El alma errante

"Soy la plegaria que cruza
este mundo donde nada es mío:
soy la paloma en el cielo,
amor, por donde te voy buscando.
Rozando la ruta fecunda,
espigando la vida a cada paso,
he ganado los dos flancos del mundo,
Pendiente del soplo divino.
Ese soplo depuró la ternura
que fluía de mi canto herido
y vertió su santo entusiasmo
sobre el pobre y sobre el cautivo.
Y heme aquí, sigo alabando
mi única posesión, el recuerdo,
recorriendo, de aurora en aurora
el interminable porvenir.
Voy al desierto lleno de agua viva
a lavar las alas de mi corazón,
pues sé que hay otras orillas
para aquellos que os buscan, ¡Señor!
allí veré subir las falanges
de los pueblos que el hambre ha aniquilado,
y veré cómo regresan los ángeles,
desterrados, pero más tarde invocados»
Dejadme pasar, soy madre;
al hado volveré a pedirle
los dulces frutos de una flor amarga,
mis hijos, que la muerte me ha robado.
Creador de sus jóvenes encantos,
vos, que contáis los gritos fervientes,
os daré tantas lágrimas
¡Que me devolveréis a mis hijos!"

Marceline Desbordes-Valmore


El amor

"Preguntáis si el amor hace feliz;
lo promete, creedle, aún por un día.
¡Ah! por un día de vida amorosa… ¿quién no moriría?
La vida está en el amor…
Sin él, tu corazón es un hogar sin llama;
él todo lo quema, dulce veneno.
He dicho en verdad cómo destroza un alma:
¡Preguntad pues si da la felicidad…!
Cuando se lo ha conocido, su ausencia es espantosa;
cuando vuelve, se tiembla noche y día…
A veces, en fin, la muerte está en el amor y sin embargo…
¡SÍ, EL AMOR HACE FELIZ!"

Marceline Desbordes-Valmore


La inquietud

"¿Qué es, pues, lo que me turba y qué es lo que me espera?
En el pueblo, me aburro; me apena la ciudad.
Los goces de mi edad
no me alivian el tiempo que nunca se acelera.
No ha mucho, la amistad, la estudiosa virtud,
llenaban, sin esfuerzo, mis ocios apacibles.
¿Qué objeto tendrán mis deseos indecibles?
Lo ignoro y lo persigo con creciente inquietud.
Si para mí la dicha no era la alegría,
y hoy, teniendo las lágrimas igual que la locura,
si tampoco la encuentro en mi melancolía,
¿dónde hallar la ventura?"

Marceline Desbordes-Valmore


Las dos amistades

"Dos amistades hay, igual que dos amores:
una es como la imprudencia,
como los niños reidores.
Y con todo encanto, es descrita divinamente una amistad de niñas:
…………………..
Luego, la otra amistad, más grave, más austera,
se escoge con misterio y exige larga espera.
…………………..
Temiendo lastimarse va apartando las flores.
…………………..
Ve con ajenos ojos y a sus actos se atiene;
siempre acecha y nunca previene.
He aquí ya la nota grave."

Marceline Desbordes-Valmore


Los sollozos

¡El infierno está aquí! El otro no me asusta.
Empero, el purgatorio mi corazón disgusta.
De él me han hablado mucho y su nombre funesto
en mi corazón débil ha encontrado su puesto.
Cuando la ola de días va agostando mi flor,
el purgatorio veo al perder el color.
¡Si es cierto lo que dicen, es preciso ir allí,
Dios de toda existencia, para llegar a ti!
Allí habrá que bajar, sin más luna ni luz
que el peso del temor y del amor la cruz.
Para oír cómo gimen las almas condenadas
sin poderles decir “¡Estáis ya perdonadas!”
¡Dolor de los dolores; no poder agotar
los sollozos que intentan por doquiera brotar!
De noche tropezar en celdas intranquilas
que ningún alba tiñe con sus claras pupilas.
Ni poder decir al Señor incomprendido:
“¡Ay, Salvador de mi alma!, ¿es que aún no has venido?”
Me escondo; tengo miedo de tener miedo y frío,
como el ave caída teme por su albedrío.
A un recuerdo mis brazos vuelvo a abrir tristemente,
y mi alma más cercana el purgatorio siente.
Sueño que estoy en él, tras la muerte llevada,
como una esclava indócil, al fin de la jornada,
cubriendo con las manos el semblante abatido,
pisando el corazón, por tierra malherido.
Allí voy; precediéndome, mi llegada proclamo
y no oso desear nada de lo que amo.
Y este corazón mío no tendrá más dulzura
que los lejanos ecos de su antigua ventura.
Cielos, ¿adónde iré
sin pies para huir?
¿Adónde llamaré
sin llave para abrir?
Mientras el fallo eterno rechace mi plegaria
no arderá ante mis ojos ninguna luminaria.
No he de ver más escenas mundanas y horrorosas
que abatan mis humildes miradas dolorosas.
¡No gozaré del sol! ¿Por qué?… La luz querida
para el mal en la tierra, empero, está encendida.
Ve el culpable que a la horca su delito conduce
el saludo del orbe que se divierte y luce.
¡En los aires no hay pájaros! ¡No hay fuego en el hogar!
¡Y ni un Ave María reza el aura al pasar!
Para el junco del lago no hay un soplo viviente
ni aire para que exista un átomo viviente.
Ni el zumo de las frutas que ofrecen su frescura
al ingrato, tendré en mi sed y calentura.
Del corazón ausente que me hará padecer
acumularé el llanto que no puedo verter.
Cielos, ¿adónde iré
sin pies para huir?
¿Adónde llamaré
sin llave para abrir?
¡No más recuerdos de esos que me embargan de llanto
tan vivos, que viviera yo siempre de su encanto!
¡No más familia dulce, sentada en el umbral
que bendice cantando el sueño patriarcal!
¡Ni más voz adorada, cuya gracia invencible
hasta la Nada absurda tornaría sensible!
No más libros divinos desde el cielo exfoliados,
conciertos para el alma por la vista escuchados.
Y no osando morir tampoco oso vivir
ni buscar en la muerte quién me ha de redimir.
¿Por qué hay sobre las cunas, padres, la flor de un hijo
si al árbol y al arbusto siempre el cielo maldijo?
Cielos, ¿adónde iré
sin pies para huir?
¿Adónde llamaré
sin llave para abrir?
¡Bajo la cruz se inclina el alma prosternada,
del dolor de nacer con morir castigada!
Mas no tengo en la muerte si me siento expirar
ni una lejana voz que aconseje esperar.
¡Si en el cielo apagado alguna estrella pálida
esta melancolía besara con luz cálida!
¡Si bajo las sombrías bóvedas del horror
viera cómo me ven dos ojos con amor!
¡Ay, sería mi madre, intrépida y bendita,
que bajaría a ver a su hija precita!
¡Sí; mi madre podría al Dios justo ablandar
y ella me sacaría del horrible lugar!
De la esperanza joven alzara el fuerte viento
al fruto derribado por tanto sufrimiento.
Sentiría sus brazos, dulces, fuertes y hermosos,
arrastrarme, abrazada con ímpetus briosos.
El aire auxiliaría a mis alas nacientes
como a las golondrinas libres e independientes.
Huiría para siempre, pues mi madre al partir
viva me llevaría hacia lo porvenir.
Mas antes de pasar las mortales fronteras
otras almas quisiéramos tener por compañeras.
Y en aquel campo fúnebre en que dejaba flores
y el aroma que exhalan los llantos de dolores
caeríamos, solícitas, entusiastas y ardientes,
gritando “¡Acompañadnos!” a las almas dolientes.
“¿Venís hacia el estío en que ha de retoñar
el amor en que no hay que morir ni llorar?
¡Con Dios y sus palomas venid en santos vuelos!
¡Dejad vuestros sudarios; no hay tumbas en los cielos!
¡El sepulcro está roto por la eterna pasión!
¡Mi madre nos concibe en la eterna mansión!”

Marceline Desbordes-Valmore




"¿No somos como dos volúmenes de un libro?"

Marceline Desbordes-Valmore


"Pero la política envenena la mente."

Marceline Desbordes-Valmore


Renunciamiento

"Perdonadme, Señor, mi semblante afligido;
bajo la feliz frente colocasteis las lágrimas:
de tus dones, Señor, es el que no he perdido.

Don menos codiciado, quizá sea el mejor.
Yo ya no he de morir en vínculos de encanto;
os los devuelvo todos, ¡ay, adorado Autor
para mí sólo tengo la sal que deja el llanto!

A los niños las flores, a la mujer la sal;
para que limpiéis mi vida he de entregaros,
cuando esta sal, Señor, lave mi alma, lustral,
volvedme el corazón, para siempre adoraros.

Toda extrañeza mía del mundo de ha extinguido
y se despidió el alma dispuesta a volar
para alcanzar el fruto, al misterio cogido,
que la púdica Muerte sólo ha de cosechar.

Señor, con otras madres sé tierno mientras tanto,
por la tuya y por lástima de esta pena que ves.
Bautízales los hijos con nuestro amargo llanto
y levanta a los míos caídos a tus pies."

Marceline Desbordes-Valmore


Si habláis no escucho

"Si habláis no escucho,
Ni lo niego, ni os alabo;
Bailad como os conviene,
Ni os silbo, ni aplaudo;
Pero nadie podrá
Atraerme con su flauta;
Es mi destino: la verdad
Solo buscarla en mi alma."

Marceline Desbordes-Valmore



Una carta de mujer

"Te escribo, aunque ya sé que ninguna mujer
debe escribir;
lo hago, para que lejos en mi alma puedas leer
cómo al partir.

No he de trazar un signo que en ti mejor grabado
no exista ya.
De quien se ama, el vocablo cien veces pronunciado
nuevo será.

La dicha sea contigo; yo sólo he de esperar,
y aunque distante,
yo me siento ir a ti para ver y escuchar
tu paso errante.

¡Jamás la golondrina al cruzar el sendero
pueda apartarte!
Será mi fiel cariño que pasará ligero
para rozarte

Tú te vas, como todo se va Su éxodo emprenden
la luz, la flor;
el estío te sigue; las tormentas sorprenden
mi triste amor.

De esperanza y zozobra suspira mientras tanto
el que no ve
Repartámoslo bien: a mí me queda el llanto,
a ti la fe.

Yo no quiero que sufras, que está muy arraigado
mi amor por ti.
Quien desea dolores para el ser adorado
guarda odio a sí."

Marceline Desbordes-Valmore




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