"Con ocasión de una batahola y de un ilimitado rumor confuso, que se sustentan y sacan su valor y desmesura de ellos mismos, se considera que la acción de las máscaras revigoriza, rejuvenece, resucita a la vez la naturaleza y la sociedad. La irrupción de estos fantasmas es la de las potencias que el hombre teme y sobre las que no se siente con poder. Encarna entonces, temporalmente, las potencias espantosas; las imita, se identifica con ellas, y pronto enajenado, presa del delirio, se cree verdaderamente el dios de quien primeramente se ha esforzado en tomar la apariencia por medio de un disfraz sabio y pueril. La situación da vuelta: él es quien hace miedo, él es la terrible potencia e inhumana. Le ha bastado con colocarse una máscara que él mismo ha fabricado, ponerse el traje que ha cosido a la supuesta semejanza del ser de su reverencia y temor, producir el inconcebible ruido con la ayuda del instrumento secreto, el rombo, del que ha aprendido, pero sólo después de su iniciación, la existencia, el aspecto, el manejo y la función. Sólo lo ve como inofensivo, familiar, completamente humano, cuando lo tiene entre sus manos y se sirve de él a su vez para espantar. He aquí pues una victoria del fingimiento: la simulación acaba en una posesión, que nada tiene de simulada. Después del delirio y el frenesí que provoca, el actor emerge de nuevo a la consciencia en un estado de embriaguez y agotamiento que sólo le deja un recuerdo confuso, deslumbrado por lo que ha sucedido en él, sin él."

Roger Caillois
Teoría de los juegos


"En relación con lo sagrado, lo profano sólo representa caracteres negativos: en comparación parece tan pobre y desprovisto de existencia como la nada frente al ser. Pero, según la feliz expresión de R. Hertz, es una nada activa, que envilece, degrada y arruina la plenitud respecto a la cual se define. Por lo tanto, conviene que un cerco absoluto aísle de modo perfecto lo sagrado de lo profano; todo contacto es fatal para entrambos. "Los dos géneros, escribe Durkheim, no pueden acercarse y conservar al mismo tiempo su naturaleza propia". Por otra parte, los dos son necesarios para el desarrollo de la vida: el uno como medio en que ésta se desenvuelve, el otro como fuente inagotable que la crea, la mantiene y la renueva.
En efecto, de lo sagrado espera el creyente todo el socorro y todo el éxito. El respeto que le muestra está hecho de terror y de confianza. Las calamidades que lo amenazan, y de las cuales es víctima, la prosperidad que desea o que le cae en suerte, se relacionan según él con un principio que trata de aplacar o de constreñir. Poco importa la forma que preste a este supremo origen de la gracia o de las penalidades: dios universal y omnipotente de las religiones monoteístas, divinidades protectoras de las ciudades, almas de los muertos, fuerza difusa e indeterminada que da a cada objeto su excelencia en su función, que acelera la canoa, aguza las armas y hace nutritivo el alimento. Por muy perfecta o primitiva que se la imagine, la religión implica siempre el reconocimiento de esta fuerza con la que el hombre debe contar. Todo lo que él juzga puede ser su receptáculo, le parece sagrado, temible y precioso. Y todo lo que no lo es, se le antoja, por el contrario, inofensivo, pero también impotente y desprovisto de atracción. Sólo se puede desdeñar lo profano, mientras que lo sagrado dispone para atraer de una especie de fascinación. Constituye a la vez la tentación suprema y el más grande de los peligros. Terrible, impone la prudencia; deseable, invita al mismo tiempo a la audacia.
En su forma primitiva, lo sagrado representa ante todo una energía peligrosa, incomprensible, difícilmente manejable, eminentemente eficaz. Todo el problema consiste en captarla y utilizarla a favor de los propios intereses, protegiéndose de los riesgos inherentes al empleo de una fuerza tan difícil de domar. Cuanto más importante es el fin que se persigue, más necesaria es su intervención y más peligrosa su puesta en marcha. No se la domestica; no se diluye ni se fracciona. Es indivisible y está siempre entera allí donde se halla; en cada parcela de la hostia consagrada se halla presente en toda su integridad la divinidad de Cristo, y el más pequeño fragmento de una reliquia no posee menos poder que la reliquia intacta. Que el profano se guarde de apropiarse esta fuerza sin precaución: el impío que acerca su mano al tabernáculo la ve desecarse y convertirse en polvo; un organismo no preparado no puede soportar semejante transmisión de energía. El cuerpo del sacrílego se hincha, sus articulaciones se endurecen, se retuercen, se quiebran; su carne se descompone, y muere pronto extenuado o entre convulsiones."

