Amor Eterno

"Puso el Creador en tus esquivos ojos 
Cuanto bello soñó mi loca mente;
Para saciar la sed de mi alma ardiente 
Diole a un ángel mortal tus labios rojos.

El anhelante seno... los sonrojos
Que el mármol tiñen de tu casta frente, 
El blando arrullo de tu voz doliente
Si miras en mi faz sombras o enojos ...

¡Amor! Amor ideal de mis delirios, 
Eterno amor que el alma presentía, 
Galardón de cruelísimos martirios,

Puso en tu virgen corazón el Cielo 
Para hacerte en la tierra sólo mía,
En mi existencia luz, gloria y consuelo."

Jorge Isaacs


Después de la victoria


Con albas ropas, lívida, impalpable, 
en alta noche se acercó a mi lecho: 
estremecido, la esperé en los brazos; 
inmóvil, sorda, me miró en silencio. 

Hiriome su mirada negra y fría... 
sentí en la frente como helado aliento; 
y las manos de mármol en mis sienes, 
a los míos juntó sus labios yertos. 


II 

La hoguera del vivac agonizante: 
Infla las lonas de la tienda el viento:
Olor de sangre... Fatigados duermen: 
De centinelas, voces a los lejos... 

¡Largo vivir!... ¡La gloria!... ¿Quién laureles 
Y caricias tendrá para mí en premio? 
¿Gloria sin ti?... ¡Dichosos los que yacen 
En la llanura ensangrentada, muertos! 

Jorge Isaacs


"El revuelo de un ave que al pasar sobre nuestras cabezas dio un graznido siniestro y conocido para mí, interrumpió nuestra despedida; la vi volar hacia la cruz de hierro, y posada ya en uno de sus brazos, aleteó repitiendo su espantoso canto.
(...)
Una tarde, tarde como las de mi país, engalanada con nubes de color violeta y campos de oro pálido, bella como María, bella y transitoria como fue ésta para mí, mi hermana y yo, sentados sobre la ancha piedra de la pendiente, desde donde veíamos a la derecha en la honda vega rodar las corrientes bulliciosas del río, teniendo a nuestros pies el valle majestuoso y callado, leía yo el episodio de Atala."

Jorge Isaacs
María


¡Ella Duerme!

"—No duermas,— suplicante me decía
—escúchame... despierta—.
Cuando haciendo cojín de su regazo,
Soñándome besarla, me dormía.

Más tarde... ¡horror! En convulsivo abrazo
La oprimí el corazón... rígida y yerta!
En vano la besé; —no sonreía;
En vano la llamaba; —no me oía;
¡La llamo en su sepulcro y no despierta!"

Jorge Isaacs


En la noche callada

"Ay! cuántas veces en las lentas horas
De la noche callada, antes que el sueño
Venga a cerrar mis párpados, recorre
Mi memoria tenaz los bellos días
De lloros y de risas infantiles
A que siguieron tan hermosos años!
Sus palabras de amor entonces oigo,
Sus votos de constancia...no cumplidos,
Y vuelvo a ver la luz de esa mirada
Que hundióse en el Ocaso de la vida
Para ya no lucir...ay! para siempre!
Ay! cuántas veces los amigos caros
Al corazón desde la infancia unidos,
Que ya no existen...mi memoria evoca,
Y hallo en torno de mí sólo sus tumbas,
A do bajaron, como al soplo frío
Del invierno, las hojas macilentas...
Imagínome entonces que recorro
Un salón de banquete ya desierto,
Do algunas luces oscilando mueren...
Donde se ven aquí y allá dispersas
Las guirnaldas marchitas... Lo han dejado
Todos, excepto yo; y así en la vida
Ay! cuántas veces me contemplo solo!"

