"Amanece.
Un haz de luz se filtra a través de la persiana.
Fernando Rovira apenas durmió. Debería haberlo hecho, dormir, descansar, para poder lucir fresco. Se duchó al llegar de la casa de su madre, para relajarse, como ella le había aconsejado tantas veces, pero es evidente que en esta ocasión no surtió efecto. No quiere que las ausencias de Román y Joaquín empañen la presentación del proyecto de ley que es su estandarte político. Sigue dando vueltas en la cama, mientras su cabeza va de los argumentos y considerandos económicos, sociológicos, políticos y de representación para defender la creación de Vallimanca —que una vez más repite de memoria— a las indicaciones que le dio su madre para no trabar la energía de Román y empeorar la situación. Ella le aseguró que no debía preocuparse ni por su hijo ni por quien ayudó a concebirlo. Así nombra Irene a Román: el concebidor. Su madre sabe que la palabra no existe pero, a falta de otra adecuada para ella, la inventa. No es el padre, no es un donante anónimo de esperma. Es lo que es, un facilitador de la concepción. “El arrebato déjalo para cuando tengas que hablar en el Congreso o en un debate televisivo, para la vida real, ésta, la que nos toca batallar día a día, pie de plomo”. Y lo hará de ese modo, tal como le aconsejó su madre. Al menos por ahora. Su única preocupación por el momento debe ser convencer a periodistas, intendentes y políticos de la oposición de que no existe mejor opción para gobernar la provincia de Buenos Aires que dividirla en dos. Fernando Rovira no tiene dudas de que Román eligió ese preciso día para irse de la cobarde manera en que lo hizo porque especuló con que él, el líder de Pragma, no podría abandonar el proyecto al que dedicó tanta energía, tiempo y esperanzas para salir corriendo a perseguirlo. Si lo pensó así, mostró cierta inteligencia, o cierta astucia al menos. Por supuesto que él no puede salir corriendo detrás de Román hasta después de que termine este evento programado hace tanto y con tanto esfuerzo. Primero, la rueda de prensa y defender el proyecto, más tarde tendrá todo el día para ocuparse de encontrarlos. No pueden haber ido demasiado lejos. Y, desde luego, no pueden haber cruzado ninguna frontera.
Román no tiene ni recursos ni contactos suficientes. Y él ya dio aviso a los suyos, Vargas en persona le confirmó que las fronteras están cerradas para Román Sabaté. Se lo imagina escondido, temeroso, casi deseando que lo encuentre. Y él, está absolutamente convencido, lo va a encontrar."

Claudia Piñeiro
Las maldiciones


"Ayudamos a Ronie en la escalera. En el cuarto de Juani estaba Romina, sentada en el marco de la ventana, esperándonos. No sabía que ella estaba ahí. Tenía la fumadora digital de su padre. Juani nos pidió que nos sentáramos en la cama. El televisor estaba encendido, un noticiero informaba el inminente ataque de los Estados Unidos al país que suponía responsable del atentado a las Torres. "Nuestros militares están listos y nos harán sentir orgullosos", dijo en la pantalla su presidente. Juani acercó la cámara de video al aparato. En segundos desenchufó cables, enchufó otros, apretó botones y logró que la imagen filmada apareciera en la televisión y desapareciera la de aquel presidente. Romina hacía de asistente alcanzándole los cables necesarios. Yo estaba tan sorprendida por la destreza tecnológica de mi hijo que al principio no me di cuenta de qué nos estaban mostrando. A mí, hacer esa conexión, me habría llevado el día entero, suponiendo que lo hubiera logrado. Ronie se agarró la cabeza y su expresión, con la mirada clavada en la pantalla del televisor, me hizo ver la imagen que yo también tenía ante mis ojos. Era una filmación algo oscura, pero no había duda de que era la pileta de los Scaglia.
Estaba filmada desde arriba, como si quien llevara la cámara se hubiera trepado a algún lugar. "Nos subimos a los árboles", dijo Juani, y entonces me di cuenta de que esas sombras que molestaban eran hojas. Martín Urovich ya estaba dentro del agua, se dejaba flotar, hacía la plancha agarrado a un flota-flota. Con una mano se agarraba del flota-flota y con la otra del borde de la pileta. El Tano acomodaba un equipo de música cerca de la escalera, sobre el piso de Travertilit. "El equipo de música", me dijo Ronie y los dos sabíamos de qué se trataba. El alargue venía arrastrando por el piso desde algún enchufe de la galería. El Tano pasó la palmeta con la que se sacan las hojas de la pileta por debajo del cable, la enroscó, y dejó el extremo del mango muy cerca del borde. Muy cerca de él. Gustavo estaba sentado al lado, con los pies dentro del agua. La distancia no permitía asegurar que estaba llorando, pero la posición de su cuerpo, un leve temblor, ciertos espasmos casi imperceptibles, eran claras señales de que lo hacía. Cuando el Tano terminó de acomodar todo, se metió en el agua, bebió de una de las tres copas que estaban en el borde de la pileta. Una rama se movió y tapó un instante la lente de la cámara. Enseguida apareció otra vez el Tano, le hablaba a Gustavo, no escuchábamos qué decía. Pero Gustavo negaba con la cabeza. El Tano hablaba cada vez más enérgicamente y frente a la negativa del otro lo agarró con fuerza de un brazo. Gustavo se deshizo de él. Otra vez lo quiso agarrar y Gustavo se deshizo otra vez. El Tano lo retó como a un chico, no se oía, pero sus gestos eran inconfundibles. Gustavo se quebró, lloró con los codos apoyados en los muslos y las manos tapándose la cara. Ya no era imperceptible su llanto. Movía su cuerpo arriba y abajo al compás de los suspiros entrecortados. Entonces el Tano se le colgó del cuello, lo tiró a la pileta, e inmediatamente, casi como parte de un mismo movimiento, empujó el alargue del equipo con la palmeta. Urovich seguía flotando. Gustavo asomó en la superficie a pesar de que el Tano intentaba sumergirle la cabeza adentro con su mano libre. Pero Gustavo era más fuerte y más joven que el Tano y pudo deshacerse de él otra vez, y tratar de llegar al borde. Se agarró del borde. Fue tarde, no alcanzó a salir. El Tano, con la otra mano, la que no había tirado a Gustavo ni había sostenido su cabeza dentro del agua, sumergía la punta del alargue vacío junto a él para que la electricidad inundara el agua. Los cuerpos se pusieron tensos, y luego se hundieron. El agua se agitó. Y fue la oscuridad total. Todas las luces externas de la casa se apagaron y la música se detuvo. Entonces la cámara empezó a devolver imágenes enloquecidas, muy oscuras, apenas visibles, pero más cercanas, las hojas del árbol del que Romina y Juani bajaban, el piso bajo sus pies en carrera. "¿Qué hacemos?", se escuchaba la voz de Romina en la cinta. Otra vez el piso oscuro, ruido de carrera, respiración agitada. Fondo negro."

Claudia Piñeiro
Las viudas de los jueves


“Cuando no importan los antiguos agravios quedan heridas abiertas y, lo que es peor, a veces alguien se cree con derecho a reparar lo que en su momento no tuvo justicia. Pero la justicia por mano propia no deja de ser otro agravio, entonces se alimenta una rueda de odios y venganzas que no termina más. ¿Es menos asesino el que mata a quien se lo merece?. La condena justa del agravio cometido, del crimen cometido, es lo único que nos puede salvar como sociedad.”

Claudia Piñeiro
Betibú


"Me puse el pijama y me metí en la cama. Estaba incómoda. Daba vueltas para un lado y el otro. Traté de relajarme. Respiración profunda y esas cosas. Nada. Me levanté y bajé al living. Me senté en el sillón. La lluvia era cada vez más fuerte. Me imaginé el barro que habría en los bosques de Palermo para ese entonces. Me imaginé a Ernesto dando vueltas con el auto para poner en claro sus ideas. Me lo imaginé en la ruta de camino a casa, manejando bajo esa lluvia. Me acordé de las escobillas, de las de mi auto. De esa que no barría y que tendría que haber cambiado hacía meses. La izquierda. Y me dije: "Mejor ocuparme en algo útil mientras espero". Y fui al garaje a cambiar las escobillas. Ernesto siempre tiene repuestos para el auto. Bujías, fusibles, esas cosas. Yo sé bastante de mecánica, pero él no sabe qué sé, porque ocuparse de los autos es una tarea de los hombres, y como decía mi mamá, el día que cambias un cuento, sonaste, porque ya creen que sos plomera diplomada y no agarran un destornillador ni que se esté inundando la casa. Abrí la caja donde Ernesto guardaba los repuestos y la revolví. Las escobillas estaban debajo de todo. En realidad debajo de todo no; cuando saqué las escobillas encontré un sobre que, por supuesto, abrí. Porque yo tengo mucha intuición, y sabía que tenía que abrirlo. ¿Y qué había adentro? Más cartas de Tuya. Con el rouge de Tuya. "¡Qué diálogo de mierda hay que tener para necesitar tanta carta!", pensé. Las leí. Eran una asquerosidad. "Este hombre es un reverendo idiota", pensé, "¿en cuántos lugares de la casa habrá dejado pistas de su romance?". Tiré las escobillas al cuerno y me puse a hacer una revisión a fondo de toda la casa. Yo ya le venía revisando desde hacía un tiempo bolsillos, attaché, cajones del escritorio, la mesita de luz, la guantera. Pero la caja de repuestos del auto supera la imaginación de cualquiera. Agité libros, desarmé bollos de medias, saqué fondos de valijas y bolsos. Sólo encontré una foto carnet de Ernesto, atravesada por los labios de Tuya. Adentro de una cajita de preservativos. La foto tenía una dedicatoria: "Para que los disfrutemos juntos". Fue en ese momento en que me quedó claro por qué Dios puso ese tronco donde lo puso. Guardé la foto y los preservativos con el material que había encontrado en mi primera revisión, unas semanas atrás. Pensé en quemar todo antes de que viniera Ernesto. Dadas las circunstancias, no se podía correr el riesgo de que alguien las encontrara. Pero no sé, las guardé. Una nunca sabe. Yo había armado una especie de escondite en el garaje cuando todavía no había abierto mi cuentita en el banco. Un trabajo verdaderamente prolijo: había aflojado un ladrillo, lo había sacado limpito, lo había partido al medio, y otra vez al lugar de donde lo había sacado. Pero esta vez sólo la mitad del ladrillo. Con los billetitos atrás claro. Los billetitos ahora están en un lugar más seguro. "¡Vaya uno a saber dónde terminan estas porquerías!", pensé mientras doblaba las fotos y las notas para que entraran."

Claudia Piñeiro
Tuya



“No se olviden de los crímenes impunes, porque siempre encierran algo más tremendo que el crimen mismo.”

Claudia Piñeiro
Betibú



“Una foto es un testimonio de lo real, y el testigo es el fotógrafo.”

Claudia Piñeiro
Betibú














No hay comentarios: