"Cuando calificamos las acciones de los hombres como buenas o malas lo hacemos considerando solamente el daño o beneficio que de ellas recibe la sociedad, y no el que reporta a quien las realiza. La recompensa que recibe el hombre por ejecutar una acción meritoria se reduce al placer de hacerla. La virtud tiene en su ejercicio su propia recompensa."

Bernard Mandeville


"Después del hambre, son el orgullo, la codicia, la envidia y la ambición, los capataces y patronos de todas las industrias, artes, ciencias, oficios y profesiones.

Nos ganamos la vida suciamente gracias a la gula y la codicia ajena. No existe profesión ni comercio sin engaño. El lujo da trabajo a un millón de personas, y el orgullo a un millón más. Ambición y vanidad son los grandes promotores de la industria.

La mejor de las virtudes necesita la asistencia del peor de los vicios. Si todos bebiéramos lo que necesitamos, o comiéramos solo lo que nos sienta bien, la economía no prosperaría. Las tabernas contribuyen sin duda a la embriaguez y embrutecimiento de la gente, pero los impuestos provenientes del alcohol suponen una parte considerable de la renta nacional, sin olvidar la que aporta el cultivo de la malta y el trabajo que su comercio proporciona a destilerías, taberneros, carreteros…

Igualmente, la soberbia y el afán de sobresalir han edificado más escuelas y hospitales que todas las virtudes juntas. Las universidades, son los mejores mercados para comprar la gloria y la inmortalidad con poco mérito. Sus mecenas y benefactores saben que la medida de los honores y alabanzas que se les prodigarán, irán en proporción a la cuantía de la donación que realicen.

Los vicios son la condición de la prosperidad y riqueza de una nación. Las virtudes pueden hacer buena a una nación, pero nunca grande. El bien emerge del mal, como los polluelos de los huevos. Querer grandes beneficios sin grandes vicios, es vana utopía. No se puede gozar de lo bueno, sin participar de lo malo."

Bernard Mandeville



"Dios mío, si tuviéramos un poco de honradez." 

Bernard Mandeville

"El orgullo no puede ser destruido, pero sí gobernado. Esa falsa estimación propia, alimentada interesadamente por la sociedad, es la que nos lleva a tratar de aparentar y demostrar lo que valemos.

Por eso, resulta fácil hacer creer a los hombres cualquier cosa que se diga en su favor, y no existe hombre invulnerable a la adulación. Lo que uno diga en alabanza de una ciudad, todos sus habitantes lo escuchan con placer. Elogiad las letras y os ganaréis la gratitud de todos los escritores. Si la humanidad no se deleitara con las alabanzas, no habría mérito alguno en negarse a escucharlas.

El que nos importe tanto la opinión de los demás procede de la alta estima en que nos tenemos. Si queréis hacer fuerte y opulenta a una sociedad, tenéis que excitar sus pasiones, sus deseos; despertad en el hombre el orgullo y esclavizarlo por medio de él. Dividid la tierra, aunque la haya sobrante, y el afán de poseerla despertará su codicia.

Cuando la sed de fama inflama el corazón de los héroes, antes preferirán perecer que pasar por cobardes; por eso, rendir honores a los muertos, es el método más seguro para engatusar a los vivos. Decidles que los que más valen son los que desafían el peligro, y los más orgullosos, llegarán a imaginar que sienten el valor palpitar en sus pechos, confundiendo el orgullo con el valor y superando así su temor a la muerte. Lo de menos en un oficial es el vigor; la esperanza del ascenso y el afán de emulación, serán en un momento dado más valiosos que toda su fuerza corporal.

La vanidad de los simples soldados ha de explotarse al precio más bajo posible pues son muchos. Poned plumas en sus cascos, enviadlos a combatir en nombre de la patria, y pensando en la gloria de caer en el campo del honor, no dudarán en luchar hasta el fin antes que incurrir en el desprecio de sus compañeros. Cualquier mísero labriego que se pone la casaca roja creerá de buena fe a todo el que le llama caballero, aunque lo desmienta el trato que le dispensan los oficiales, la mezquina paga que recibe por correr toda clase de peligros, y el poco caso que se le hace cuando quede mutilado o ya no son necesarios sus servicios.

Un hombre puede creerse virtuoso porque sus pasiones están adormecidas, pero las pasiones solo pueden vencerse con otras de mayor fuerza. Nada hay de lo que un hombre no pueda ser enseñado a avergonzarse. La vergüenza, el temor al rechazo y desprecio de la sociedad se utilizan para sofocar sus apetitos. La recompensa por reprimirlos en vez de dejarse dominar por ellos, es la aprobación de los demás.

El amor de las madres a los hijos es una pasión, pero como toda pasión puede ser superada por otra pasión que satisfaga el amor propio más que el amor a la descendencia. La misma mujer que destruye a su hijo de soltera, si se casa, cuidará tiernamente de sus retoños. Las prostitutas casi nunca los destruyen porque han perdido el pudor y la condena pública no les hace efecto."

Bernard Mandeville



El panal rumoroso o la redención de los Bribones
La Fábula de las Abejas: o los vicios privados y los beneficios Públicos

Un gran panal, atiborrado de abejas que vivían con lujo y comodidad, más que gozaba fama por sus leyes y numerosos enjambres precoces, estaba considerado el gran vivero de las ciencias y la industria. No hubo abejas mejor gobernadas, ni más veleidad ni menos contento: no eran esclavas de la tiranía ni las regía loca democracia, sino reyes, que no se equivocaban, pues su poder estaba circunscrito por leyes.

Estos insectos vivían como hombres, y todos nuestros actos realizaban en pequeño; hacían todo lo que se hace en la ciudad y cuanto corresponde a la espada y a la toga, aunque sus artificios, por ágil ligereza de sus miembros diminutos, escapan a la vista humana. Empero, no tenemos nosotros máquinas, trabajadores, buques, castillos, armas, artesanos, arte, ciencia, taller o instrumento que no tuviesen ellas el equivalente; a los cuales, pues su lenguaje es desconocido, llamaremos igual que a los nuestros. Como franquicia, entre otras cosas, carecían de dados, pero tenían reyes, y éstos tenían guardias; podemos, pues, pensar con verdad que tuviera algún juego, a menos que se pueda exhibir un regimiento de soldados que no practique ninguno.

Grandes multitudes pululaban en el fructífero panal; y esa gran cantidad les permitía medras, empeñados por millones en satisfacerse mutuamente la lujuria y vanidad, y otros millones ocupábanse en destruir sus manufacturas; abastecían a medio mundo, pero tenían más trabajo que trabajadores. Algunos, con mucho almacenado y pocas penas, lanzábanse a negocios de pingües ganancias, y otros estaban condenados a la guadaña y al azadón, y a todos esos oficios laboriosos en los que miserables voluntariosos sudan cada día agotando su energía y sus brazos para comer. [A] Mientras otros se abocaban a misterios a los que poca gente envía aprendices, que no requieren más capital que el bronce y pueden levantarse sin un céntimo, como fulleros, parásitos, rufianes, jugadores, rateros, falsificadores, curanderos, agoreros y todos aquellos que, enemigos del trabajo sincero, astutamente se apropian del trabajo del vecino incauto y bonachón. [B] Bribones llamaban a éstos, mas salvo el mote, los serios e industriosos eran lo mismo: todo oficio y dignidad tiene su tramposo, no existe profesión sin engaño.

Los abogados, cuyo arte se basa en crear litigios y discordar los casos, oponíanse a todo lo establecido para que los embaidores tuvieran más trabajo con haciendas hipotecadas, como si fuera ilegal que lo propio sin mediar pleito pudiera disfrutarse. Deliberadamente demoraban las audiencias, para echar mano a los honorarios; y por defender causas malvadas hurgaban y registraban en las leyes como los ladrones las tiendas y las casas, buscando por dónde entrar mejor.

Los médicos valoraban la riqueza y la fama más que la salud del paciente marchito o su propia pericia; la mayoría, en lugar de las reglas de su arte, estudiaban graves actitudes pensativas y parsimoniosas, para ganarse el favor del boticario y la lisonja de parteras y sacerdotes, y de todos cuantos asisten al nacimiento o el funeral, siendo indulgentes con la tribu charlatana y las prescripciones de las comadres, con sonrisa afectada y un amable «¿Qué tal?» para adular a toda la familia, y la peor de todas las maldiciones, aguantar la impertinencia de las enfermeras.

