"Al fin y al cabo, hacía ya seis meses que empezaba a familiarizarme con el gran enigma de Patera. El anciano profesor tenía razón en muchos aspectos. Todo el País de los sueños vivía bajo los efectos de un hechizo, y en nuestras vidas los planos terroríficos alternaban con otros de innegable estirpe humorística. El Amo se ocultaba en realidad detrás de todo y, de manera misteriosa, solía manifestarse con una frecuencia superior a la deseable. La idea de que él manejaba a casi sesenta y cinco mil soñadores no podía desecharse tan fácilmente, por monstruosa que pareciera. Me era imposible precisar dónde quedaban los límites de su poder, pues llegué a tener pruebas suficientes de que sus impulsos alcanzaban también a todo el mundo animal y vegetal. En el fondo, todos conjeturábamos esto y lo aceptábamos como una carga impuesta por el destino. El problema era tan confuso que ni siquiera el espíritu más sutil y lúcido conseguía adivinar su esencia. La naturaleza de Patera era tan insondable e inconcebible como la fuerza que, en el País de los sueños, nos tenía convertidos en marionetas. Sin embargo, ésta se manifestaba en cualquier nimiedad. El Amo manipulaba nuestra voluntad y turbaba nuestra razón, sirviéndose de nosotros como de súbditos guiñolescos. Pero ¿con qué fin? No teníamos que pagar ningún impuesto ni creábamos nada para él. Cuanto más pensaba en el problema, más oscuro se me hacía. Teníamos la seguridad de que el misterioso personaje padecía de epilepsia y todos compartíamos sus ataques: ése era el Arrebato. Envejecería y moriría, ¿qué sería entonces de nosotros? ¿Se extinguirían con él todas las chispas de nuestra propia vitalidad? En realidad, lo necesitábamos simplemente para no sucumbir. ¿De dónde le vendrían sus inmensas energías? ¡Y pensar que aquí vivía el remanente de una tribu antigua y distinguida, cuyas costumbres eran diametralmente opuestas a las nuestras! ¿Qué relación tenía esta gente con el Señor? Los ancianos se pasaban horas enteras con la mirada fija en la lejanía, o se inclinaban durante días sobre cualquier pequeñez: piedras, huesos, plumas.
Como no se reían nunca y casi no hablaban entre sí, los ojizarcos eran la encarnación del más perfecto equilibrio. De ello daban testimonio la extrema mesura de sus gestos y sus mismos rostros arrugados, que llevaban el sello de una gran fuerza espiritual. Su indiferencia, rayana casi en lo inhumano, les daba cierto aire de agotamiento y nulidad. «Interés desinteresado» son las antitéticas palabras que acuden a mi mente cada vez que pienso en ellos, y yo mismo seguiré sintiendo su magia hasta que llegue mi última hora. No me atrevía a decir nada concluyente sobre su edad. Pese a la expresión senil de sus rostros, aparentemente inaccesibles a cualquier sentimiento, no podía sacar nada en claro de sus miradas que, en cierto modo, parecían iluminadas por un fuego interior. Sus dentaduras también se hallaban en perfecto estado, sólo el resto de sus cuerpos era enjuto y casi tan descarnado como un esqueleto. Su número apenas debía sobrepasar la cincuentena. En tres oportunidades pude observar cómo enterraban a sus muertos, constatando entonces las profundas diferencias que los separaban de los anacoretas tanto cristianos como budistas. Los cadáveres eran envueltos en mortajas, colocados en la tierra y cubiertos de musgo y hojas; a continuación llenaban la fosa con tierra. Cada cual era sepultado junto a la choza en que había vivido; no se colocaba señal alguna sobre la tumba y el suelo era nuevamente allanado. No había lamentos ni oraciones de ningún tipo. La simple observación de estas curiosas prácticas me resultó muy provechosa."

Alfred Kubin
La otra parte



"El hombre no es sino una nada autoconsciente."

Alfred Kubin


"El sueño es como un cuadro, pero hay que cuidarse de desmembrarlo de acuerdo a un sistema moral o psicológico para encontrarle una interpretación: es preferible permitirle al espectador que subsista en su genuina pureza simbólica porque la visión visible y creadora es más fuerte y fecunda que su prolijo análisis."

Alfred Leopold Isidor Kubin


"Me gustaba tumbarme en algún lugar a la orilla del lago o al borde del canal, en las ciénagas, y dejaba vagar mi mirada en las profundidades translúcidas. Cuando un rayo de sol iluminaba mágicamente ese universo acuático, mi ojo avizor descubría peces, tritones, nadadores e hidrómetros que evolucionaban entre las piedras, y ese elemento misterioso me parecía entonces impenetrable. Las imágenes submarinas que han adquirido forma más tarde en mi trabajo tienen su origen, sin duda, en esas impresiones.
En torno al año 1880 vivíamos en Salzburgo —en la Schallmooser Landstrasse— ante la Linzer Tor. En aquella época, aún había pocas construcciones, mientras que hoy —desde hace ya mucho tiempo— está rodeada de mansiones. Vivíamos en una casa de un piso —aún existe en la actualidad— en medio de solares y campos. Frente a nuestra casa, había una charca cenagosa bordeada de juncos, y la inquieta matraca de sus ranas era mi diaria canción de cuna. Una noche —me había llevado a la cama mi madre o una doméstica— hubo altercados en la calle. Al mirar por la ventana, descubrimos un pandemónium que parecía dos veces más macabro en la semioscuridad. Personajes oscuros, enmascarados, se abalanzaron unos contra otros, y, después, acabaron todos huyendo entre gritos; pero, mientras un moribundo seguía debatiéndose en la ciénaga, las ranas reanudaron su quejumbroso canto, que aún hoy me entristece como lo hizo entonces. Debo admitir que todas las escenas de riñas y muertes que he dibujado son vástagos de ese inolvidable incidente. En general, todas mis criaturas caídas, mis borrachos, mis prostitutas y mendigos derivan de un pequeño número de tipos originales que ejercieron sobre mi alma infantil una impresión de una profundidad milagrosa. La mirada aguda y fría de mi padre encolerizado, la sarcástica risa del maestro a quien yo odiaba: no puedo olvidar tales impresiones, no puedo desembarazarme de ellas e intento librarme del resto de miedo que, inconscientemente, aún me habita cuando dibujo fisonomías nuevas.
Yo tenía once años cuando murió mi madre. Para mí, es como si eso hubiera tenido lugar ayer. Aún revivo la manera en cómo, después de la bendición y los sacramentos, su rostro familiar se convirtió para mí en algo maligno y extraño: sus ojos se quedaron en blanco, como en un espasmo, y la pavorosa exhalación de su último aliento ahogó nuestros sollozos de manera horrible… Más tarde, me encontré de nuevo a la cabecera de moribundos, pero lo que vi entonces no tuvo sobre mí la misma influencia que la impresión dejada por esta muerte, la primera a la que había asistido. Los numerosos cadáveres y moribundos que he dibujado en tanto que artista son, también ellos, criaturas de esos días fúnebres."

Alfred Kubin
El trabajo del dibujante



"Toda la vida financiera era puramente simbólica. Nadie sabía nunca lo que poseía. El dinero iba y venía, todos gastaban y recibían, y el que menos había practicado ya el escamoteo, en muchos de cuyos trucos también me inicié. Gran parte del éxito dependía, pues, de la labia de cada cual."

Alfred Kubin


"Y en eso consiste, pues, el sentido de ser artista: en cubrir el absurdo de la existencia con el velo de nuestra creación, un fino velo que cubre el abismo de las fuerzas caóticas, que poco significan para nosotros en comparación con el mundo aparente en el que transcurre nuestra verdad, aunque esa verdad sea únicamente una ilusión tan etérea como el transcurso del tiempo."

Alfred Kubin

No hay comentarios: