Leer depende de la capacidad del cerebro para relacionar e integrar diversas fuentes de información; en concreto, el área visual con las áreas auditiva lingüística y conceptual. Esta integración depende de la maduración independiente de cada zona, de las áreas asociativas correspondientes y de la velocidad a la que esas zonas pueden ser conectadas e integradas. Esa velocidad depende a su vez en buena medida de la mielinización de los axones neuronales. El mejor material conductor de la naturaleza, la mielina, forma una capa que envuelve los axones. Cuanta más mielina reviste el axón, con más rapidez puede la neurona conducir su carga. El aumento de la mielina sigue un calendario de crecimiento que difiere de una región a otra del cerebro (por ejemplo, lo nervios auditivos se mielinizan en el sexto mes del embarazo; los nervios ópticos, en el sexto después del parto).
Aunque cada una de las regiones sensoriomotrices está mielinizada y adquiere independencia funcional antes de los cinco años de edad, las regiones principales del cerebro de las que depende nuestra capacidad para integrar la información visual, verbal y auditiva con rapidez – como la circunvalación angular – no están mielinizadas por completo en la mayoría de los casos hasta los cinco años o después. El neurólogo del comportamiento Norman Geschwind sugirió que, en la mayoría de los casos, la mielinización de la circunvalación angular no se desarrolla lo suficiente hasta la edad escolar, esto es, entre los cinco y los siete años. Geschwind también sostenía la hipótesis de que la mielinización de estas regiones corticales esenciales era más lenta en algunos niños varones; tal cosa podía ser la causa de que haya más niños que tardan a leer con fluidez que niñas.  Nuestras propias investigaciones sobre el lenguaje [del Centro de Investigación del Lenguaje y la Lectura de la Universidad deTufts] han constatado que, hasta los ocho años, las niñas son más rápidas que los niños en la ejecución de tareas de nombrar cronometrdas.
Apoyan las conclusiones de Geschwind relativas al momento en que el cerebro del niño está suficientemente desarrollado para leer diversos hallazgos interlingüísticos. La investigadora británica especialista en lectura Usha Goswami hizo que me interesara en un fascinante estudio interlingüístico realizado por su equipo. En dicho estudio, sobre tres idiomas, descubrieron que los niños europeos que aprendían a leer a los cinco años lo hacían peor que aquellos que empezaban a leer a los siete. Lo que se deduce de esta investigación es que esforzarse demasiado en enseñar a leer a un niño antes de los cuatro o cinco años es biológicamente precipitado y potencialmente contraproducente en muchos casos.

Maryanne Wolf
Cómo aprendemos a leer







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