"Creo que todos mis textos son una manera de contradecir tópicos."

Marta Sanz



"Hasta que no nos dejaron escapatoria. La provocación se convirtió en un gesto peligroso, y mientras ellos se sentían progresivamente más invulnerables e impunes, Adrián y yo comenzamos a sufrir el desamparo. Sin saber a quién recurrir. Sin querer preocupar a nadie. Estábamos rodeados y solos.
Mientras tanto, Elisa salía de la casa y pasaba desapercibida entre las dueñas de los bares, las freidoras de torreznos o las nuevas vecinas de alto poder adquisitivo. Elisa podía mostrar el mismo aspecto de excéntrica que la propietaria de una buhardilla reformada, magnífica y colorista, luminosa e increíble, al final de la tortuosa escalera de un edificio de principios del siglo XX. A la vez Elisa se podía confundir con la trabajadora delgada de un bar del mercado. Ese poder camaleónico, esa forma de saber estar, se relacionaba con el desaliño y la vulgaridad fisonómica de Elisa. Con su predisposición innata para ser desagradable.
Raymond y la muda, agria, destartalada Elisa que yo conocí –los ojos desorbitados mientras sus dedos prendían una red sobre los omóplatos de una dulce niña–, Elisa y sus ojos de hipertiroidea formaban parte de la comunidad. No desentonaban. Eran pez en el agua entre las malas contestaciones del carnicero y las protestas vecinales por el exceso de ruido. Adrián y yo habíamos subido muchos carritos de la compra en una escalera sin ascensor. Habíamos sido silenciosos. Habíamos evitado celebrar fiestas incluso en las fechas más señaladas. Habíamos saludado en los rellanos a individuos que nos volvían la espalda o apretaban el paso para subir las escaleras. Elisa, sin embargo, había encajado fácil, lógica, previsiblemente, sin sobrecargas de cordialidad.
Cuando uno de los ojos que te miran sale de su escondite, todos los demás se manifiestan de golpe. Los tabiques se asemejan a la cola de un pavo real. Adrián y yo cerramos las ventanas, las persianas, las contraventanas, instalamos cristales aislantes para no oír a la vecina del primero poniendo a todo volumen el himno de la legión. Poco a poco, lo que nos había rodeado dejaba de ser inofensivo: el hombre con alzhéimer del segundo ya no era un viejecito sordo y sonriente, sino un ingeniero de minas, franquista y pesetero, con un deje autoritario."

Marta Sanz
Amor fou



"Intento que la lectura perturbe al lector."

Marta Sanz


"La intrepidez, la lucidez, de quien se dedica a la escritura consiste tanto en hablar de hoy, como en hacerlo con un lenguaje significativo."

Marta Sanz



"Los hombres de negocios —porque Felipe era arquitecto, pero al mismo tiempo y a la fuerza, era también un negociador, un empresario, un hombre que empleaba y desempleaba personas, cerraba tratos ventajosos, vendía y compraba—, los hombres de negocios levantaban las sospechas en los miembros de su familia: en el caso de Lorena, la sospecha se fundaba en el profundo conocimiento de una materia de la que aparentaba no saber, porque quería borrar esa imagen de su padre con fajos de billetes entre las manos, la ordinariez de los multimillonarios rurales a los que se les quedan pequeñas las cajas fuertes de su pueblo, los sellos de oro en los dedos de los protagonistas de las transacciones, el intercambio de fincas, de caballos, los agasajos, las batitas de andar por casa de las esposas de los multimillonarios, las bandejas de plata y las cortinas horrorosas de sus viviendas, el lujo de una cama con dosel, esa sensación incómoda de que a uno lo están engañando, cuando, al tropezar con un hombre vulgar, incluso sucio, por la calle, el hombre abre la puerta de un coche carísimo y su indumentaria se convierte en un disfraz para camuflar su condición de amo. En lo que se refería a Felipe padre, la desconfianza hacia el hombre de negocios se basaba en que no había tenido trato con ninguno y, sin embargo, había sido víctima de ellos muchas veces. Los hombres de negocios eran, para Felipe padre, la desgracia imprevisible. El temor animal hacia el trueno que puede aniquilar a las criaturas. Cuando Felipe hijo había ultimado uno de esos negocios, que están en la periferia de la ley y que, sin embargo, se han asumido como un hábito, como la prebenda merecida a un favor, como una deuda de amistad, Felipe hijo arrugaba la nariz, como si algo le oliera mal. Y sus socios, vendedores, clientes o colegas se quedaban desconcertados. Felipe era un puritano que sufría a causa de las acciones, cuanto menos ambiguas, que se veía obligado a acometer por una cuestión de procedimiento. Por culpa de los obsoletos códigos de su padre, le añadía el calificativo de «malas» a acciones o, mejor dicho, a transacciones, por las que otros individuos no perderían ni un minuto de su paz."

Marta Sanz
Susana y los viejos



"Los libros que me interesa escribir son los que hacen visible la ideología invisible, esa que tenemos naturalizada, las creencias, los valores que ya no nos cuestionamos."

Marta Sanz


"Me considero una escritora exigente y me dirijo a un lector al que respeto y al que procuro no clientelizar."

Marta Sanz



"Me interesa ante todo la construcción de los personajes. El punto de vista y la voz. El punto en el que confluyen lo interno y lo externo en las narraciones: el sujeto y la comunidad, el texto y el contexto."

Marta Sanz



"Mi madre deja el ramo sobre la mesa. Lo abandona. Las gamarzas son flores muy burdas. No son como los gladiolos o las rosas de té y, sin embargo, cuando me fijo y miro las flores en primer plano, me doy cuenta de lo complejo y hermoso que resulta el orden de los pétalos. También descubro que, al mirar en primer plano, la realidad se deforma como si uno estuviese bajo el efecto de un narcótico. Ya en mi pensamiento de entonces aparece la palabra narcótico que es de uso habitual en las series policíacas. También empiezo a ser consciente de lo difícil que resulta tomar distancia para mirar las cosas. Al mirar las flores, detecto un punto de alegría en un ramo de gamarzas envueltas en el mismo papel con que la panadera nos envuelve los cuernos de chocolate. Dulces años del chocolate líquido de los cuernos de bollería industrial. Mi padre me da pena y, a la vez, me parece un cobarde por no decirle a su mujer que es una impertinente.
Una ingrata.
[…]
Le digo que sí a mi padre con la cabeza para que mi madre no me oiga.
Además, yo no sé si son o no son bonitas. Bonitos son los calendarios de gatitos y algunas canciones melódicas. No estoy muy segura de lo que debo decir para no equivocarme. Sé que en este caso la respuesta no es única, correcta o incorrecta, aproximada, como cuando en la clase de matemáticas nos piden que resolvamos la raíz cuadrada de trescientos setenta y siete. Mi madre coge su cuadernillo de ecuaciones. Se olvida del ramo. Mordisquea el extremo de su lápiz de madera y su goma de borrar Milán. Mi padre coloca el ramo en un jarrón de vidrio. Habla de otros asuntos que no tienen que ver con las margaritas."

Marta Sanz
Daniela Astor y la caja negra



"No es verdad que los libros, leer, saber cómo funciona el mundo te haga feliz. La lucidez es una navaja que, como la de Buñuel, se te clava en el ojo."

Marta Sanz



 "No sé si todas mis novelas son políticas: lo que sí tengo clarísimo es que son ideológicas."

Marta Sanz



"Poco a poco, Tomé fue reconociendo a aquellos hombres que habían quedado reducidos a bulto por la deformación del miedo y los culatazos. Aquellos hombres eran y no eran exactamente los mismos con los que Tomé se había cruzado a menudo en la taberna o en la vaquería. La desolación les había pasado por la cara un trapo de aguarrás. A Tomé le costó reconocer a Nico, al maestro, al bujarrón, a Catalina —que no era hombre, pero ni lloraba ni temblaba como un flan—, al dueño de un rebaño no pequeño de ovejas. Dickie y la fotógrafa, la Rosita de Azafrán, llegaron más tarde y les hicimos un hueco cariñoso. A otros hombres Tomé no los conocía. Debían de ser de otros pueblos, de otros lugares a los que el barbero había llegado alguna vez con sus navajas y sus peinecillos mientras daba una de esas vueltas al mundo que más se parecían a una voltereta sobre la cama que a un viaje en globo y con baúles.
Jesús Beato hacía una muesca en su cuadernito cada vez que uno de aquellos cuerpos, que ya solo eran cuerpos, bajaba del furgón. Después se acercó al peón caminero y le dijo algo al oído. Tomé se puso pálido. Le entró un retortijón de cólico miserere pero se contuvo. Luego negó y le entró una llantina. A Antonio en ese momento su padre le dio vergüenza. Sacó pecho. Dio un paso al frente. Le tendió la mano al barbero. Pero Jesús Beato no le devolvió el saludo. Retiró la mano y empujó a Antonio hacia el montón de hombres marrones. Parecía que alguien los hubiese rebozado en mierda. Éramos nosotros. Y Catalina. El barbero trazó en su cuaderno, con un movimiento amplísimo, la muesca más grande de cuantas muescas había trazado ese día. A Tomé Melgar los ojos se le salieron de las órbitas. Pese a lo que suele decirse, las acciones no se sucedieron a cámara lenta, sino más bien a una velocidad vertiginosa imposible de ser procesada por un cerebro humano. Nos cuesta recordar la secuencia de acontecimientos. Nos distanciamos para reproducirlos con la fidelidad de un proyector de cine. Pero no lo conseguimos. Estábamos aturdidos. Efectos derivados de la inminencia de la muerte. Comprensibles. Antonio ya estaba dentro de nuestro corralito. Formaba parte del extraño animal en que nos estábamos transformando."

Marta Sanz
Pequeñas mujeres rojas



"Soy es una escritora que empieza a ser rentable porque ha sabido verbalizar cierto descontento."

Marta Sanz


"Un fotógrafo se acercó demasiado y Daniel dio un respingo que sacó a Valeria de su alelamiento. El ganador de la Copa Volpi estuvo a punto de proferir un insulto mientras miraba con aprensión al fotógrafo. Respiró por la nariz tres veces, se corrigió, dibujó una sonrisa —nunca una metáfora respondió tan fielmente a la realidad—: «Hey, tío, qué susto.» «¿Hey?», pensó Valeria. Daniel palmeó la espalda del fotógrafo y le concedió un primer plano mientras apuntaba a la cámara con el dedo índice. A Valeria el desasosiego de Daniel no le pasó desapercibido y se alegró de que, pese a su aparente desparpajo, su amigo eterno sufriese. Tenso, escamado, como un consumidor de cocaína. Aunque a Valls lo único que le gustaba era el vino y su tensión debía de proceder de otra parte. Hoy a Valeria esas tensiones le importaban un rábano. Ella, además de enfadada, estaba empezando a aburrirse. «Aquí, aquí, Daniel, mira aquí.» Si no hubiera estado enfadada, a Valeria Falcón le habría molestado el tuteo: «Puto democrático tuteo, aterrador y escandinavo.» Ni a su abuelo ni a su tía ningún fotógrafo se hubiese atrevido a tratarlos de tú. Pero hoy le daba igual. Al día siguiente se repitió el pie de foto que acompañaba las imágenes de los dos amigos: «Como en los viejos tiempos.»
Los actores posaban adelantando un pie y los fotógrafos buscaban la mejor luz. Los curiosos —de mirada aviesa o idólatra o las dos cosas simultáneamente— se ponían de puntillas lanzando fotos con sus móviles desde el otro lado de un cordón que marcaba las distancias."

Marta Sanz
Farándula


 "Valoro mucho la literatura de la que no salgo indemne. Valoro mucho la literatura que de algún modo me golpea en el buen o mal sentido de la palabra y lo que hace es ampliar mi visión del mundo, mi manera de ver las cosas."

