"Ah, pero el alcance de un hombre debe exceder su alcance, ¿O para qué es el cielo?"

Robert Browning



"Ama un solo día y el mundo habrá cambiado."

Robert Browning


¡Ay, esta misma medianoche, junto a este sillón mió,
ven a repasar tus consejos! ¿Sigues todavía
fiel a sus enseñanzas? No como los tontos opinan
que es su significado, sino como una mente más sutil
que pudiera, a través de lo turbio el sedal plomado
de la lógica arrojando, sondear más y más profundo, hasta
que tocara la quietud y llegara a un sepulcro
y, reconociéndolo, armoniosamente combinara
el mal y el bien, saludando el triunfo de la verdad: ¡el tuyo,
sabio muerto hace tanto tiempo, Bemard de Mandeville!

Robert Browning



"Brilló como un relámpago, más desapareció cual si nunca hubiese brillado."

Robert Browning

  
"Cada ser humano os un dios inmortal en una forma corporal mortal. Como dios, cada uno es la luz y el esplendor; como ser humano encarnado, cada uno está atrapado, ligado, encarcelado. La esencia espiritual o existencia dentro de cada ser humano, s el "resplandor aprisionado" que los místicos experimentan y describen."

Robert Browning
  

“Cuando la lucha del hombre empieza dentro de sí, ese hombre vale algo.” 

Robert Browning
  


Despedida matutina

Al rodear el cabo de pronto vino el mar,
Y el sol examinó la silueta del monte:
Allí estaba un camino de oro para él,
Y el deseo de un mundo de hombres para mí.

Robert Browning


“¡Dios está en el cielo, no te preocupes mundo!” 

Robert Browning


El ángel guardián

"Querido y gran ángel, ¡si tan solo dejaras

A ese niño conmigo, apenas hayas finalizado!

Déjame sentarme aquí todo el día, y cuando la noche

Te encuentre con tu misión cumplida

Y sea la hora de la partida, tú, suspendiendo
Tu vuelo, veas a otro niño que has de atender,
Uno más, para calmar y recobrar.

Entonces te percibiré paso a paso, no más,

Desde donde estás ahora, hacia donde miro

-Y de súbito por encima me cubrirás la cabeza

Con esas alas, la blancura sobre el niño que reza

Ahora en esa tumba-, y te sentiré protegiéndome
A mí de todo este mundo; por mí, dejando allá


¡Cuán pronto sería reparado todo mal mundano!

Pienso en cómo debería ver la tierra, los cielos

Y el mar, cuando de nuevo tenga mi sien despejada

Luego de tu cura, con tan nuevos ojos.

¡Oh mundo, tal como Dios lo ha hecho!
Todo es belleza:
Y saber esto es amor, y el amor, deber.
¿Qué más se puede afirmar o pretender?"

Robert Browning



“El año está en primavera,
el día, en la mañana;
la mañana, en las siete;
la colina, perlada de rocío;
la alondra, en el alero;
el caracol, en el espino.
Dios está en el cielo:
todo está bien en la tierra.” 

Robert Browning


“El cerebro es un órgano maravilloso. Se pone a trabajar al levantarnos y no deja de funcionar hasta entrar en la oficina.” 

Robert Browning



“El éxito de un minuto paga el fracaso de años.” 

Robert Browning


El flautista de Hamelin

El pueblito de Hamelin está en Brunswick, cerca de la famosa ciudad de Hanover, y el profundo y anchuroso Weser baña su flanco sur. Jamás se vio un lugar tan placentero pero, para la época en que comienza nuestra historia -hace casi cinco siglos-, los pobladores soportaban una horrible peste.

¡Ratas! Desafiaban a los perros y mataban a los gatos; mordían a los bebitos en sus cunas; se comían los quesos de los moldes y sorbían la sopa del mismísimo cucharón del cocinero; abrían los toneles de sardinas en salmuera, anidaban en los sombreros de paseo de los hombres y hasta estropeaban las charlas de las mujeres, ahogando las voces con chillidos estridentes que cubrían una gama de cincuenta sostenidos y bemoles.

Finalmente la gente acudió en manifestación a la alcaldía.

-Es evidente que nuestro alcalde es un papanatas -gritaban-. Para no hablar de la Corporación. ¡Pensar que gastamos en trajes de armiño para unos bobos que no son capaces de librarnos de esta peste! ¿Acaso esperan ampararse en sus pieles de magistrados, sólo porque son viejos y gordos? De pie, señores. Exprímanse los cerebros para encontrar una solución, o no les quepa duda de que los vamos a echar.

Al oír esto el alcalde y la Corporación se pusieron a temblar, muy preocupados.

Estuvieron reunidos en consejo durante una hora y por fin el alcalde rompió el silencio.

-Remato mi investidura al mejor postor. Querría estar bien lejos de aquí. Es fácil pedir que uno se exprima el cerebro. Ya me duele la cabeza de tanto rascarla. Y nada. ¡Si se nos ocurriera alguna buena trampa!

Mientras decía esto tocaron suavemente a la puerta del recinto

-¡Santo cielo! -exclamó el alcalde-. ¿Qué es eso?

(Allí sentado con la Corporación parecía pequeño pero asombrosamente gordo. Su mirada no era más lúcida ni más húmeda que la de una ostra muerta, aunque hay que admitir que cobraba un poco de vida al mediodía, cuando la panza clamaba por un guiso de tortuga verde y gelatinosa.)

-¿Alguien se está sacudiendo los pies en el felpudo? -preguntó, y agregó-: Cualquier ruidito que me recuerde el de las ratas y el corazón me da un vuelco.
-¡Adelante! -gritó finalmente el alcalde, y pareció que había crecido.

Entonces hizo su entrada el tipo más raro que pueda uno imaginar, con un extravagante abrigo que lo cubría de pies a cabeza, mitad amarillo y mitad rojo. Era un hombre alto y muy delgado, con ojos azules y penetrantes, chiquitos como dos alfileres, cabellos claros y lacios pero tez morena, sin bozo en las mejillas ni barba en el mentón pero con muchas sonrisas en tos labios. Nadie imaginaba quién era ni de dónde venía y todos contemplaban absortos al hombre altísimo y su extraño atavío.

Uno dijo:

-Es como si mi tatarabuelo hubiese vuelto de la tumba al oír las trompetas del día del Juicio.

El hombre avanzó hasta la mesa de deliberaciones y dijo:

-Con su permiso, honorables. Por obra de un poder secreto, estoy en condiciones de hacer que me sigan todas las criaturas vivientes, las que se arrastran, las que nadan, las que vuelan y las que corren. Suelo utilizar mi poder sobre los bichos perjudiciales al hombre, como los topos, los sapos, los tritones y las víboras. La gente me llama el Flautista.

Y sólo entonces notaron que alrededor del cuello tenía una banda roja y amarilla (para hacer juego con el saco), de cuyo extremo colgaba una flauta. También notaron que los dedos se le escapaban, como si estuvieran ansiosos por tocar esa flauta que se bamboleaba sobre el anticuado traje.

-A pesar de ser sólo un pobre flautista -dijo-, en junio pasado liberé al Chan de Tartaria de unas gigantescas nubes de mosquitos y en Asia le quité de encima a Nizam una ola monstruosa de murciélagos vampiros. Y en cuanto a lo que les preocupa a ustedes ¿me darían mil florines si libero a la ciudad de las ratas?
-¿Mil? ¡Cincuenta mil! -exclamaron sorprendidos el alcalde y la Corporación.

Entonces el Flautista salió a la calle, algo sonriente, como si supiese qué magia dormía en su flauta, y, como un músico experto, frunció los labios para soplar el instrumento. Los ojos despedían destellos azules y verdes, como cuando se arroja sal sobre la llama de una vela. Y antes de que la flauta hubiese emitido tres notas agudas, se oyó algo que recordaba un ejército en marcha. El murmullo se convirtió en gruñido, el gruñido en rugido y las ratas comenzaron a precipitarse atropelladamente a la calle.

Ratas grandes, ratas chicas, ratas enclenques, ratas robustas, ratas marrones, ratas grises, ratas negras, ratas rubias, viejas ratas solemnes y rengas, ratitas alegres y juguetonas, padres, madres, tías, primos, colas en alto y bigotes en punta, decenas y docenas de familias, hermanos, hermanas, esposas y esposos, todas detrás del Flautista.

