El piano negro

"Zumba alunado, gime, relincha.
Escape quien no tenga vino.
Este es el piano negro.
Ciego maestro lo estruja y agita.
Esta es la melodía de la vida.
Este es el piano negro.
El zumbido de la cabeza, mis lágrimas de luto,
mis deseos agitándose en fiesta de difuntos,
todo esto, todo, es el piano negro.
A su compás se derrama la linfa
de mi zigzagueante corazón de vino.
Este es el piano negro.

Sangre y oro
Suenan en mi oído del mismo modo
goce jadea, pena boquea,
oro chirría, sangre chorrea.
Entiendo y digo que es Todo
y todo lo demás ni modo:
sangre y oro, sangre y oro.
Todo muere, pasa todo,
gloria, canto, lucro, logro.
Perduran solo sangre y oro.
Pueblos perecen, renacen a poco.
Santo el valiente quien siga mi modo
y siempre profese sangre y oro."

Endre Ady


El silencio blanco


"Con mi brazo te asgo, y no te retiene al fin él.
Blanco el silencio, blanco manto.
Nunca fue el silencio tan grande, en tan
rasa deriva algo sino haz: grita.

Aguardamos, tiesos. Extenuadas las manos
en un crepúsculo en besos y lágrimas.
Grita, muerde cuando sacudas tu cabeza
y con crueldad tu cuerpo de terciopelo rasgo.

Suavísima, fragante tu cabellera
hazla batir suelta en mi cara.
Tu cuello blanco ahora es más blanco aún,
con dedos de hierro arrancaré en él sangre.

Toma un puñal en tu pequeña blanca mano:
la vida detenida, nada despliega,
tienes ni penas, besos, lágrimas, éxtasis.
Ay, todo al instante, todo, perdido.

Este manto-demonio blanco está posado,
este mundo silente y blanco está pronto,
te maldigo, roigo, rasgo en mi tortura,
maldice, roe, rasga y aúlla – es lo que quiero.

El silencio mata, este manto blanco:
ahuyentarnos, y lo evadiríamos a él."

 Endre Ady


La muñeca de las manos

"Mire hacia donde mire manos veo,
un negro corro de inquietantes manos,
manos de fuego y hielo,
manos cleptómanas,
manos tontas, modestas,
leprosas, crispadas, humildes manos.

Soy tan sólo la triste muñeca
de un sueño que, infinidad de manos
lanzan ora contra las estrellas
ora contra el fondo de los mares;
terrible servidumbre las manos.

Señoras de mi dolor y gozos,
dueñas de mi amor y de mis lágrimas.
Las manos trazan mi destino
que no tiene destino y sólo alcanza
la plenitud sublime
cuando ellas me lo exigen. ¡Sea así!

Soy el verdugo que en sí lleva
todos los dolores del mundo.
Bastardo inquisidor soy de duro ceño.
Sólo me queda un cigarro apagado, apenas su ceniza.

Ya está ardiendo la hoguera.
Sobre su crepitar que me ensordece
esparcid ya las hierbas.
Mas esperad aún manos severas.
Arde, arde ya mi cigarro,
y pronto humo será, humo tan sólo.

  Endre Ady



La mujer de las lágrimas

"Oscura esa cara al corazón –
a la mujer de las lágrimas presiento;
los dedos rosa e inquietos
envaina en él.
Siento el aroma y es a
rosados, dedos de masacre,
en el cordio sangriento
triste abalanzan lágrimas.

 Sus labios roen, aquí, con
dulzura, el pelo en revuelo,
la mujer aquí arrasa
aquí, aquí: el cordio.
Redime la vida aquí y
aquí cava un pozo junto al pasado.
En el sangriento cordio
triste abalanzan lágrimas.

Mi pecado magno, desvanezca
del destino en el que muerte
las lágrimas de la mujer-esfinge
encuentra, entenderla.
Quede en sagrado enigma,
quede siempre nueva.
En el sangriento cordio
triste abalanzan lágrimas."

Endre Ady 



Llevar mi cabeza


"Llevar al regazo de una mujer
mi gran, triste cabeza de sátiro
recuerdo. 
Deambulaba un día al venir hacia mí una mujer
grande en medio del agobio y el calor
en ensueños.

Lejos y hondo en el tiempo
yo era mujer: era desmedida,
era amada. 
Tras de mí unos jóvenes débiles
venían, deseosos, enfermos
recuerdo."

Endre Ady


Próximo al camposanto


"De una ventana será mi cuarto,
mil arrugas mi cara –
cien pasos al cementerio.

Pequeño cementerio extramuros,
dócil y aun así a su vez osado:
en noches de luna no quita el ojo de los míos.

Arriba el alba y aún nos miramos.
Por momentos el alma se me estremece:
el cementerio se aproxima.

También a mí me conducen alas secretas
y ya creo ni saber, ¿soy yo?
¿vivo acaso? Y la luna luce.

La aldea duerme, yo velo.
Miro y miro el camposanto:
acá está, ante la ventana.

Llorando, aterrado medio dormido
mil veces me pregunto:
yo me acerco, es él quien se me arrima."

Endre Ady


Un pariente de la muerte

De la muerte soy pariente próximo,
amo con frenesí el amor disoluto
y con ansia de placer beso a la amada
que a mi pecho se acerca.

Amo las mustias rosas, a la amada de envejecida y reseca
y del sol otoñal la pálida tristeza
que, poco a poco, al fin nos aproxima.

Amo el grito espectral y sus fantasmas
de la hora que fúnebre nace.
Y amo la esplendorosa y santa
y cerúlea imagen de la muerte.

Amo al que gime y al que en vigilia vive
y a la gente que se despega de todo.
Y amo, en la fría aurora,
los campos recubiertos de escarcha.

Amo la total indiferencia y hundirse en el hastío;
antes gemir que derramarse en llanto.
El hastío es refugio de sabios y de enfermos
y es refugio también de quien escribe.

Amo la herida que se somete y rinde,
el perenne y estricto desengaño;
al afligido y al que no cree en nada.
Amo al mundo entero.

De la muerte soy pariente próximo,
Amo con frenesí el amor disoluto
y con ansia y placer beso a la amada
que a mi pecho se acerca.

Endre Ady



¿Y si no obstante…?

"Pensé: pequeña, amada compañera,
de perdurar tratemos, no obstante esta
desolación salvaje y traicionera.

Cuando todos se pierden, se han perdido,
retenme tú, para milagro o culpa,
para ayer, para fe de lo vivido.

Cuando todos escapan, caen, yo
pensé, pequeña, amada compañera,
retenme para un Pasado mejor.

Retenme mientras clavos siento hender
mi corazón sangriento, detenido,
no obstante ser un hombre del ayer.
¿Aún, pequeña, amada compañera,
me abrazas? Ay de mí, mil veces ay
en esta desmayada sangre fiera.

Mas si me voy, tus manos borrarán,
tan justas y pacientes, mi destino,
tú, a quien se lo entregara el huracán."

Endre Ady de Diósad







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