"Cualquiera que sea la causa aparente que se busque a la magnífica y sublime epopeya que llamamos las Cruzadas; al movimiento de los principales guerreros y más insignes señores de la Europa, que bajo la égida de la cruz, con el ferviente celo cristiano y con la bendición de un Pontífice se lanzaban a remotas tierras para defender una causa que creían justa y santa; lo cierto es que sus resultados fueron óptimos frutos para el bien general de la humanidad. Los reyes adquieren un verdadero poder a causa de que los señores debilitan el suyo enajenando sus riquezas para los gastos de la expedición: la nobleza gana en ciencia lo que pierde en feudos y señoríos: el comercio, la agricultura y la navegación tienen un considerable desarrollo: los adelantamientos literarios y científicos se extienden con el contacto de las civilizaciones árabe y griega: el Egipto nos enseña el conocimiento de las ciencias naturales y exactas, y Constantinopla nos alecciona en el gusto por las artes: la poesía toma un giro peculiar, y da por resultado los cantos de los trovadores con los romances caballerescos.
Todos estos efectos influyeron sobremanera en el progreso de la civilización de Europa. El poder real ya afirmado, busca prestigio en el pueblo confiriéndole franquicias y privilegios: las concesiones hechas a las ciudades por el sistema foral, y los nuevos poderes conocidos bajo el nombre d e Comunes, Cortes o Parlamentos, verifican un completo trastorno en la constitución política de los pueblos. De esta manera el orden civil y el orden público, que siempre marchan de acuerdo, se iban modificando: organizábanse los caballeros en órdenes y hermandades religiosas al par que militares con altos y dignos fines que cumplir, y encaminábase así la fuerza de acuerdo con la religión empleándola en justos y benéficos objetos."

Mariano Pardo de Figueroa
Influencia del renacimiento del derecho en los pueblos de Europa




"Del doctor Jacobo W. Thebussem puede decirse que para él era todo lo relativo a Don Quijote, lo que para Don Quijote eran los libros de caballería."

Mariano Pardo de Figueroa y de la Serna


"El viajero que guarda silencio hasta que llega la ocasión oportuna de romperlo, merece desde luego toda la simpatía y todo el afecto que puede profesarse al desconocido con quien hemos de pasar las horas de camino que median, por ejemplo, desde Cádiz hasta Madrid.
Por febrero de 1877, poco después de las seis de la mañana, al detenerse el tren correo ascendente en el Puerto de Santa María, entraron dos sujetos en mi coche. El uno tendría setenta años; alto, delgado, enfermizo y cabellos blancos. Vestía de negro con elegancia, aseo y sencillez, notándose a tiro de ballesta en su porte el tipo cortesano y de modales aristocráticos. Su compañero, rubio y como de cuarenta años, me pareció un comisionista belga. Éste arregló los bultos de equipaje, ayudó al anciano a desdoblar su manta, le abrochó los guantes, y le cambió el sombrero por una gorra negra, completamente igual a las que usaba el rey Luis XI. Creí que serían padre e hijo, pero pronto me convencí de que eran amo y criado.
A las dos horas de completo silencio comenzó a brotar la conversación como brotan las hierbas que nadie siembra. En Córdoba iba yo encantando oyendo a mi compañero hablar de botánica, después de haber tratado de música, de literatura y de telégrafos. Se explicaba en francés muy correcto, pero conociéndose que no era francés. Inspiraba cariño aquel hombre, tan débil de cuerpo como lozano y vigoroso de entendimiento, y era difícil juzgar sobre su profesión y su patria. Lo mismo pudiera ser militar, ingeniero o diplomático, que comerciante, marqués o abogado, y tanto inglés o belga, como alemán o mexicano.
Mi compañero no fumaba porque se lo habían prohibido los médicos; pero en cambio aspiraba frecuentes polvos de exquisito rapé. Grande y elegante forma elíptica era la caja de oro que lo contenía. Instintiva pero escrupulosamente ocultaba con la mano derecha al tiempo de abrir la tapa de su alhaja, en la cual creí notar ciertas letras y adornos. Mis resabios arqueológicos aguijaron la curiosidad, y me decidí a pedirle el polvo de tabaco que antes había rechazado."

Mariano Pardo de Figueroa
La caja de oro


"Májese sal con un diente de ajo, pimiento verde y tomate, todo crudo: agrégesele una gran miga remojada y aceite. Trábese todo muy bien en la hortera; póngasele vinagre y un litro de agua fresca; cuélese por un pasador claro; échense las migas, y á los cinco minutos se puede servir. Este es el gazpacho, clásico y legítimo, que sirve de alimento á casi todos los campesinos de la Andalucía baja, gracias á que sus legumbres, menos esponjosas que en los países donde el agua contribuye más que el sol á su desarrollo, contienen abundante sustancia nutritiva...
... hay quien agrega á nuestro manjar cebolla, pepino, manzanas, peras, orégano, granadas, uvas, aceitunas, carne, sardinas, huevos duros, caviar, etc. El gazpacho admite, como el arroz, cuantas añadiduras se le antojan al individuo."

Mariano Pardo de Figueroa y de la Serna
Doctor Thebussem sobre cómo hacer el gazpacho


"Tales son algunos de los sucesos que hacen recordar en Medina Sidonia a D. Antonio Alcalá Galiano, sucesos cuya curiosidad, si es que la tienen, estriba únicamente en el renombre universal del eximio orador. Los elogios que desde tal punto de vista le han tributado afamadas plumas, podrían formar un extenso libro.
"Alcalá Galiano (dice el francés Charles Didier) es el hombre de España que habla más, y oyéndole quisiéramos que hablase más todavía: con todo, sería difícil. Es un manantial inagotable y que no se detiene en su curso hasta el mar. Pero Galiano no necesita, como Martínez de la Rosa, el aparato animador de la tribuna: orador en particular como en público, siempre está pronto. La palabra es su elemento... Su elocuencia es familiar, a veces demasiado, nada le estorba, y de aquí que sus tipos sean por lo regular mortíferos; una vez hecho dueño de su adversario, dale mil vueltas, y no suelta la presa sino después de haberle acribillado. No le remata de un solo golpe; pero le acosa a picaduras; que pondrían a un gigante en el mismo estado que el oso de la fábula perseguido por las abejas. Nunca hemos visto a Galiano titubear un solo instante, ni andar buscando ni eligiendo frases: improvisador incansable, su facilidad, su flexibilidad sobrepujan su afluencia. En una palabra, es el orador más popular de España."

Mariano Pardo de Figueroa
Apuntes dedicados al Ilm. Sr. D. Josè Jordano y Morera
















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