"Con esa apatía por las cuestiones políticas que le convertían en disidente para sus compañeros de tertulia acogió José Luis Arce los rumores sobre la gravedad del Caudillo que desde mediados de octubre atronaban Madrid, hasta que en la última tarde de aquel mes su esposa llegó asustada de lo que le había contado Fela mientras merendaban en la cafetería Gregory’s. Sólo entonces compartió la desazón de Javo Chicheri y Fela del Monte y de otros miembros de la burguesía improductiva.
Era la reacción de un cristiano con un corazón de oro, como le definió el padre Altuna en 1964 en la sacristía de la iglesia de la Concepción. Once años después Arce seguía más pendiente de su familia que de su país, por lo que le importaban menos los temas de Estado que la felicidad de su mujer, Pía Matesanz, y de su hija Virucha.
Así que no necesitó saber los motivos de la congoja de su esposa para condolerse con ella nada más verla aparecer esa tarde de octubre en su despacho casero con un sofoco que le impedía expresarse.
—Calma, pajarito, calma —dijo levantándose a abrazarla—. Ya me lo contarás. Pía venía tan desquiciada de su reunión con Fela del Monte que por primera vez en nueve años de matrimonio no se quitó el abrigo antes de entrar en casa. Lo hacía en el rellano de la escalera, después de pulsar el timbre de campanitas que prolongaba su resonancia de esquila por el pasillo de la vivienda hasta las remotas dependencias de la servidumbre tratando de galvanizar a Wences, que reaccionaba a su llamada con la parsimonia debida a su pereza y a las generosas dimensiones del piso.
Pía y sus vecinos tardaban más en atravesar el umbral de sus hogares que el portal de la finca porque en esa construcción de principios de siglo levantada sobre terrenos de un duque cuyo escudo engalanaba la fachada del inmueble nunca se cerraron las dos hojas de madera de la entrada, como investigó la periodista Caty Labaig cuando presidía la comunidad de propietarios. Pero tal facilidad de acceso era aparente y no obedecía a negligencia del portero, un individuo llamado Boj que desde su garita acechaba al advenedizo que enfilaba el corredor de enlace entre la calle y el bloque habitado."

Manuel Longares
Romanticismo



"Después, guapita, te atiendo», susurra el trombón de varas atufando a bienmesabe. Insatisfecha la moza, aduce rabisalsera: «¿Insinúa que sobramos o no nos tiene por gente?"

Manuel Longares
La ciudad sentida



“En la utopía cabe todo: ¿para qué inventar la distopía?”

Manuel Longares



"Esa explosión amorosa de la escalera que hubiera inspirado a Wagner opulencias sinfónicas, derivaba en sainete y Palmira se desinteresó de las argucias de los tortolitos. Admirada del apego de los personajes de ficción a los libros que los crearon –porque fuera de ellos no se justifican–, cerró la puerta del piso, siguió por el pasillo y, al desembocar en la rotonda donde nada quedaba de aquel tesoro de belleza, pasión, aventura y pensamiento almacenado en la biblioteca de su primo, comprendió la desazón de los que desahuciados de donde tuvieron acomodo, tanteaban la posibilidad de realojar su historia en espacios afines.
De esa desorientación ante la falta de libros participa Max en Monlieu y así se lo cuenta a Bernardo en la correspondencia estudiada por la profesora Landete: «Desde niño, tú lo sabes, suelo leer tres horas todos los días y ahora que tengo tiempo de sobra pero no libros, echo de menos el hábito. En los dominios de Otilia no hay lo que me apetece. Mi anfitriona no guarda poesías o prosas, pese a su aprecio por los escritores. Su obsesión por la lírica y la rima no la satisface leyendo, como nosotros. Te diré que soporto mal no estar entre libros, por lo que cuando me quedo solo en la casa paso la mano por las paredes por si encuentro estantes disimulados, secretos... Uno no está preparado para este tipo de situaciones en que la fiebre del deseo no se calma con remedios de botica».
«No quiero sucedáneos –responde Max a una carta de Bernardo que se ha perdido–, no quiero periódicos ni cuentos escolares, te pido libros de adulto.» Y ofrece a Bernardo una relación de autores clásicos y modernos, en lengua española y traducidos, porque su avidez sólo tiene una excepción: «Todos me apetecen menos Lope de Vega, lo entenderás, supongo, no soportaría enfrentarme a El caballero de Olmedo. ¿Te pasa a ti también o la curiosidad te vence? ¿Habéis vuelto a leer la obra, tú o Sacri, después de lo de la pobre Eladia? ¿La recita Sacri? Y ahora, la cuestión palpitante: mandadme algún libro de los que te indico. Supongo que no plantearán obstáculos los correos, pero si los hubiera, imagina con qué gusto cruzaría la frontera a recoger vuestro envío. Me da igual poesía o prosa, siempre que sea literatura. A veces la depresión por la falta de libros me induce a pensar si no estaría mejor ciego».
Contrasta la facundia de Max con el laconismo de su cuñado. Son los últimos meses de guerra –anota Landete– y mientras Bernardo se expresa con prudencia, Max lo hace sin cautela. «Es la conducta de un consentido –comenta Landete–, que por salvar sus intereses pone en riesgo a los demás.» Esa es la razón de que Bernardo consulte con los espías de Atilano la última carta de Max: «Te pido libros aunque sean fascistas –ha escrito el poeta de Pagán–, por lo mismo que el alcohólico quiere vino aunque sea de consagrar». El soplón Ordóñez se pasma de que no la hayan interceptado los censores enemigos, viene sin tachaduras, podría tratarse de una trampa. Aparentemente es letra de Max, ¿se la habrá inspirado alguien para implicar a Bernardo? O lo que también es posible: ¿Habrá imitado alguien la letra de Max? Atilano recomienda a Bernardo que, por unos días, corte la correspondencia y el envío de libros a su cuñado.
Esa madrugada se presenta un piquete en el domicilio de Monteleón. Los milicianos traen más cartas de Max y leen párrafos que incriminan a Bernardo. Pensando en Sacri, Bernardo abomina de Max y de sus testimonios antipatrióticos. Y lleva al piquete a su despacho, donde en una caja de caudales se amontonan las piezas bufas que la compañía de Atilano representa para la tropa. A puerta cerrada les reparte revistas y libros eróticos. Cuando alguno empieza a pecar, Bernardo abre los ojos. Aún es de noche y Sacri duerme a su lado. Bernardo interpreta el sueño como un aviso y dirige a Max una carta destemplada: «Tú ahí a mesa puesta y pidiendo libros, nosotros jugándonos la vida por conservarlos en casa». Aquí se agota su enfado porque rompe en pedazos la cuartilla, según cuenta. No hay constancia –dice Landete– de otra carta similar.
Finalizó la guerra española de los tres años y Bernardo y Sacri cuelgan banderas en los balcones de la casa de Monteleón para unirse a la algarabía del ejército vencedor. Sacri baja a la calle, al reparto de comida, y Bernardo se encierra en su despacho para escribir a Max la carta que no podrá censurar el gobierno de la República. Mas para que no se la prohíba el Nuevo Estado franquista y porque está en juego el regreso de su cuñado del exilio, le explica las razones de su silencio epistolar. Usa términos crípticos que confía capte el cerebro de Max, aunque sería demasiado pedirle que se ponga en la piel de su interlocutor. De Max cabe esperar todo menos eso, la humanidad está a su servicio, si alguien sufre es asunto suyo, dirá Max, yo sólo quiero lo mío."

