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Ojalá cada sol que te amanezca  
 Aún más hermosa y más feliz te mire!  
 ¡Nunca tu frente oprima  
 El demonio tenaz del pensamiento,  
 Ni blando rostro, halagadora risa,  
 Hielen en ti la flor del sentimiento!  
 No llorarás por ti, serás dichosa;  
 Mas no a la compasión tu ánimo cierres,  
 Porque en llorar con el dolor ajeno  
 Hay alto y melancólico placer.

Marcelino Menéndez y Pelayo



A la memoria del malogrado poeta dramático Don Luis Eguílaz

Vuelve a mis manos, olvidada lira,
Ministra un tiempo de guerrero canto;
Hoy de dolor el corazón suspira
Y se agolpa a los párpados el llanto.

¿Qué es el hombre en la tierra? Polvo y cieno,
Un punto breve en la extensión inmensa,
Gota perdida en el profundo seno
Del mar azul, entre la niebla densa.

Las armas, los trofeos, los blasones,
La gloria y el poder y la hermosura,
Del monarca triunfante los pendones;
Todo cede a tu imperio, muerte dura.

Tronos, cetros, alcázares reales,
Soberbias torres hasta el cielo erguidas,
Cayeron en sus urnas sepulcrales,
Como caen las encinas sacudidas.

Milicia es nuestra vida en este suelo,
Sombra fugaz que pasa arrebatada;
Volved los ojos al sereno cielo;
La vida es sueño, vanidad y nada.

Más ligera que el vuelo de las aves,
Y más veloz que el Euro proceloso,
Sube la muerte a las ferradas naves,
Sigue al jinete en vuelo presuroso.

El varón justo y de mancilla exento,
Que de Dios al decreto se somete,
Parte, al sonar el último momento,
Cual sale el convidado de un banquete.

¿Quién ataja a la muerte en su camino
Cuando llega a sonar la hora postrera?
Si es más inexorable que el destino
¿Quién podrá detenerla en su carrera?

Sólo la gloria del artista dura
Que la palma triunfal ha merecido,
Siendo a despecho de la envidia oscura,
En fama claro y libre ya de olvido.

Que si de Ilión las torres abrasaba
En su furor el ofendido griego,
Monumento más alto levantaba
De Aquiles al cantor, de Esmirna al ciego.

Eternizó de Sófocles la gloria
Pintar a Edipo en su dolor infando;
Ciñó Eurípides lauro de victoria
El triste afán de Andrómaca llorando.

¡Salve llama del genio soberano,
Que iluminas la mente del poeta;
Que prestas voz y aliento sobrehumano
Al que llega a tocar la ansiada meta!

El mismo fuego iluminó la frente
Del varón cuya pérdida lloramos,
Por quien hoy llenos de entusiasmo ardiente
Flores sobre una tumba derramamos.

¡Venid, hijos del canto y la armonía,
Que amáis el arte y anheláis la gloria;
Venid a tributar en este día
Lágrimas y dolor a su memoria!

Si es el teatro de virtud modelo,
Venid a dar un nuevo testimonio,
Venid a honrar con lastimero duelo
Al autor de La cruz del matrimonio.

¿No veis cuál corre el abrasado lloro,
Cómo resuena el lúgubre lamento?
Responda vuestro cántico sonoro,
Cual arpa eolia herida por el viento.

Tomad la triste y fúnebre corona
Con que a su hermano coronó Catulo;
La cítara del vate de Sulmona
Cuando lloró la muerte de Tibulo;

Y bañados en llanto nuestros ojos
Sobre el sepulcro esparciremos flores,
Y en la losa que cubre sus despojos
Grabaremos sus ínclitos loores:

«Pintó mujer más fuerte y virtuosa
Que Andrómaca, que Antígona y Alceste;
Su sagrada ceniza aquí reposa;
Voló su alma a la mansión celeste.

Marcelino Menéndez y Pelayo


"A la verdad has de acostumbrarte como el aire; de modo que te sientas ahogar donde ella no exista."

