"Alguien cose en tu sangre lentejuelas para que 
atravieses los redondos umbrales del placer..."

Ana Rossetti


Notas para un blues

Do
   lor por estar contigo en cada cosa. Por no dejar de estar contigo en cada cosa. 
Por estar irremediablemente contigo en mí.

Re
    cordar que mis monedas no me permiten adquirir. Que
mi deseo no es tan poderoso como para taladrar blindajes,
ni mi atrevimiento tan hábil como para no hacer saltar la
alarma. Recordar que sólo debe mirar los escaparates.

Mi
    edo por no llegar a ser, por ni siquiera conseguir estar.

Fa
    cilmente lo hacen: clavan sus espinas invisibles, abren la 
puerta del temor, hacen que renieguen de mí misma cuando 
menos se espera. Y ni siquiera saber cuántos han sacado copia 
de mis llaves.

Sol
      o he logrado el punzón de la pica, la lágrima del diamante
o los caprichos del trébol. Quizá no existan los corazones.
Quizá es que sea imposible elegir.

La
    bios sellados, custodios del mejor guardado secreto, del recinto en donde las palabras reanudan 
sus batallas silenciosas, sus pacientes y refinados ejercicios de rencor.

Si
   crees que es paciencia, resignación, inmunidad o anestesia te
equivocas. Es que he procurado cortar todas las margaritas

para no tener que interrogarlas.

Ana Rossetti



Punto umbrío

I
Hubo un tiempo,
tiempo de la invención y la torpeza,
en el que la soledad era un esplendoroso y pavoroso
exilio, donde se conspiraba contra la lección que no se
quería aprender y se espiaba el misterio que se quería
arrebatar.
Era una gruta húmeda que enrejaba la luz en los helechos,
era el rincón de los castigos donde lágrimas larvadas
entronizaban, al fin, su soberanía,
era la pesadilla que aleteaba acorralada en una alcoba
irreconocible,
o un corazón agazapado en su escondite maquinando
citarse con venganzas, rebeldías y secretos ilícitos.
Era un tiempo de infancia y la soledad prendía su
bengala tras el escudo impenetrable del silencio.
Y el punto umbrío donde se cobijaba sólo era un
mágico amparo para su terco y glorioso resplandor.

II
Hubo un tiempo en el que el amor era un
intruso temido y anhelado.
Un roce furtivo, premeditado, reelaborado durante
insoportables desvelos.
Una confesión perturbada y audaz, corregida mil
veces, que jamás llegaría a su destino.
Una incesante y tiránica inquietud.
Un galopar repentino del corazón ingobernable.
Un continuo batallar contra la despiadada infalibilidad
de los espejos.
Una íntima dificultad para distinguir la congoja del
júbilo.
Era un tiempo adolescente e impreciso, el tiempo del
amor sin nombre, hasta casi sin rostro, que merodeaba,
como un beso prometido, por el punto más umbrío de la
escalera.

III
Creí que te habías muerto, corazón mío,
en Junio.
Creí que, definitivamente, te habías muerto:
sí, lo creí.
Que, después de haber esparcido el revoloteo púrpura
de tu desesperación, como una alondra caíste en el
alféizar; que te extinguiste como el fulgor atemorizado
de un espectro; que como una cuerda tensa te rompiste,
con un chasquido seco y terminante.
Creí que, acorralado por tus desvaríos, traicionado por
los todavías, alcanzado por las evidencias, exhausto,
abatido, habías sido derribado al fin.
Y contigo, se desvanecieron los engarces entre
sentimientos, imágenes, suposiciones y pruebas.
Se me fueron abriendo las costuras de la memoria: ya
me estaba acostumbrando a vivir sin ti.
Pero tus fragmentos estallados se han ido
buscando, encontrando, cohesionándose como gotas de
mercurio, sin cicatriz ni señal.
Y ahí estás, otra vez inocente, sin acusar enmienda ni
escarmiento, guiando, dirigiendo, adentrando en ti el
peligro, como si fueras invulnerable o sabio, como si,
recién nacido apenas, ya fueras capaz de distinguir, en
el mellado filo del clavel,
la espada.

IV
Y así, cada minuto se alarga en lentos
túneles
flotando en el vacío
y la raya que marca el término del día
es un infranqueable y elástico tabique.
Y el diablo, con su lengua vibrante, inducente,
su lengua aljofarada de insidias y tristezas,
su lengua fulgurante como un lirio escarlata,
como una onda, dúctil, pero tan decisiva
como la trayectoria de un arpón;
su lengua, me enloquece.
Si esto es lo que te espera, si esto es ya para siempre,
él me dice,
si esto es lo que le resta al resto de tu vida,
él me dice,
¿merecerá la pena?
año tras año, así, ¿resistirás?, me dice.
Pero mi voluntad no consiente en plegarse
a la razón del tiempo y su artificio
ni se deja atrapar por las prórrogas
que estiran pesadillas, por feroces pantanos
de la imaginación, por convenios impuestos
al destino, por esta incautación
de toda mi existencia.
Mi albedrío consiste en poder desertar.

Ana Rossetti




Sálvame

"Mis ojos, por tu cuerpo reclamados,
de su hermosura avisan, amplio torso devastan
y en la estrecha cadera contiénense aturdidos.
Sin indulgencia alguna muestran al labio hambriento,
de cerezas mordientes, la semilla
y al igual que mis dedos el más ardiente roce
de tu piel se presagia, de la amatista intrusa
e irisado pezón, en mi confusa lengua
avívase su tacto.
Las feroces punzadas de un turbador augurio
procura apaciguar mi inasaltado vientre,
pero es vano el combate del que ya ha sido herido.
Y es un abismo el goce, el anhelo locura,
es tu nombre invocado amarga extenuación
y tu cuerpo inminente rigurosa medida
de mi infierno.
De este insaciable afán dicen que has de salvarme.
Pero lo cierto es que enfebrecida aguardo
y que puedo morir antes de que me toques."

Ana María Rossetti


Siempre nocturno

"Cada noche implacable, cada noche, 
la ginebra cimbrea visiones y deseos, 
y un lamento de intolerable ansia 
-dice llamarse música- exhausta se sucede. 
Y el neón carmesí, cordoncillo enredado 
en la pálida estrella de la aurora 
sólo es sangre delgada. Despedida."

Ana María Rossetti





No hay comentarios: