Aprendiendo a morir

"Mientras duermen mi mujer y mis hijos
y la casa descansa del ajetreo familiar,
me levanto y reanimo los espacios tranquilos.
Hago como si ellos --mis hijos, mi mujer--
estuvieran despiertos, activos
en la propia gestión que les ocupa el día.
Voy insomne (o sonámbulo) llamándoles,
hablándoles;
pero nadie responde, nadie me ve.
Llego hasta donde está la menor de mis niñas:
ella habla a sus muñecas, no repara en mi voz.
El varón entra, suelta su cartapacio de escolar,
de los bolsillos saca su botín:
las artimañas de un prestidigitador.
Quisiera compartir su arte y su tesoro,
quisiera ser con él. Sigue de largo:
no repara en mi gesto ni en mi voz.
¿A quién acudo? Mis otras hijas ¿dónde están?
Ando por casa jugando a que me encuentren:
¡Aquí estoy!
Pero nadie responde, nadie me ve.
Mis hijas en sus mundos siguen otro compás.
¿Dónde se habrá metido mi mujer?
En la cocina la oigo; el agua corre,
huele a hojas de cilantro y de laurel.
Está de espaldas. Miro su melena,
su cuello joven: ella vivirá…
Quiero acercármele pero no me atrevo
―huele a guiso, a pastel recién horneado―:
¿y si al volver los ojos no me ve?
Como un actor que olvida de repente
su papel en la escena,
desesperado grito:
¡Aquí estoy!
Pero nadie responde, nadie me ve.
Hasta que llegue el día y con su luz
termine mi ejercicio de aprender a morir."

Pablo Armando Fernández



"Cuando yo era joven, la muerte era un tema de mi poesía. Pero pienso que era algo de pura especulación, de entretenimiento... Creo que no la tomaba muy en serio. Por eso hablaba de la muerte con frecuencia. 
Ahora que estoy yo no diría en la antesala, sino en la misma vejez (a los setenta años se es viejo irremediablemente), comprendo que la muerte —que no se sueña— es de una puntualidad total, obscena... no se equivoca, no es transferible ni impostergable... Pero no creo en ella. Dejé de creer en la muerte, aunque sí creo en la ausencia. 
He estado en los cinco continentes y donde únicamente sentí la distancia fue en Australia. Estaba yo allá —decía— en la quinta punta de la estrella. Me sentía muy remoto, muy distante de todo, hasta de mí mismo. Y buscaba todo aquello que me acercara a mi memoria, recurriendo a cosas elementales: la arena, la yerba, las flores... Y cuando encontraba algo semejante a mi paisaje natural, pues decía: No, no estoy tan lejos... ésta no es otra estrella; estoy en casa... Esa sensación de distanciamiento es la que puede provocar la muerte, y es la que nos afecta. 
Martí decía que la muerte es vía pero no término... Yo creo en la memoria, en la memoria que está en la escritura y que, de algún modo, nos representa a todos. La escritura es el testimonio del conocimiento; la palabra existe para que nosotros sepamos la obra de la vida. 
Yo creo en los ciclos de la vida. Tomemos la noche como la muerte, y el día como la vida. Así de simple. Todas las noches, cuando dormimos, vivimos la ausencia en el sueño. Yo he soñado con gente que nunca he visto, con lugares que no conozco, con situaciones de pura ficción... Yo sueño poemas, y me despierto sobresaltado, tratando de recuperarlos. Pero no, no eran míos... eran poemas del sueño. 
Estoy convencido que así sucederá el día en que, en silencio, emprenda el viaje hacia no sé qué estrella... Pero sé que volveré a aparecer, y estaré en otro lugar, con otra gente...; pero allí también estaré contigo y con los que conozco. De acuerdo con Paul Jacobs, nos desarrollamos y evolucionamos en grupo, y el grupo siempre es el mismo, porque es el que tiene la memoria del otro."

Pablo Armando Fernández


"El sueño del que miente es la hermosa verdad de ser sin haber sido. Valga su honestidad. El sueño del creyente busca su irredención y si la encuentra robustece su fe."

Pablo Armando Fernández


Entre los mirtos

Madre de la raíz y de la fronda,
haz que la flor y el fruto: su semilla germine
para que de la boca que profetiza suba
el canto a las mansiones estelares.

Alrededor del fuego
estábamos reunidos.

Júntese piedras que en las aguas ruedan
para erigir un trono, pulido como pérfido,
donde ella se entregue a sus visiones
y hable del cuerpo: enigmas aún por revelar.

Nadie quería apartar
los ojos de la llama.

Abra la brisa su abanico de alas
que vuelen de otros rumbos
y ahuyenten de sus sueños
las dudas, los temores, la impaciencia.

De repente entre azules
y rojos y amarillos
el canto es llama errante
y a su luz nos confiamos.

Paz de los cielos, ave de los montes,
corcel de agua, den a la sibila
el don de la memoria.

Pablo Armando Fernández


Haydée Santamaría

"Yo creía conocer todos tus nombres
antiguos de mujer, imaginaba
saberme sus historias de memoria,
pero cada mañana, o cada atardecer,
te revelabas diferente
a las mujeres de las mitologías,
distinta a otras mujeres de la historia.
Eres, lo sé, la mujer que faltaba en los libros,
con su ternura y cólera,
su amor, su intransigencia, con su sueño,
mezclados en la hora cuando la vida exige
violenta cura que remedie o mate.
No eres un personaje de las fabulaciones,
yo sé que eres humana, inmortal y distinta.
Siempre te sentí patria.
Una vez te lo dije, recuerdo tu mirada
a nuestro alrededor, queriendo señalarme
algo que yo creía reconocer,
y sólo hallaba agreste en ti:
en la fronda y raíces de los árboles nuestros
donde viven confiados los celosos orishas,
algo que anda en los ríos y en sus márgenes
y que no llega al mar.
Algo que está en la cima de los montes,
como ancestros que bajan hasta el llano
y vuelven vigilantes a sus cumbres.
De repente es la luz y no la llama
la que descubre tu velado nombre."

Pablo Armando Fernández


"Hombre, redime al hombre vivo.
Álzate y anda entre los vivos, 
lucha con los vivos, gánate el pan.
Hombre, haz que las flores sean para los vivos, 
haz que el aceite sea para los vivos 
y el vino de la vid para la vida."

Pablo Armando Fernández


La Habana

En mi niñez La Habana
era en la radio voces,
que entre estaciones varias,
hacían su itinerario hasta llegar a casa.
A veces toda canto, a veces toda vida
de seres reales o imaginarios
en orbes que nutrían el universo.
Diré que hallé en la radio
la antena con La Habana soñadora.

En el largo camino
desde Delicias hasta Nueva York,
contemplando laureles y leones
me detuve en las sendas
del Paseo del Prado: Zenea y el mar,
el Capitolio, Monte y la CMQ,
el parque fraternal., todo soñado,
tal vez visto en revistas.
Esa noche, antes de irme al hotel
Isla de Cuba, ensimismado, escuché
las voces ancestrales de las Anacaonas
que en cantos celebraban
a la India y su fuente con delfines,
desobedientes a la afección que
Ballagas les mostrara, aún lloran sin consuelo
sobre la taza gris de piedra vieja.
En la mañana, antes de dar el salto
entre Rancho Boyeros y Miami,
Temprano me adentré en las calles y plazas
a contemplar sus casas y sus aceras.
Allí están la mirada, los pasos, el aliento
de quienes animaron la ciudad
en los siglos pasados.
Entonces, las estaciones dejaron
de ser voces radiales, de una a otra estación
llegaba a Nueva York desde Miami.
Allá entre torres y ríos recuperé
con la poesía que me acompañaba
las voces en sintonía con mi ser
y regresé a La Habana.
Esas voces dieron a mi existir
un cuerpo que es instrumento, herramienta,
un arma a veces, para darle vida
a lo que en mí es memoria.

Diré que esa memoria es la poesía que
otras voces en mí, encarnan en el verso
desde Heredia, Varela, Saco, Villaverde y Martí,
que han unido a La Habana y Nueva York
en abrazos que hermanan nuestras islas.
Ya La Habana era hogar a mi regreso.
En sus calles y plazas la poesía
que anima la mirada para asentar los pasos
de quienes las recorren, traza los signos
que perpetúan con amor la historia.

Aquí están mis precursores todos.
Que me imponen hacer de Abel progenia.

Pablo Armando Fernández






Lo que sé

"Yo que he hablado en lenguas
Conozco la piedad que mora en las palabras:
Llovizna, asilo, hospital, penumbra.
Conozco la aflicción
que estas palabras ponen en el ánimo.
El fervor de conocer al triste.
Yo que lo sé,
Que he sido pobre, extranjero, sombrío.
Sé también que hay que humillarse
más allá del ruego,
hacia la sangre hasta dejarla limpia,
hasta sentir su transparencia
cuajada en la mirada,
hasta poder mirarle el rostro a la inocencia."

Pablo Armando Fernández


Parábola

"Mi madre quiere que yo sea feliz, quiere
que yo sea joven y alegre;
un hombre que no tema al paso de los años,
ni tema a la ternura y al candor
del niño que debiera ser
cuando voy de su mano y la oigo repetirme
–para que no lo olvide-- éstas y otras nociones.
Mi madre no quisiera avergonzarse de mí.

Mi madre quiere que no mienta, quiere
que sea libre y sencillo.
No quisiera verme sufrir,
porque el miedo y la duda
son males que padecen los adultos,
y ella quiere que yo sea su niño.

Cualquiera que nos viese
no la comprendería: en edad coincidimos
–no quiere que lo diga–,
aunque ella me dio vida
cuando tenía los años que tengo hoy.

Podríamos ser hermanos, ella un poco mayor.
Podríamos ser amigos: su memoria y la mía
corresponden a un tiempo en que ambos fuimos jóvenes.
(Yo era menor, pero recuerdo verla cantar feliz
entre sus hijos, compartir nuestra infancia).

Mi madre quiere verme luchar a toda hora
contra el dolor y el miedo.
Sufriría si supiera que a mi edad,
la de ella entonces cuando me dio a la vida,
yo soy su viejo padre y ella mi dulce niña."

Pablo Armando Fernández


Quería vivir

Quería vivir.
Encontrarse en el cuerpo del poeta;
rendirlo a su presencia.
En ciertos sitios públicos y en la cama
se abandonó a otros dioses
y estuvo solo;
o no quiso rendirles, sino
dentro de la memoria ser como ellos,
que hacen de las palabras
sin historia
la sinrazón, la duda y el amor.

Pablo Armando Fernández



"Yo no escogí ser poeta. Alguna vez he dicho que la poesía me escogió a mí, y no es mentira."

Pablo Armando Fernández









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