Marta Sanz




"Y Carola, con cierto repelús, se acercó a la cuna para sostener entre los brazos a ese niño enorme que convirtió a su hermano en el pellejo gordo de una butifarra.
En la sala de cremaciones, Marcela mira a su niño dentro del carrito y sabe que no va a poder evitar transmitirle su rencor. Después reza y, cuando todo ya ha acabado, y el tío Elías ha agradecido a los asistentes su presencia, Marcela se levanta, empuja el coche del bebé hasta la salida y allí se coloca, al lado de su madre, para recibir, con todo derecho, los besos, los abrazos y las palabras tristes.
Corderos lechales solo una vez al año. La ceremonia se le está haciendo a Esteban muy larga. Desde que llegó está un poco ido y evita, todo el rato, que una sonrisa tonta le aflore en los labios: Esteban vela el sueño de Julio en la habitación de matrimonio de sus padres. Julio, cadavérico y grogui entre las sábanas de florecitas. Esteban lo contempla con mucho cariño y con mucho odio. Elías acaba de enseñarle los extractos de las cuentas bancarias, y Esteban ni siquiera entiende el porqué de conservar cuentas bancarias en plural. Con una hubiera bastado. Esteban se queda fijo en los pómulos marcados de su padre y en las cuencas hundidas de sus ojos. Debajo de la barbilla, las manos amarillentas, cogiditas. Esteban coloca su mano sobre la mano alargada de su padre y llega a la conclusión de que madrugar cada mañana no es un acto de higiene y de dignificación; Esteban resuelve que ha perdido todos y cada uno de los trenes, y que ni siquiera sabe si habría tenido la suficiente capacidad para coger alguno. Ese mismo día, Esteban aborda a Carola y se encuentra protegido por su respuesta calentita y por sus dedos hinchados a causa de llevar los anillos prietos, el oro de la alianza mate por la abrasión de los detergentes.
Pero eso sería un poco más tarde porque, mientras permanece cogido a la mano de su padre, Esteban reflexiona sobre el hecho de que no le queda absolutamente ninguna causa por la que luchar, ningún resquicio por el que meter su cabeza de Pepito Grillo y gastarle al patrón una inocentada molesta, una travesura, uno de esos mínimos desaires a partir de los cuales el fuerte tiene la oportunidad de exhibir su condescendencia, la alegre circunstancia de que los que pagan también pueden tener un buen día, papá y su ruina superviviente, Esteban y su carga, una carga con la que ya no puede permitirse ningún exceso, ningún no a destiempo; ahora, solo le queda ser listo, como a Jarauta, bandearse lo mejor posible, intentar robar un poco de tiempo al tiempo del trabajo, sestear dentro de la cabina de la furgoneta, declarar siempre que ha producido más de lo que realmente ha producido, y no pedir y no negar, en sentido figurado, ni un segundo de su dedicación a la empresa que lo alimenta y le permite tener aficiones y, por fin, le ha hecho consciente de que no, de que no puede hacer favores, ni luchar por los demás en solitario, y mucho menos en compañía, que ya solo le queda apostar por el amor romántico y decidir que es arriesgado y que dignifica convertir en un beso, en un movimiento de cadera durante el coito, ese admirado mal humor de Carola y el aburrimiento de Carola con Elías, porque las manos de Elías no sirven para acariciar a las personas. Como si Elías hubiera tenido, desde pequeño, las palmas de las manos quemadas.
Esteban, en el cuarto de muerto de Julio, toca por dentro las palmas de su padre y comprueba que son suaves y resbaladizas como la cera de un velón. Le acaricia por dentro la palma, le pasa sus dedos rugosos, le dedica uno de esos gestos de amor que, a solas, se les ofrecen a los que se están muriendo, algo íntimo y sin alardes, algo que te arruga por dentro y que a los moribundos les debe dar una pista radicalmente sincera de que, sin duda, se mueren. Julio mantiene los ojos cerrados mientras Esteban con el vaivén rasposo de sus dedos le escribe a su padre, en la palma de la mano, te estás muriendo, te estás muriendo… después, se acaba el periodo del amor. Esteban coge el agua de encima de la mesa y la vierte sobre la cabeza de un Julio sobresaltado que abre los ojos y se mira las palmas de las manos para ver qué tiene escrito dentro de ellas."

Marta Sanz
Animales de compañía


"Yo creo que la literatura entretiene, pero también creo en la literatura o los discursos artísticos intrépidos que intentan asumir el riesgo de compartir con la comunidad algo distinto y ampliar el campo de visión."

Marta Sanz Pastor














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