Marcelino Menéndez y Pelayo



"Abentofail no es un iluminado, aunque en ocasiones lo parece; no es un sufí ni un asceta, aunque en cierto modo recomienda el ascetismo; no es un predicador popular, sino un sabio teórico que escribe para corto número de iniciados; no es un musulmán ortodoxo, aunque tampoco pueda llamársele incrédulo, puesto que busca sinceramente la concordia entre la razón y la fe, y al fin de su libro presume de haberla alcanzado. Es, sin duda, un espíritu más religioso que Avempace y que Averroes, pero debe mucho a las enseñanzas del primero, así como a las del gran peripatético Avicena. De Averroes fue gran protector cerca del segundo rey almohade Yusuf, y le alentó mucho para que emprendiese sus análisis y comentarios de las obras del Estagirita. Y, sin embargo, Aristóteles influye en su pensamiento mucho menos que los alejandrinos. Si usa los términos de su psicología, es con diverso sentido. En Aristóteles el entendimiento agente era una facultad del alma; en Abentofail, como en todos los metafísicos árabes, es una inteligencia separada, una emanación de Dios. Todo el esfuerzo de su filosofía se cifra en aspirar a la unión o conjunción del alma con el entendimiento agente, pasando por los grados intermedios del entendimiento en acto o en efecto y del entendimiento adquirido. En esa conjunción residen la inmortalidad, la perfecta sabiduría y la beatitud; siendo el entendimiento agente y separado a modo de una luz que difunde sus rayos por todo lo inteligible, suscitando en cualquier objeto los colores de la intelección."

Marcelino Menéndez y Pelayo
El filósofo autodidacto



"... de la villa de Deza, héroe de una comedia de don Juan Ruiz de Alarcón, Quien mal anda, mal acaba, de quien hay, además, larga noticia en las Disquisiciones mágicas, del P. Martín del Río. El susodicho Ramírez había hecho pacto con el demonio, entregándole su alma a condición de que le ayudara y favoreciera en todas sus empresas, y le diese conocimiento de yerbas, piedras y ensalmos para curar todo linaje de enfermedades, y mucha erudición sagrada y profana, hasta el punto de recitar de memoria libros enteros. Viajaba a caballo por los aires. Restituyó a un marido, por medios sobrenaturales, su mujer, que los diablos habían arrebatado. Ejercitaba indistintamente su ciencia en maleficiar y en curar el maleficio, hasta que por sus jactancias imprudentes descubrieron el juego, y la Inquisición de Toledo le prendió y castigó en 1600."

Marcelino Menéndez y Pelayo
Historia de los heterodoxos españoles
sobr el nigromante morisco Román Ramírez


