu corazón el dulce secreto…
ni una palabra, ni un suspiro nunca traicionaron
tu gentil rostro. ¡Pero tú me amas!
¿Qué es lo que he dicho? ¿Por qué
al pronunciar ese nombre
cada fibra de mi corazón se sobresalta?
Sombra paterna, perdóname
si una nueva ansia oprime mi corazón…
¡Si tiene otra espina mi corona,
si invoca el cielo un nuevo dolor!
¡Piedad, oh padre! Es puro, es santo
el ardor que oprime mi pecho…
Él hace brotar tan amargo llanto
piedad para él, ¡él debe morir!
¡Mas no!... ¡Es demasiado grande la angustia
ni tú puedes negarme tal merced!
¡Oh padre, él aborrece al tirano
y juró vengar tu muerte!
Cuando para nosotros, de tu culto devoto
afronta, ay infeliz, el gran martirio,
¡ah! no es fallar alzar al cielo un voto…
Oh padre, recemos… Él debe morir."

Eugène Scribe
El Duque de Alba




"La calumnia está en todas partes; el calumniador no está en ninguna."

Augustin Eugène Scribe



"La marquesa. (Dentro) Una escalera de troncos para subir... qué horror!
Guillermo. (Al foro) Agarrarse al pasamano... es una cuerda de pozo.
La marquesa. Cerrad los ojos, Almanzor. (Apareciendo y mirando.) Y esto es un molino! Bonita cosa por cierto! Yo que había creído encontrarme zagalas con medias de seda y molineras con zapatos de color de rosa... (Hablando hacia el foro.) No subáis, Almanzor! Es mi negro.
Guillermo. (De pronto) ¡Ah! sí, que no suba... el pobre muchacho podría emporcarse con la harina. (Tropezando con todos los muebles para buscar un asiento.) Señora marquesa... !
La marquesa. Puf...
Guillermo. (Aparte.) Qué dos luceros...! mas brillan que las hebillas de los zapatos del señor cura !
La marquesa. Marquesa. (Oliendo un pomito y sentándose a la izquierda.) Y la molinera, no está?
Guillermo. (Turbado y embrollándose.) No, no, señora marquesa... ha ido a la feria de Gonesse... a vender nuestro borriquillo que tenía muermo... y es una lástima, porque era el animalejo más bien hecho...! mejorando lo presente, pero si ella hubiese sabido que vos... vaya, vaya... os hubiese dado la preferencia. Y si no está ella... aquí estoy yo... Guillermo el Dormilón... sobrino del molino."

Eugène Scribe
La molinera




"Y la multitud repetía todas aquellas palabras, y
Arturo las oía... Las jóvenes, al ver el aire modesto de Judit, le perdonaban el que fuese tan bonita, mientras que contemplando los jóvenes con ojos envidiosos a Arturo, se decían: «¡qué feliz es!».
Por la primera vez entonces miró el conde a Judit como merecía ser mirada. Y se llenó de admiración al encontrarla tan hermosa. El paseo, el aire libre, y sobre todo la felicidad de oír los elogios que de su hermosura hacían las gentes, habían animado sus mejillas con un brillo nuevo y dado a sus ojos una expresión y un encanto indefinibles; además, tenía diez y seis años, amaba, le parecía que era amada... ¡qué más razones para estar bonita! Y, en efecto, el triunfo de Judit fue completo, inmenso. La multitud no la abandonó hasta que subió al coche. Al observar entonces que Arturo fijaba en ella una mirada llena de ternura, todos sus triunfos se desvanecieron delante de este último; olvidó los elogios de la multitud y entró en su casa diciendo:
-¡Qué feliz soy!
Al siguiente día, en cuanto se levantó Judit, recibió dos cartas. La primera era del barón de Blangy, que, mucho más rico que Arturo, le ofrecía su amor y su fortuna. Judit no tuvo ni aun remota intención de enseñar esta carta a su tía o a Arturo. Creía que en quemarla no hacia el menor sacrificio.
La segunda carta tenía otra firma, que Judit leyó dos veces, no pudiendo creer a sus ojos. Sin embargo, no le era permitido dudar, estaba firmada por el obispo de ***, y concebida en estos términos:
Señorita:
Os habéis presentado públicamente ayer en las Tullerías con mi sobrino el conde Arturo y colmado de esta suerte la medida de un escándalo cuyas consecuencias son incalculables.
Aunque por la impiedad de los hombres, Dios ha permitido que todo esté trastornado, tenemos los medios de castigar vuestra audacia. Os declaro, pues, señorita, que si no ponéis fin a semejante escándalo, ejerzo bastante influencia sobre el Gobierno para expulsaros del teatro. Si, por el contrario, abandonáis inmediatamente a mi sobrino, os ofrecemos, porque el fin santifica los medios, dos mil luises y la absolución de vuestras faltas, etc. etc."

Eugène Scribe
Judit o el palco de la ópera
















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