"Estoy convencido de que en los futuros descubrimientos de los restos de la antiquísima civilización suramericana se encontrarán elementos destinados a revolucionar la historia del mundo y también a hacernos ver insospechados lazos con el presente. Algunos restos se encuentran sumergidos en el océano, otros se encuentran más allá del llamado «infierno verde» de la jungla suramericana […]. Existen pruebas contundentes que demuestran que este gran imperio Paititi desapareció casi de un día para otro por una gran catástrofe natural. Un elemento probatorio es la visible concordancia de las leyendas que han sido recogidas entre las poblaciones de la América precolombina. Tanto en América del Sur como en América del Norte encontramos en los relatos tradicionales a los «padres llegados del cielo». Otro elemento común de las leyendas es una gran lluvia de meteoros que destruyó en tiempos remotísimos el gran imperio de los antepasados. Este cataclismo va acompañado de aluviones, terremotos y otros desastres. Ahora bien, es importante constatar que este gran acontecimiento catastrófico también figura en las leyendas de otros muchos pueblos del mundo. En Italia el geotécnico Cattoi ha descubierto que existe toda una línea de antiguos cráteres formados por meteoritos, lo que demostraría que el mismo cataclismo debe de haberse producido aquí, lo que ha hecho hundirse las tierras que antes ocupaban el mar Tirreno. Al rastrear todas estas leyendas en los distintos continentes se tropieza a menudo con elementos culturales idénticos que dejan perplejo al investigador: como por ejemplo el típico intervalo de tiempo de 52 años que encontramos entre los aztecas de México y volvemos a encontrar en tierra judía, ¡en las antípodas! El período de 52 años, usado por los aztecas como medida del tiempo, y que también se encuentra en Perú, figura en algunas cronologías judías: profetas hebreos hablan de desastres y calamidades haciendo a menudo referencia a dicho intervalo. Y cada 52 años los aztecas celebraban un sacrificio humano de excepción, un holocausto de miles de hombres, a fin de impedir una especie de fin del mundo, debido a una lluvia meteórica, que habría debido manifestarse al expirar aquel período. Era una tradición derivada evidentemente de dolorosas experiencias de reales retornos periódicos de esta tragedia, en tiempos de los que después se había perdido el recuerdo...
El hilo lógico es este: si una civilización avanzadísima existía en Perú antes de la llegada de los incas, y si sus restos presentan analogías con los hallados por Cottoi en Italia, hay un nexo entre las dos culturas. Si luego, más allá de las leyendas, también la arqueología suramericana obtiene pruebas de un gran acontecimiento de origen cósmico que destruyó aquella civilización, y si por otra parte las pruebas análogas encontradas por Cattoi en Italia ponen en evidencia un idéntico cataclismo que debió de devastar estas áreas, muy probablemente aquella grande y única civilización mundial desapareció en el mismo momento por la misma causa. Para encontrar los remotos orígenes del hombre ciertamente tendremos que indagar en los tiempos anteriores al cataclismo, es decir, reconstruir idealmente, a partir de los elementos que tenemos, lo que fue destruido."


George Hunt Williamson
Tomada del libro Atlántida de Roberto Pinotti, página 342-343


"Mi amor por las cosas del pasado nació cuando, siendo niño, leí los libros del coronel Fawcett. El gran explorador inglés había intuido que, de haber conseguido descubrir en el interior de América del Sur las misteriosas ciudades desaparecidas, habría revolucionado todas las ideas que el hombre se había hecho sobre el propio pasado. Se adentró en el infierno de la jungla, pero nunca regresó. Más tarde leí estas palabras de Mason, el famoso antropólogo: «Cabe pensar que en algún lugar perdido de la selva virgen suramericana, un día se encontrarán los restos de una civilización más avanzada que las posteriores que ya conocemos». En realidad, los incas fueron precedidos en América del Sur por un pueblo mucho más avanzado que ellos, fundador de un poderoso imperio en el área del río Amazonas. Pero estos predecesores han sido siempre un misterio para los propios incas. Habían desaparecido antes de que los recién llegados se extendieran sobre el territorio. Estos últimos, sin embargo, debieron de tener indicios de la magnificencia de aquella antigua civilización, si conservaron tantas huellas en sus tradiciones orales llegadas hasta nosotros. A lo mejor los recién llegados construyeron sobre las ruinas majestuosas de sus predecesores, que para ellos habían sido los habitantes de Paititi. Pero de la verdadera civilización de Paititi, de la que se decían maravillas, ningún inca supo nunca nada en concreto. Inútilmente uno de sus emperadores organizó una expedición de miles de hombres para encontrar sus restos. La expedición fue engullida por la jungla y nunca más se supo de ella. Más tarde llegaron los españoles con Pizarro, y sometieron a los incas. También los españoles buscaron «el gran Paititi», pero nunca lo encontraron. Hasta que en 1952, un peruano, el arqueólogo Daniele Ruzo, se adentró en el altiplano de Marcahuasi, en el corazón de los Andes peruanos, donde se le presentó una visión desconcertante: una selva de estatuas ciclópeas, a 3.700 m sobre el nivel del mar, se erguía contra el cielo, en el antiguo bosque sagrado, la legendaria morada de los gigantes. ¿Habíais oído decir que en Marcahuasi existen cientos de estatuas ciclópeas, que pueden alcanzar los 200 m de altura, esculpidas antes de los incas, que representan todas las razas humanas, y son similares a las egipcias y a las de la isla de Pascua, y también aparecen camellos, animales jamás existidos en América del Sur? ¿Que según los juegos de sombra del sol revelan imágenes diferentes? ¿Que también hay construcciones gigantescas que los arquitectos modernos no sabrían reconstruir? El enigma de Paititi empieza a desvelarse solo ahora, y ya parece que aplaste al observador con sus dimensiones que parecen fuera de lo humano. Ruzo pensó enseguida que en Marcahuasi estaba la clave de muchos misterios de la historia de nuestro mundo. Pero no sabía que otra clave, más antigua, estaba en Italia: Costantino Cottoi ha descubierto en Italia esculturas rupestres exactamente iguales a las halladas por Ruzo en Perú. Solo que en Italia el tiempo ha deteriorado más la piedra: señal de que el perro de Porto Ercole, en Toscana, es mucho más antiguo que su copia de Marcahuasi."

George Hunt Williamson también conocido como Michael d'Obrenovic y el hermano Philip
Tomada del libro Atlántida de Roberto Pinotti, página 339









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