Jorge Isaacs



Las hadas

"Soñé vagar por bosques de palmeras
cuyos blondos plumajes, al hundir
su disco el Sol en las lejanas sierras,
cruzaban resplandores de rubí.
Del terso lago se tiñó de rosa
la superficie límpida y azul,
y a sus orillas garzas y palomas
posábanse en los sauces y bambús.
Muda la tarde ante la noche muda
las gasas de su manto recogió;
del indo mar dormido en las espumas
la luna hallóla y a sus pies el sol.
Ven conmigo a vagar bajo las selvas
donde las Hadas templan mi laúd;
ellas me han dicho que conmigo sueñas,
que me harán inmortal si me amas tú."

Jorge Ricardo Isaacs Ferrer



Por ti suspiro

"Cuando en la nube de aromas
Que te circunda, respira
El alma a tus pies de hinojos,
Reina y cautiva,
Tus bellos ojos
Húmedos miro,
Porque te llegan
Ecos perdidos
De los sollozos
Del pecho mío;
Por ti solloza,
¡Por ti suspiro!

Si tus canciones escucho
En delicioso embeleso,
De mis montañas natales,
Oigo los vientos;
De sus turpiales
Alegres trinos
En las auroras
Del blondo estío.
¡Ay! ¡Canta! ¡Canta!
Para mi alivio,
Que sólo entonces
Por ti suspiro.

Cuando gozosa o doliente
Tu pudibunda mirada,
Toda mía... Los anhelos
Oyes de mi alma,
Quejas y celos,
Castos desvíos,
Glorias y dichas,
Dulces delirios
Hay en tus ojos...
¡Dímelo, dilo!
¿Por qué suspiras Cuando suspiro?

Triste, anheloso y errante
Recorro lejanos climas,
Y en ti pienso si la aurora
Luce del día;
En ti si dora
Los montes níveos
O moribundo,
Lagos tranquilos
En los desiertos
De mi camino;
Y en ti pensando,
¡Por ti suspiro!

En la corona de Bardo
Que así en mis sienes admiras,
Bajo las flores fragantes
Punzan espinas:
De oro y diamantes
Otras no envidio

Que en sangre bañan
Reyes altivos:
Tú eres la gloria
Y el bien que ansío
Y por ti siempre
Velo y suspiro.

Crueles dolores agotan
Lo que de vida me queda,
Y acaso tumba me niegue
La patria tierra...
Quizá no llegue
Allí a mi oído
Tu voz amada...
Mas cuando en fríos
Y hoscos inviernos
También marchitos
Estos follajes...
Aquí, bien mío,
Oirás de mi alma
Tristes suspiros."

Jorge Isaacs


"¿Porque no hablas? ¿Te parecen buenas las condiciones que pone?
-Sí, María. ¿Y cuáles son las tuyas en pago de tanto bien?
-Una sola.
-Dila.
-Tú la sabes.
-Sí, sí; pero hoy si debes decirla.
-Que me ames siempre así, respondió, y su mano se enlazó más estrechamente con la mía."

Jorge Isaacs
María



"¡Primer amor! Noble orgullo de sentirse amado; sacrificio dulce de todo lo que antes nos era caro a favor de la mujer querida; felicidad que, comprada para un día con las lágrimas de toda una existencia, recibiríamos como un don de Dios; perfume para todas las horas del porvenir: flor guardada en el alma que no es dado marchitar a los desengaños: único tesoro que no puede arrebatarnos la envidia de los hombres, delirio delicioso..., inspiración del Cielo...¡María!¡María! ¡Cuánto te amé!¡Cuánto te amara!"

Jorge Isaacs


"¿Qué importa el mundo si perdona Dios?"

Jorge Isaacs


Ten piedad de mí

"¡Señor!, si en sus miradas encendiste
Este fuego inmortal que me devora;
Y en su boca fragante y seductora
Sonrisas de tus ángeles pusiste;

Si de tez de azucena la vestiste
Y negros bucles; si su voz canora,
De los sueños de mi alma arrulladora,
Ni a las palomas de tu selva diste;

Perdona el gran dolor de mi agonía
Y déjame también buscar olvido
En las tinieblas de la tumba fría.

Olvidarla en la tierra no he podido.
¿Cómo esperar podré si ya no es mía?
¿Cómo vivir, Señor, si la he perdido?"

Jorge Isaacs











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