"Ángela era una niña bellísima. En plena floración tuvo que sufrir los estragos de la viruela. El dolor y la juventud lucharon encarnizadamente. Fue un combate duro que acabó en «tablas». Cuando al fin pudo vencer la crisis del estigmatizador virus, al contemplarse en el espejo, toda su alma se estremeció de horror. La ima­gen que contemplaron sus aterrados ojos le hizo lanzar un pavoroso grito y cayó al suelo, privada del co­nocimiento, sumida en una postración que duró tres días consecutivos. A partir de este trágico instante ini­ció su voluntario confinamiento que había de terminar con su vida a la edad de treinta y siete años.
Su habitación fue su reino, su mundo, su espacio vital en donde surgían o se esfumaban sus más caras ilusiones, sus más íntimas emociones, sus penas, sus escasas satisfacciones materiales y se producían sus extraordinarias sensaciones anímicas, extrasensoriales.
Durante dos largos años permaneció en el más ab­soluto de los silencios, como un mágico ente sobrevi­viendo en forma incomprensible, sin comunicaciones externas, sin saber leer ni escribir, ignorada e ignoran­do lo que había más allá de las paredes que formaban su reino particular, impenetrable. Como única excepción solía admitir la presencia de su madre.
Aquel vivir, sin signos externos de su presencia discurrió en su vivienda ubicada en Badalona (Barcelona).
Cumplía catorce años cuando de improviso pidió un libro. Su madre no vaciló en facilitárselo.
Al cabo de un año hizo su segunda petición: papel y lápiz.
Era indudable que Ángela había sufrido una metamorfosis: de la ignorancia y la pasividad dio un salto increíble hacia distintas ramas del Arte. De sus manos surgieron, como por ensalmo, infinidad de dibujos de magnífica factura, cuya temática se  basaba en la cre­ción de bustos mitológicos con testas coronadas de laurel, así como figuras de la clásica Grecia y Roma.
Un día, su madre, la oyó conversar animadamente en un extraño idioma. Ella era su propio interlocutor. El médico de la familia afirmó que era alemán. Este hecho les llenó de asombro. Sin saber, se hallaban ante un hecho innegable, ante un prodigio que apenas si alcanzaban a comprender como pudo haberse producido.
Poco tiempo después, Ángela formuló su tercera pe­tición: papel y tinta. Escribió una carta con Inglate­rra. La respuesta no se hizo esperar. Aquella misiva, procedente de su rubia Albión, fue el comienzo de una extraña y continuada correspondencia.
Como era de esperar, tales manifestaciones de signo externo por parte de la joven, despertó poderosamente la atención y la curiosidad de la madre y del doctor. Puestos ambos de acuerdo lograron abrir una de las cartas, sometiéndola a los efectos del vapor.
Desde el primer momento en que sus manos tocaron la carta que le entregaron, Ángela supo que su correspondencia había sido violada. Tanto su madre como el doctor acusaron su falta en medio de un asombro que no tenía límites. Les parecía imposible que la joven pudiera sospechar que, aquella misiva pudiera haber sido abierta, ya que la habían vuelto a cerrar con todo cuidado, hasta el punto que era casi imposible comprobar la manipulación tan hábilmente efectuada.
—¿Por qué lo habéis hecho? —preguntó con voz velada, sin el menor acento de ira, pero con firmeza y sin que se alterase su característico y uniforme diapasón vocal—. Si volvéis a abrir mis cartas no me veréis más.
Su correspondencia crecía día a día, alcanzando una cifra respetable. Escribía y recibía cartas de todos los países europeos. Y lo más curioso es que redactaba sus contestaciones en el mismo idioma de donde procedían las misivas que llegaban hasta sus manos.
No obstante, el ritmo de su vida continuaba igual, sosteniendo enigmáticos diálogos en los más diversos idiomas. Tanto la madre como el médico se hallaban cada vez más desorientados y confusos, escuchando su voz de inalterable ritmo desde el corredor, a pocos pasos de la puerta. Finalmente llegaron a comprender que la verdadera existencia de Ángela radicaba en el extraordinario hálito de su espíritu: su cuerpo no era más que una envoltura, un refugio para la inmaterial fatiga producida por sus increíbles viajes hacia regiones remotas e ignoradas transmi­graciones. En ella debía producirse «la proyección astral»."

Ricardo Blasco Romero
Jacques B. Bley


-“Hemos venido a verte -le dijo- porque queremos que sepas que estás bajo nuestra protección…Tú serás un hombre fuerte, pero no sólo física sino espiritualmente. Te protegeremos.”
“Su enigmático interlocutor extrajo un objeto de su pecho cuya forma era de un caramelo grande y cuadrado.”

Tras comérselo el problema de Jacques Bordas empezó a desaparecer.

Ricardo Blasco Romero

Jacques B. Bley


“Una noche, aparentemente tranquila llamaron a la puerta del refugio. Al abrirla, Jaume no vio nadie, y tampoco al comprobar los alrededores. Vuelto a su litera escuchó como si arañasen muy suavemente los porticones de la ventana. Se acercó cautelosamente y la abrió con celeridad, con la intención de sorprender al fantasmal visitante.
Ante sus ojos apareció de nuevo el estrellada noche, pero esta vez, sobre el fondo oscuro se distinguía una forma densa que tenía apariencia humana, dándole la espalda, andando ingrávido, huyendo… ¡hacia el abismo! A Jacques le dio un terrible vuelco el corazón y estuvo a punto de perder la serenidad. Aquel desconocido iba a caerse irremisiblemente.
La opaca silueta siguió avanzando horizontalmente, deslizándose en el aire, sobre el vacío, sin caer en el abismo, hasta que desapareció en el horizonte nocturno, esfumándose para no volver nunca más.”

Ricardo Blasco Romero
Jacques B. Bley






No hay comentarios: