El amor y la muerte

Mirad ustedes pasar estas parejas efímeras

En los brazos el uno del otro

abrazadas un momento

Todas, antes de mezclar para siempre sus cenizas

hacen el mismo juramento:

Siempre! Una palabra intrépida

que los cielos que envejecen

Con estupor oyen pronunciar

Y que se atreven a repetir de los labios

que palidecen y se helarán.

¿Vosotros que vivís así poco

por qué esta promesa

que un ímpetu de esperanza arranca

a vuestro corazón?

Vano desafío que a la nada echáis

en la ebriedad de un instante de felicidad.

Amantes, acerca de vosotros una voz firme

grita a todo lo que nace: Ama y muere aquí.

La muerte es implacable y el cielo insensible:

no huiréis.

Y bien, ya que le ocurre sin turbio

y sin murmullo

Fuertes de este mismo amor de él que

os emborracháis

y perdidos en el pecho de la

inmensa naturaleza

¡Amad entonces, y morid.

No, no, no todo está dicho

hacia la frágil belleza

cuando un encanto indomable trae el deseo

bajo el fuego de un beso

cuando nuestra pobre arcilla

se estremece de placer.

Nuestro juramento consagrado se lleva

desde un alma inmortal

Esto es ella, que se conmueve cuando

se estremece el cuerpo

oímos su voz y el ruido de su ala

hasta en nuestros ardores.

La repetimos entonces esta palabra

que hace de envidia difumina,

del firmamento, los astros màs radiantes.

Esta palabra que une los corazones

y deviene desde la vida

su atadura para el cielo.

En el éxtasis de una perpetua estrecha

pasan arrastradas estas parejas enamoradas

y no se paran ni para echar con miedo

una mirada en su entorno.

Quedan serenas cuando todo se derrumba y cae,

Su esperanza es su alegría y su apoyo divino

No tropiezan cuando contra una tumba

Sus pies chocan en camino.

Tú mismo, cuándo arreglan tus bosques su delirio,

Cuándo cubres de flores y de sombra sus sendas,

Naturaleza, tú, su madre, tendrías esta sonrisa

¿Si murieran todos enteros?

¡Bajo el velo ligero de la belleza mortal

Encontrar el alma que se busca y que para nosotros brota,

El tiempo de entreverla, de exclamar: Ésta es ella!

Y perderla enseguida.

¡Y perderla para siempre! Este único pensamiento

Convierte en espectro en nuestros ojos la imagen del amor.

¡Y qué! ¡estos votos infinitos, este ardor insensato

Para un ser de un día!

Y tú, serías pues a este punto sin entrañas

Gran Dios que tiene desde el alto

todo sentir y todo ver

Que muchos adioses desoladores y muchos funerales

no puedan conmoverte,

Que a esta tumba obscura dónde nos haces bajar

Tú diga: Custódialos, sus gritos son superfluos.

Se llora amargamente en vano sobre su ceniza;

¡Ya no los devolverás! ”

¡Pero no! Dios que se llama bueno, permite que se espere;

Unir para dividir, no es tu dibujo.

Todo lo que se ha querido, fue este día, sobre la tierra

Va a quererse en tu seno.

¡Eternidad del hombre, ilusión! ¡quimera!

¡Mentira del amor y del orgullo humano!

¡No ha tenido para nada, del ayer, este fantasma efímero

Le hace falta un mañana!

Por este relámpago de vida y por esta centella

Que quema un minuto en vuestros corazones asombrados

Olvidáis al improviso el barro materno

Y vuestras suertes limitadas.

¿Huiríais pues, ay temerarios soñadores

Sólo al Poder fatal que destruye creando?

Dejáis una tal esperanza; cada barro es hermano

Frente a la nada.

Decís a la Noche que paso yo en sus velos:

” Amo, y yo espero ver espirar tus antorchas. ”

La Noche no contesta nada, pero mañana sus estrellas

Brillarán sobre vuestros sepulcros.

Creéis que el amor de que el áspero fuego os oprime

ha reservado para vosotros su llama y sus departamentos ;

La flor que rompéis suspira con ebriedad:

“¡También nosotros queremos!”

Felices, aspiráis la gran alma invisible

Que todo llena, los bosques, los campos de sus ardores;

La Naturaleza sonríe, pero es insensible:

¿Qué le hacen vuestras felicidades?

Sólo tiene un deseo, la madrastra inmortal,

Y es parir inacabablemente, siempre,

sin fin, todavía.

Madre ávida, ha tomado la eternidad para ella

Y os ha dejado la muerte.

Toda su previdencia es para lo que va a nacer;

El sobrante es confundido en un supremo olvido.

Vosotros, habéis querido, podéis desaparecer:

Su voto se ha realizado.

Cuando un soplo de amor atraviesa vuestros pechos

Sobre borbotones de felicidad que os tiene suspendidos

A los pies de la Belleza cuando manos divinas

Os echan trastornados

Cuando, apremiante sobre este corazón

que va a apagarse pronto

otro objeto doliente, forma vana aquí

Os parece, mortales, que vayáis a apretar

El infinito en vuestros brazos.

Estos delirios sagrados, estos deseos sin medida

Azuzados en vuestras caderas como los ardientes enjambres

Estos delirio, ya es la humanidad futura

Que se agita en vuestros senos.

Se licuará, esta arcilla ligera

Que ha conmovido un instante la alegría y el dolor;

Los vientos van a dispersar este noble polvo

Que fue corazón un tiempo.

Pero otros corazones nacerán y reanudarán la trama

De vuestras esperanzas partidas,

de vuestros amores apagados

Perpetuando vuestras lágrimas, vuestros sueños,

vuestra llama

En las edades lejanas.

Todos los seres, formando una cadena eterna,

se pasan, corriendo, la antorcha del amor.

Cada uno toma velozmente la antorcha inmortal

Y la devuelve a su vuelta.

Cegados por el estallido de su luz errante

Jurad, en la noche dónde el hado os abismó,

Atarla siempre: a vuestra mano moribunda

Ella ya escapa.

Por lo menos habréis visto brillar un relámpago sublime

Habrá surcado vuestra vida un momento

Cayendo, podrá llevar en el abismo

Vuestro vislumbre.

Y cuando él, reine al final del cielo pacífico

Un ser sin piedad que contemplara sufrir

Si su ojo eterno considera, impasible,

el nacimiento y la muerte.

¡Sobre el bordo de la tumba, y bajo esta mirada misma,

Que un movimiento de amor sea todavía vuestro adiós!

¡Sí, haced ver cuánto el hombre es grande cuando quiere,

Y perdonad a Dios!

Louise-Victorine Ackermann
 traducido por lisa coco




La Guerra


I
¡Es hierro, es fuego, es sangre! ¡Es ella!  ¡La guerra!
De pie, el brazo alzado, regia en su cólera,
Animando al combate con gesto soberano.
Al estallido de su voz marchan las armadas;
En torno a ella trazan las líneas de tiro,
Los cañones sus entrañas de bronce han abierto
¡Por doquier carros, caballeros, caballos, masa en movimiento!
En ese flujo y reflujo, sobre ese mar viviente,
El espanto se abate ante su reclamo ardiente.
Bajo su mano que tiembla, según su feroz designio,
Para socorrer y perpetrar el atroz exterminio
Toda materia es arma, todo hombre es soldado.

Una vez que ha llenado su vista y oído
De rumores sin igual, de lacerante espectáculo,
Cuando un pueblo agoniza acostado en su tumba,
Pálido bajo sus laureles, el alma de orgullo henchida,
Ante la obra acabada y la tarea cumplida
Triunfante grita la Muerte: “¡Bien segado!”

La cosecha es magnífica en verdad ¡Sí, bien segado!
Los más bellos, los más fuertes son los primeros en ser cortados.
¡Ninguna zanja en la que no haya cadáveres en gavillas!
En su seno devastado que sangra y convulsiona
La Humanidad, parecida a un campo cercenado,
contempla con dolor todas sus espigas cortadas.

¡Ah!, a merced del viento y su dulce aliento
Ondulaban a lo lejos, los viñedos en el llano,
Sobre su tallo aún verde a la espera de su estación.
El sol vertía sus magníficos rayos;
Ricos en su tesoro, bajo los pacíficos cielos,
Han podido madurar para otra recolección.


II
Si vivir es luchar ¿Por qué no dedicar
un ruedo enrojecido al brío humano?
¿No podrá el hombre reunirse y combatir
por un precio menos sangrante que estos muertos?
¿Cuántos enemigos hará falta abatir?
¡Desgraciado! Busca ¡la Miseria está allí!
Grita: “¡Solo tú y yo!” y su mano viril
se ensaña sin piedad contra este flanco estéril
que ante todo intenta alcanzar y atravesar.
A su vez, con la frente alta, Vicio e Ignorancia,
El uno apoyado en la otra, le esperan en la palestra;
Descenderá al fin y para derrotarles.

A la refriega acudan todas las naciones.
¡Libertad para todos! Desaparezcan las fronteras,
Unan sus ímpetus y tiéndanse la mano.
En las hileras del enemigo, con una sola meta,
Abrir triunfantes una brecha heroica,
Claro, no es nada para el esfuerzo humano.

La hora parecía propicia, y el pensador cándido
Creía, en el distante resplandor de la aurora,
Ver la Paz despuntar con su frente afligida.
Respira. de súbito, la trompeta en boca,
Guerra, reapareces, más ardua, más salvaje,
Aplastando el progreso bajo tu talón sangrante.

Quién, cegado por la furia,
se arrojará primero a la ingente matanza.
¡A muerte! ¡Sin cuartel! ¡Matar o perecer!
Aquel desconocido de los campos o de la forja
Es un hermano; más valdría abrazarle, lo degüellan.
¡Qué! ¡Los brazos que debieran abrirse se alzan para azotar!

Los caseríos, las ciudades en llamas se derrumban
¿Si las piedras han sufrido, qué decir de las almas?
Junto a los padres yacen los hijos inanimados.
El duelo sombrío se ha asentado en las fachadas de los hogares desiertos,
En estas pilas de muertos, inertes y marchitos
Había corazones que amaban y seres queridos.

Debilitado y vencido bajo el peso de la tarea infinita
¡Reinicia! ¡Trabaja! ¡Resucita, Genio!
El fruto de sus esfuerzos ha sido pulverizado, dispersado.
¡Qué importa! Todos esos tesoros dan forma a un solo dominio:
El bien común de la familia humana,
¡Destruirse entre sí, ah! ¡Seres insensatos!

Guerra, el solo recordar los males que desatas,
Fermenta en el fondo de los corazones la levadura del odio;
En el limo dejado por tu oleaje devastador
Se siembran las semillas del resentimiento y de la ira,
El vencido, devorado por el ultraje, no tiene sino un deseo,
una esperanza: engendrar vengadores.

Así el género humano, a fuerza de revanchas,
Árbol sin corona, verá sus ramas morir,
¡Adiós, futuras primaveras! ¡Adiós nuevos amaneceres!
En este tronco mutilado la sabia es imposible.
¡Tanta sombra! ¡Tantas flores! Y tu hacha inflexible,
Para arrancar mejor los frutos, ha cortado el ramaje.


III
No, no es nuestro fin, pensador y poeta austero,
Negar las maravillas de la muerte voluntaria;
Preferible es perseguir un impulso generoso.
Filósofos, sabios, exploradores, predicadores,
Soldados del Ideal, estos héroes son los nuestros;
¡Guerra! Ellos saben encontrar un por qué morir sin ti.
Mas a este orgullo brutal que golpea y mutila,
A las ordenes destructoras, al deceso inútil,
Encerrada en mi horror, siempre diré: ¡No!
Usted a quien el Arte o cualquier noble ansia embriaga,
A quien, rebosante de amor, en la flor de la vida,
¡Osarán arrojarle como carne de cañón!

¡Libertad, Derecho, Justicia, asuntos de metralla!
Por un jirón de estado, por una sección de muro,
Sin piedad, sin remordimientos, un pueblo es masacrado
-Es inocente- ¿Qué importa? Se le extermina.
Si la vida humana es de origen divino;
¡Deténganse! ¡Un solo hombre es sagrado!


Bajo los vapores de la sangre y el polvo, cuando los astros
Palidecen indignados ante tantos desastres,
Yo misma por el furor me dejo llevar,
No distingo más entre las víctimas y los verdugos;
Mi alma se separa de mí, ante tales crímenes
Desearía ser relámpago y estallar.

Al menos siguiéndote en la victoria absoluta,
Laureada y en los brazos de la Historia,
Seducida por ti podría absolverte y consagrarte,
¡Oh Guerra!, Guerra impía, asesina que enaltece,
Seguiré, desolada, presa de mi impotencia,
Con mi boca para maldecirte y el corazón para odiarte.

Louise-Victorine Choquet Ackermann
versión de Missi Alejandrina



No, tu eternidad

"No, tu eternidad de inconsciente oscuro,
De estímulo ciego, de movimiento forzado,
Todo el infinito de los tiempos no vale, ¡oh Naturaleza!
El minuto en el que he pensado."

Louise-Victorine Choquet Ackermann
versión de Missi Alejandrina




"Para escribir en prosa es absolutamente necesario tener que decir algo; para escribir en verso, no es indispensable."

Louise-Victorine Ackermann








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