"De los dos gigantes de la filosofía griega y aun de toda filosofía, Aristóteles ha influido en la educación del género humano mucho más directamente que Platón. La manera libre, vaga y poética de la Academia, ha tenido siempre menos adeptos que la rígida disciplina y el severo dogmatismo del Liceo. La influencia de Platón en el mundo moderno es, por decirlo así, influencia expansiva y difusa; la influencia de Aristóteles es influencia concentrada, formal, despótica. La una, más que doctrinas cerradas, ha inspirado vagos anhelos y generosas idealidades; la otra ha cristalizado el pensamiento en fórmulas y categorías. El platonismo ha servido como estímulo de invención y despertador de propio pensar; el peripatetismo, como organización sistemática y método de enseñanza. Enlazados estrechamente en su origen, hasta el punto de ser a los ojos de quien no se deje deslumbrar por diferencias más accidentales que íntimas, una sola filosofía y no dos, han llegado a separarse totalmente en su evolución histórica, hasta el punto de aparecer como encarnizados enemigos y odiosos rivales. La bandera del maestro ha protegido a todos los disidentes de la escuela del discípulo, y raras circunstancias han hecho que en los períodos críticos la bandera de Platón haya aparecido siempre como bandera de libertad; la de Aristóteles, como bandera de orden, cuando no de servidumbre. Todos los insurrectos de la escolástica árabe, judía o cristiana, son en mayor o menor grado platónicos. Ha habido en todo esto singulares contrasentidos, derivados casi siempre de un falso, superficial y no directo conocimiento de los dos grandes filósofos griegos, cuyos nombres se invocan sin cesar como gritos de combate; pero para la historia de la filosofía, tanto importa el Aristóteles falsificado como el genuino; tanto el Platón fantaseado por los alejandrinos y los teósofos, como el mismísimo discípulo de Sócrates en sus propios originales. Entre ambos pensadores han pasado por una serie de encarnaciones y metamorfosis no menores que las de los dioses del politeísmo antiguo; la virtud genial del pensamiento humano es tan invencible, que aun imponiéndose un yugo y acatando una autoridad, halla siempre algún resquicio por donde reconquistar su libertad nativa, y a la sombra de un comentario o de una interpretación, a veces desvariada y mil leguas distante del texto que se interpreta, acierta a producir sistemas originalísimos. Si desde el principio de la Edad Moderna Aristóteles y Platón hubiesen sido perfectamente entendidos y críticamente explicados, como han llegado a serlo en nuestros días, el desarrollo histórico de la filosofía se hubiese verificado ciertamente por diverso camino y dentro de otros moldes, pero quizá el resultado especulativo hubiese diferido muy poco del que hoy alcanzamos. Pero sin perdernos en vagas conjeturas sobre lo que pudo ser, y ateniéndonos a lo que realmente fue, es cosa de toda evidencia que la filosofía anterior a Kant se desenvolvió orgánicamente bajo la forma de la enciclopedia aristotélica, así en la división de los tratados y de las cuestiones, como en el modo de plantear los problemas y de traerlos a resolución; siendo el mismo cartesianismo más bien un llamamiento a la independencia de la razón, que una verdadera filosofía, y siendo el empirismo sensualista una remozada interpretación de ciertos conceptos que estaban en germen más o menos latente, en la psicología experimental de Aristóteles, por más que desde Bacon en adelante fuese hábito en los innovadores superficiales renegar de su verdadero si bien no confesado maestro. Aristóteles, no sólo por la fuerza del pensamiento especulativo, sino por haber sistematizado todas las nociones científicas que en su tiempo existían (herencia que el género humano acrecentó poco durante largos siglos), por haber llegado a una concepción total del mundo y de la vida, por haber satisfecho con unidad y grandeza la aspiración incontestable de ley, método y disciplina, que en todo ser racional existe, merecía y no podía menos de obtener la cátedra de ciencia universal en que la Edad Media le puso. Pero por grandes que el prestigio y la autoridad de Aristóteles fuesen, nunca, ni en la Edad Media, ni mucho menos en el Renacimiento, dejaron de levantarse contra su dominación voces hostiles, unas solicitando la renovación total o parcial de los métodos; otras limitándose a hacer la crítica de lo existente y reservando la tarea de edificar para después de haber demolido; otras aspirando a cierta manera de eclecticismo o de concordia; algunas, en fin, procurando restaurar lo que alcanzaban de la filosofía griega anterior al Estagirita, y naturalmente con más predilección, las doctrinas, nunca del todo olvidadas, del idealismo platónico. Nadie ignora por qué camino habían llegado éstas al mundo moderno. Sin la escuela de Alejandría sería imposible explicarlo. Por medio de Philón y de los judíos helenizantes, penetraron en la ciencia talmúdica y en la Cábala; por medio de Orígenes y del seudo-Areopagita penetraron en la ciencia cristiana, y con Escoto Eríugena descendieron por el río de la Escolástica; finalmente, por medio de los libros de Proclo, del falso Empédocles y de otros teósofos del último tiempo, alcanzó la influencia a los nestorianos de Persia y de Siria, que iniciaron a los árabes en la filosofía. Así, en tres divergentes rayos, irradió el sol de la ciencia antigua desde un solo foco, que en rigor no era platónico ni aristotélico, sino sincrético, predominando Aristóteles en la lógica y en la física, y Platón en la metafísica y en la teología."

Marcelino Menéndez y Pelayo
De las vicisitudes de la filosofía platónica en España



“De todos los malos epítetos que pueden darse a la Luna, quizá no haya otro más infeliz, que éste de redonda.”