Roger Caillois
El hombre y lo sagrado


"No hay esfuerzos inútiles. Sísifo desarrollaba sus músculos."

Roger Caillois


“Se presentan como poemas tantas obras en las que es difícil encontrar otra cosa que los fraudes más inadmisibles, tanto sentimentales como artísticos o intelectuales, que es imposible que un juicio severo no considere a la poesía como el derecho dado a cualquiera para decir cualquier cosa, sin garantía y sin obligación de rendir cuentas.”

Roger Caillois


"Según Weismann, cuando el Smerinthus ocellata, que, estando en reposo, esconde sus alas inferiores, como todos los esfíngidos, se siente en peligro, las pone bruscamente de manifiesto, mostrando los grandes "ojos" azules sobre fondo rojo, que espantan súbitamente al agresor. Este gesto va acompañado de una especie de trance. En reposo, el animal semeja una hoja lanceolada seca. Si se le alarma, se aferra a un sostén, despliega sus antenas, abomba el tórax, encoge la cabeza entre los hombros, exagera el volumen de su abdomen, mientras todo su cuerpo vibra y se estremece. Pasado el acceso, vuelve lentamente a la inmovilidad. Los experimentos de Standfuss han demostrado la eficacia del procedimiento; el paro, el petirrojo, el ruiseñor común, se asustan con ello, pero no el ruiseñor gris. La mariposa, desplegadas las alas, semeja en efecto la cabeza de un enorme pájaro de presa. El ejemplo más claro de este género es, seguramente, el de la mariposa Caligo de las selvas del Brasil, que Vignon describe así: "Se ve una mancha brillante rodeada de un círculo palpebral; luego, unas hileras circulares e imbricadas de plumitas radiales de color matizado en gradación, imitando a la perfección el plumaje de la lechuza, mientras el cuerpo de la mariposa corresponde al pico de la misma ave. La semejanza es tan sorprendente que los indígenas del Brasil la clavan a la puerta de sus granjas, en lugar y sustitución del animal al que miman. Algunos pájaros, normalmente asustados por las ocelas del Caligo, lo devoran sin vacilar, si se recorta de las alas dichas ocelas.
No cabe la menor duda de que, en los casos precedentes, el antropomorfismo desempeña un papel decisivo: la semejanza no está sino en los ojos del que la percibe. El hecho objetivo es la fascinación, como lo demuestra sobre todo el Smerinthus ocellata, cuya apariencia no tiene, a decir verdad, nada de espantable. Sólo las manchas oculiformes desempeñan un papel; el proceder de los indígenas del Brasil no hace sino confirmar esta proposición: los "ojos" del Caligo deben sin duda relacionarse con el oculus invidiosus apotropaico, el mal de ojo capaz de proteger lo mismo que de dañar, si se le utiliza contra las fuerzas malignas, a las cuales, como órgano fascinador por excelencia, pertenece naturalmente. Aquí el argumento antropomórfico no vale, pues en todo el reino animal los ojos son el vehículo de la fascinación. La objeción es, por el contrario, concluyente contra la afirmación tendenciosa de semejanza; sin contar con que, aun desde el punto de vista humano, ninguna en este grupo de hechos es absolutamente terminante."

Roger Caillois
El mito y el hombre















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