"Era mi primer intento de pintar el lago, al que vosotros llamabais charca, provocando mi ligero enfado. Hoy he empezado otra versión de ese cuadro. Quiero conseguir un verde menos oscuro para el sauce y aún no he decidido si prescindiré de las anguilas, que entierran su cabeza en el barro y mueven sus colas en el aire, como látigos del demonio de las aguas.
Me siento bien, creo que he recuperado mi expresión de indiferencia ante las preocupaciones, la fuerza para hundir el dolor en el silencio que hace más tolerable los conflictos. La pintura ayuda a alcanzar la serenidad imprescindible para disfrutar del natural encanto de la vida. No en vano tu padre y yo, frente a la pesadumbre, la falta de luz y claridad con que la gente vive, decoramos nuestra casa con alegría y color, techos azules, pájaros del paraíso y rojas figuras de fuego en las paredes, cortinas chillonas, árboles y plantas, como si hubiéramos construido nuestra cabaña en un bosque tropical.
—Pas devant l’enfant —decía cuando eras niña para evitar todo lo que pudiera herir tu tierna sensibilidad—. Pas devant l’enfant —en francés que no comprendías, para protegerte, sin que lo supieras, del mundo real tan lleno de infelicidad, de perturbaciones sin fin.
Y ahora, también, pas devant l’enfant los rencores, en este día teñido con el superficial bullicio del ansiado reencuentro. Me gustaría creer que esto es obra de Dios, de un Dios que se revela por medio de sueños o visiones extáticas, o de estos pequeños milagros cotidianos, pero no puedo, y sigo acudiendo a misa, a la iglesia de Firle, como si fuera a distraerme al teatro más próximo en el que todos los días representan la misma obra. Mientras se desarrolla el ritual, contemplo nuestras pinturas, las de tu padre con la huella del genio, en los muros y en la bóveda de la capilla. Los ángeles llevan el rostro de soldados y campesinos de la región, la virgen, siempre lo he dicho, irradia la belleza de mi hija, cuando todavía era yo la depositaría de sus confidencias y me era imposible disfrazar la voraz necesidad de su amor.
Bun había sacado del bolsillo su frasco de brandy y, antes de entrar en la casa, se bebió un buen trago. A pesar de sus bromas, de su aire alegre de viejo payaso que aún conserva su energía, debía de ser duro para él enfrentarse con Duncan y sus celos, con el fantasma de la infelicidad pegado a las paredes de las habitaciones y vagando por el jardín.
Las armas de caza estaban en el cobertizo. Cuando oí en el camino el carro del lechero y vi a Bun en el pescante, debería haber cogido una escopeta y, sin vacilación, haber disparado contra el buitre, dejándolo muerto a mis pies. Pero yo soy una mujer de máscara serena, sonriente y exquisita, que no puede permitirse el lujo de ser abiertamente malvada.
Cuando tú naciste, Bun era un hombre soltero que probablemente aún no había decidido si su balanza sentimental se inclinaba del lado de las mujeres o de los hombres. Había pretendido ser mi amante antes, o no sé si al mismo tiempo, de compartir el dormitorio de tu padre. Todavía recuerdo las cosas hermosas que sucedieron mientras te llevaba en mi seno; también, el miedo a perderte antes de que vieras la luz, la fuerza de tu latido que absorbía todas las demás sensaciones y que al igual que el arte, el simple hecho de pintar y pintar, transformaba la ansiedad y el dolor en indecible placidez."

Ana María Navales
Cuentos de Bloomsbury





Tu mano recoge de mi piel

Tu mano recoge de mi piel el tiempo, 
incansable borra todo viejo amor
 y regresa de la caricia como una alondra 
que se debate en lo oscuro
 sin encontrar la luz de la mañana
 Después, serena mi cabello
 en algún odio enmarañado
 y llama a esa niña que enciende sus ojos
 con tu boca y reza silencios
 cuando los labios se acercan a tu nombre.

Ana María Navales



V

Por los arenales del alba todavía corre
un alegre gusano de luz enloquecido.

Ineficaz persigue su tibio farol hasta el mar
culpable nos quema los párpados fieles
y a su paso homicida el mundo se derrite.

Hubo un momento extendido en la memoria
en que el cristal amarillo rozó el rostro
como si la vida se posara en el agua.

Ahora un buzo eterno releva a la gaviota
asusta a los peces y desguaza los buques
al son de un gramófono chirriante de óxido.

Las horas ríen en la cintura de las sirenas
y un chasquido de algas aleja la neblina
cuando el desafío horada la música del tiempo.

Otra vez dulce amor recoge la paciencia
y en la tarde saca la mecedora entre los tilos
con suerte puedes atrapar la luna en tu mirada. 

Ana María Navales


VI

Alianza de nubes
ocultan largas y oscuras caravanas
que ata el viento a la noche.
Crece el lugar dormido de los astros
hasta hacerse playa de la muerte,
cortina de piel mate,
mano de la sombra.
El mar, primavera adentro,
extiende su orilla
para ser flecha y navío,
puente sin muro. 

Ana María Navales




"Yo creo que mis depresiones tienen su origen en la lucha callada de todos mis egos y se inician cuando una fuerza oculta derriba la puerta de mi infierno, que estalla como un volcán, extendiendo su lava a mi alrededor. Después, todo se convierte en masa viscosa, en ceniza fría, hasta que el sol vuelve a calentar mis huesos y empiezo a ser otra vez un ser vivo. Hasta que eso ocurre hay que soportar dolores de cabeza, sequedad en la garganta, confusión del pensamiento… y el largo reposo en el dormitorio a oscuras, esa sobrealimentación que me aterra, engordar hasta que no reconozca mi cuerpo, sedantes, largos baños calientes… y ni siquiera el gozo de leer un buen libro. Negrura y más negrura.
Dime que esto no es sino una honda tristeza pasajera, provocada por el miedo a morir. Una rebelión de los fantasmas interiores que no son sino recuerdos dormidos que despiertan en el momento más inesperado, revividos por algún detalle mínimo que aflora de nuevo, el olor dulzón de alguna planta aromática que ahora me trae el jardín de Talland House, en St. Ives, hasta la ventana de mi estudio. Y el sonido del mar con las olas acercándose a la arena de la playa, regresando después al océano, al ritmo que su propia música provoca, perdiéndose en el abismo poblado de sirenas y monstruos marinos.
Pero yo he visto otros fantasmas, no siempre de noche, a veces en la calle a la luz del día, o en un sendero abierto entre brezos, en mis paseos por las colinas. Fantasmas que han entrado en mi cuarto para mantener conmigo secretas conversaciones. El más próximo y el más querido es el espíritu de nuestra madre, que todavía conserva su belleza y habla de una manera que no infunde terror. Pero ha habido otros fantasmas cuyas voces, en un lenguaje incomprensible, se entrecruzaban en mi cerebro formando un griterío que estallaba en mi cabeza.
No temas por tu querida Ginia, aunque en estas cuartillas haya tanta desolación. La Cabra hace ya mucho tiempo que no oye a los espíritus, las voces están ahora en silencio. Madre me ha dicho en el pasado, al pie de mi cama –¿desde dónde vendrá su espectro?–, que tú, Nessa, la hermana fuerte y sensual, si no vas a sobrevivirnos a todos, que danzamos como mariposas alrededor de tu luz, sí vas a tener una larga vida, mucho más que la mía, para que puedas aún pintar todos los paisajes de Sussex con los colores de tu mirada.
Ya ves, no puedo escribir ni una sola línea de Pointz Hall, nada de literatura seria y profunda, y, en cambio, dejo correr la pluma para compartir contigo mi angustia.
El hecho de escribir, me refiero a la literatura, a crear vida con las palabras, si dejas aparte la pasión que te arrastra a ello, o sea, si lo contemplas con frialdad, no conduce más que a un sufrimiento continuo. Es un trabajo sin fin: te sientas a la mesa de tu estudio, estrujas tu cerebro, retuerces tu corazón, y el resultado, después de una lucha diaria durante meses, es un libro que no sabes si va a parar al silencio y la indiferencia. Algunos desprecian a los que escriben porque dicen que los autores siempre dan al público las obras inacabadas. ¿Qué esperan? ¿La respuesta a todos los problemas, a todos los enigmas? Sí, no resolvemos nada con los libros, pero ignoran que lo que importa son las preguntas y no las respuestas. Los escritores somos seres humanos, lo que también parecen olvidar algunos críticos que creen saberlo todo. Cómo los odio cuando se revisten de dioses y se echan sobre un libro como tigres dispuestos a despedazarlo: la señora Woolf es demasiado lírica, la señora Woolf escribe novelas que carecen de acción, la señora Woolf…
Sé que tenía que contestar a algunas cosas que te preocupaban, que acaso he sido un poco cruel en mi última carta y que el egoísmo, sólo te hablo de mí, se ha apoderado de estas cuartillas que tal vez no debería enviarte. Pero ya sabes que mi ánimo sube y baja sin control, que me muero de angustia y resucito a la mañana siguiente. Si me he desviado del camino que nos proponíamos seguir en esta correspondencia, tú, mi querida Vanessa, eres lo bastante fuerte para retomarlo."

Ana María Navales
El final de una pasión
















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