“Andalucía, joya de belleza infinita, de prodigiosa riqueza natural, orgullo legitimo del mundo y encanto de España.”

Eugenio Noel


“El español confía en Dios por instinto y por pereza. Dios es, según su imaginación, un buen señor que no tiene otra cosa en qué ocuparse que en ayudar a los españoles.”

Eugenio Noel



“El guapo que vive de la mechera, el chulo que mata a su querida el granuja que exige que se le ame a la fuerza, el acaparador, el que explota, el usurero, el gañan ensoberbecido, el político sin cultura, el señorito chulo; así hasta despedirse con la frase: “Y sobre este zócalo invisible, como sobre el brillo de lo pintoresco, una raza muy grande ha edificado un templo, y en su cella un ara a la diosa de la inconsciencia.”

Eugenio Noel



“El ombligo de España no es el Cerro de los Ángeles, es la Plaza de Toros de Madrid.”

Eugenio Noel



“El pueblo andaluz es un pueblo macerado e irredento. Primera materia admirable de pueblo, pronto a la asimilación, heredero de ilustraciones y civilizaciones que influyeron en el universo, ha dejado hacer al clima y al cacique, y hoy es víctima de los dos. Lo sabe, y se defiende con la ironía, que el sol dora con el resplandor fugitivo de la gracia. Al latifundio no opone una sublevación de campesinos: se contenta quemando la paja de una era, algunas avanzadas de cereales o parcelas de montes.
Al cacique no sabe vencerle sino con su torero. Pocos han pensado que la raíz más fuerte de la idolatría taurómaca en el pueblo andaluz no es valor o la elegancia o la destreza, sino la visión deslumbradora de un pobre hijo de sus entrañas, ayer golfillo, polvo, nada, que con su voluntad y por solo su esfuerzo se eleva con increíble rapidez nada menos que a tirano de ese cacique, a igual, casándose con sus hijas, paseando en sus coches, comprándole sus cortijos, en cuyos umbrales, y como un perro, durmió cuando el duro aprendizaje de las capeas, venciéndole en su terreno, de poder a poder. Se satisface con poco. El sol le da una vida falsa, luz, colores, alcohol, gazpacho; su imaginación suple lo demás. No conoce el valor del claroscuro, el término medio, las tintas que dan relieve o difuminan. Vive de sobresaltos, de primeras impresiones, de corazonadas, de arrebatos devoradores, que terminan en súplicas cobardes y lastimeras.”

Eugenio Noel
Señoritos chulos, fenómenos, gitanos y flamencos


"El rey sabio —y no hay que decir quién, porque han existido tan pocos, que con decir así ya saben todos que fue don Alfonso el Décimo— advertía a los jueces que se guardasen del testimonio de las mujeres que comercian con su cuerpo. Pero la Martina nunca llegó a ese extremo, que sepamos, y hay que creerla. En primer lugar, porque nada le agrada a uno más que le den la razón, que cuando se la dan a uno no teniéndola.
Bizantinismos a un lado. Cuando las Cucas salían a la puerta, desecada ya la poza y bien rellenada, y se sentaban, en la poyata que sombreaba la parra del Cuco, las siete, éstas en el poyo, las otras en sillas terreras, que no sabemos por qué gustó siempre a la mujer pueblerina la silleta casi o cuasi escabel y aun sospechamos sin mucho ahincamiento sea de costumbre moruna, aunque más bien nos inclinamos a creer que, como la mujer es tan apegada a la tierra, le cuesta mucho despegarse de ella, el cuadro que las siete componían parecía de pega.
¿Por qué le sorprenderá a uno todo lo que es verdaderamente bello? ¿Por qué lo bello no es lo común, lo cotidiano? Muy sabrosas y tiernas ideas supo sobre el tema dar cierto filósofo llamado Santayana, uno de los más eminentes filósofos contemporáneos, al que le ocurrió la peor tragedia que le puede ocurrir a un sabio, y es nacer en Madrid. De pasmado que se quedó ha escrito sus obras en inglés y todos los madrileños que conozcan inglés, pero nada de inglés gibraltareño, sino uno digno de Bridges y Lowes Dikinson y Conrad y Moore y Hardy, pueden relamerse con su The Sense of Beauty. Los no anglicanizados pueden esperar sentados… como las Cucas. No hay más delicioso y patriótico suceso que leer a un compatriota traducido al idioma nativo; es para morirse… de risa. La verdad es cruel, dice ese madrileño-inglés, pero hace libres a los que la aman; dispensadme. Así como así, el padre de este genial pensador fue abulense y casi paisano de mis seis hermosas hijas del ahorcado, del reino de la asolación altiva, que escribe el escaldado gato.
Aprovechando como siempre lo de otros me viene al pelo eso de asolación altiva para calificar el estado de alma de las Cucas bajo el trágico emparrado. Altivamente desoladas, justo. Pero muy hermosas en su desesperación asordada.
La parra del Cuco era el único arbusto, fuera de los álamos negros del lavadero, que crecía en el pueblo libre de las injurias de los chicos y de esa indiferencia, cruel y no analizada aún, del castellano por los árboles. Plantola el Cuco y si en vida logró que respetaran los racimos espléndidos, después de ahorcado lo consiguió con tan definitivo resultado, que sería cosa de recomendar a los agricultores algo parecido aunque menos oneroso para que defendieran sus predios, árboles y sembrados.
Las uvas del ahorcado… Qué bonito título para un cuento o chisme de color local o cromo a todo color. Bien se prestaban a lucimientos literarios aquellos enormes racimos de uvas colgantes entre las lobuladas hojas más bellas de las hojas, las únicas que merecieron servir a nuestros primeros padres de pudendum, primer traje venerable de Eva y, según parece por la poca ropa que la de nuestros días lleva encima, último traje también, Dios Nuestro Señor lo quiera.
¿Existirá fruto más bello que un racimo de uvas, silueta más adorable? ¿Qué valen en su comparanza todas las pulpas o carnosidades que rodean las bayas, pepitas, güitos y drupas o fosaifesan los aquenios? ¿Qué las cabezuelas, majuelas, cerezas o carpelos de todas las umbelas o corimbos de todos los frutos de la tierra? Quien sabía de esto un rato largo era el Arcipreste, del que tenemos que anotar que nunca llamó a la casa del Cuco casa de la poza, sino casa de las uvas. Inéditos sus escritos nada podemos adelantar; pero cuán de vuelo serían sus apreciaciones, sabiendo como sabía que las uvas fueron siempre la imagen preferida por el Espíritu Santo y las Sagradas Letras, y a excepción de unas gotillas de sangre —cuya autenticidad Nuestra Madre la Iglesia anda remolona en firmar— de Nuestro Señor Jesús, si vemos sangre del Salvador, por el vino es y no en otro zumo tropical o euroasiático… La vid, siempre la vid… ¿No ha sido Salomón el hombre que ha tenido, no sólo mil mujeres, sin que le produjera el jaleo leucomielitis posterior crónica, sino la más deliciosa imaginación que hombre alguno? Pues la vid es su imagen terminal, estructural, eje de sus encantadoras analogías."