Marcelino Menéndez y Pelayo


“Ése es mi amor; el inmortal deseo que antes erraba sin hallar reposo...”

Marcelino Menéndez y Pelayo


“España, evangelizadora de la mitad del orbe; España, martillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma, cuna de San Ignacio, esa es nuestra grandeza y nuestra unidad... No tenemos otra.”

Marcelino Menéndez y Pelayo


“Esta pasión que vencedora rige mi fe, mi corazón y mi albedrío, ni darán tus sonrisas paz al alma, hasta que en ti sus claros ojos fije la eterna luz del pensamiento mío.”

Marcelino Menéndez y Pelayo



Himno a Dionysos

¡Salve, alegre, genial Primavera,
Que esperanzas derramas doquiera
Y coronas los prados en flor!

Ved cuál bulle y fermenta la vida,
Y al deleite natura convida
Con su oculta, tiránica voz.

Ya resuena la mística orgía,
Que otro tiempo las cumbres hería
Del heleno, feraz Citerón.

La Bacante su peplo desciñe
Que dos veces en púrpura tiñe
La fenicia opulenta Sidón.

Tibia noche sus sombras extiende,
A la cumbre la virgen asciende,
Y ya el báquico tirso empuñó.

Cubre piel de pantera su espalda,
Y el ardor de sus venas rescalda
La resina que el pino sudó.

Aquel dios que domaba a Penteo
Y a Licurgo, sacrílego reo,
En su pecho domina feroz.

¡Ay de aquél que perturbe la fiesta,
O penetre con planta inhonesta
El recinto sagrado del dios!

Él entrega los miembros humanos
De la Ménade loca a las manos,
Cuando hierve el sagrado furor.

Escuchad esos trinos suaves;
Es el ave que cuenta a las aves
Los sagrados misterios de amor.

Y la fuente los dice a la fuente,
Y la linfa fugaz del torrente
Precipita su manso rumor.

Con su trémula luz las estrellas
Por el cielo persiguen las huellas
Del triunfante y fugaz Hyperión.

En su hoguera otros soles se inflaman,
Y a otros mundos su lumbre derraman
En abrazo insaciable de amor.

¡Eros, salve! En los cielos imperas,
Obligando a rodar las esferas
En eterno y armónico son.

Coronemos de rosas la frente,
Que mañana la aurora riente
Deshojadas verá y sin olor.

En las copas el vino de Samos,
Y el escolio inmortal repitamos
Que las fiestas de Jonia alegró.

Marcelino Menéndez y Pelayo



“La fe hace portentos y salva a las naciones como a los individuos.”

Marcelino Menéndez y Pelayo



“La memoria es el talento de los tontos.”

Menéndez y Pelayo


"La verdadera revelación del arte primitivo se debe a un español modestísimo, al caballero montañés don Marcelino Sanz de Sautuola, persona muy culta y aficionada a los buenos estudios, pero que, seguramente, no pudo adivinar nunca que su nombre llegaría a hacerse inmortal en los anales de la Prehistoria."

Marcelino Menéndez y Pelayo



"Muchas puertas llevan a la encantada ciudad de la Fantasía: no nos empeñemos, pues, en cerrar ninguna de ellas, ni en limitar el número de los placeres del espíritu"

Menéndez y Pelayo
Estudios de Crítica Literaria


No queráis llamar “lengua española” a la lengua castellana, frase malsonante y rara vez usada por nuestros clásicos, que siempre se preciaron de escribir en castellano. Tan lengua española es la castellana como la catalana y la portuguesa.”

Marcelino Menéndez y Pelayo


“Nunca, en el largo curso de la historia, despertó nación alguna tan gloriosamente después de tan torpe y pesado sueño como España en 1808.”

Marcelino Menéndez y Pelayo


“¡Ojalá cada sol que te amanezca aún más hermosa y más feliz te mire!”

Marcelino Menéndez y Pelayo


"Otro de los amigos de Torralba en Roma allá por los años de 1501 era un fraile dominico dado a las ciencias ocultas, que tenía a su servicio, pero sin pacto ni concierto alguno, a un espíritu bueno, dicho Zequiel, gran sabedor de las cosas ocultas, que revelaba o no a sus amigos según le venía en talante. El fraile, que estaba agradecido a Torralba por sus servicios médicos, no encontró modo mejor de pagarle que poner a su disposición a Zequiel.

Este se apareció al doctor, como Mefistófeles a Fausto, en forma de joven gallardo y blanco de color, vestido de rojo y negro, y le dijo: «Yo seré tu servidor mientras viva». Desde entonces le visitaba con frecuencia y le hablaba en latín o en italiano, y como espíritu de bien, jamás le aconsejaba cosa contra la fe cristiana ni la moral; antes le acompañaba a misa y le reprendía mucho todos sus pecados y su avaricia profesional. Le enseñaba los secretos de hierbas, plantas y animales, con los cuales alcanzó Torralba portentosas curaciones; le traía dinero cuando se encontraba apurado de recursos; le revelaba de antemano los secretos políticos y de Estado, y así supo nuestro doctor antes que aconteciera, y se los anunció al cardenal Cisneros, la muerte de D. García de Toledo en los Gelves y la de Fernando el Católico y el encumbramiento del mismo Cisneros a la Regencia y la guerra de las comunidades. El cardenal entró en deseos de conocer a Zequiel que tales cosas predecía; pero como era espíritu tan libre y voluntarioso, Torralba no pudo conseguir de él que se presentase a Fr. Francisco.

Prolijo y no muy entretenido fuera contar todos los servicios que hizo Zequiel a Torralba, sin desampararle aun después de su vuelta a España en 1519. Para hacerle invulnerable le regaló un anillo con cabeza de etíope y un diamante labrado en Viernes Santo con sangre de macho cabrío. Los viajes le inquietaban poco, porque Zequiel había resuelto el problema de la navegación aérea en una caña y en una nube de fuego, y así llevó a Torralba en 1520 desde Valladolid a Roma, con grande estupor por el cardenal Volterra y otros amigos, que se empeñaron en que el doctor les cediese aquel tesoro; pero en vano, porque Zequiel no consintió en dejar a su señor.

En 1525, y a pesar de tan absurda y extravagante vida, Torralba llegó a ser médico de la reina viuda de Portugal, doña Leonor, y con ayuda de Zequiel hizo maravillas. Acortémoslas para llegar a la situación capital eternizada por Cervantes. Sabedor Torralba, por las revelaciones de su espíritu, de que el día 6 de mayo de 1527 iba a ser saqueada Roma por los imperiales, le pidió la noche antes que le llevase al sitio de la catástrofe para presenciarla a su gusto. Salieron de Valladolid en punto de las once, y cuando estaban a orillas del Pisuerga, Zequiel hizo montar a nuestro médico en un palo muy recio y ñudoso, le encargó que cerrase los ojos y que no tuviera miedo, le envolvió en una niebla oscurísima y después de una caminata fatigosa en que el doctor, más muerto que vivo, unas veces creyó que se ahogaba y otras que se quemaba, remanecieron en Torre de Nona y vieron la muerte de Borbón y todos los horrores del saco. A las dos o tres horas estaban de vuelta en Valladolid, donde Torralba, ya rematadamente loco, empezó a contar todo lo que había visto.

Con esto se despertaron sospechas de brujería contra él, y le delató a la Inquisición su propio amigo D. Diego de Zúñiga, que ni siquiera agradecía a Torralba el haberle sacado adelante en sus empresas de tahúr. Y como, por otra parte, el médico, lejos de ocultar sus nigromancias, hacía público alarde de ellas, no fue difícil encontrar testigos. La Inquisición de Cuenca mandó prenderle en 1528, y Torralba estuvo pertinacísimo en afirmar que tenía a Zequiel por familiar, pero que Zequiel era espíritu bueno y que jamás él le había empeñado su alma. Aun en las angustias del tormento, se empeñó en decir que todavía le visitaba en su prisión. El pacto lo negó siempre; pero la cuestión vino a complicarse con motivo de ciertas declaraciones acerca del materialismo y escepticismo del doctor. El cual, en suma, fue tratado con la benignidad que su manifiesta locura merecía, sentenciándosele en 6 de marzo de 1531 a sambenito y algunos años de cárcel, a arbitrio del inquisidor general, con promesa de no volver a llamar a Zequiel ni oírle. Don Alonso Manrique, cuya dulzura de condición es bien sabida, le indultó de la penitencia a los cuatro años, y Torralba volvió a ser médico del almirante de Castilla D. Fadrique Enríquez."

