"Cuando uno sale a la calle, cuando uno se deja ir por la calle, en una tarde de domingo, cuando uno ve a estos hombres, a estas mujeres, a estos niños, que van y vienen interminablemente por el cauce de la calle, cuando uno borra la humanidad y piensa y ve sólo a los ángeles de la guarda de estas gentes, paseándose solícitos, calle arriba, calle abajo, cuando uno mira la inmensa población de un futuro cementerio.
(...)
Qué indefinible tristeza, cuando uno escucha las palabras casi sin sentido que surten de miles de labios y que se van, sin orden, amontonando en el aire, las palabras como insectos que liban en miles de orejas ambulantes, las palabras que se disuelven, como olas, sobre la playa de la tarde, adelgazando, trocándose en espuma, en humedad, en nada. Y qué tristeza finísima, qué sombra, qué aire de tristeza, cuando uno piensa que es imposible comparar a estos seres que se agitan con las nubes que circulan por las calles del cielo, o con el ir y venir del viento entre las hojas de los árboles. Y sobre todo, qué inmenso desconsuelo cuando uno se da cuenta de que estas tristes reflexiones en torno a estas criaturas que giran en la tarde lo han convertido a uno en alguien infinitamente abandonando, en alguien que, desde el otro lado del tiempo, escucha, lleno de soledad, el fragor de este monótono rebaño de corazones."

Alfonso Canales
Las siete

La cita

"Amor, amor, amor, la savia suelta, 
el potro desbocado, amor, al campo, 
la calle, el cielo, las ventanas libres, 
las puertas libres, los océanos hondos 
y los escaparates que ofrecen cuando hay 
que ofrecer al deseo de los vivos. 
De los vivos, amor, de los que olvidan 
que un día no habrá puertas ni ventanas, 
ni potro ni raudales de la hermosura 
para estos, estos ojos, estos ojos 
donde habrá que engastar unas monedas 
-y otra bajo la lengua-, por si acaso 
al barquero le sirven o al que busque 
sueños de ayer, de hoy, bajo la tierra. 
Bajo la tierra, amor, trufas, estatuas, 
oro, cántaros, dioses 
apagados, amor, tesoros, premios 
de la ansiedad.

Amor, dame la mano, 
no te conozco, amor, no importa, dame 
la mano, amor, no la conozco, nunca 
importa demasiado conocerse. 
Abre los ojos, no, no puedo, abre 
la boca, ¿dónde está tu risa, dónde 
se duerme tu palabra? Amor, no tengo 
más risa, más palabra: Amor.

Te doy a cambio lo que esperas.
¿Tú lo sabes, tú sabes lo que espero? 
Amor, ¿tú tienes lo que espero? 
Es amor, amor y el mundo 
como está, como es, con estas vías 
abiertas con las cosas 
que con amor se hacen, con la gracia 
de hacer las cosas con amor, con tiempo 
para formarlas con amor, con fuerzas, 
aguas de amor para apagar el miedo."

Alfonso Canales Pérez-Bryan



Oh aquellos días claros de mi niñez...

"Oh aquellos días claros de mi niñez, aquellos
días entre jardines, entre libros y sueños,
a qué poco han quedado reducidos: las piedras
brillantes al sol alto del dulce mediodía
-¡qué amarilla se ha puesto de aquel sol la memoria!-,
las pequeñas calizas, los cuarzos y pizarras
polvorientas, suaves, bajo los almecinos,
aún tienen un rescoldo de recuerdo en mis manos;
el jazmín del estío- ¡qué fue de aquella nieveI-,
que daba olor de fiesta a la tranquila noche,
aún lo siento en el pecho, cuando cierro los ojos;
y el rumor de las olas, lenta, lejanamente,
en mi interior florece cuando llueve el silencio.
Calor, olor, rumores: a qué poco han quedado
reducidos los días lejanos y felices.

A veces el sonido de una piedra, cayendo
en una verde alberca, me hace creer que nunca
debió formarse un hombre sobre aquel que gozaba
sobresaltando aguas tranquilas. Y quién sabe
si hoy, corriendo esas aguas hacia mares futuros,
también piensan que nunca debieron de ser ríos."

Alfonso Canales Pérez-Bryan


Pájaro herido

"Vuelo inútil : la luna ya ha perdido tu espíritu
y tu canto ya tiene por estela el silencio.
Pronto, estrella llovida, recipiente de nada,
nublarás unas flores o el brillo de una piedra.

Ni un rumor, ni una lágrima multiplican tu muerte,
ni un suspiro da eco tristemente a tu pico:
nadie siente que pierdas tu lugar en el aire
y que, al igual que duermen peces entre las olas
y hombres entre la tierra, no tengas tu descanso
en los azules vientos que acarician tus alas.

Y las nubes ya saben que es tu último,
y que, pronto tu boca la canción de tu vida
cantará silenciosa: pero guardan su llanto,
pero guardan su llanto para los olivares."

Alfonso Canales Pérez-Bryan


Qué indefinible tristeza

Qué indefinible tristeza, cuando uno escucha
las palabras casi sin sentido
que surten de miles de labios
y que se van, sin orden, amontonando en el aire,
las palabras como insectos que liban
en miles de orejas ambulantes, las palabras
que se disuelven, como olas, sobre la playa de la tarde,
adelgazando, trocándose en espuma,
en humedad, en nada. Y qué tristeza finísima,
qué sombra, qué aire de tristeza,
cuando uno piensa que es imposible comparar
a estos seres que se agitan con las nubes
que circulan por las calles del cielo,
o con el ir y venir del viento
entre las hojas de los árboles.
Y sobre todo, qué inmenso desconsuelo
cuando uno se da cuenta
de que estas tristes reflexiones en torno
a estas criaturas que giran en la tarde
lo han convertido a uno en alguien
infinitamente abandonando, en alguien que,
desde el otro lado del tiempo, escucha,
lleno de soledad, el fragor
de este monótono rebaño de corazones.

Alfonso Canales Pérez-Bryan






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