"El cura, que fue en su bayo peludo, sin sacristán ni nada, nos echó sus jerigonzas, en dos minutos, hizo firmar la partida de casamiento, la firmó él también, salió al patio conmigo, me dio el papel sin que nadie lo viera, montó el sotreta, y se largó al trotecito para el pueblo, gritando:
-¡Eh! ¡que siano feliche!...
No se quedó a comer como lo había invitado Carolina -y eso que era un gran tragaldabas-, seguramente porque en el Pago no se fuera a maliciar la cosa del casorio falluto.
Pero se llevó un pollo asado, una botella de Chianti y otras cositas más...
Carolina, que se pintaba sola para esas cosas, había hecho una cenita de regular arriba, y los cuatro -yo, ella, ño Cipriano y la parda- nos sentamos a comer y a chupar en grande. ¡No, si era chacota!... El viejo se le prendió al vino como guacho hambriento a leche recién ordeñada. La parda, de consiguiente. Carolina se puso medio alegrona, y yo... ¡no les digo nada!... A los postres, ño Cipriano, para rematar la fiesta, se le prendió a la caña de durazno y soltando refranes y dando consejos, se mamó tan fiero, que tuvimos que llevarlo al galpón entre los tres...
-¡Cosas de la vida! ¡Cosas de la vida! -decía la parda, trastabillando, lagrimeando y babosa con la tranca.
Al rato se enloqueció del todo, y como ni podía estarse parada, se tuvo que quedar aquella noche. Al otro día le dijo a Carolina que había soñado que un ángel bajaba del cielo para venir a bendecirla a ella y a mí, y que ésa era seña segura de que íbamos a ser lo más felices. Que también soñó que le regalaban unas gallinitas y un corte de vestido... ¡Miren la parda ladina!
La gringa, de puro contenta, porque yo no le había mezquinado aquella noche -y si no ¡juéguenle risa no más! ¡Después de andar galgueando tanto tiempo!-, le regaló efectivamente las gallinas y el generito y hasta me parece que un par de pesos de yapa, con lo que la parda se fue contentísima, blanqueándole los dientes y relampagueándole los ojos.
Yo la atajé cerca del palenque, para decirle que no fuera a decir nada del casamiento, que tenía que ser cosa muy secreta."

Roberto Payró
El casamiento de Laucha




"Mister Barclay, hombre de edad mediana, alto, robusto, de musculatura templada en los deportes, rubio, los ojos azules vivos, móviles y escrutadores, demostraba hacer vastos conocimientos, e ideas claras y originales, rayanas a veces con la paradoja. Le animaba un idealismo exaltado, "sui generis", que él trataba de disimular, pero que surgía a despecho suyo en el calor de la conversación, siempre enderezada a examinar los medios y las probabilidades de hacer de la humanidad una asociación más libre, más feliz, más fraternal. Pero también, a menudo, asomaba en su palabra un desencanto amargo, que le crispaba el rostro, mueca dolosa terminada siempre en estremecimientos de risa indefinible.
Había viajado mucho, recorriendo casi el mundo entero, desde las estepas rusas a las pampas argentinas, desde las grandes ciudades europeas hasta los desiertos africanos, y hablaba diversos idiomas, el francés correctamente, aunque con acento, el castellano, el portugués, y el italiano mezclándolos y confundiéndolos, pero lo bastante para hacerse comprender. El alemán y el irlandés le eran familiares, y sabía más o menos bien, otras lenguas y dialectos aprendidos en sus largas excursiones.
Debía de ser rico o gozar por lo menos de una situación muy holgada, pues no parecía haberse ocupado nunca de comercio ni de industria, ni de otras maneras de hacer dinero; llevaba un elegante y bien provisto guardarropa, y obsequiaba a menudo, con largueza, a sus nuevas y numerosas relaciones de a bordo, especialmente en las escalas de Vigo y Dakar, donde nos ofreció verdaderos banquetes. En estos casos mostraba una alegría ruidosa, que a mí me parecía forzada, y una afectuosidad que los ingleses no exteriorizan nunca para con los extraños. Por último había hecho como voluntario, toda la campaña de 1914 a 1918."

Roberto Payró
Mi compañero de viaje



"Pero ¿qué me dicen del lobisón, que anda desde el tiempo de Ñaupa y que se transforma en toda suerte de animales y alimañas; del hombre-perro, que nadie podía agarrar, y que todavía se aparece de vez en cuando; de las viudas que se presentan donde quiera, cuando menos se piensa, lo mismo ahora que cuando mi abuela vivía; del hombre-chancho, que anduvo cuando yo era muchacho por el barrio de los Corrales y de San Cristóbal, que le menearon bala y más bala, sin hacerle ni siquiera un rasguño?"

Roberto Jorge Payró
El fantasma












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