"... la existencia de un pueblo místico en el monte Shasta era un hecho comúnmente aceptado. Hombres de negocios, exploradores diletantes, funcionarios y agricultores de las zonas cercanas hablaban abiertamente de la comunidad, y todos referían los ritos mágicos que se realizaban en la ladera del Shasta después del crepúsculo, a media noche y al amanecer. Y sin pelos en la lengua se burlaron de mí, cuando declaré que quería penetrar en los sagrados recintos, asegurándome que el acceso estaba prohibido y era tan difícil como en el Tíbet. Resultó que, aunque la existencia de los últimos descendientes de los antiguos lemurianos era conocida por los habitantes de California del Norte desde hacía más de cincuenta años, solo cuatro o cinco exploradores habían conseguido superar la invisible barrera protectora de la colonia de los lemurianos: pero ninguno de ellos había regresado para contarlo. En aquella misma ocasión, me enteré de que la presencia de descendientes de los lemurianos en el monte Shasta había sido confirmada unos años antes por una autoridad del calibre del eminente científico y profesor Edgar Lucien Larkin, que durante muchos años había sido director del Observatorio del Monte Lowe, en California meridional. Dando prueba de mucha sagacidad y decisión, el profesor Larkin se había adentrado hasta donde le había sido posible (o hasta donde se había atrevido a hacerlo) en la salvaje región del monte Shasta, y había tenido la prudencia de proseguir sus observaciones desde lejos, utilizando un potente telescopio colocado en un pico. Y había visto, por lo que decía, un gran templo que surgía en el corazón del místico poblado: una maravillosa obra de mármol esculpido y de ónix, que en belleza y esplendor arquitectónico rivalizaba con los de Yucatán. El pueblo podía alojar a seiscientas, mil personas: las cuales se le aparecieron ocupadas diligentemente en la elaboración de objetos necesarios para su sustento, o en el cultivo de las laderas y los pequeños valles soleados que rodeaban el pueblo —con resultados prodigiosos, a juzgar por la exhuberancia de la vegetación revelada al profesor Larkin por el ocular de su telescopio—. Según el profesor, se trataba de una comunidad pacífica, feliz de vivir como sus antepasados, antes que Lemuria fuera tragada por el mar."

Edward "Ed" Langer
Tomada del libro Atlántida de Roberto Pinotti, página 360



"... mientras estaba admirando la espléndida mole, de pronto me di cuenta de que toda la vertiente meridional de la montaña resplandecía con una extraña luz verde y rosada: una llamarada de luz que palideció para volver a brillar con renovado fulgor. Al principio pensé que se trataba de un incendio en el bosque, pero la ausencia total de humo me hizo descartar la idea. La luz tenía el resplandor de los fuegos artificiales. Luego el sol naciente hizo palidecer los colores de la escena, y poco a poco, mientras el convoy continuaba hacia el norte, el mágico fenómeno desapareció de mi vista. Lo ocurrido me dejó perplejo, pero no me atrevía a ponerme a discutir con quién sabe quién sobre lo que había visto […]. Convencido no obstante de que no había sido víctima de un espejismo, me decidí a pedirle explicaciones de los misteriosos fuegos artificiales al revisor del tren. Su respuesta fue concisa, pero me dejó sin respiración: «¡Lemurianos! —dijo el revisor—. Celebran sus ritos allí arriba.» ¡Lemurianos! El hecho de que un grupo humano se entregue a sus ceremonias en la ladera de una montaña, en sí no tiene nada de extraordinario; pero cuando oí decir que esa gente eran los lemurianos, la cosa no pudo dejar de sorprenderme, desde el momento en que el continente de Lemuria, al igual que la perdida Atlántida, desapareció bajo las olas del océano hace miles de años, y que desde hace tiempo se considera a los lemurianos una raza extinguida."

Edward "Ed" Langer
Tomada del libro Atlántida de Roberto Pinotti, página 359







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