"Acababa de terminar mis estudios sobre la escuela de los filósofos de atenas y visité por vez primera la hermosa y poética Tesalia. Mis esclavos me aguardaban en el palacio de Larissa, dispuestos a recibirme, y a medida que la noche avanzaba, presentía el famoso bosque por el prestigio de los augures, extensión de largas cortinas de árboles verdes en las orillas del Peneo. Las sombras oscuras se acumulaban en el enorme dosel que apenas podía evadirse a través de unas pocas ramas, raramente abiertas, quizás sesgadas por el hacha del leñador. Una estrella rodeada de niebla irradiaba un pálido temblor.
Mis párpados pesados se redujeron, a pesar de mí mismo, en mis ojos cansados de buscar las huellas del rastro blanquecino, que se desvaneció montaña abajo, y me resistí a dormir siguiendo con esmero el doloroso ruido que emitía mi corcel, que a veces gritaba en la arena, y a veces gemía simétricamente en la hierba seca.
La marcha se ralentizó en exceso de acuerdo con mi cansancio pero en disonancia con mi impaciencia. Sorprendido, no sé qué obstáculo ignoto precipitó mis pasos, dado que el animal, girando su nariz, relinchó feroz, presa de un súbito pánico que había roto el resorte a su paso."

Charles Nodier
Smarra o los demonios de la noche




"Algunos días más transcurrieron entre nuevos y solitarios paseos; pero el día de Santa Honorina llevaba mucho tiempo parado delante de la fachada de la iglesia de Codroipo cuando se abrieron sus puertas.
Apenas comenzaba el sol a levantarse. La nave estaba aún húmeda y sombría. Sólo algunas lámparas que habían velado toda la noche señalaban la capilla de la santa. El sacristán acababa de encenderlas.
Yo no era beato, pero sí religioso, y jamás una aventura galante, un deseo voluptuoso me hubiera arrancado en un templo de la profunda emoción que me inspira la casa de Dios, sobre todo cuando está vacía, que es cuando el alma se encuentra más en presencia de su Creador y Maestro. Además, yo había interpretado este segundo emplazamiento de otra manera que como es costumbre hacerlo en Italia. Yo estaba colocado bajo el imperio de una asociación inmensa, que podía contar algunas mujeres entre sus afiliados más inteligentes y activos, capaces de reanimar a un adepto tibio o descorazonado por medio de las ilusiones más apropiadas a su carácter y a su edad. Debo decir en mi honor que ni por un momento había pensado que pudiera ser otra cosa.
Entré, pues, en la capilla sin otro afán que el de rezar y ofrecer al cielo el sacrificio de mi ciega abnegación, para yo no sé qué palabra que había ligado a la causa de la vieja fe y las viejas libertades, llevado por mis generosos sentimientos. Pronto acabaron mis ojos de recorrer el estrecho recinto. Estaba solo. El sacristán había salido y el sacerdote no había llegado aún; pero el cuadro del altar resplandecía con sus luces de gala. Era una hora imponente, un solemne lugar, un hermoso espectáculo para un cristiano, y cuantas veces el dolor me ha agobiado o la soledad me ha devuelto a mí mismo me he encontrado tan sincero cristiano como en los brazos de mi madre, cuando ella me ponía, orgullosa, una larga túnica de tisú de plata con franjas de abalorios encamados y azules para ir por primera vez a recibir la gracia de la Eucaristía en la parroquia de San Marcelino.
Terminadas mis oraciones, miré al cuadro. Representaba a Santa Honorina, condenada a morir de hambre en un calabozo, pálida, desmelenada, palpitante, ofreciendo en sus facciones una mezcla de dolor humano y de resignación divina, pero tendiendo hacia mí sus brazos suplicantes, como implorando socorro. Sus ojos miraban y sus labios se movían en realidad ¡Qué conmovedora y sublime era!…
Sin embargo, lo que más me emocionó fue uno de esos parecidos —que los enamorados son tan aficionados a buscar—, un parecido punzante y mortal por la situación en que la santa estaba, con el retrato de Diana. Felizmente, esta maravillosa imagen era la obra maestra de Pordenone.
Sentí frío. Me hacía sufrir esa escena, viva como la realidad.
Me levanté y anduve a la ventura por la capilla, por la iglesia. La luz del día comenzaba a atravesar las vidrieras y temblaba en las paredes. Nadie se movía ni dentro ni fuera. El único ruido que turbaba el silencio de la nave era el de mis pasos al resonar sobre las losas. Quise ganar la puerta. Me apoyé, temblando de frío, en un baptisterio colocado a la entrada. Escuché, creí oír y oí unos gemidos, pero no sabía si venían de la capilla o del atrio; y por unos instantes creí otra vez que era la santa que lloraba de angustia y de hambre. Deseoso de librarme de esta idea, que oscurecía mi razón; franqueé de un salto los escalones. Los sollozos y gemidos me persiguieron en la calle, ya completamente iluminada por el sol. Me volví hacia la portada, adonde ya me había precedido mi fiel Puck, atraído, acariciante y consolador, por un sentimiento de compasión más que humano hacia todas partes donde oía quejas. Ya os he hablado de Puck."

Charles Nodier
La señorita de Marsán



"Dado el modo sibilino en que se redactan las predicciones, lo raro es que no se cumplan con mayor frecuencia."

Jean-Charles Emmanuel Nodier
Tomado del artículo Una revisión crítica de la astrología Miguel Angel Sabadell, página 21


“De todos los animales, los gatos, las moscas y las mujeres son los que pierden más tiempo en su toaleta.”

Charles Nodier


El fantasma del castillo Egmont

"Se puede leer la siguiente anécdota en la Segraisiana:

El señor Patris había acompañado al señor Gastón a Flandes y se alojó en el castillo de Egmont. La hora de cenar había llegado y al salir de su habitación para dirigirse al comedor, el señor Patris se paró ante la puerta de un oficial amigo suyo para que le acompañara. Golpeó bastante fuerte. Al ver que el oficial no contestaba, golpeó por segunda vez, llamándole por su nombre. El oficial no respondió. Patris, que estaba seguro de que se encontraba en la habitación, pues la llave estaba en la puerta, abrió y vio, al entrar, que su amigo estaba sentado delante de una mesa, fuera de sí.

Se acercó a y le preguntó qué le ocurría. El oficial, volviendo en sí, le dijo a su amigo:

—No estarías menos sorprendido que yo si hubierais visto, como yo, que este libro cambiaba de lugar y que las hojas se pasaban solas.

Era el libro de Cardan sobre la sutilidad.

—Vamos —dijo Patris—, os burláis de mí; tenéis la imaginación llena de lo que acabáis de leer, os habéis levantado, vos mismo habéis puesto el libro en el lugar donde está, habéis vuelto después a vuestro sillón y, al no encontrar el libro junto a vos, habéis creído que había ido allí por sí solo.

—Lo que os digo es muy cierto, -repuso el oficial- y prueba de que lo que afirmo no es una visión, sino la puerta que se ha abierto y cerrado, y por ahí se ha retirado el fantasma.

Patris fue a abrir la puerta, que daba a una galería larga, al final de la cual había una caja de madera tan pesada que apenas podían cargarla entre dos hombres. Observó que la caja se agitaba, abandonaba su lugar y se dirigía hacia él, deslizándose por el aire. Patris, un tanto asombrado, exclamó:

—Señor diablo, dejando los intereses de Dios aparte, yo soy vuestro servidor, pero os ruego que no me aterroricéis más.

Y la caja volvió al mismo lugar de donde había venido.

Este suceso produjo una fuerte impresión en Patris y contribuyó no poco a que se convirtiera en un devoto."

Charles Nodier



"El placer al que uno se ha entregado indefenso y sin retorno se convierte en el más inexorable de los enemigos."

Charles Nodier


"Esta tarde caminaba al azar, y no sé cómo ha sido, he sentido un peso que me oprimía, una nube que turbaba mi vista, un fuego que recorría toda mi sangre, y me he sentado. Un instante después he levantado la vista y he reconocido en la casa que tenía enfrente la mansión de Eulalia. En su habitación había luz. Eulalia ha llegado y se ha detenido detrás del balcón en una contemplación silenciosa. Ella sufría, porque ha mirado al cielo. Su pecho parecía hinchado, sus cabellos en desorden; se ha llevado la mano a la frente, que sin duda ardía. En seguida se ha retirado sin haber advertido mi presencia, y yo he visto su sombra crecer sobre la pared y luego confundirse con las demás sombras. Yo he querido hablar, pero mi voz se ha negado a obedecerme y he permanecido mudo como el viajero nocturno que se encuentra con una aparición.
Después, me he aproximado a aquel balcón y me he visto inundado de la claridad que de él descendía. Pero no he podido resistir tantas agitaciones, y he reanudado tristemente mi camino, y cuando he llegado a mi casa mis piernas han flaqueado; me he dejado caer por tierra y he regado el suelo con mis lágrimas."

Charles Nodier
El pintor de Salzburgo




“La literatura es la expresión de la sociedad.”

Jean-Charles Emmanuel Nodier, conocido como Charles Nodier



"Mi tristeza se había disipado y vuelto mi alegría. Me placían mis estudios y ponía en mis afectos familiares toda esta superabundancia de sentimientos gratos que mi alma desbordaba. Me agradaba más que nunca la soledad, porque entonces vivía con ella, me atrevía a amarla, a hablar como si estuviera presente; pero salía de mi aislamiento más contento, más fuera de mí que de una cita misteriosa, donde me lo hubieran concedido o prometido todo. Yo sabía prolongar estas delicias en noches de encantamientos, que lograba arrebatar al sueño. Y allí seguían nuestras conversaciones de amantes, de esposos, que llegaban a engañarme a mí mismo porque ella me decía lo que me hubiera podido decir de verdad. A fuerza de llamar a su alma, más que en realidad la poseía. Yo le hacía repetir: ¡Oh, sí le quiero preguntas...!, y me parecía oírlo aún. Yo me persuadía y no podía engañarme, que ella tenía que estar pensando lo mismo, que sostenía la misma conversación, que sus palabras concordaban con las mías como si ella las contestase. Apreciaba hasta su acostumbrada armonía, hasta sus inflexiones agitadas y nerviosas, hasta el largo suspiro anhelante que las seguía, cuando hablaba con emoción. ¡Cuántas veces he extendido los brazos sobre mi almohada vacía, para apoyar en ellos su pobre cabecita cansada! ¡Cuántas veces he sentido a mi brazo adormecerse bajo su cuello, bajo sus hombros, hasta el punto de confirmarme en mi error, y de no dejarme la menor duda de que ella descansaba encima! ¡Ella duerme!—me decía—. No hay que despertarla. Y mi boca perdía, sin saberlo, el beso que ella daba a sus cabellos. Cuando llegaba el día, comprendía que no estuviese allí. ¿Podían el mundo y su madre acceder a dármela? ¿Y no debía ella obedecer a su madre? Dios y su voluntad me la entregaban: ya era bastante.
Yo gozaba otros placeres además, cuyo precio yo solo conocía: un trozo de cinta azul que en París había caído bajo sus tijeras, una cuerda de su arpa que se había roto entre sus dedos, una plumita que se escapó de su peinado, una romanza escrita y anotada por su mano y cuyos caracteres tantas veces he besado uno a uno. ¡Y sobre todo, una ancolia que estuvo prendida en su pecho, que había sentido latir su corazón y palpitado con él, que recogí bajo su mirada y con su consentimiento un día que la cambiaba por otra más fresca! A los dos nos gustaba esta triste flor, que busca los lugares solitarios, las sombras melancólicas y cuya fuente sombría y dolorosa parece inclinarse hacia la tumba. Aquella ancolia no me ha dejado nunca... ¡Aquí está!
Y cuando Clementina estaba en la ciudad ¡cuántos cuidados para evitar su encuentro, cuántas miradas hacia la lejanía para tener tiempo de cambiarme de camino y no encontrarme a su paso; cuánta atención para obscurecer, para ocultar mi vida, para ahorrarle la pena de oír pronunciar mi nombre! ¡No! ¡Jamás amante alguno puso tanto afán y solicitud para espiar los pasos de su adorada y no perder ocasión de verla, como yo para no ser visto! Volví a verla, sin embargo."

Charles Nodier
Recuerdos de juventud



"No empezamos de nuevo, pero recordar es casi como empezar de nuevo."

Charles Nodier


"Pero si lo que le interesa son historias de lo fantástico, debo advertirle que este tipo de historia exige más arte y juicio de lo que normalmente se cree."

Charles Nodier


“Tal es el triste sino de todo libro prestado: con frecuencia se pierde, siempre se estropea.”

Charles Nodier


Vampiros de Hungría

Un soldado húngaro estaba alojado en casa de un campesino de la frontera, y un día, cuando comía con él, vio entrar a un desconocido que se sentó en la mesa junto a ellos. El campesino y su familia parecieron muy asustados por esta visita, y el soldado, que ignoraba lo que significaba aquello, no sabía qué pensar del pavor de estas buenas personas. Pero al día siguiente, cuando encontraron muerto en la cama al dueño de la casa, el soldado supo que se trataba del padre de su hospedero, muerto y enterrado desde hacía diez años, que había venido a sentarse a la mesa al lado de su hijo, y de esta forma le había anunciado y causado la muerte.

El militar informó a su regimiento de este suceso. Los generales enviaron a un capitán, un cirujano, un auditor y algunos oficiales para comprobar el hecho.

La gente de la casa y los habitantes del pueblo declararon que el padre del campesino había vuelto para provocar la muerte de su hijo, y que todo lo que el soldado había visto y contado era totalmente cierto. En consecuencia, mandaron desenterrar el cuerpo del vampiro. Lo encontraron en el estado de un hombre que acaba de expirar y con la sangre todavía caliente; entonces le cortaron la cabeza y le depositaron de nuevo en la tumba. Después de esta primera expedición, los oficiales fueron informados de que otro hombre, muerto hacía más de treinta años, solía aparecerse, y que ya se había presentado tres veces en su casa a la hora de la comida. La primera vez había mordido el cuello de su propio hermano y le había sacado mucha sangre; la segunda, había hecho lo mismo a uno de sus hijos; un criado había recibido el mismo trato la tercera vez.

Estas tres personas habían muerto a consecuencia de ello. Este fantasma desnaturalizado fue desenterrado también; lo encontraron tan lleno de sangre como el primer vampiro.

Le hundieron una gran estaca en la cabeza y lo cubrieron de tierra. Cuando la comisión creía que ya se había librado de los vampiros, por todas partes se presentaron denuncias contra un tercer vampiro que, muerto dieciséis años atrás, había matado y devorado a dos de sus hijos.

Este tercer vampiro fue quemado y considerado el más culpable. Después de estas ejecuciones, los oficiales dejaron pueblo totalmente en calma y libre de aparecidos que bebían la sangre de sus hijos y amigos.

Charles Nodier

















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