“Escribir, el placer de crear... Pero la mejor recompensa de la literatura es el hecho de escribir, en sí mismo. Crear es un privilegio. Tras meses de escritura, lo único que cuenta es el campo magnético de la obra. Escribo por la propia narración, su poder es asombroso.”

David Grossman


"Escribir me enseña que cualquiera puede ser otro."

David Grossman


"Hace algunos años, en un campo de refugiados palestinos llamado Dehaisha, conocí a un niño de cinco años. Le pregunté si había nacido en el campo. Me dijo que sí, y enseguida añadió: "Pero yo soy de Zakira". Me quedé sorprendido: Zakira era una aldea conquistada por Israel en la guerra de 1948 y ya no existe. "Yo soy de allí", insistió el niño, y detalló: "Allí teníamos una casa muy grande, era un palacio, y teníamos muchos naranjos que nos daban unas naranjas así de grandes...". Le pregunté si había estado allí y me dijo que no, pero añadió que, si Dios quiere, pronto regresará allí. Me fui con él hasta el colegio. Era un edificio deprimente, asfixiante y oscuro. No había colgado ningún cuadro, pues era tanta la humedad que no se podía clavar un clavo. Le pregunté a una profesora, una chica joven y de lengua afilada, si se iría del campo para vivir en un lugar mejor si se lo ofrecieran. "Sólo si es a mi patria", me contestó. "Aunque me ofrecieran un palacio en otro lugar, no iría". Le pregunté si no soñaba a veces con vivir en un lugar mejor y ella se rió: "¿Que si sueño? Yo debo reparar el sufrimiento de mis padres". Entonces le pregunté: "¿Es que por lo que sufrieron tus padres no vas a intentar lograr siquiera un poco de felicidad?". Y ella sentenció: "No quiero y tampoco puedo. Yo regresaré a mi tierra y no será a través de un tratado de paz. Lo que se arrebató por la fuerza se recuperará por la fuerza". En cada una de las barracas del campo vi colgada en la puerta una llave gruesa y pesada: la llave de la casa de la que los expulsaron. Una casa que casi seguro ya ni existe. De las viejas maletas asomaban unos papeles amarillentos: los papeles de venta de sus tierras y de sus casas. Por un momento me parecía que allí el sueño era más fuerte que la realidad en la que viven y, tal vez, precisamente por la miseria de su vida el sueño se haya hecho tan poderoso y palpable."

David Grossman
El derecho del retorno


"El extraño estremecimiento que me ha recorrido cuando me has hablado así. Como si hubieras encontrado la cuerda prohibida de un instrumento.
Por supuesto que me ha divertido ver las diferencias entre lo que me cuentas a mí (de Yojai, por ejemplo) y lo que le cuentas a ella. A mí, por ejemplo, nunca me has dicho lo que pesa, ni lo que mide, ni el número que calza ya en el par de zapatos que le has comprado para el invierno.
A mí no me habías enviado una foto suya (¿te importa que me la quede?).
Me he dado cuenta de que Ana es también una persona muy próxima a Amos, incluso podría decirse que es una íntima amiga suya. Por tu carta podría llegar a creerse que las dos lo conocéis con exactamente la misma proximidad e intimidad, que las dos suspiráis por él del mismo modo (¿te has fijado?). Te aconsejo que leas el borrador, te va a interesar.
Qué extraño me resulta verte así, de una forma legítima, y darme cuenta de que tienes también otra intimidad. Además he disfrutado, a hurtadillas, de vuestro particular sentido del humor, del de las dos. Yo lo conocía solo como tu humor, ese humor tuyo tan fino y algo triste, cuando de repente resulta que tiene compañera, hasta el punto de que se nota que ha brotado, crecido y se ha refinado con las dos juntas, desde la infancia, desde el tiempo en que volvíais juntas de la guardería, Miriam, la altota, y Ana, la menudita... Y en general, esa caja de resonancia gigantesca que compartís (seguro que ni siquiera eres consciente de ello), como, por ejemplo, la visita a casa de tus padres, esta semana, tu padre tocando el piano y Yojai estallando de repente en un potente llanto, y entonces me he acordado de que tú te pusiste a sollozar en un concierto de Bronfman, hace años, estando sentada al lado de Ana, y ahora leo que cuando Ana dio a luz a su hijo, Amos le hizo oír con unos auriculares el concierto ese de Rachmaninov y todos se pusieron a llorar, no he entendido muy bien por qué, los médicos, la comadrona y el niño, y también Amos y tú, de manera que el llanto, la risa y la música fluían a una."