Eugenio Noel
Las siete cucas



"El río de las Amazonas…, Nuestra Señora de la Mar Dulce…, es en el propio Brasil uno de tantos mundos aparte como el Brasil contiene; ni poco ni mucho más conocido que los otros, pero probablemente el sitio más singular de la Tierra en la actualidad. Sin esa misteriosa fuerza de cooperación que, más feliz y eficaz que nuestro colonismo salvacional y redentorista, fija las líneas de fuerza más extraordinariamente apartadas y diversas, la Amazonia sería una República americana más. Por hoy los dos millones de kilómetros cuadrados del área de su «bacia» son ni más ni menos que una reserva para la humanidad futura. El hombre es todavía aquí tan intruso como en los días de nuestro Pinzón, y lo será durante muchos siglos; y la Silva hórrida, de Martíns; la Silva mirabilis, de Euclydes de Cunha; el Infierno verde, de Alberto Angel; la Terra Immatura, de Alfredo Ladislau; como la Hyloe que Humboldt miraba con espanto casi religioso, o el Rio Orellana, cuyo descubrimiento relatara nuestro fray Gaspar Carvajal, no son otra cosa que una promesa. El que por ella se aventura aprende pronto esto, y su admiración se toma en el horror que experimentara Wallace. Un río, el más grande de los ríos del mundo; un río vivo, un río trabajador, de esos que el viejo geógrafo Morris Davis dotaba de ciclo vital, absorbe en su thayweg, en su lecho, las doce vertientes de la Amazonia, los doce prodigiosos ríos de la cuenca más vasta de la Tierra, y arrastrándose desde los Andes durante un curso de cinco mil quinientos kilómetros, forma seis mil islas, mil trescientos ochenta lagos, millares de millares de igapós e igarapés, brazos y arterias infinitos hasta sepultar en el Atlántico, por una boca de trescientos veintiocho kilómetros, diecisiete millones de toneladas de lodo. Los que hemos recorrido la mayor parte de su línea central de agua, desde la barra de separación, en el mar azul, de la corriente turbia de este «Ecuador que anda», hasta Para, de aquí hasta Manaos, luego hasta Iquitos, sabemos de la belleza de era primaria, del asombro de época geológica que inspira… ¿No es su erosión actual, su trabajo de desgaste y abatimiento, prolongación de la labor iniciada en los tiempos terciarios sobre el sistema andino? Página del Génesis, visión paleozoica, florestas carboníferas que todavía conservan su fauna, los monstruos primitivos, «serpientes cavillosas» y «cocodrilos aborrecidos», de dieciocho metros de largo. Belleza sin par la de estas selvas sin día, al abrirse cerca del agua en boscaje de palmas de abacabeiras, follajes, enramadas y espesuras de patoas, acahys, paxiubas, dejando ver en sus estuarios y lagos el triunfo de sus andinos. Por cierto que estando nosotros en Cuenca, en el corazón de los Andes ecuatorianos, vimos por el camino del Naranjal las lagunas de Cajas; allí nace el Tomebamba, verdadera fuente del Amazonas, al parecer. ¿No es una de las aventuras que ha de correr la expedición de Iglesias el encontrar esas fuentes? Las más recientes averiguaciones del geógrafo Squires y del comandante Besley, expedición especialmente conducida para despejar el misterio del nacimiento del río, dieron por resultado trasladar esas fuentes desde Lauricocha, en el departamento de Tarma, a la región andina de La Raya, en el Perú, en el Vilconota. Pero ello, como toda la hidrografía amazónica, continúa siendo una página casi intacta de historia natural y de cartografía. En nuestros viajes nos decían que las mejores proyecciones cartográficas de la inmensa Amazonia eran las del barón Homem de Mello. Ellas y las de la Sociedad Americana de Geografía, bajo la dirección de Josiah Bowman; pero como no las vemos citadas en las conferencias de nuestro capitán, sin duda que se anticuaron. Nada extraño al margen de ese río, nuevo siempre, siempre diferente, río sin orillas, pues si en la garganta de Obidos se estrecha hasta tener entre las riberas una sola milla de distancia, se ensancha hasta cuarenta en Villa Franca; río trabajador si los hay hasta impresionar fuertemente el ánimo."

Eugenio Noel
América bajo la lupa


"El verdadero valor no es hablar, sino hacer."

Eugenio Noel, seudónimo de Eugenio Muñoz Díaz



"Las calles no existen. Es verdad que hay sitios estrechos, tortuosos y largos por donde se va al campo, pero calles no hay. ¿Y para qué? Son bocas de calles. Son calles que quieren existir, pero las casas no las dejan."



Eugenio Noel
describiendo el pueblo segoviano de Sepúlveda


“No es la ignorancia el mal. Es el atavismo, el fatalismo, la credulidad, son cera; almas blancas, en las que todo género de huellas queda impreso, menos lo grande y lo noble.”

Eugenio Noel



“Oriente enervado, pueblo gigante de las mujeres a nada comparable y de héroes sublimes, envidia de Cartago, despensa de Roma, cantada por los rapsodas de Grecia, legitima eterna en los ojos musulmanes, visitada por todas las razas del universo-”

Eugenio Noel



"Paseando una noche, dos al verme dicen: 'Ese sí que es el mejor escritor de España' y gritan a continuación ¡Viva Noel! Sigo sin dinero y enfermo, rumiando: si Belmonte toreó 72 corridas en 1914 y Joselito 75, a 6.500 ptas., cuando no eran 7.000, una sencilla operación dará 870.000 ptas. A mí ese mismo año, un intelectual, me dieron por mi libro 'Las capeas', incluyendo en el contrato una portada que le pedí a don Daniel Zuloaga (novillero en su mocedad), 250 ptas. ¡Y soy el mejor escritor de España!"

Eugenio Noel




“¿Qué hallará esta gente en esa cara [la de un toro] que lejos de conmoverse con su visión se crece más en la barbarie?” 

Eugenio Noel






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