El Flautista tocaba y caminaba y las ratas lo seguían bailoteando, hasta que llegaron a orillas del Weser, donde todas se zambulleron y murieron. Todas salvo una, intrépida como Julio César, que atravesó el río a nado y vivió para llevar sus comentarios al País de las Ratas, tan cuidadosa como el conquistador romano de preservar el manuscrito.

Su historia decía así:

"En cuanto sonaron las primeras notas agudas en la flauta, me pareció oír que cortaban lebrillo, que colocaban manzanas, maravillosamente maduras, en la prensa de hacer sidra, que corrían barriles de embutidos, que dejaban entreabiertos armarios con conservas y que quitaban los corchos a los frascos de aceite, que hacían saltar los flejes de los toneles
de manteca. Era como si una voz (más dulce que el arpa o el salterio) gritase: "¡Alégrense, ratas! El mundo se convirtió en una enorme despensa. Así que masquen, tasquen, desayunen, almuercen, merienden y cenen." Y cuando me pareció ver un gran barril de azúcar, ya abierto, brillante como el sol, a pocos centímetros de mis narices, como diciéndome: "Ven a perforarme", me encontré revolcándome en el Weser".

Tendrían que haber escuchado a los pobladores de Hamelin haciendo repicar las campanas hasta doblar los campanarios.

-¡Vamos! -gritaba el alcalde-. ¡Agarren palos largos y arranquen los nidos; tapen los agujeros! ¡Consulten con carpinteros y albañiles y no dejen ni rastros de las ratas en el pueblo!

De pronto asomó la cara del Flautista en el mercado y se oyó:

-¡Primero páguenme mis mil florines, por favor!

¡Mil florines! El alcalde se puso verde y también, los miembros de la Corporación. Las cenas del Concejo hacían estragos con las reservas de Clarete, de Mosela, de Vinde Grave y de vino del Rin, y la mitad de ese dinero bastaría para volver a llenar con vino el tonel más grande de la bodega. ¿Cómo iban a pagarle esa suma a un vagabundo vestido de amarillo y rojo, como un gitano?

-Además -dijo el alcalde con un guiño malicioso-, fue obra del río. Todos vimos con nuestros propios ojos cómo se hundían las ratas. Y lo que está muerto no resucita, según creo. Así que, amigo, no somos gente que vaya a negarle un vaso de vino ni tampoco algún dinerito, pero en cuanto a los florines, lo que dijimos lo dijimos en broma. Por otra parte, hay que tener en cuenta que sufrimos graves pérdidas y que debemos ahorrar. ¡Mil florines! ¡Por favor! Conténtese con cincuenta.

El Flautista cambió de cara y gritó:

-No acepto regateos y, además, estoy muy apurado. Prometí estar en Bagdad para la hora de la cena: tengo que probar la primicia de un guiso del cocinero en jefe, un hombre muy rico, que está agradecido de que haya exterminado los escorpiones de la cocina del califa. No regateé con él y no voy a ceder ni un centavo con ustedes. Además, tengan en cuenta que tengo otro modo de tocar la flauta para la gente que me pone furioso.
-¿Cómo dice? -gritó el alcalde-. ¿Cree usted que puedo permitir que me trate peor que a un cocinero? ¿Que me insulte un asqueroso haragán, un flautista vagabundo vestido de todos colores? ¿Es eso una amenaza? Adelante, entonces, y sople su flauta hasta reventar.

El Flautista salió una vez más a la calle y una vez más acercó a sus labios la larga flauta de caña lisa y recta. Y antes de que hubiese sonado la tercera de esas notas dulces y suaves como no había emitido hasta entonces ningún músico en el mundo, se oyó un murmullo de bullicio, de muchedumbres alegres que se empujaban y se atropellaban, piecitos que pataleaban y zuecos que golpeteaban, manitos que aplaudían y lengüitas que parloteaban y, como las aves del corral cuando les tiran el alpiste, salieron corriendo los chicos. Todos los chicos y las chicas de mejillas sonrosadas y rulos rubios, de ojos brillantes y dientes de perlas, tropezándose y brincando corrían en pos de la música maravillosa entre gritos y carcajadas.

El alcalde se quedó mudo y los consejeros se quedaron duros como estacas. Incapaces de dar un paso o de gritarles a los chicos que pasaban saltando alegremente, sólo podían seguir con los ojos a esa multitud gozosa que perseguía al Flautista. Pero ¡qué angustia sintió el alcalde y cómo palpitaron los corazones de los consejeros cuando el Flautista se desvió de la calle principal y se dirigió hacia el Weser, que les saldría al paso a sus hijos y sus hijas!

Sin embargo, el Flautista cambió de rumbo y, en lugar de dirigirse hacia el sur, se dirigió hacia el oeste y rumbeó hacia la colina de Koppelberg, con los chicos siempre pegados a la espalda. Todos se sintieron aliviados.

-Nunca podrá atravesar ese pico. Tendrá que dejar de tocar y nuestros hijos se detendrán.

Pero sucedió que, al llegar al pie de la montaña, se abrió de par en par un portal maravilloso, como si de pronto hubiese surgido una caverna. El Flautista avanzó y los niños lo siguieron. Y cuando habían entrado todos, hasta el último, la puerta se cerró de
golpe.

¿Dije todos? Me equivoco. Uno de ellos era rengo y no había podido bailotear como los otros. Cuando, muchos años después, le reprochaban su tristeza, solía decir: "Es muy sombrío el pueblo desde que se fueron mis compañeros. Y no puedo olvidar que estoy privado de contemplar todos esos maravillosos espectáculos que también a mí me prometió el Flautista. Decía que nos conducía a una tierra de gozo, que estaba muy cerquita del pueblo, allí nomás, donde brotaban fuentes y crecían árboles frutales y las flores desplegaban matices más hermosos y todo era extraño y nuevo, donde los gorriones eran más brillantes que los pavos reales y los perros más veloces que las corzas, y las abejas habían perdido sus aguijones y los caballos nacían con alas de águila. Y justo cuando me sentí seguro de que en ese lugar iba a curarme de mi renguera, la música se detuvo y yo me quedé allí parado, del lado de afuera de la montaña, abandonado muy a pesar mío y obligado a seguir rengueando en este mundo y a no volver a oír nunca más hablar del hermoso país".

¡Desdichado Hamelin! A muchos vecinos les vino a la mente eso de que es más fácil que un camello pase por el ojo de un aguja que un rico entre en el cielo.

El alcalde mandó mensajeros hacia los cuatro puntos cardinales para ofrecerle al Flautista, donde quiera que se lo hallase, todo el oro y toda la plata que pidiera si regresaba como se había ido y traía con él a los niños. Pero cuando vieron que todo era en vano y que el Flautista y los niños que bailoteaban a sus espaldas se habían ido para siempre, lanzaron un decreto por el cual los abogados debían fechar sus documentos según esta fórmula: "A tantos años, meses y días de lo que sucedió aquí el 27 de julio de 1366". Y para no olvidarse jamás de la calle por donde habían desaparecido los niños la
llamaron Calle del Flautista y cualquiera que pasase por ella tocando la flauta o el tamboril podía estar seguro de que no volvería a encontrar trabajo en Hamelin. Tampoco permitieron que ninguna hostería ni ninguna taberna perturbase con el bullicio una calle tan solemne. Y frente al lugar en que se había abierto la caverna levantaron una columna y en ella escribieron esta historia y también la pintaron en el gran vitral de la iglesia, para que el mundo se enterase de que les hablan robado sus hijos. Todavía hoy están allí esos recuerdos.

Me olvidaba de mencionar que en Transilvania hay una tribu de gente muy especial que asegura que las ropas tan extrañas que usa, y que tanto llaman la atención de sus vecinos, son una herencia de sus antepasados, surgidos de una prisión subterránea en la que se los había sepultado hacía largo tiempo después de haberlos arrebatado del pueblito de Hamelin, en el condado de Brunswick, sin que supieran decir cómo o por qué. 

Así que, Guille, saldemos nuestras deudas con todos los hombres... ¡sobre todo con los flautistas! Y sí llegan a liberarnos con su música de ratas o de ratones cumplamos nuestra promesa y paguémosles lo que hayamos convenido.

Robert Browning



“El hombre busca su bien a costa del mundo entero.” 

Robert Browning



"El que escucha música siente que su soledad, de repente, se puebla."


Robert Browning



“El que tiene siempre ante sus ojos un fin hace que todas las cosas le ayuden a conseguirlo.” 

Robert Browning



"El saber consiste en abrir un agujero por el que el esplendor aprisionado pueda escapar."

Robert Browning



"En un tiempo te conocí, pero si nos encontramos en el Paraíso, seguiré mi camino y no daré vuelta la cara."

Robert Browning



Encuentro nocturno

El mar gris y la extensa tierra negra;
La medialuna grande, baja y amarillenta;
Las atemorizadas olas breves que saltan
Desde su sueño en encendidos círculos,
Mientras gano la cala con impulsiva proa
Y sofoco su marcha en la arena fangosa.

Una milla de cálida playa fragante, luego;
Tres campos que cruzar hasta ver una granja;
Un toque en el cristal, el rápido raspado
Y el borbotón azul de un fósforo encendido,
Y una voz menos fuerte —debido a gozo y miedo—
Que los dos corazones golpeando al unísono.

Robert Browning



“¡Envejece conmigo! Lo mejor está aún por llegar.”

Robert Browning



“Haced desaparecer el amor y la tierra se convertirá en una tumba.”

Robert Browning



"La culpa la tiene sólo el tiempo. Todos los hombres se tornan buenos, pero ¡tan despacio!"

Robert Browning


“La ignorancia no es tal, sino pecado.” 

Robert Browning


“La meta, si se alcanza o no, hace grandiosa la vida; trata de ser Shakespeare, y deja lo demás al destino.”

Robert Browning


“La muerte, con la potencia de un rayo de sol, toca la carne y despierta el alma.”

Robert Browning


"La verdad está dentro de nosotros mismos; no surge de las cosas externas... En todos nosotros existe un centro recóndito en el que la verdad habita en plenitud."

Robert Browning



“Las cadenas que más nos oprimen son las que menos pesan.”

Robert Browning



“Lo que ennoblece al hombre no es un acto, sino un deseo.”

Robert Browning


“Los niños usan los puños hasta que alcanzan la edad en que pueden usar el cerebro.” 

Robert Browning


“Más fácil es recomendar ten paciencia que tenerla.”

Robert Browning



"Maternidad: Todo el amor comienza y termina allí."

Robert Browning


“Menos es más.”

Robert Browning


Mi Duquesa muerta

Sobre aquella pared, ved el retrato
de mi Duquesa muerta; se diría
que vive; prodigioso lo afirmo.
Aquí aparece como un día Pandolfo
la pintó con sus manos. Para verla,
¿no queréis sentaros? Dije Pandolfo
que nunca vio un extraño,
como sois vos, en la silueta, el hondo
y apasionado y serio encanto suyo,
sin volverse hacia mi (pues la tela
que la cubre por vos la he quitado,
y nadie la toca sino yo) ansioso
de interrogantes, si osaba, como el raro
prodigio vino aquí; ya en otros
percibí tal curiosidad. Señor, no sólo
de su marido el aspecto en las mejillas
de la Duquesa tonos tan alegres ponía.
Pandolfo bromeaba a menudo diciendo:
La manta de mi Señora cae demasiado
por la fina muñeca; o bien:
El arte pierde toda esperanza, impotente
será para copiar ese desmayo de suavidad
que muere en su garganta.
Galanterías de ese tipo fueron suficientes
para dar a sus mejillas esos alegres tonos.
Era el suyo un corazón —no se cómo decirlo—
propenso a la felicidad y al encanto fácil.
Encontraba placer en todas las cosas,
y sus ojos en todo se posaban. Todo era grato
para ella, señor, mis alabanzas en su pecho;
las luces del poniente, las cerezas que un necio
le traía del huerto, adulador; el burro blanco
sobre el cual cabalgaba en torno a la terraza;
cualquiera, cualquier cosa su rumor
o su elogio merecía. Daba gracias a todos —de alguna
manera, no se cómo— y mi regalo de novecientos
años de nobleza, con el don de cualquiera equiparaba.
¿Quién burlaría tan ligera frivolidad?
Si yo tuviera ingenio —que no tengo—
en hablar, muy claro le hubiera dicho: En esto
sí me disgustáis, o en esto os equivocáis.
Y ella, si al verse corregida no mostraba
agudezas, ni excusas os pedía. Señor, sonreiría,
sin duda al verme tolerar; sin embargo
¿quién toleró una sonrisa libre?
Siguió aquello. Con una orden, todas acabaron
al mismo tiempo sus sonrisas.
Observadla aquí como en vida.
Levantaos para contemplarla,
podemos descender junto a nuestros amigos.
Os repito que la notoria calidez del Conde,
vuestro Señor; es buena garantía
de que todas mis justas peticiones atenderá.
Más os declaro que la sola hermosura de su hija
me arrebata. Señor, bajemos juntos.
Ved aquel Neptuno que va sobre un caballo de mar.
Una pintura no del todo vulgar: obra de Claudio
de Innsbruck, en bronce para mí fundida.

Robert Browning



“Nuestro interés se encuentra en la orilla peligrosa de las cosas.” 

Robert Browning


“Nunca se juntaron el tiempo, el lugar y el amor.” 

Robert Browning


“….Ocurre que a este mundo y a todo el mal que causa
Le pueden dar la espalda, seguros en la gloria,
Miguel y Rafael, en torno a cuyas obras
Pululáis y zumbáis, ¡gentes de poco seso!…”

Robert Browning



“Parecemos tan libres y ¡estamos tan encadenados!” 

Robert Browning


Partida al amanecer

"Alrededor del cabo repentinamente llegó el mar,
Y el sol miró sobre las cimas de las montañas:
Recto era el camino de oro para él,
Y la necesidad de un mundo de hombres para mí."

Robert Browning


"Quién jamás volvió la espalda,
sino marchó siempre hacia adelante,
quién nunca dejó que las nubes de la duda lo envolvieran,
ni soñó tampoco que triunfara el mal,
aunque malparado el bien resultara,
cayendo para levantarse de nuevo
y luchar mejor."

Robert Browning



Prospice

¿Temer a la muerte? Sentir la niebla en mi garganta,
La neblina en mi rostro cuando llegan las nieves,
Y las ráfagas que anuncian que estoy acercándome;
El poder de la noche, la fuerza de la tormenta,
La asechanza incansable del enemigo.
Allí está, el horror supremo en forma visible;
Sin embargo, el hombre temerario debe acercarse,
Porque el viaje ha concluido y la meta alcanzada;
Las barreras caen, aunque falta una batalla para la conquista,
La recompensa de todo lo anterior.
Siempre fui un guerrero. ¡Una lucha más, la mejor y la última!
No deseo que la muerte vende mis ojos,
Que atenta me hiciera pasar arrastrándome.
¡No! Dejadme conocer todo su sabor,
Quiero ser como mis padres, héroes de antaño,
Soportar la embestida, pagar las deudas de una alegre vida
En un minuto de sufrimiento, de sombras y de frío.
Porque para los valientes lo peor se transforma en lo mejor,
El momento sombrío termina, y la furia de los elementos,
Las voces demoníacas desatadas se someten, se inclinan,
Cambian, se transforman en una paz que nace del dolor;
Luego una luz, luego tu seno, ¡Oh, tú, alma de mi alma!
¡Volveré a abrazarte y que la paz sea con Dios!

Robert Browning


"Quien oye música siente que su soledad se puebla de repente."

Robert Browning



“¡Quita el amor y la tierra es una tumba!” 

Robert Browning


"Renuncio a la lucha: que tan sólo haya... un rincón íntimo y oscuro para mí."

Robert Browning


“Señor, no sigas produciendo gigantes. Eleva la raza.”

Robert Browning



"Todas las cosas buenas son nuestras; ya el alma no necesita del cuerpo más que lo que el propio cuerpo necesita del alma."

Robert Browning


"Todo lo que hemos ganado con nuestra incredulidad es una vida de duda diversificada por la fe, en vez de una fe diversificada por la duda."

Robert Browning
Del libro Del sentimiento trágico de la vida de Miguel de Unamuno, página 97


"Todo termina para que todo comience de nuevo: todo perece para que todo viva."

Robert Browning



“Un momento de éxito compensa el fracaso de años.”

Robert Browning


“Yo sostengo que un hombre ha de luchar hasta el final, por el precio en que ha fijado su vida.”

Robert Browning

No hay comentarios: