Lamentación de Baruc y epifanía del ángel

Lloraba yo, Baruc, por aquel entonces en mi espíritu y me preocupaba por el pueblo porque Dios había permitido al rey Nabucodonosor saquear su ciudad. Decía:
-Señor, ¿Por qué has prendido fuego y has asolado tu viña? ¿Por qué has hecho esto? ¿Por qué, Señor, no nos has entregado a otro tipo de escarmiento, sino que nos pusiste en manos de pueblos de tal calaña que se burlan diciéndonos: “Donde está vuestro Dios?”.
Y mira, mientras estaba llorando y profiriendo tales quejas, veo a un ángel del Señor que viene y me dice:
-Entra en razón, hombre, varón de deseos, y no te preocupes tanto por la salvación de Jerusalén, puesto que esto dice el Señor, Dios Todopoderoso, que me ha enviado ante ti para que te anuncie y muestre todos los secretos de Dios, ya que tú súplica ha sido escuchada en su presencia y ha penetrado en los oídos del Señor Dios.
Cuando me habló de esta forma me tranquilicé. Y prosiguió el ángel:
-Deja de molestar a Dios y te mostraré otros secretos mayores que estos […]

El primer cielo

Me tomó y me condujo hasta el lugar donde está cimentado el cielo, en el que había un rio que nadie puede atravesar, ni siquiera un soplo desconocido de todos los que puso Dios. Me tomó y me condujo sobre el primer cielo y me mostro una enorme puerta a la vez que me decía:
-Entremos por ella.
Penetramos como con alas, una marcha como de treinta días de camino. Y dentro del cielo me mostró una llanura habitada por hombres. Sus rostros eran de buey, los cuernos de ciervo, los pies de cabra y los lomos de cordero. Yo, Baruc, pregunté al ángel:
-Declárame, por favor, cual es el grosor del cielo por el que caminamos o cual es su distancia o que significa la llanura, para que también yo se lo comunique a los hijos de los hombres.
Y me contestó el ángel, cuyo nombre era Famael:
-La puerta que acabas de ver es la puerta del cielo y su grosor es como la distancia que hay desde la tierra al cielo, e igual es la extensión de la llanura que viste.
Y añadió el ángel de las potestades:
-Ven y te mostraré secretos mayores.
Pero yo insistí:
-Explícame que clase de hombres son estos.
Y me respondió:
-Estos son los que construyeron la torre de la lucha contra Dios (la torre de Babel). El Señor los ha trasladado de sitio […].

Segundo cielo

Hicimos con el ángel desde aquel lugar una marcha como de ciento ochenta y cinco días. Me enseño una llanura y una serpiente que tenía el aspecto de una roca. Me enseño el Hades: su apariencia era tenebrosa y abominable. Y pregunté:
-¿Quién es esta serpiente y quien es el monstruo que la rodea?
El ángel me contestó:
-La serpiente es la que traga los cuerpos de los que han llevado mala vida; de ellos se alimenta. Y este es el Hades, que se asemeja a aquella en que bebe también del mar como un codo y no mengua nada de él.
Baruc intervino:
-¿Cómo es eso?
-Y el ángel prosiguió:
-Escucha. El Señor Dios trescientos sesenta ríos; los primeros de todos son el Alfias, Abirós y Guericós. A ellos se debe el que no disminuya el mar.
Yo repliqué:
-Muéstrame, por favor, cuál es el árbol que sedujo a Adán.
Dijo el ángel:
-Es la vid que plantó el ángel Samael por la que se irritó el Señor Dios. Por eso lo maldijo a él y a su planta. Puesto que no permitió que Adán la tocara, el diablo, envidioso, lo sedujo por medio de la vid. Y yo, Baruc, repliqué:
-Si la vid es la causa de tamaña calamidad, reo de maldición por parte de Dios y que condujo a la perdición al primer creado, ¿Cómo es ahora de tanta utilidad?
Y contesto el ángel:
-¡Buena pregunta! Cuando Dios desencadenó el cataclismo sobre la tierra e hizo perecer a todos los hombres y a los cuatrocientos nueve mil gigantes, y el agua subió quince codos por encima de las cumbres, penetró el agua en el Paraíso y arrasó todos los brotes. Pero el sarmiento de la vid brotó a pesar de todo y salió a flote. Cuando la tierra emergió del agua y salió Noé del Arca, comenzó a plantar las plantas que iba encontrando. Topó con el sarmiento y tomándolo se preguntaba que sería aquello. Yo me presente y le dije lo que había pasado con él. Y preguntó: “¿Pero he de plantarlo o qué? Puesto que por su culpa pereció Adán, no vaya yo también a incurrir por él en la ira de Dios”. Dicho esto se puso a suplicar para que Dios le revelara que debería hacer con él. Prolongó la suplica durante cuarenta días, con intensas peticiones y exclamó entre lamentos: “Por favor, Señor, revélame que debo hacer con esta planta”. Dios despacho al ángel Sarasael, quien le dijo: “Levántate, Noé, planta el sarmiento, porque esto dice el Señor: La amargura de este se transformará en dulzura y su maldición se convertirá en bendición y su fruto se convertirá en sangre de Dios, y así como por el género humano obtuvo la condena, de nuevo por Jesucristo, el Emmanuel, va a obtener la restauración y el acceso al Paraíso”. Sábete , pues, Baruc, que así como Adán obtuvo la condena por ese árbol y fue privado de la gloria de Dios, de igual modo los hombres de ahora, al beber sin mesura el vino por él producido, cometen una transgresión peor que la de Adán, se colocan lejos de la gloria de Dios y se hacen partícipes del fuego eterno […]

Segundo y tercer cielos: El ángel revela los misterios del sol

Me tomó y condujo al lugar donde sale el sol. Y me mostró un carro de cuatro tiros con llamas por debajo. Y sobre el carro había un hombre sentado que llevaba una corona de fuego. El carro iba tirado por cuatro ángeles. Y he aquí que un pájaro revoloteaba delante del sol, como nueve montañas de grande. Y pregunté al ángel:
-¿Qué significa este pájaro?
Y me contestó:
-Este es el guardián de la tierra habitada.
Y repliqué:
-Señor, ¿Cómo puede ser el guardián de la tierra habitada? Muéstramelo.
Y me dijo el ángel:
-Este pájaro va planeando junto al sol y al desplegar sus alas amortigua sus rayos ígneos. Pues si no lo amortiguara no se salvaría la raza humana ni ningún otro viviente. Pero Dios ha puesto ahí este pájaro.
Desplego sus alas y vi en su ala derecha letras descomunales como la superficie de una era que mide cuatro mil modios. Las letras eran de oro.
Y el ángel me dijo:
-Lee esto.
Y lo leí. Y decía así: “Ni me engendra la tierra ni me engendra el cielo, sino que me engendran una alas de fuego”.
Y pregunté:
-Señor, ¿Qué significa esta ave y cuál es su nombre?
Me respondió el ángel:
-Su nombre es Fénix.
-Y ¿Qué come?
Y me contestó:
-El maná del cielo y el rocío de la tierra […]
Mientras estaba hablando con él vi al pájaro que apareció delante y crecía poco a poco y alcanzaba su plenitud. Y detrás de este, al sol destellando y a los ángeles con él, llevando la corona sobre su cabeza, cuya figura no pudimos contemplar de frente ni ver. Y al mismo tiempo que comenzó a brillar el sol, desplegó también sus alas el Fénix. Yo, al contemplar semejante esplendor, me sobrecogí atemorizado, eché a correr y me oculté en las alas del ángel. Este me dijo:
-No temas, Baruc, sino espera y verás la puesta de ambos.
Me tomó y condujo hacia el poniente. Y cuando llegó el momento de ponerse, de nuevo vi delante al pájaro que venía y al sol que se acercaba con los ángeles. Y mientras se acercaba vi a los ángeles que quitaban la corona de su cabeza. El pájaro se detuvo exhausto y replegó sus alas. Al contemplar este espectáculo, dije:
-Señor, ¿Por qué quitaron la corona de la cabeza del sol y por qué está el pájaro tan agotado?
Y el ángel me contestó:
-La corona del sol, cuando este termina de recorrer el día, la toman cuatro ángeles, la trasladan al cielo y la renuevan por haberse manchado ella y sus rayos sobre la tierra. Así que de esta forma se renueva cada día.
Yo, Baruc, repuse:
-Señor, ¿y por qué se manchan sus rayos sobre la tierra?
Y el ángel me contesto:
-Por contemplar las trasgresiones y las injusticias de los hombre, como son las prostituciones, adulterios, robos, saqueos, idolatrías, borracheras, asesinatos, disputas, envidias, difamaciones, murmuraciones, cuchicheos, adivinaciones y cosas como estas que no son agradable a Dios […].

El cuarto cielo

Después de haber aprendido todo esto del arcángel, me tomó y me condujo al cuarto cielo. Y vi una llanura sencilla y en ella un estanque de agua. Había allí multitud de pájaro de todas las especies, pero no los de aquí, sino que vi a las grullas como bueyes grandes. Y todos eran gigantescos, mayores que los del mundo. Pregunté al ángel:
-¿Qué es la llanura, qué es el estanque y qué es la multitud de pájaros en torno a él?
Y el ángel me contesto:
-Escucha, Baruc. La llanura que rodea el estanque y en la que hay otras maravillas es el lugar adonde vienen las almas de los justos cuando se congregan y viven juntas por coros. El agua es la que toman las nubes para llover sobre la tierra y para que crezcan los frutos.
Y volví a preguntar al ángel del Señor:
-¿Y los pájaros?
Me contestó:
-Estos son los que de continuo entonan himnos al Señor […].

El quinto cielo

Desde aquí me tomó el ángel y me condujo al quinto cielo. Pero la puerta estaba cerrada. Y pregunté:
-Señor, ¿no se abre esta puerta para que pueda entrar?
Y me contestó el ángel:
-No podemos entrar hasta que llegue Miguel, el clavero del reino de los cielos. Pero aguarda y verás la gloria de Dios.
Se produjo un potente ruido como un trueno y dije:
-Señor, ¿Qué ruido es este?
Me respondió:
-Ahora viene el general en jefe, Miguel, a recibir las suplicas de los hombres […].
Y vi al general en jefe, Miguel, que agarraba un cuenco gigantesco.
Su profundidad era como desde el cielo hasta la tierra y su anchura como desde el norte hasta el sur. Y pregunté:
-Señor, ¿Qué es lo que agarra el arcángel Miguel?
Me contesto:
-Aquí es donde se concentran los méritos de los justos; todas las cosas buenas que hacen son transportadas por medio de él ante el Dios celeste.
Y mientras estaba conversando con ellos, he aquí que se presentaron unos ángeles que llevaban canastillas llenas de flores. Y se las entregaron a Miguel. E interrogué al ángel:
-Señor, ¿Quiénes son estos y qué es lo que transportan?
Y me respondió:
-Estos son los ángeles que están frente a los justos.
Tomo el arcángel las canastillas y las puso en el cuenco. Y añadió el ángel:
-Estas flores son los méritos de los justos.
Y vi a otros ángeles llevando canastillas vacías, que no llenas. Venían entristecidos y no se atrevían a acercarse porque no tenían los premios completos. Y Miguel gritó estas palabras:
-Venid también vosotros, ángeles, traed lo que habéis transportado.
Tanto Miguel como el ángel que estaba conmigo se entristecieron mucho porque no habían llenado el cuenco. Asimismo, se acercaron a continuación también otros ángeles llorando y transido de dolor mientras decían temerosos:
-Míranos ennegrecidos, Señor, porque hemos sido entregados a hombres malvados y queremos separarnos de ellos.
Y dijo Miguel:
-No podéis retiraros de ellos para que no domine hasta el final el Enemigo. Pero decidme que pedís.
Y contestaron:
-Te suplicamos, Miguel, nuestro general en jefe, que nos separes de ellos porque no podemos resistir junto a hombres malvados y necios, puesto que no hay en ellos nada bueno, sino toda clase de injusticia y ambición […].
Y dijo Miguel:
-Esperad hasta que sepa del Señor qué se va a hacer.
En ese preciso momento se marchó Miguel y se cerraron las puertas. Se produjo un ruido como un tueno. Pregunté al ángel:
-¿Qué ruido es ese?
Y me contestó:
-Ahora presenta Miguel a Dios los méritos de los hombres.
En ese mismo instante descendió Miguel y se abrió la puerta. Traía aceite. Y a los ángeles que traían las canastillas llenas se las llenó de aceite con estas palabras:
-Llevadlo. Dad como premio cien veces más a nuestros amigos y a los que han realizado con trabajo las buenas obras. Pues los que bien siembran, bien recogen.
Y dijo a los que llevaban las canastillas llenas y a los que la llevaban vacías:
-Marchaos, bendecid a nuestros amigos y decidles: “Esto dice el Señor: en lo poco sois fieles, sobre mucho os constituirá. Entrad en la alegría de nuestro Señor”.
Y volviéndose dijo a los que no llevaban nada:
-Esto dice el Señor: No estéis cabizbajos no lloréis ni abandonéis a los hijos de los hombres. Al contrario, puesto que me irritaron con sus obras, id, castigadlos, exasperadlos y provocadlos contra una nación que no es nación, contra una nación insensata. Más aún, despachad junto con ello vendaval e inundación, gorgojo y langosta, granizo con relámpagos y furia. Divididlos con espada y muerte; y a sus hijos, con demonios. Porque no escucharon mi voz ni guardaron mis mandamientos […].
Con estas palabras se cerró la puerta y nos retiramos. El ángel me tomó y me devolvió al lugar del principio. Cuando volví en mí, di gloria a Dios por haberme considerado digno de semejante dignidad. Y vosotros, hermanos, que participáis de una revelación como esta, dad gloria también a Dios para que el os glorifique ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.

El Apocalipsis de Baruc (griego)
Tomado de la página http://antepasadosnuestros.blogspot.com/2012/03/segundo-apocalipsis-de-baruc.html
Traducción del griego de Natalio Fernández Marcos







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