Marcelino Menéndez y Pelayo
Tomada del libro Viajes inexplicables de Chris Aubeck y Jesús Callejo, página 27


“Pueblo que no sabe su historia es pueblo condenado a irrevocable muerte. Puede producir brillantes individualidades aisladas, rasgos de pasión de ingenio y hasta de género, y serán como relámpagos que acrecentará más y más la lobreguez de la noche.”

Marcelino Menéndez y Pelayo


“¡Qué pena morir, cuando me queda tanto por leer!”

Marcelino Menéndez y Pelayo


"… se le apareció al doctor como Mefistófeles a Fausto, en forma de joven gallardo y blanco de color, vestido de rojo y negro y le dijo “yo seré tu servidor mientras viva”. Desde entonces le visitaba con frecuencia y le hablaba en latín o en italiano y, como espíritu de bien, jamás le aconsejaba cosa contra la fe cristiana ni la moral (…). Le enseñaba los secretos de las plantas, hierbas y animales, con los cuales alcanzó Torralba portentosas curaciones, le traía dinero cuando se encontraba apurado de recursos, le revelaba de antemano los secretos políticos y de Estado, y así supo nuestro doctor, antes de que aconteciera, y se lo anunció al cardenal Cisneros, la muerte de don García de Toledo en los Gelves y la de don Fernando el Católico y el encumbramiento del mismo Cisneros a la regencia y la guerra de las Comunidades. El cardenal entró en deseos de conocer a Zequiel, que tales cosas predecía, pero como era espíritu tan libre y voluntarioso, Torralba no pudo conseguir de él que se presentase a fray Francisco (Cisneros)."

Marcelino Menéndez y Pelayo
Historia de los heterodoxos españoles


“Si en sus obras hay luz, paz y hermosura, es porque emanan de otra luz más pura.”

Marcelino Menéndez y Pelayo


"Sólo de un hombre de ciencia español tengo noticia que pueda ser calificado plenamente de nigromante docto a la vez que de escéptico y cuasi materialista. Llamábase el Dr. Eugenio Torralba y era natural de Cuenca, como tantos otros personajes de esta historia."

Marcelino Menéndez y Pelayo
Historia de los heterodoxos españoles
Tomada del libro Viajes inexplicables de Chris Aubeck y Jesús Callejo, página 27



Sus ojos

Cien veces los miré, mas nunca supe  
 Cuál era su color; fijos los míos  
 En su lumbre, contentos se anegaban,  
 Y al parecer veïan;  
 Pero el alma sedienta penetraba,  
 A través de las formas veladoras,  
 En busca del recóndito sentido,  
 Como busca el teósofo,  
 Signada en piedras, plantas y metales,  
 La huella del Señor; letras quebradas  
 Que anuncian su poder; cifra del nombre  
 A lengua terrenal siempre vedado.  
 No sé si azules son, garzos o negros.  
 Quede a vulgares ojos  
 El reflejar la luz del mediodía,  
 De bullidores átomos enjambre,  
 O la niebla del norte,  
 De graves pensamientos compañera,  
 Y de recio sentir inspiradora  
 Porque en los ojos de la amada mía  
 No se reflejan las terrenas cosas,  
 Sino sus arquetipos,  
 De perfección radiantes y hermosura,  
 Y aquella luz más alta e increada  
 De las puras ideas.  
  
 Ideal de virtud, de ciencia y gloria,  
 Sueños alegres de mi mente joven,  
 Visiones del Cantábrico Oceano,  
 Roto jirón de niebla,  
 Que en las tardes de otoño me traías  
 Mil vagas sombras y flotantes coros,  
 Por divina manera congregando  
 Lo que en los libros vi bullir y alzarse,  
 Lo que difuso en la materia vive,  
 Y aquella esencia más sutil y pura  
 Que sobre la materia y sobre el libro  
 Mi espíritu insaciable adivinaba.  
  
