"Brujas era su muerta. Y su muerta era Brujas. Todo se fundía en un mismo destino. Era Brujas, la Muerta, ella misma, puesta en el panteón de sus muelles de piedra, con las heladas arterias de sus canales, en los que había cesado de latir la gran pulsación del mar."

Georges Rodenbach
Brujas la Muerta



"Desde el día en que Hugo sufrió aquel extraño accidente, Jane pudo observar la pesadumbre de su ánimo en el carácter lóbrego de aquellos trajes pasados de moda, que denotaban lo profundamente decepcionado que se sentía. Había llegado a la cima. Era amado por dos mujeres pero ahora se sentía un tanto vacío. Había mantenido un cierto distanciamiento y la niebla de la muerte se cernía sobre ellos, siendo aún posible la confusión. Habían estado tan cerca que las diferencias se pusieron inevitablemente de manifiesto.
Inicialmente había sido la similitud del rostro, detectada por la cómplice y ciega emoción que poco a poco fue trazando más detalles, en apariencia nimios, que precipitaron un cierto grado de agonía por absurdas bagatelas.
La similitud se daba en ciertas líneas y en la expresión general, en el supuesto de que cada individuo es diferente. Pero Hugo no se dio cuenta de que él mismo había cambiado su manera de ver y ejercía las comparaciones con tal precisión que promovía la sensación de culpa y remordimiento en Jane.
Después de todo, aún tenía sus mismos ojos. Pero si los ojos son en verdad las ventanas del alma, estaba claro que distintas almas hablaban de la muerte, siempre presente. Jane comenzó suavemente, con mucho esmero, para dejarse llevar cada vez más. La acumulación de sangre y su naturaleza teatral la condujo hacia un paisaje luminiscente. Sentirse completamente intimidada le había otorgado una gran libertad en su manera de ser, una felicidad un tanto ruidosa, sin ataduras morales. Se había vuelto más y más fuerte. Corría con el pelo despeinado por la casa. La delicada naturaleza de Hugo se sintió ofendida. Sin embargo, trató de acercarse de nuevo a ella para desterrar la imagen del antiguo hechizo. Anhelaba que se difuminaran las horas perezosas, las insoportables noches.
Jane se dejaba dominar por sus oscuros humores, aquejada de largos y tediosos silencios. Caminaba, iba de compras. Ya no se sentía bien en casa, constantemente aburrida. Hugo, presa de la desazón, deambulaba triste e inquieto, temeroso incluso de encontrarse con la gente, por los canales adyacentes, a lo largo de la orilla, atento a los susurrantes y melancólicos lamentos de los árboles, perdidos en aquel interminable laberinto de calles grises."

Georges Rodenbach
Brujas la muerta



“El día declinaba, ensombreciendo los corredores de la gran morada silenciosa, poniendo pantallas de crespón a los vidrios.
Hugues Vianes se dispuso a salir, siguiendo su hábito cotidiano al finalizar la tarde. Desocupado, solitario, pasaba todo el día en su habitación, una amplia pieza en el primer piso, cuyas ventanas  daban al muelle del Rosario, a lo largo del cual se alineaba su casa, reflejada en el agua.
Leía un poco, revistas, viejos libros; fumaba mucho; soñaba despierto ante la ventana abierta en el tiempo gris, perdido en sus recuerdos.
Hacía cinco años que vivía así, desde que había venido a instalarse en Brujas, al día siguiente de la muerte de su mujer. ¡Cinco años ya! Y se repetía a sí mismo: “Viudo”, “ser viudo”, “yo estoy viudo”…”

Georges Rodenbach
Brujas la Muerta


"El viejo conde Jean Adornes había muerto y una gran tristeza se había apoderado de la tierra de Flandes. Las mujeres de sus rubios cabellos y los niños se arrodillaban contra la estatua de yeso blanco de la Virgen, rezando para que salvara su alma. Las campanas sonaban de pueblo en pueblo y el luto se extendía por los largos y negros caminos. Los criados trajeron rosas y girasoles silvestres de los jardines e incluso ramas en reciente floración de los huertos.
El conde Adornes había sido muy popular en toda aquella región. La nobleza de su carácter era inmaculada. Era bueno, caritativo, casto, fiel a Dios y a su nombre. Un nombre glorioso, cuyo resplandor brillaba aún en el umbral oscuro de la tradición. Uno de sus antepasados se había distinguido en la primera cruzada y participó en el asalto a Jerusalén encargando más tarde para conmemorar el hecho que se construyera una capilla en la ciudad de Brujas, que llevaba el nombre de la Ciudad Santa y que tampoco fue su lugar de reposo final. Habitaba en el sólido castillo de Saint-André, datado del año 1200. Parte de la fortaleza conservaba todavía intactos los grandes bloques, la plaza y la torre redonda. Alrededor de la zanja, el puente levadizo no decepcionaba en su majestuosidad, como si alguien contemplara desde la bóveda celestial las acechanzas de la muerte.
Pero el día del funeral, que había sido fijado para el domingo siguiente, de modo que pudiera asistir la gente desde todos los confines del país, el puente sería de nuevo bajado, abierta la gran puerta y antes de la partida del cortejo fúnebre se celebraría una ceremonia según los antiquísimos ritos ancestrales. Una tradición inmemorial que tenía sus propios súbditos conformados por sirvientes, arrendatarios, aparceros y siervos que constituían el llamado Consejo de Justicia. Hablaron a favor o en contra de la persona fallecida, cuyos restos mortales aguardaban en la capilla. Los testimonios fueron escuchados imparcialmente. Si la suma de las buenas acciones sobrepasaba a las malas, el ataúd, con grandes muestras de respeto, era conducido a la bóveda de honor, pero si cualquier delito grave manchaba la imagen del fallecido, obedeciendo a los antiguos preceptos, era enterrado sin boato alguno, y casi en el más estricto secreto, en una tumba distante y solitaria, que a nadie importaba."

Georges Rodenbach
En el crepúsculo



“Había muerto... por no haber adivinado el Misterio que existía en aquella casa, algo que no podía tocar sin incurrir en sacrilegio. Había puesto sus manos, ella, sobre la cabellera vengadora, esta cabellera que, tácitamente, dejaba adivinar que en el momento de ser mancillada había de tornarse ella misma en el instrumento de la muerte.”

Georges Rodenbach
Brujas la Muerta


La Insensible Niebla de Otoño al Fin se ha Disipado

"La insensible niebla de otoño al fin se ha disipado...
se cierne entre las torres como el incienso lleno de sueños,
que permanecerá entre las naves aún más que la Mole más solemne;
y duerme, como prendas esparcidas en las abatidas murallas grises.
Se extiende y se repliega como un ala
en un movimiento imperceptible pero incesante en la neblina;
todo se torna borroso y se vuelve ligeramente divino;
como ocurre bajo las pálidas hebras, todo es vago y se pierde entre sueños.
Todo es una sombra gris envuelta en el color de la niebla:
el cielo con sus ancestrales alas, el agua y los álamos,
los viejos amigos se reconcilian tan fácilmente con la impresión del otoño pasado,
como todas las cosas que no serán nada más que un débil recuerdo.
La neblina victoriosa sobre el deslucido fondo de aire
ha disuelto incluso las avezadas torres,
cuyos pensamientos grises se han ido para siempre,
igual que un sueño vago, o una figura hecha de humo."

Georges Raymond Constantin Rodenbach



Muertas están las Mansiones Patricias

"Muertas están las mansiones patricias,
sumidas eternamente en el silencio.
Perdidas en los helados confines de antiguas ciudades,
donde las alas, atrapadas en la noche inmóvil,
lloran por sus tesoros perdidos, en atardeceres diáfanos,
que descienden sobre ellas desde el descolorido sol.
Y así para adornar las lágrimas de estos viejos hogares,
que son como las lúgubres tumbas de cosas desvanecidas.
A la medianoche, el retumbar del carillón derrama tristemente
sus pesadas flores de hierro en el vacío de las calles."

Georges Rodenbach


"Silencio: ésta es la voz que sigue con tedio
a la dama de mi Silencio, con un andar muy ligero.
Derramando las blancas lilas de su complexión en el espejo,
Apenas convaleciente, observa todo a la distancia:
los árboles, los transeúntes, los puentes, la corriente del río,
donde pasan las enormes nubes a la luz del día,
pero quien, muy débil aún, es golpeada por el tedio de vivir, y por un sentimiento de odio.
Y más delicada, estando enferma y medio exhausta
dice: "el ruido me lastima, mantén cerradas las ventanas."

Georges Rodenbach










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