De los muchos sacerdotes de Júpiter contratados para conseguir bendiciones de Arriba, algunos eran leídos y elocuentes, pero los había violentos e ignorantes por millares, aunque pasaban el examen todos cuantos podían enmascarar su pereza, lujuria, avaricia y orgullo, por los que eran tan afamados, como los sastres por sisar retazos, o ron los marineros; algunos, entecos y andrajosos, místicamente mendigaban pan, significando una copiosa despensa, aunque literalmente no recibían más; y mientras estos santos ganapanes perecían de hambre, los holgazanes a quienes servían gozaban su comodidad, con todas las gracias de la salud y la abundancia en sus rostros. [C]

Los soldados, que a batirse eran forzados, sobreviviendo disfrutaban honores, aunque otros, que evitaban la sangrienta pelea, enseñaban los muñones de sus miembros amputados; generales había, valerosos, que enfrentaban el enemigo, y otros recibían sobornos para dejarle huir; los que siempre al fragor se aventuraban perdían, ora una pierna, ora un brazo, hasta que, incapaces de seguir, les dejaban de lado a vivir sólo a media ración, mientras otros que nunca habían entrado en liza se estaban en sus casas gozando doble mesada.

Servían a sus reyes, pero con villanía, engañados por su propio ministerio; muchos, esclavos de su propio bienestar, salvábanse robando a la misma corona: tenían pequeñas pensiones y las pasaban en grande, aunque jactándose de su honradez. Retorciendo el Derecho, llamaban estipendios a sus pringosos gajes; y cuando las gentes entendieron su jerga, cambiaron aquel nombre por el de emolumentos, reticentes de llamar a las cosas por su nombre en todo cuanto tuviera que ver con sus ganancias; [D] porque no había abeja que no quisiera tener siempre más, no ya de lo que debía, sino de lo que osaba dejar entender [E] que pagaba por ello; como vuestros jugadores, que aun jugando rectamente, nunca ostentan lo que han ganado ante los perdedores.

¿Quién podrá recordar todas sus supercherías? El propio material que por la calle vendían como basura para abonar la tierra, frecuentemente la veían los compradores abultada con un cuartillo de mortero y piedras inservibles; aunque poco podía quejarse el tramposo que, a su vez, vendía gato por liebre.

Y la misma Justicia, célebre por su equidad, aunque ciega, no carecía de tacto; su mano izquierda, que debía sostener la balanza, a menudo la dejaba caer, sobornada con oro; y aunque parecía imparcial tratándose de castigos corporales, fingía seguir su curso regular en los asesinatos y crímenes de sangre; pero a algunos, primero expuestos a mofa por embaucadores, los ahorcaban luego con cáñamo de su propia fábrica; creíase, empero, que su espada sólo ponía coto a desesperados y pobres que, delincuentes por necesidad, eran luego colgados en el árbol de los infelices por crímenes que no merecían tal destino, salvo por la seguridad de los grandes y los ricos.

Así pues, cada parte estaba llena de vicios, pero todo el conjunto era un Paraíso; adulados en la paz, temidos en la guerra, eran estimados por los extranjeros y disipaban en su vida y riqueza el equilibrio de los demás panales. Tales eran las bendiciones de aquel Estado: sus pecados colaboraban para hacerle grande; [F] y la virtud, que en la política había aprendido mil astucias, por la feliz influencia de ésta hizo migas con el vicio; y desde entonces [G] aun el peor de la multitud, algo hacía por el bien común.

Así era el arte del Estado, que mantenía el todo, del cual cada parte se quejaba; esto, como en música la armonía, en general hacía concordar las disonancias; [H] partes directamente opuestas se ayudaban, como si fuera por despecho, y la templanza y la sobriedad servían a la beodez y la gula.

