"Al escribir soy consciente de dos tipos de lectores: los lectores emboscados y los lectores cercanos. A mí me parece buen recurso ir escribiendo y leyendo en voz alta a los próximos. Pero no se puede leer todo del todo. Así que la presencia del lector es más virtual que actual."

Álvaro Pombo


"Cabe declarar que Dios –que es la ficción suprema– no es, sin más, sólo eso. La última pregunta se formulará así: ¿Qué más es en entonces Dios?"

Álvaro Pombo


"El sentido del humor es de derechas, pide un poco de cinismo."

Álvaro Pombo


"En aquella ciudad había dos vientos, uno de derechas y otro de izquierdas. Y la ciudad permanecía entre los dos, dudosa, alumbrada y trompa gracias a los dos, entretenida de ambos. Uno era el viento meón de las lloviznas y los curas que enfermaba los cocidos de alubias de todas las cocinas de las vegas. El otro era el grande, el viento incorruptible, verde y viejo, incendiario y alcohólico que soplaba en las rajas de los culos y sacaba a la calle el mal olor de los retretes."

Álvaro Pombo
Relatos sobre la falta de sustancia



"Es una escena cotidiana. Si Juan Pablo fuera el fruto de un amor legitimado por el matrimonio, si todo hubiera salido —contra toda posibilidad— bien en vez de mal, esta escena cotidiana no resultaría antipática y no estaría siendo contemplada por un niño inconsciente —quizá no tan inconsciente ya a estas alturas— que gatea por el suelo y trastea entre las mesitas cargadas de figuritas de Lladró. Como si la cruda realidad se negara a desaparecer, un timbrazo en el telefonillo del portal anuncia que el padre del niño, el dichoso Manuel, ha elegido justo esta mala tarde para hacerles una visita. La abuela abre la puerta principal, Manuel entra en la sala. La abuela dice que se va, que está agotada. Y allí se quedan los tres, Juan Pablito, Rosalía y Manuel, sin saber qué decirse.
Que dos personas que fugazmente se han amado y han tenido un hijo juntas no sepan qué decirse al cabo de dos años y que no tengan en común nada más que el incordio de un niño que pronto cumplirá los dos años es triste y a la vez chusco. Una comicidad sobrevenida que está a punto en todo momento de transformarse en agresividad mutua. Pero Manuel no está agresivo ahora, sino desinflado. Se le ha ocurrido venir a visitar a Rosalía y al niño, un poco lo mismo que se le ocurrió el otro día presentarse a visitar al coronel y a Nicolás. Manuel ha perdido el sentido de la dureza del mundo. Ha perdido su propia dureza, y la realidad se le aparece como los relojes blandos de Dalí: han dejado de ser cronómetros, no miden el tiempo ya porque están deformados. ¿Qué clase de objeto es un cronómetro que ya no mide el tiempo desfuncionalizado? Un objeto así solo puede ser el tema de una pintura daliniana, surrealista, irresponsable: el cuadro vale por sí mismo como obra de arte pero lo representado no vale nada, los relojes no marcan la hora, se han vuelto oníricos, figuras imposibles. Así la vida conyugal, su condición de padre de Juan Pablito, su relación con Rosalía, su ex amante, todo ello se ha vuelto para Manuel irreal, fruto de un mal sueño. Para Rosalía, en cambio, que vive la dura realidad bancaria y oficinesca, todo se ha convertido en un juego cubicado, aristado, hiperreal, desagradable en suma."

Álvaro Pombo
El destino de un gato común



"Fue terrible: una premonición desgarradora. Pocos años después Fernandito vio exhausta a su madre. Era una visión terrible: la intensa belleza mortal que acometió a Matilda a ojos de su hijo, cuando no podía levantarse ya, ni casi hablar, tumbada en el sofá sin querer ver a nadie, sólo a Emilia. Entonces supo que la amaba y, una vez más, sintió aquel electrizado amor, electrizante, que procedía de un sentimiento de identificación muy profundo. Era un sentimiento complejo, que Fernandito no logró analizar en vida de su madre y que, tras morir su madre, se le quedó ahí como una imagen congelada, un relampagueo inmóvil, una corazonada instantánea, un aliento divino y mortal. Y pensaba Fernandito, a la vez que se iba a su cuarto a llorar, porque Matilda no quería que nadie la viera, ni siquiera sus hijos, en aquel estado, que aquello no era amor maternal, materno-filial, era un amor descarnado, de guepardo, de criatura que existe en un fulgurante ahora y que desaparece dejando sólo la melancolía de su paso, su aceleración, su fracaso. Nunca tuvo ocasión, realmente, Fernandito, de hablar con calma de estas cosas con Matilda. Decirle que no la quería ni una pizca era tirarle de la lengua. Pero Matilda no caía en esa trampa: tendía a reírse y hacer reír a Fernando. La imagen del guepardo era sólo una de las imágenes que se le ocurrían. El amor maternal creyó Fernando encontrarlo en su padre y en Antonio Vega. El Fernandito niño y adolescente amó golosamente a su padre como los niños y los adolescentes aman la rutina de sus juegos y de su casa familiar. Por eso, cuando Fernandito, casi inocentemente, se distanció del amor paterno (casi parecía obligatorio, si uno era universitario, distanciarse de las amorosas rutinas familiares, fingir que le resultaban casi cargantes), se sintió abandonado y aislado como nunca se había sentido con ocasión de las ausencias de Matilda. Su madre y él se querían a gran velocidad, y Fernandito contaba con que, transcurridos los instantes de intenso afecto —que eran generalmente también instantes de gran comicidad y explosiva alegría entre los dos—, era natural que madre e hijo se distanciaran. La distancia física no les distanciaba. Al distanciarse de su padre, en cambio, y sobre todo al sentir que su padre le desatendía, se ensimismaba en sus libros, Fernandito sintió el distanciamiento como una herida mortal. Estaba, claro, Antonio Vega, pero Antonio Vega no era su padre. La amistad con Antonio era importante, pero el distanciamiento del padre, que creció al morir Matilda, hizo que Fernandito se sintiera menospreciado, abandonado. Deseó vengarse, por eso estaba ahora en el Asubio: para vengarse. Cuando, aún en vida de Matilda, declaró a su padre, como quien escupe o pega una patada o una bofetada, que era maricón, la intención de Fernando Campos fue rescatar la atención paterna, conmovido por las observaciones de Antonio Vega mencionadas más arriba. Creyó ingenuamente que, semejante declaración, la palabra gruesa, el escándalo, conmovería a su padre. Y no percibió ninguna reacción. El ¡qué vas a ser! no estaba pensado para tranquilizar, ni siquiera para oponerse a esa idea. Significaba que Juan Campos no tomaba a su hijo en serio, ni en eso ni en nada."

Álvaro Pombo
La fortuna de Matilda Turpin


"Haciendo memoria estos días y en especial esta tarde lluviosa, recogida como sólo en las casas de campo se percibe el recogimiento y el olor de la tierra y del jardín los días de lluvia, Johanna Sansíleri ha extractado por fin una escena curiosa: no llega a ser una escena, no llega a ser una conversación, pero sí es un momento melódico, una entrecortada charla con Augusto: qué tonto he sido, durante mucho tiempo he resentido que me llamaras soso, que consideraras que lo era, como un adolescente inseguro a quien le ha caído un mote que, invariablemente, le ofende, orejón, se mira en el espejo y no considera que sus orejas sean más grandes o más singulares que las de sus compañeros, así, soso, tampoco. Y Sansíleri recuerda ahora con ocasión de aquellas observaciones que se creyó obligada a acusarse a sí misma por haber subrayado lo de la sosera que, llegó a asegurar, casi fue un piropo al principio, como llamarte monín o calladuco. Soso era un piropo. Es gracioso ser soso. También es aburrido —observó Augusto—. Lo mío es de verdad mucho la contabilidad, los negocios, y los negocios son muy parecidos entre sí. Las oscilaciones de la Bolsa se vuelven familiares a la larga para quienes están en ello. Es soso no haber sido un financiero de primera línea, lo reconozco. Y también es soso —recuerda Johanna que ella misma intercaló en aquella ocasión— no haber sido una intelectual de primera línea, yo no he sido tampoco una célebre historiadora o una célebre teóloga, he sido amateur en todo, una buena aficionada a la filosofía y a la teología. Eso es soso también. Sí, pero tú sacabas partido en la conversación. ¿En qué conversación?, preguntó Johanna. En las conversaciones con la gente, en las cenas. ¡Pero si en esas conversaciones nunca hablé de nada! Me aburrían, la verdad, porque se hablaba de política nacional, esa plasta agobiante, o de las vidas ajenas. Lo bueno era, Johanna, el efecto que causabas. Daba un poco igual lo que decías, ¿te acuerdas?
Ahora le han sobrevenido a Johanna las interpretaciones de los demás como caracterizaciones y como máscaras. Ahora Carlota, Alexis, Monina le dicen a Johanna quién es y quién era y qué representaba para todos ellos. Y Johanna Sansíleri no se reconoce en esas descripciones. ¿Pero, a su vez, Augusto no la imaginó también como no era? ¿No configuró su vida con independencia de la vida de Johanna porque no entendía que Johanna pudiese ser nada más que la brillante Sansíleri que lee teología, que se basta y sobra a sí misma para entretenerse todo el día en el jardín cultivando tomates y petunias? Es reconfortante que en la parroquia no se la interprete. Eleuterio cuenta con ella ahora dos días por semana. Y cuenta con que Sansíleri aportará periódicamente donativos a la parroquia. Esto le parece a Eleuterio de cajón. Es reconfortante pensar que alguien la ve simplemente así, como una cooperante. Y los chavales la ven como un cruce de terapeuta, psicóloga y profesora de inglés: el hecho de que Johanna no acabe de ser ninguna de esas tres cosas, pero que más o menos cumpla esas funciones con cierta regularidad y asiduidad semanal, es de sobra. Debió de ser reconfortante para Augusto —piensa ahora Johanna— sentirse experto en lo suyo, un experto bróker en una segunda, tercera o cuarta línea, contar con un trabajo monótono y diario."

