"Es un prejuicio gratuito afirmar que en la prehistoria más remota no hayan podido existir civilizaciones como la descrita por Platón. Por otra parte, los out-of-place-artifacts (OOPART) que, de vez en cuando, salen a la luz sugieren de manera casi irresistible la idea de civilizaciones tecnológicamente muy avanzadas, existentes en tiempos remotísimos y después desaparecidas debido a catástrofes naturales o producidas por el hombre.5 Además, hay que tener presente que Platón era un hombre de su tiempo y de su pueblo, y que todo lo imaginaba y reconstruía a través del prisma del helenismo; por lo que es evidente que no podía representar, por ejemplo, los templos y las naves de la Atlántida de forma muy distinta de los templos y de las naves griegas...
Es cierto que hoy la teoría de la tectónica de placas es la más comúnmente aceptada —también debido al celo casi misionero con el que fue promulgada—. Sin embargo, hay que tener presente que no faltan geólogos que se declaren abiertamente insatisfechos de las capacidades explicativas de esta teoría y que prefieren proponer interpretaciones alternativas, como S. W. Carey, R. W. van Bemmelen, M. L. Keith y, sobre todo, V. V. Belousov.6 Según este último, por ejemplo, todos los cambios acaecidos en la fisonomía de la corteza terrestre durante toda su historia encuentran su explicación más sencilla y natural no en desplazamientos horizontales, sino en movimientos verticales producidos en los 100150 km del manto superior. Desde este punto de vista, nada se opone a la posibilidad de que en el océano Atlántico haya podido formarse —en la zona correspondiente a la dorsal submarina y, sobre todo, en la región de las Azores— una gran isla constituida fundamentalmente por rocas basálticas, y que esta última, a raíz de un determinado y repentino acontecimiento catastrófico (Braghine, Bonev y Much apuntan a la caída de un asteroide), haya podido fundirse en su pedestal y, por tanto, descender y sumergirse bajo el nivel del mar muchos cientos de metros...
Lyell, el padre de la geología moderna, se precipitó cuando quiso fundar su doctrina de los cambios imperceptibles. Sostuvo, con toda la razón —pero en esto estaban totalmente de acuerdo con él los geólogos catastrofistas de la época—, que era necesario postular la invariancia, o uniformidad, de las leyes naturales a lo largo del tiempo, si se quería estudiar científicamente la historia pasada de nuestro planeta. Sin embargo, aplicó el mismo término —uniformidad— también al estudio empírico de los fenómenos geológicos, postulando que estos últimos debían desarrollarse necesariamente de forma lenta, continua y gradual, y que incluso los efectos más macroscópicos y grandiosos solo podían derivarse de la progresiva acumulación de pequeños cambios.7 Pero, en realidad, la uniformidad de las leyes naturales no implica en absoluto que no puedan existir catástrofes naturales, tanto a escala local como planetaria, y hoy, al contrario, cada vez son más numerosos los geólogos dispuestos a tener en cuenta esta espectacular posibilidad.8 Además, se ha podido demostrar de forma inequívoca que la Tierra en el pasado fue repetida y violentamente bombardeada (exactamente como todos los demás cuerpos planetarios del sistema solar) por grandes meteoritos y asteroides, algunos con un diámetro verdaderamente terrorífico, igual o superior a los 1.000 km...
A la luz de lo expuesto, creemos que la considerada «fábula» de la Atlántida adquiere cada vez más los rasgos de una posible y sombría realidad, y no hay que excluir que, en un futuro, los vestigios de una gigantesca Pompeya, sumergida a unos 3.000 m en las oscuras profundidades de un fondo oceánico, puedan al menos en parte salir a la luz."

Roberto Fondi
Tomada del libro Atlántida de Roberto Pinotti, página 324-327









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