[I] La raíz de los males, la avaricia, vicio maldito, perverso y pernicioso, era esclava de la prodigalidad, [K] ese noble pecado; [L] mientras que el lujo daba trabajo a un millón de pobres [M] y el odioso orgullo a un millón más; [N] la misma envidia, y la vanidad, eran ministros de la industria; sus amadas, tontería y vanidad, en el comer, el vestir y el mobiliario, hicieron de ese vicio extraño y ridículo la rueda misma que movía al comercio. sus ropas y sus leyes eran por igual objeto de mutabilidad; porque lo que alguna vez estaba bien, en medio año se convertía en delito; sin embargo, al paso que mudaban sus leyes siempre buscando y corrigiendo imperfecciones, con la inconstancia remediaban faltas que no previó prudencia alguna.

Así el vicio nutría al ingenio, el cual, unido al tiempo y la industria, traía consigo las conveniencias de la vida, [O] los verdaderos placeres, comodidad, holgura, [P] en tal medida, que los mismos pobres vivían mejor que antes los ricos, y nada más podría añadirse.

¡Cuán vana es la felicidad de los mortales! si hubiesen sabido los límites de la bienaventuranza y que aquí abajo, la perfección es más de lo que los dioses pueden otorgar, los murmurantes bichos se habrían contentado con sus ministros y su gobierno; pero, no: a cada malandanza, cual criaturas perdidas sin remedio, maldecían sus políticos, ejércitos y flotas, al grito de «¡Mueran los bribones!», y aunque sabedores de sus propios timos, despiadadamente no les toleraban en los demás.

Uno, que obtuvo acopios principescos burlando al amo, al rey y al pobre, osaba gritar: «¡Húndase la tierra por sus muchos pecados!»; y, ¿quién creeréis que fuera el bribón sermoneador? Un guantero que daba borrego por cabritilla.

Nada se hacía fuera de lugar ni que interfiriera los negocios públicos; pero todos los tunantes exclamaban descarados: «¡Dios mío, si tuviésemos un poco de honradez!» Mercurio sonreía ante tal impudicia, a la que otros llamarían falta de sensatez, de vilipendiar siempre lo que les gustaba; pero Júpiter, movido de indignación, al fin airado prometió liberar por completo del fraude al aullante panal; y así lo hizo. Y en ese mismo momento el fraude se aleja, y todos los corazones se colman de honradez; allí ven muy patentes, como en el Árbol de la Ciencia, todos los delitos que se avergüenzan de mirar, y que ahora se confiesan en silencio, ruborizándose de su fealdad, cual niños que quisieran esconder sus yerros y su color traicionara sus pensamientos, imaginando, cuando se les mira, que los demás ven lo que ellos hicieron.

Pero. ¡Oh, dioses, qué consternación! ¡Cuán grande y súbito ha sido el cambio! En media hora, en toda la Nación, la carne ha bajado un penique la libra. Yace abatida la máscara de la hipocresía, la del estadista y la del payaso; y algunos, que eran conocidos por atuendos prestados, se veían muy extraños con los propios. Los tribunales quedaron ya aquel día en silencio, porque ya muy a gusto pagaban los deudores, aun lo que sus acreedores habían olvidado, y éstos absolvían a quienes no tenían. Quienes no tenían razón, enmudecieron, cesando enojosos pleitos remendados; con lo cual, nada pudo medrar menos que los abogados en un panal honrado; todos, menos quienes habían ganado lo bastante, con sus cuernos de tinta colgados se largaron.

La Justicia ahorcó a algunos y liberó a otros; y, tras enviarlos a la cárcel, no siendo ya más requerida su presencia, con su séquito y pompa se marchó. Abrían el séquito los herreros con cerrojos y rejas, grillos y puertas con planchas de hierro; luego los carceleros, torneros y guardianes; delante de la diosa, a cierta distancia, su fiel ministro principal, don Verdugo, el gran consumador de la Ley, no portaba ya su imaginaria espada, sino sus propias herramientas, el hacha y la cuerda; después, en una nube, el hada encapuchada, La Justicia misma, volando por los aires; en torno de su carro y detrás de él, iban sargentos, corchetes de todas clases, alguaciles de vara, y los oficiales todos que exprimen lágrimas para ganarse la vida.

Aunque la medicina vive mientras haya enfermos, nadie recetaba más que las abejas con aptitudes, tan abundantes en todo el panal, que ninguna de ellas necesitaba viajar; dejando de lado vanas controversias, se esforzaban por librar de sufrimientos a sus pacientes, descartando las drogas de países granujas para usar sólo sus propios productos, pues sabían que los dioses no mandan enfermedades a naciones que carecen de remedios.

