"Apenas me independicé de la vigilancia y estorbo de la niñera, o de su sucedánea la planchadora, y me sentí libre en mis movimientos hasta unas cuantas varas de la casa o de la tienda paterna, la calle tenía que ser -y fue- el campo de mis infantiles aventuras: la escuela y la calle constituyeron de modo natural los lugares en que se deslizó, con sus inevitables roces, a veces ásperos, mi niñez, que debo, sin embargo, desde las alturas de los años vividos, reputar edad feliz, pues no conservo de ella recuerdos de fondo realmente doloroso o de hechos con trascendencia trágica sobre el resto de la vida. La calle para mí comenzó por ser sólo una prolongación del portal de la casa, a lo sumo hasta la pared de enfrente, limitado espacio que, muy pronto, se fue ensanchando a derecha e izquierda, siguiendo de un lado el amplio escaparate de la vecina confitería y, de otro, el muy estrecho de la cacharrería de Marieta la Valenciana. En la casa de enfrente, la amplia casa de los Argüelles, había entonces una gran librería y un taller de encuadernación que me familiarizó, quizás más y mejor que cualquier escuela de silabario, con la letra de imprenta, no precisamente la de los libros, a lo que no llegaba, sino la de los anuncios fijados en el muro entre puerta y puerta y que el librero constantemente renovaba, según lo exigía la llegada de obras dignas del grabado y de los grandes letreros anunciadores. Uno de mis inocentes entretenimientos consistía en sentarme a la entrada de mi casa, en el duro suelo, y admirar las estampas del anuncio del día al volver de la escuela de párvulos y deletrear, cuando podía, el título de la obra presentada con aquel alarde de publicidad librera. Alguna vez el grabado fue causa de verdaderas pesadillas. Recuerdo bien el terror que me produjo la contemplación, durante varios días, del grabado anuncio de una obra, de cuyo título no me acuerdo, que representaba horribles escenas de crueles asesinatos realizados por una cuadrilla de ladrones sorprendidos en su atroz faena por la Guardia Civil. En uno de los cuadros del anuncio los bandidos que asaltaran el palacio -se trataba de un suntuoso palacio- atacaron, por lo visto, como fieras a quienes en él vivían. Y ahora mismo, sin esfuerzo, veo a la señora de la lujosa mansión tendida en el suelo en ropas menores, desgreñada, arrojando sangre por las heridas, y al señor, amordazado, recibiendo de rodillas un disparo de pistolón que le suministraba uno de los bandidos. Cerca se hallaban los criados maniatados y cubiertos sus ojos con vendas bien ajustadas. En otra estampa, la Guardia Civil se batía a tiros con los bandidos sorprendidos en la escalera del palacio."

Adolfo Posada
Fragmentos de mis memorias



"El crecimiento enorme de la ciudad moderna (...) plantea el problema sociológico de una vigorización y aplicación eficaz de un espíritu social o municipal, de un espíritu cívico: o sea la formación de una conciencia general, despierta, de la responsabilidad social, en razón de la cual las gentes se convenzan de que el gobierno de la ciudad exige una constante vigilancia del interés común y un acción de presión, obra de una opinión pública fuerte y sensible."

Adolfo González-Posada
Reflexiones sobre el gobierno de la ciudad , cit. en página 230


"La calidad científica surge en la política y se constituye su ciencia desde el momento en que el conocimiento del Estado alcanza los caracteres de científico, o sea, cuando se trata de un conocimiento reflexivo, objetivo, metódico, y sistemático mediante un esfuerzo encaminado a realizar la interpretación racional de los fenómenos políticos."

Adolfo González-Posada



"No es posible, no pide tanto mi modesto propósito, hacer aquí un estudio de la personalidad del maestro, personalidad exquisita, fina y recia contextura, rica en facetas, cuya acción de influjo se ha reflejado en tantas manifestaciones del pensamiento y de la vida activa en relación, sobre todo, con el renacer espiritual y la evolución política de nuestra España. Fue don Francisco filósofo -y maestro- a la manera de Sócrates, al modo platónico... Poseyó en grado máximo el arte socrático y lo practicó con soberano éxito en su enseñanza con el niño, con el adulto -con el discípulo en suma. Estimaba, como Platón, que la función del diálogo -con el mayor respeto al que aprendiendo se forma- se reduce a estimular, a ayudar, si bien el resultado -el éxito- es siempre obra del que de esta suerte va formando su espíritu. Mediante el diálogo -instrumento de intimidad para los contactos espirituales, revelador de la unidad interna de la vocación del filósofo- mediante el diálogo, digo, es como Platón "formaba el círculo de sus discípulos y un vínculo personal y continuo alimentaba esa intimidad, sin la cual es imposible que se entregue a libre comunión la conciencia, cerrada con legítimo pudor, ante la mirada indiferente de un auditorio anónimo y extraño".
Cultivó el maestro de modo constante y especial la filosofía del derecho, tema perenne en aquella su recogida cátedra universitaria, verdadero seminario o semillero, a la par que laboratorio y gimnasio del espíritu, cátedra -de que luego hablaremos- en la que, sobre todo, se aprendía a filosofar -no a discutir- educando y levantando el alma. Fue don Francisco, además, sociólogo, pero eticista, con raíces profundas en la metafísica. Mantuvo siempre una actitud de severa crítica frente al sociologismo moderno más genuino, el que culminó, según los tiempos, ya en Comte, ya en Spencer; pero su actitud fue, además, de fina ironía frente a las degeneraciones del sociologismo de boticarios, de curanderos y de negociantes."

Adolfo Posada
Breve historia del Krausismo español






















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