"Debemos deplorar nuestras vanidades considerándolas como sacrílegas y castigar nuestra ignorancia y nuestros descuidos con la mayor severidad."

Jean-Joseph Surin 
Tomada del libro de Aldous Huxley Los demonios de Loudun, página 324


"Desde mi última carta he caído en un estado que jamás hubiera previsto; pero, desde luego, en perfecta consonancia con los designios de la Providencia de Dios con respecto a mi alma... Me hallo empeñado en una contienda con cuatro de los más perversos demonios del infierno... El campo de batalla de menor importancia es el del exorcismo, pues mis enemigos se hacen conocer en secreto, noche y día, en mil aspectos diferentes... Desde hace tres meses y medio no he estado ni un momento sin un demonio en servicio. Las cosas sobrevienen, unas tras otras, a tales pasos que —por mis pecados, según me parece— Dios ha permitido que los demonios se salgan del cuerpo de la persona poseída para entrar en el mío, arrojarme al suelo, atormentarme hasta el límite de mis fuerzas y ponerme, durante varias horas, como si yo fuese un endemoniado...


Encuentro casi imposible explicar lo que me aconteció durante todo este tiempo, como este espíritu ajeno está unido al mío, sin privarme de conciencia o del libre albedrío y, constituyendo un segundo «yo», como si tuviese dos almas, una de las cuales está desposeída de mi cuerpo y del uso de sus órganos y vigila a la otra, que es la intrusa y hace lo que le da la gana. Esos dos espíritus combaten dentro de los límites de un campo, que es el cuerpo. La verdadera alma se halla como dividida, siendo una de sus partes el sujeto de las impresiones diabólicas y, la otra, la de los sentimientos propios de ella o de los inspirados por Dios. A la vez que siento una paz muy grande, como si me hallara sumido en grata complacencia de Dios, por otra parte (y sin saber cómo) siento una irreprimible rabia y una aversión expresada en frenéticos forcejeos (que asombrarían a los que los contemplasen) para separarme de Dios. Al propio tiempo, experimento una gran alegría y un gran deleite, y una miseria que se desahoga con gemidos y lamentos semejantes a los de los condenados. Siento el estado de condenación y lo comprendo. Siento como si hubiese sido punzado por las agujas de la desesperación en lo más hondo de esa alma ajena que parece ser mía. Y mientras tanto, la otra alma vive en una confianza completa sin dar importancia alguna a todos esos sentimientos y renegando del ser de quien procede. Y hasta siento que los gritos que salen de mi boca surgen de las dos almas a la vez y no sé cómo determinar si son manifestación de alegría o de frenesí. Los estremecimientos que me acometen cuando me aplican una sagrada reliquia a una parte cualquiera del cuerpo, son causados simultáneamente (así me parece a mí) por el horror de su proximidad, que yo encuentro insufrible, y por una sincera consideración... Cuando, bajo el impulso de una de estas dos almas trato de hacer la señal de la cruz sobre mi boca, la otra alma me retiene la mano o me coge el dedo, lo mete entre los dientes y me lo muerde con toda su furia. Entiendo que la oración mental nunca se practica con más facilidad ni con mayor tranquilidad que en medio de estas agitaciones, mientras el cuerpo rueda por el suelo y los ministros de la Iglesia se dirigen a mí y me hablan como si yo fuese un demonio y abrumándome de maldiciones. No puedo describirte la alegría que siento al encontrarme así, convertido en un demonio, no por rebelión contra Dios, sino por la calamidad que lisa y llanamente simboliza el estado al que me ha reducido el pecado...» «Cuando los otros endemoniados me ven en tal estado tengo una gran alegría al ver cómo se exaltan y vociferan haciéndome burla: "Oye, físico, ¡a ver si te curas tú mismo! ¡Es hora de subir al púlpito! ¡Qué gran espectáculo el verte predicando!" ¡Qué gran favor éste de conocer por experiencia el estado del que Jesucristo me ha sacado; darse cuenta de la grandeza de su redención, no por referencia, sino por el propio sentimiento de un estado del que hemos sido redimidos...!» «He aquí cómo me encuentro ahora. He llegado a convertirme en un sujeto de disputa. ¿Es esto verdadera posesión? ¿Puede ser que un ministro de la Iglesia llegue a verse afectado por tales perturbaciones? Alguien ha llegado a decir que todo esto que me sucede no es más que un castigo de Dios, una penitencia por algún devaneo. Otros dicen algo más. En cuanto a mí mismo... mantengo mi paz y no tengo ningún deseo de cambiar mi destino estando, como estoy, firmemente convencido de que no hay nada mejor que hallarse reducido a la mayor pobreza..."


Jean-Joseph Surin 
Carta que escribió a su amigo y cofrade el jesuita padre d'Attichy
Tomada del libro de Aldous Huxley Los demonios de Loudun, página 338


"Es uno de los recursos de que echa mano Dios, en lo que a la gracia se refiere, el de permitir al demonio que posea o que obsesione a las almas que desea El elevar a un alto grado de santidad."

Jean-Joseph Surin 
Carta que escribió a su amigo y cofrade el jesuita padre d'Attichy
Tomada del libro de Aldous Huxley Los demonios de Loudun, página 340



"Ese natural sentido común sobre el cual se asienta nuestra fe nos fortifica tan fuertemente con respecto a las cosas de la otra vida que, tan pronto como un hombre asegura que está condenado, los demás se valen de esa idea para manejarle, como si se tratase de una manifestación de locura."

Jean-Joseph Surin 
Tomada del libro de Aldous Huxley Los demonios de Loudun, página 415


"Los consuelos y los deleites de la oración  van de la mano de la mortificación corporal.» En otro párrafo leemos: «Los cuerpos no sometidos a castigo difícilmente reciben la visita de los ángeles. Para ser amado y acariciado por Dios, tiene uno que sufrir mucho interiormente, o bien ha de fustigar su propio cuerpo."

Jean-Joseph Surin 
En una de sus cartas
Tomada del libro de Aldous Huxley Los demonios de Loudun, página 112



"Me dicen que hay pescadores de perlas que se valen de un tubo que va del fondo del mar a la superficie y en ella se mantiene a flote por medio de unos corchos, y que respiran gracias a ese conducto y allí en el fondo se mantienen mucho tiempo. No sé si esto es verdad, pero en todo caso, expresa perfectamente lo que tengo que decir y es que el alma dispone de un conducto que va hasta el cielo, un álveo —dice Santa Catalina de Génova— que nos lleva hasta el mismo corazón de Dios. Por medio de él transpira ella sabiduría y amor, y queda sustentada. Mientras el alma se halla en esa situación, a la pesca de perlas, en esta hondura de la tierra, conversa con otras almas, predica, lleva adelante el negocio de Dios y alcanza vida eterna y consuelo que puede ir absorbiendo por el conducto que la liga con el cielo permanentemente... En tales circunstancias el alma es a la vez feliz y desdichada. Y hasta pienso que es realmente feliz... pues sin visiones ni éxtasis ni suspensión del sentido, en medio de las cotidianas miserias de la vida terrenal, en la flaqueza y en la impotencia que de mil modos nos coarta, Nuestro Señor nos concede algo que sobrepasa toda comprensión y toda medida... Este algo es cierta herida de amor que, sin efecto extrínseco visible, penetra el alma y la mantiene en ansia permanente de Dios."

Jean-Joseph Surin 

escribe dos años antes de su muerte
Tomada del libro de Aldous Huxley Los demonios de Loudun, página 441



“Soy dueño de muy pocos actos: cuando yo quiero hablar, se me niegan las palabras; en las misas me quedo detenido de súbito; en la mesa no puedo llevar bocado a la boca; en la confesión olvido de pronto todos mis pecados, y siento al Diablo ir y venir por mi casa como si estuviera en la suya. En cuanto me despierto ya está aquí; en la oración trastueca mis pensamientos como le place; cuando el corazón comienza a dilatarse lo llena de rabia; él me duerme cuando yo quiero estar en vela, y, públicamente, por la boca de las poseídas se vanagloria de que él es mi maestro a quien yo no puedo contradecir en nada.”

Jean-Joseph Surin 
Testimonio del mismo padre Surin, en una carta escrita por él al padre D^Attichy, jesuita de Rennes, el dia 3 de mayo de 1635

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