Despertando de su pereza, el clero no pasaba ya su carga a abejas jornaleras, sino que se abastecía a sí mismo, exento de vicios, para hacer sacrificios y ruegos a los dioses. Todos los ineptos, o quienes sabían que sus servicios no eran indispensables, se marcharon; no había ya ocupación para tantos (si los honrados alguna vez los habían necesitado) y sólo algunos quedaron junto al Sumo Sacerdote a quien los demás rendían obediencia; y él mismo, ocupado en tareas piadosas, abandonó sus demás negocios en el Estado. No echaba a los hambrientos de su puerta ni pellizcaba del jornal de los pobres, sino que al famélico alimentaba en su casa, en la que el jornalero encontraba pan abundante y cama y sustento el peregrino.

Bernard Mandeville



"En la composición de toda nación las diferentes clases de hombres deben mantener una cierta proporción para lograr una mezcla armónica. Y esta proporción nunca se consigue mejor, que cuando nadie se entromete e interfiere en ella.

Pero, a menudo, las buenas intenciones nos roban la felicidad que fluiría espontáneamente si nadie se dedicara a desviar u obstruir la corriente. La maquinaria social funciona por sí sola, sin más dificultad que dar cuerda a un reloj."

Bernard Mandeville


"Es imposible para el ser humano tener mejores deseos para los demás que para él, ya que su único objetivo es satisfacerse a sí mismo.

La cortesía y los buenos modales sirven para ocultar el orgullo. La modestia permite hacer creer a los demás que el aprecio que sentimos por ellos excede al que nos profesamos a nosotros mismos, y por eso cualquier manifestación de orgullo resulta ofensiva e inconveniente para los demás. Cualidades como la benevolencia, la amabilidad o la simpatía, no son más que estrategias que el individuo pone en juego para ganarse la buena voluntad, confianza y favor de sus semejantes.

La sociedad humana no surge de sus virtudes, sino de sus carencias y necesidades."

Bernard Mandeville


"Es sólo el hombre, el malintencionado hombre, quien puede hacer de la muerte un deporte."

Bernard Mandeville


"Había una colmena que se parecía a una sociedad humana bien ordenada. No faltaban en ella ni los bribones, ni los malos médicos, ni los malos sacerdotes, ni los malos soldados, ni los malos ministros. Por descontado tenía una mala reina.

Todos los días se cometían fraudes en esta colmena; y la justicia, llamada a reprimir la corrupción, era ella misma corruptible. En suma, cada profesión y cada estamento, estaban llenos de vicios. Pero la nación no era por ello menos próspera y fuerte.

Pero se produjo un cambio en el espíritu de las abejas, que tuvieron la singular idea de no querer ya nada más que honradez y virtud. El amor al bien se apoderó de sus corazones, de donde se siguió muy pronto la ruina de toda la colmena, porque en cuanto se eliminaron los excesos, desaparecieron las enfermedades y no se necesitaron más médicos, y como se acabaron las disputas, no hubo más procesos y, de esta forma, no se necesitaron ya abogados ni jueces. Las abejas, que se volvieron económicas y frugales, no gastaron en lujos y en consecuencia no hubo más arte ni comercio."

Bernard Mandeville
Fábula de las Abejas



"Hay una gran diferencia entre ser sumiso o dócil; el que se somete a otro acepta lo que le disgusta para huir de lo que le desagrada más; dócil es el que se muestra útil a la persona a la que se somete.

Para ello, es necesario que interprete su servidumbre como algo que redunda en su propio beneficio. No hay otro ser viviente que pueda ser convertido tan fácilmente en un manso servidor de su especie como el hombre."

Bernard Mandeville

"La cantidad de trabajadores, ajenos a todo lo que no sea su labor, es demasiado pequeña; pero lo importante es que los inferiores, lo sean no solamente en riqueza, sino también en conocimientos. Cuantas menos nociones tengan de una existencia mejor, más contentos se sentirán con la suya. Es necesario que sus saberes se limiten a sus ocupaciones. Los hombres que han de permanecer hasta el fin de sus días en condiciones de vida duras, aburridas y penosas, cuanto antes empiecen a practicarlas más pacientemente se someterán y acostumbrarán a ellas. Las penalidades no son tales para los que se han criado entre ellas.

No es posible que muchos miembros de la sociedad vivan en la ociosidad, disfrutando de todas las comodidades y placeres que puedan inventarse, sin que haya al mismo tiempo multitud de gentes que trabajen duramente para ellos.

Aborrezco la inhumanidad y no quisiera que me creyeran cruel, pero ser excesivamente compasivo, sería una debilidad imperdonable. Se dirá en mi contra, que es bárbaro negar a los hijos de los pobres la oportunidad de desarrollar sus facultades puesto que Dios los dotó de iguales talentos que los ricos, pero no creo que esto sea más penoso que su falta de dinero cuando tienen las mismas necesidades que los demás.

Incluso entre las gentes más bajas, a pesar de su humilde origen, hay personas bien dotadas que logran elevarse de la nada. Pero hay gran diferencia entre impedir a los hijos de los pobres que mejoren su condición, y negarse a darles una educación que no necesitan cuando pueden ser empleados más útilmente en otros menesteres."

Bernard Mandeville


"La razón por la cual existen tan pocos hombres virtuosos y tantos honorables, es porque la única recompensa que recibe un hombre virtuoso está en el placer de su acción, lo que la mayoría de las personas consideran poca paga; mientras que la auto–negación de los apetitos de un hombre de honor, es inmediatamente recompensada por la satisfacción que recibe de otros, y lo que somete de su avaricia, o de cualquier otra pasión, es doblemente pagada a su orgullo. Además, el honor brinda grandes permisos mientras que la virtud ninguno."

Bernard Mandeville o Bernard de Mandeville 


"No hay acción virtuosa si está inspirada en el egoísmo."

Bernard Mandeville

"Nuestra especie está tan engreída de sí misma, que se imagina que todas las cosas del universo han sido creadas para su recreo y servicio, y son de su propiedad."

Bernard Mandeville


"Para conocer el mundo, debemos estudiarlo. Nuestro saber es a posteriori, y tenemos que razonar basándonos en los hechos."

Bernard Mandeville


"¿Que individuo no ha encubierto alguna vez sus flaquezas? Todas las excelencias de los hombres son adquiridas.

La educación es la forma de disimular las imperfecciones humanas y ocultar nuestros apetitos. Las buenas cualidades del hombre son el resultado del arte y la educación: nada civiliza más a los hombres que sus temores. Son malos quienes no han sido adiestrados, como son ingobernables todos los caballos que no han sido domados.

Un hombre comienza a ser una persona tolerable cuando para satisfacer su pasión se conforma con algún mezquino equivalente, pero jamás rompe con sus vicios, excepto los que se oponen a su propia naturaleza."

Bernard Mandeville


"Un hombre honorable no debe hacer trampa o mentir; debe pagar sus deudas de juego puntualmente, aunque el acreedor no le cobre; aunque puede beber, jurar y deber dinero a todos los comerciantes del pueblo, sin que se den cuenta de que ha bebido. Un hombre honorable debe ser leal a su príncipe y a su país... pero si siente que no le es útil, puede renunciar y hacerles todo el daño que pueda. Un hombre honorable nunca debe cambiar de religión por interés, aunque puede ser tan corrupto como desee, y nunca practicar ninguna. Nunca debe pretender a la esposa, hija o hermana de su amigo, ni nadie que le sea confiado a su cuidado, aunque fuera de ellas podría acostarse con todo el mundo si quisiera."

Bernard Mandeville


"Yo llamo placer, no a las cosas que los hombres dicen que son las mejores, sino a aquellas que más parecen complacerles.

El dinero conviene a todos los estados y condiciones: no solo vale para comprar los honores, sino que constituye un honor en sí mismo. Cualquier honor sin riqueza en que apoyarse, es un peso muerto.

El dinero es el mejor remedio contra la pereza y la obstinación, y el que con mayor presteza obliga a los individuos más orgullosos a rendir homenaje a sus superiores. Nada resulta tan seductor y embriagador como el dinero. El dinero no solo es un acicate que incita a los hombres al trabajo y les hace amarlo, sino que los consuela de sus fatigas y dificultades."

Bernard Mandeville



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