Álvaro Pombo
La transformación de Johanna Sansileri


Hay una traslación de tu leyenda

"Hay una traslación de tu leyenda
en calderilla de ficus y de prunus
y terrazas pequeñas
de todo el noroeste de Madrid 

Hay una tradición de que venías
y parecía que no llegabas nunca 

Hay toda una hermenéutica de labios
y tu pelo castaño
que no podía acariciarlo nadie 

Una letrilla popular existe
que dice que tú eras inasible."

Álvaro Pombo


"He pagado con gusto el precio de la independencia. Soy valiente y nunca he tenido miedo. Me han llamado de todo. Maricón es lo más fino que me han llamado, aunque lo sea. Tengo 76 años y soy viejo. He tardado mucho tiempo en alcanzar una especie de lugar, al no estar agrupado ni funcionar por lobbys y amiguismos."

Álvaro Pombo


"Kus-Kús recorrió su habitación a grandes pasos, una vez solo. No hacía falta disfrazarse esta vez. Esta vez nadie, ninguno de los dos, ni Julián ni él podían hablar de una tercera alternativa entre jugar a esconder a un fugitivo de la justicia y esconder a un fugitivo de la justicia. Kus-Kús recordó el tonillo triunfal de Julián al proponerle el dilema con ocasión del frustrado envenenamiento de Miss Hart. Ahora, pensó, verá que era un dilema improcedente porque… —el chico se detuvo en medio de la habitación, arrebolado por la fuerza de un sentimiento que hubiera sido excesivo, dada su edad, considerar, sin más, soberbia— ahora verá que era una falsa distinción la que él hacía, porque yo estoy jugando… ¡Yo estoy jugando! Si no fuera un estúpido, Julián tendría que agradecerme el haber permanecido siempre fuera de la realidad en cuya aburrida selva tuvo él la osadía de irrumpir, robando, creyéndose enamorado de verdad, de verdad inocente. Estas reflexiones le entretuvieron hasta tarde. Dieron las diez en el reloj del hall. Dieron las once. Recordó que era preciso preparar a tía Eugenia, contar con su consentimiento, si Julián había de ser escondido en las mansardas. Era tarde ya para eso. Julián estaría ya abajo. La casa estaba inmóvil. Tictaqueaba el reloj como un corazón acelerado. Como un corazón victorioso. Como un símbolo de la desaparición de las fronteras de la realidad y del juego. Bajó al portal dejando entreabierta la puerta de la casa. Había en la parte de atrás del portal de aquella casa un como segundo portal que daba acceso directamente a las cocheras. Se bajaba a aquel portal segundo por tres escalones de mármol. Era un lugar siempre oscuro, incluso de día —era el sitio donde se besaban Josefa y Errol Flynn—, y había, en bronce, un gran perro sentado, de ahuecadas cuencas los dos ojos, donde de más pequeño Kus-Kús ponía los veranos dos huesos de cereza. Apoyó, al pasar, la mano sobre la cabeza del perro y, sin poderlo remediar, se abrazó al cuello del animal, dejándose invadir por el escalofrío de aquella fidelidad inmóvil. Abrió la puerta del portal. Llovía todavía. Hueca calle amarillenta solitaria. Julián no estaba. Olía, como si fuera una memoria olfativa, a hierba de aventuras de otro siglo. Olía al mar cercano. Kus-Kús salió a la calle y distinguió en el hueco del escaparate de una tienda el fantasma del fugitivo blanquecino que, al verle salir a él, abandonó su escondrijo y cruzó la calle encharcada precipitadamente."

Álvaro Pombo
El héroe de las mansardas de Mansard




"Los gays me llaman homófobo y no lo soy, pero no me gusta estar en carrozas ni en todas esas ferias."

Álvaro Pombo



"- ¡No se la puede tomar en serio a Nines! Que lo que tenga sea un padecimiento no se lo discuto yo ni nadie. Una enfermedad es lo que no.
- ¡Estaba muy enamorada, viene a ser como una enfermedad... ! - comentó mi madre desde el otro extremo de la mesa del comedor donde tomábamos el té toda la familia.
- ¿Y qué? ¿Qué tendrá que ver el amor con no comer? Nines lo que es es una abúlica completa. Dime, de amor, que tú conozcas, cuántas han dejado de comer. ¡Ninguna! - aseguró tía Lucía respondiéndose a sí misma.
Violeta y yo nos miramos, horrorizadas y encantadas del giro tempestuoso que empezaban ya a adquirir las frases de la tía Lucia. Erguida en su silla, sin apoyar la espalda en el respaldo, abría los grandes ojos azules encolerizada por la ligera oposición que parecia ofrecer mi madre.
- ¡Lucía, el huevo! Tómate el huevo, que luego, frío, te sienta como un tiro.
Pero tía Lucía no estaba en ese instante interesada en la temperatura de sus alimentos. Se limitó por eso a dar un fuerte golpe al huevo con su elegante cucharita de marfil. Nadie hubiera sido capaz de impedir que tía Lucía dijera lo que queria decir sobre tía Nines.
- Lo que pasa es que Nines se ha empeñado en no sobreponerse, y no se sobrepone aunque la mates. No hay médico que valga, ni enfermera, ni monja ni persona que pueda con una voluntad como Ia suya. ¡Ha decidido que se muere de hambre y ahí la tienes, por debajo ya de los cuarenta kilos, como Gandhi!
Violeta y yo volvimos a miramos. La tormenta iba cada vez a peor y a peor. Con voz reposada - una voz calculada para impacientar a tía Lucía, que era la mayor de las hermanas, después venía mi madre y después tía Nines - declaró mi madre:
- Es muy injusto y muy absurdo eso que dices. Tú sabes todo cómo fue. No me refiero solo a la desgracia. Me refiero a todo, pobrecilla Nines. La vida suya cómo era y cómo es. No es que se quiera morir de hambre. Ni morirse. Lo que no quiere es vivir más, que es muy distinto."

Álvaro Pombo
Donde las mujeres



"... soy constitucionalista y defiendo las libertades que representa esa bandera. Y, además, estoy cansado de crisis territoriales, de la agresividad que nunca encontré en Barcelona y ahora encuentro. La Barcelona que conocí era una ciudad espléndida a la que echo mucho de menos."

Álvaro Pombo



"Veo a pocas personas, tres o cuatro. Nunca he sido una persona de copas ni de muchos amigos."

Álvaro Pombo


"Yo tengo gran fe en la viva voz. En contar los relatos o los poemas en voz alta, recitarlos, y trabajar luego sobre los textos resultantes. También aprecio mucho que me lean en voz alta los textos que escribo. La viva voz interactúa produciendo una viva sensación de dialogo con su teatralidad propia. La viva voz es la voz de la conciencia, pero a la vez también la propia voz y la voz de los próximos."

Álvaro Pombo








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