Manuel Longares
El oído absoluto


"La literatura para mí siempre ha sido ficción."

Manuel Longares


"La obsesión por salvar mis manos del temblor corporal – y trabajar como pianista-, me hacía pulsar las teclas del Steinway con la reverencia dispensada al Sinpecado Fornicado por los idólatras del plateresco mientras me recorrían muchos más calambres de los que registra Hipócrates en los archivos de nuestro Conservatorio, donde maestros y alumnos, después de debatir mi incidencia, garantizaban mi recuperación, pero no arriesgaban plazos."

Manuel Longares
Sentimentales


"Lo que pasa con la zarzuela es que solo conocemos un 10 % de las que se han escrito. Posiblemente, el 90 % restante sea malo, pero me resisto a creer que no haya 30 zarzuelas aprovechables entre ellas. Tenemos que aceptar que es el género chico, como se denomina a sí mismo, que dura una hora, y en esa hora tienes que provocar risa, llanto, angustia, todo tipo de sentimientos, y acertar con una música ratonera y vivaz que te lleve a la gloria."

Manuel Longares


"Los fanatismos son siempre ofensivos y perniciosos para el funcionamiento de la sociedad. Un energúmeno es siempre un energúmeno, en cualquier ámbito."

Manuel Longares


“No me convence eso que llaman novela con lenguaje periodístico. Lo mismo que no me creo un periódico escrito con un exceso de lenguaje literario.”

Manuel Longares



“No soy realista. Me inclino por el experimento. Ahora, de ahí a denostar a Galdós... Nunca. Él nos enseñó, igual que los maestros contemporáneos en su época, cómo construir un personaje y moverlo por la ciudad. Juan Benet lo adoraba. Compartíamos esa admiración. ¿Renegar de Galdós? ¡Que no nos toquen los cojones!”

Manuel Longares


"Por caducidad de las instalaciones descarrilan los trenes y por la incuria de las constructoras se matan los albañiles. Raro es el día en Madrid sin un accidente de andamio.
La sangre de los infortunados y el llanto de los deudos desbordarían los ríos de la provincia. Las autoridades presiden los entierros, pero no abandonan sus cargos ni aprietan a las empresas.
En la medianoche del viernes, barrio del Lucero, asesinaron a otra mujer.
Sesenta años de buena salud, con una hija casada y un nieto. No hubo robo ni acoso, sino disputa conyugal. Los vecinos dieron la alarma porque no podían dormir con los gritos. Al principio los atribuyeron a la tele, pues su violencia se confunde con la realidad de la calle. Cuando derribaron la puerta y vieron a la mujer cosida a puñaladas estimaron cortas las quejas.
Se sospecha del viudo, pero todavía no se ha confesado autor del crimen, porque cuando la justicia le buscó ya estaba huido. Un hombre corriente, sin antecedentes ni murmuración, carnicero de Legazpi. Por querencia escapó hacia Vista Alegre y debe de seguir por las inmediaciones del coso de la Chata. Aunque, más pronto que tarde, se personará donde juega su nieto, cerca del mercado de San Braulio, junto al metro de Urgel.
Entonces, acaso contará al niño por qué mató a su abuela y, si no acierta a explicarlo, le dejará en herencia su ejemplo. Cuando se educa a los hombres en que deben dominar a las mujeres y cuando las mujeres se prendan de la energía de un hombre, no cabe esperar sino violencia. La hija comenta a las vecinas que no perdona a su padre este crimen, pero delante de su marido calla porque le alza la mano y teme seguir el destino de su madre.
Un espanto tapa otro y, como la actualidad manda, ocurre lo que en los toros, que cuando están lidiando el quinto nadie se acuerda del que abrió plaza. Para sobrevivir a esta sangría hay que echarse los cadáveres al hombro, aceptar que dentro y fuera del ruedo todos tenemos fijada la hora y que, cuando ésta se retrasa, la presidencia lanza un aviso."

Manuel Longares
La ciudad sentida







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