 Ella en tus ojos arde,  
 Ignota al vulgo, pero a mí patente;  
 Por eso, al contemplarlos,  
 No vi el color ni percibí la línea,  
 Y me embriagué de célica hermosura,  
 Y sentí rumor de alas  
 Que, en torno a mi cabeza,  
 El demonio socrático movía.  
  
 En otros ojos leo  
 La historia del amor en cifra breve;  
 La blanda luz de la pasión que nace,  
 Y las serenas horas  
 En que dos almas, sin hablar, se entienden;  
 La interna llama que potente cruje,  
 Y arde en las venas y a la lengua asoma;  
 El hervidor afán, la inquieta mente,  
 La voz primera que el amor declara,  
 Alma con alma confundidas luego,  
 Y al fin la negra sombra  
 Que envuelve al alma viuda y desolada,  
 Al espirar de la ruidosa tarde.  
  
 Pero en los tuyos, el amor perenne,  
 Algo que en mí despierta  
 Mezcla de amor y religioso culto,  
 Cielo sin nubes, devoción tranquila,  
 Que a recordar me lleva,  
 No ya la vida exuberante y varia  
 Que brota de los pechos inexhaustos  
 De la madre común Naturaleza,  
 Perpetua en el mudar de sus amores,  
 Sino la sacra y mística Teoría
 Que forman las ideas  
 Eternas, inmutables,  
 Girando en torno a la Verdad Suprema.  
  
 Y no sólo la flor de la hermosura  
 En ti difunde su sagrado aroma;  
 No sólo me apareces  
 Una en la esencia, en formas inexhausta;  
 No sólo se revisten  
 En ti de gallardísima figura,  
 De nueva claridad por ti bañadas,  
 Las hijas de mi indócil fantasía:  
 Ora la noble dama montañesa  
 Su palafrén rigiendo,  
 Para imponer al valle su tributo;  
 Ora la ninfa griega  
 Que anima el soto y en la fuente ríe,  
 O hace correr la savia  
 Por el tronco gentil a que se enreda,  
 Del prolífico amor presa y vencida;  
 Sino que el rayo de tus dulces ojos  
 Es impulso inicial de mi albedrío,  
 Germen de soberanas fantasías,  
 Alto señuelo a mi ambición de fama,  
 Horno do se caldea  
 El metal en fusión del pensamiento,  
 Piedra quilatadora  
 Donde el sentir y el entender se prueban;  
 Raudal de frescas aguas  
 Que dan entendimiento de hermosura.  
 Quien aplicó su labio a tal corriente,  
 ¿Qué sabor no hallará triste y amargo?  
 ¡Cieguen los ojos que tu rostro vieron,  
 Si han de mirar de otra mujer los ojos!

Marcelino Menéndez y Pelayo



“Todos los hombres tienen sus horas de niños, y ¡hay del que no las tiene!”

Marcelino Menéndez y Pelayo


“Tú serás el cincel, noble señora, que labre el mármol del ingenio mío.”

Marcelino Menéndez y Pelayo


“Y si tú me recuerdas alguna vez en solitarias horas, no será por los triunfos y laureles que siembre a fortuna en mi camino, sino por la recóndita armonía que vibró de tus ojos en mi mente, y arrancó, reflejada en mis cantares, tal vez una sonrisa de tus labios.”

Marcelino Menéndez y Pelayo


“Yo no soy ni he sido nunca escolástico en cuanto al método: me eduqué en una escuela muy distinta; recibí, siendo niño todavía, la influencia de la filosofía escocesa, y por ella e indirectamente algo de Kantismo, no en cuanto a las soluciones, pero sí en cuanto al procedimiento analítico. A mi maestro Lloréns le debí no una doctrina, sino una dirección crítica, dentro de la cual he vivido siempre, sin menoscabo de la fe religiosa, puesto que se trata de cuestiones lícitas y opinables.”

Marcelino Menéndez y Pelayo







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