"A la mañana siguiente —proseguía la carta de Amelia Urales de Úbeda—, mi hermano comprobó ciertos extremos de su declaración, y vio que era verdad. Él, que, según nos decía en sus cartas, había hablado con una cabeza recién decapitada; él, que había visto a una mujer comiéndose a su hijo, y hombres desinflados, a los que se les había ido la vida por el ano, que se habían muerto de diarrea mientras soltaban un hilo de agua infinito; él, que había visto tripas sujetas con cinta aislante; que había visto nacer un niño de una mujer muerta; que había visto rostros devorados por las hormigas; y a una rata comerse los ojos de una mujer inmóvil de pena, tuvo que sentarse en el suelo, porque no podía con su desconsuelo, y se echó a llorar. Elevó su informe, pero sus superiores se lo devolvieron por un defecto de forma. Insistió. Que se olvidara del asunto, le dijeron; pero él se negó. Entonces lo juzgaron por insumiso, lo ingresaron en un psiquiátrico y borraron todo vestigio de su paso por el Ejército. Cuando nos lo contó, mi madre y yo le creímos, pero mi padre, que de cosas del Ejército entendía más que nosotras, dijo que era mentira, y dio un puñetazo tan fuerte en la mesa, que la partió en dos. Toda la comida salió por los aires, y una croqueta le dio en la frente a mi hermano, que indignado cogió la puerta y se marchó por donde había venido. Desde entonces no hubo día que mi madre y yo no lo pasáramos llorando y afeándole la reacción a mi padre, quien, por su parte, se encerró en un mutismo absoluto y consagró su vida a mirar por la ventana o a sentarse en el patio frontal, a ver pasar la gente los días de toros, en los que nuestra calle se animaba un poco más. No hizo otra cosa el hombre hasta que la muerte se lo llevó una tarde, después de merendar, en plena actividad observadora. Mi madre y yo tratamos de ponernos en contacto con mi hermano dando aviso al servicio de socorro de Radio Nacional de España, pero no hubo manera de localizarlo; llegamos a pedirle perdón públicamente en un conocido programa de televisión, pero él no dio señales de vida. Resignada a no volverlo a ver nunca más, mi madre murió de pena a los pocos meses, sin que mi hermano apareciera.
Justa o injustamente, mi hermano ha cumplido su condena, pero ni siquiera ahora le permiten rehacer su vida, y los servicios secretos de inteligencia quieren aniquilarlo, darle muerte civil, y van por ahí diciendo que si está loco, y que si va por la vida convenciendo a la gente para que se tire al camión de la basura. No tengo más que decir. Suya atentamente Amelia Urales de Úbeda.
Le sorprenderá que me la sepa de memoria, ¿verdad? Es que la leí muchas veces y además he desarrollado una gran capacidad de retentiva. A lo que vamos: la carta sonaba rara, pero era difícil saber a ciencia cierta si aquella mujer mentía o decía la verdad. Lo que sí hice fue averiguar dónde vivía. Lo deduje de sus palabras: «Mi padre por su parte se encerró en un mutismo absoluto y se dedicó a sentarse en el patio frontal, a ver pasar la gente los días de toros, en los que nuestra calle se animaba un poco más, hasta que se murió». Llegué a la conclusión de que esta mujer vivía en una casita baja, con patio, en las inmediaciones de la plaza de toros de Las Ventas. Como no tenía nada mejor que hacer, en un plano de Madrid tracé una circunferencia con centro en Las Ventas y radio de un kilómetro, que abarcara todas las casitas de la zona con patio frontal, ubicadas en calles y callejuelas cuyo tráfico y afluencia de transeúntes pudieran verse afectados por la celebración de corridas. Es cierto que todo aquello podía ser un cuento, palabras, pero es que si nos ponemos así, no hacemos nada en la vida; siempre nos sucederá lo mismo; que lo único que tenemos son palabras. Por eso es tan difícil averiguar la verdad algunas veces. No es que yo sea un nihilista, nada de eso; me limito a constatar un hecho. Lo único que dejamos las personas cuando nos esfumamos es un puñado de palabras. Pero una cosa son las palabras y otra muy distinta la verdad. Algunas veces coinciden y otras no. Las palabras están ahí, las podemos leer y escuchar, aunque muchas veces tampoco sepamos qué significan exactamente; pero la verdad es muy difícil señalarla con el dedo. Lo cual, para mí, dicho sea de paso, tampoco es muy grave; al fin y al cabo nos pasamos la vida buscando personas que no existen, lugares y estados mentales imaginarios que nos han dicho que son reales, pero que jamás hemos experimentado por nosotros mismos. Fíjese, mucha gente se muda de ciudad y de pareja mil veces y a continuación otras mil, y en ninguno de esos cambios encuentra el estado literario de la felicidad, sino que topa siempre con su propia melancolía. Así es que, como comprenderá, no me asustaba pasarme dos o tres días buscando la casa inexistente de Amelia Urales de Úbeda. Pero el caso es que sí existía. Una tarde, perdida ya toda esperanza, como suele decirse, di con un viejo y descuidado chalet de inquietante aspecto, por cuyas paredes, húmedas y desconchadas, trepaban enjutas parras como nervios momificados. No sé por qué, pero al verlo supe que había llegado, que había encontrado la casa de los Urales. Tenía los postigos echados, parecía deshabitada y sobre todo parecía milagroso que hubiera sobrevivido entre los modernos bloques de pisos. Todavía está en pie, si quiere verla, en la calle Martínez Izquierdo, en el número veintiuno, creo, no me invento nada. Yo había pasado por allí en varias ocasiones y no había reparado jamás en ella; era como si hubiese aparecido de repente, por arte de magia. Abrí la cancela, que estaba comida por la herrumbre; atravesé el patio, que había sido conquistado por toda clase de hierbas silvestres, y llamé a la puerta. Tras un largo intervalo de tiempo, en el que estuve a punto de marcharme, pensando que no había nadie, me abrieron, y en el umbral apareció una mujer de mediana edad, más bien madura; pero muy atractiva. Se quedó pasmada cuando le dije quién era yo; no podía entender que me hubiera tomado la molestia de localizarla."

Antonio Orejudo
Ventajas de viajar en tren



"Cabe esperar que a la risa se le reconozca algún día su poder para desenmascarar la imbecilidad y en consecuencia su contribución en la búsqueda universal de la verdad."

Antonio Orejudo


"La gente nos está diciendo que quiere entrar hasta la cocina y saber qué hay detrás del escritor, con los pies en el suelo y sin ínfulas de nada. Yo pretendía plasmar una relación más honesta y directa, como si fuera una conversación entre amigos."

Antonio Orejudo


"La literatura no tiene mucho futuro."

Antonio Orejudo


"Miren ustedes: los hombres de mi generación, especialmente si han vivido en el centro de Europa, han presenciado un auténtico cataclismo. Para ustedes tal vez sea difícil de entender porque son muy jóvenes y porque España apenas ha sufrido la guerra. Pero para los centroeuropeos de mi generación, la guerra ha sido devastadora. Yo siempre fui, lo reconozco, de los que pensaron que aquello jamás sucedería;
que las relaciones diplomáticas podrían crisparse más o menos, pero que a estas alturas de la civilización la vieja Europa no se entregaría jamás a una guerra medieval; pensaba que veinte siglos de cultura no podían haber transcurrido en vano. Pero me equivoqué. Nos equivocamos todos. Se equivocó Bolzano, se equivocó Kraus, se equivocó Carnap, se equivocaron Wittgenstein, Rilke, Kafka y Musil; se equivocó Freud. Todos, nos equivocamos todos. Veinte siglos de cultura occidental no sólo no impidieron que se matara a millones de hombres, antes bien, todos ellos fueron asesinados en el nombre de esa misma cultura occidental. He estado frente a un pelotón de fusilamiento, he perdido a gran parte de mi familia, y mi mejor amigo es un muñón de carne: por eso me río cuando alguien me habla de la belleza de las rosas o de las estrellas que hay en el cielo; por eso mis simpatías estarán siempre con aquellas personas que contribuyan a revelar esa gran mentira, ese fiasco sobre el que hemos vivido
tanto tiempo y que se llama cultura occidental, es decir, hipocresía de banqueros y de nuevos ricos. Ése es el empeño que me une a Breton. Su propósito va más allá de lo literario porque Breton es, más que un literato, un revolucionario que utiliza las palabras entre otras muchas armas. Las pretensiones de Breton no consisten en cambiar la literatura o en crear un hito dentro de la historia del arte; su ambición no es construir una nueva metafísica, sino algo mucho más inmediato, palpable y, por ello, grandioso: liberar al hombre de la opresora cultura del santo Occidente; demostrar la fragilidad de sus pensamientos y de su moral; mostrar las arenas movedizas sobre las que han edificado sus viviendas. El escándalo es por eso un instrumento óptimo para denunciar las desigualdades sociales y la influencia embrutecedora de la religión y el militarismo. El escándalo es un arma eficaz para hacer aparecer los resortes secretos y odiosos del sistema que hay que derribar.
Babenberg calló repentinamente, como avergonzado de su propia vehemencia. Durante el discurso las caricias de María Luisa se habían ido atenuando hasta desaparecer. Sus piernas se fueron relajando y finalmente perdieron la tensión de los primeros instantes. Cuando indicó a la camarera que podía servir las colas de langosta al cabrales, sus piernas permanecían junto a las de Patricio, pero en un laxo contacto. Por un momento sólo se oyó el ruido de la sirvienta procediendo y el entrechocar de la botella con el borde de las copas cuando alguien se sirvió vino."

Antonio Orejudo
Fabulosas narraciones por historias



"Morirse es la estrategia de márketing definitiva. A lo mejor la pruebo."

Antonio Orejudo


"Muchos de esos que hablan bien de esa literatura cervantina, en verdad la detestan. Desprecian la literatura amable."

Antonio Orejudo



"Nos han dicho que la literatura nos enseña a vivir, y yo creo que sucede exactamente lo contrario."

Antonio Orejudo


"Nunca se ha leído tanto como actualmente. Solamente en la consulta de Twitter y en los estados de Facebook lees más hoy en un día que lo que ha leído un campesino medieval en todas sus generaciones. Ahora, cuando hablamos de leer o de no leer, ¿estamos hablando de eso?"

Antonio Orejudo



"Ory hace un gesto de fatiga y se deja caer en una silla. Obviamente él tampoco quiere jugar. No quiere jugar a ese juego. Lo que menos le apetece ahora es mantener un diálogo teatral ingenioso, mordaz y pla­gado de cínicos sobrentendidos. Así que le cuenta en pocas palabras la conversación que ha mantenido hace unos días con Jean Frellon, el impresor encarce­lado en los calabozos de la Inquisición. Ory también emplea un tono neutro. Pero el suyo no es impos­tado. En su discurso no hay reproches ni asomo de triunfalismo. Parece más bien la descripción de un pa­satiempo. Y en cierto modo lo es. En su visita a Pfis­ter, Matthieu Ory no propone dejar de jugar; propone otro juego. Tú me ayudas, yo te ayudo, se llama este. Y no se permiten trampas.
Para empezar, Ory le pide unas cuantas emes di­señadas por él. Quiere verlas con una lente de aumen­to. Es la primera vez que Matthieu Ory se interesa por el trabajo de Pfister. A Ory todo eso de la imprenta le ha pillado muy mayor. Eso dice. Él es de la escuela antigua, a él le gustan los manuscritos.
A simple vista, las emes que Pfister extiende ante Ory no presentan ninguna particularidad, salvo una gracia inusual en los trazos verticales, como se ha di­cho. Pero las gracias de sus emes tienen un secreto. Si se mira la letra con una lente de aumento, puede per­cibirse que en la gracia hay inscrita una escena escan­dalosa. Unas veces es un simple angelito regordete tocándose los huevos con procacidad; y otras, una fi­gura con mayor contenido ideológico: el Papa orinando sobre la hostia consagrada, Jesús apareándose con María Magdalena o el diablo cagando una mierda, que es un burro tocado con la tiara papal.
Pfister siente un regocijo interior muy intenso al encontrar su M en los textos más dispares: en manua­les de mujeres, en tratados de teología, en bulas, en alguna Biblia naturalmente, en sermones católicos y en panfletos luteranos. Antes de que Jean Frellon fue­ra delatado por los Trechsel, el impresor parisino le había encargado unos punzones. Pfister inscribió en la gracia de la M una estampa de Calvino chupándole el culo a un macho cabrío. La obra le costó semanas de trabajo secreto en la intimidad de su gabinete. Pero el resultado le dejó satisfecho. Pfister se partía de risa él solo. Tal y como se temió, esa M vendida a Frellon apareció días después en vanos textos evangélicos, que circularon anónimamente por Lyon. Alguien debió de advertirle a Frellon que en esas emes se veía algo raro. Y tirando del hilo debió de sacar el ovillo. Al prin­cipio no lo reconoció; pero luego en la celda, donde uno tiene más tiempo para pensar, Frellon cayó en la cuenta de que era él. El impresor, como otros jóvenes inquietos de su generación, también había peregri­nado a Münster antes de su destrucción.
Ory no le pide nombres ni procedencia de sus maestros; no quiere saber dónde trabajó antes de lle­gar a Lyon, a qué impresores suministró punzones. No quiere fechas, no quiere nombres, no quiere do­cumentos, no quiere facturas ni piensa comprobar uno a uno los datos que Pfister le dé para demostrarle que él es él. No quiere tampoco prenderlo. ¿Para qué? A él Münster, mientras no se produzca en Francia, le trae sin cuidado."

Antonio Orejudo
Reconstrucción



“Se puede decir cualquier gilipollez siempre y cuando esté bien escrita.”

Antonio Orejudo


"Soy un ignorante en 50.000 áreas, pero creo que todavía no he perdido la vergüenza de serlo."

Antonio Orejudo


"Un escritor siempre es un estafador o, más que un estafador, un prestidigitador."

Antonio Orejudo










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