David Grossman
Tú serás mi cuchillo


"Éstos son los peligros reales de los que Israel necesita deshacerse lo antes posible. Debe experimentar lo que es una vida de paz, no solo porque es vital para su seguridad y su economía, sino para que, en cierto sentido, pueda conocerse. Descubrir el potencial que todavía sigue latente en él, las facetas de su identidad y de su personalidad, y sus posibilidades —que están como en suspense, hasta que pase la cólera, hasta que termine la guerra, hasta que se pueda tener una vida plena— de materializar todas sus dimensiones, no solo la limitada de la supervivencia a cualquier precio.
Elias Canetti escribe en uno de sus ensayos que, de hecho, la supervivencia solo es la experimentación recurrente de la muerte. Una especie de práctica de la muerte y del miedo que esta da. A veces tengo la sensación de que un pueblo de supervivientes empedernidos como nosotros, los judíos, es un pueblo que, en cierta medida, afronta la muerte con la misma intensidad con la que afronta la vida. Un pueblo cuyo interlocutor íntimo, insondable y permanente, es la muerte tanto como la vida. No se trata de romanticismo, de idealización ni de enamoramiento de la muerte (en el sentido de las corrientes que hubo en Alemania a finales del siglo XIX, por ejemplo), sino de algo distinto y más profundo. Se trata de un conocimiento de primera mano, amargo y transmitido a través del cordón umbilical: el de la especificidad, la realidad, la cotidianidad y la disponibilidad de la muerte. El conocimiento de la «insoportable levedad de la muerte», cuya expresión más triste la oí por vez primera en boca de una pareja israelí el día anterior a su boda. Les preguntaron cuántos hijos les gustaría tener, y la joven y dulce novia respondió inmediatamente que querrían tener tres «porque, si les mataban a uno, todavía les quedarían dos».
Más de una vez, cuando escucho hablar a los israelíes, incluso a los muy jóvenes, de sí mismos, de sus inquietudes y de su falta de confianza en un futuro mejor, y constato —en la gente que me es cercana y en mí mismo— la intensidad de la angustia existencial y de la influencia de la trágica memoria histórica judía, me estremezco al notar la profundidad de la deficiencia que nos ha causado la historia, la terrible inclinación a considerar la vida como una muerte latente."

David Grossman
Escribir en la oscuridad


"Me pasma que en apenas unos minutos haya captado a la vez que interiorizado por completo la peregrina idea de Nina, hablarle a la Nina-futura traduciéndolo todo a un lenguaje práctico, sencillo y efectivo, exactamente igual que hace cinco años, cuando con ochenta y cinco decidió que tenía que aprender a utilizar el ordenador. «¡No me quiero quedar para atrás!». Lo había dicho poniéndose de pie de un salto en la asamblea del kibutz, pateando el suelo, y consiguió presupuesto para que dos frikis de la informática, de catorce años, la enseñaran. Dos veces por semana se sentaban con Vera y, cómo no, se enamoraron de ella hasta más arriba de las cejas. A los pocos días ya era capaz de enviar mensajes de Messenger y de correo electrónico una vez cada dos horas, golpeando el teclado con sus garras de hierro, de navegar por foros que trataban de las cualidades de las naranjas o de la menta, enviar enlaces de las caricaturas del New Yorker y recetas suyas de mermeladas y de la famosa tarta Powidl de ciruelas («¡Milosh se chuparía todos sus dedos!»), y al cabo de unas cuantas semanas tenía ya toda una cohorte de contactos y se escribía con sus antiguos amigos de Belgrado y de Zagreb, y con sus nuevos amigos del alma que le salían cada día en Praga y en Montevideo, que al instante pasaban a formar parte de la familia y que sabían muy bien quién era la tía Hannah, dónde iban a hacer el servicio social sustitutorio las hijas de Ester y en qué estado se encontraba la próstata de Shléimeleh. Y todo eso lo hizo con agilidad y gran destreza técnica, porque tiene un don admirable para entender el mundo interno de los objetos y de los aparatos, como si fuera uno de ellos. Y es exactamente así como ha sabido —sin ni siquiera echarle un vistazo al folleto de instrucciones— poner en marcha el aspirador, el microondas, el teléfono móvil y el resto de los aparatos que Rafi le compra alegremente, porque le parece que así la mantiene joven, unos aparatos con los que yo, por ejemplo, a veces me paso horas luchando para entender cómo abrir el embalaje en el que vienen (mi amor es patosísimo con todo lo que exija habilidad con los dedos)"

David Grossman
La vida juega conmigo









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