Al final de un amor

"Espolvoreo sésamo negro y pimienta cayena
sobre las calabazas amarillas de Sarah —esas achaparradas
y mantecosas— mientras pienso en la traducción
de la poesía siberiana, pero mis pensamientos
se recalientan en la calurosa cocina veraniega
y el lenguaje no es ya algo que me importe,
ni tampoco las relaciones —
este momento es aromático café africano,
este momento es maleza que araña terneros
mientras Zoran corre por el bosque y Lili
extiende su estera al otro lado de la colina
preparándose para el yoga (zumban los mosquitos),
en este momento estamos unidos por el caluroso
aire de la tarde que se envuelve alrededor de nuestros tobillos,
un dulce arroyuelo;
nos juntamos a través del brillo del verano,
a través de las grandes calabazas maduras
mientras ya vuelan los pájaros a medio crecer
y pronto será tiempo de migrar,
de vestirse, de empaquetar, siente la brisa bajo la falda,
pronto echaremos el cierre, fuegos encendidos, cremalleras,
y cuanto debe morir irá a parar al cubo de basura
(sandalias andrajosas, hierba, largos días, pájaros
con alas rotas), cuanto debe partir llegará al sur
en cajas de madera con los pies helados o un zumbido
en los oídos y una taimada añoranza
y entonces compartiremos nuestra tristeza —permaneciendo aquí,
afrontando la infraestructura invernal de las ciudades—
con los del sur, en contacto con el aire y el sol,
deshaciéndonos en su barro,
abandonados en un vertedero,
con el peso de otro verano poniente
como un gran gato suave
(con un pájaro en su tripa)
durmiendo sobre nuestros pechos."

Jana Putrle Srdić


Desapariciones

"A los seis meses de tu muerte
llamé a tu casa,
nadie atendió el teléfono y
de repente en el contestador
me sorprendió tu voz.

Como si los cactus de la repisa
rodearan mi cama por la mañana.

Como si contestaras desde un cubo
rosado de gelatina.

Tu voz
es para mí conocida y extraña a la vez,
inusualmente resuelta como la voz
de un hombre de treinta años que nunca
está en casa y necesita un contestador,

porque acaba de volver de handball
y tiene prisa para llegar a las prácticas de tiro.
Como todos los tiradores, sabe que en el camino
hacia el campo de tiro debe fijar la mirada
a través de la ventana del autobús, siempre en el mismo punto,
en la luna del cielo del atardecer,

para que después, ante el blanco,
el corazón le empiece a latir en círculos blancos
hasta unirlos con su pulso en un punto,
y apretar entonces el gatillo.

Una voz
conocida de un hombre de treinta años en luna
de miel rumbo a Venecia con una cinta de Glenn Miller
en el coche. Un sombrero femenino con alas grandes.
Unos pantalones livianos de verano – al estilo de Gatsby –
que se deslizan por las rodillas al saltar
dos escalones a la vez en los puentes.
Canales que apestan, paredes húmedas,
palomas, le dice a ella, palomas por todas partes,
y ligeramente prende a la vez con su encendedor
sonrisas en los negativos.

Paso al lado de este alto hombre delgado
con una camisa clara de verano que no me reconoce
porque aún no existo.

Pienso: cuando grabemos encima de la cinta
del contestador y tu voz en mi cabeza
se haga borrosa, también yo voy a volverme
un poco más transparente."

Jana Putrle Srdić



Lentitud del invierno

"Todo te pasa con un lapso de retraso:
un verso una y otra vez.
Mil veces el mismo gesto, el cuchillo sobre las patatas,
la mano a través del cuerpo.
Haces girar la rueda y mueves los engranajes.
Nada en especial, contemplas fijamente
el cristal de tu mesa, escuchas la respiración
del perro.
A menudo, las cosas sólo son.
Ella dice adiós con la mano
cuando pasas,
los coches avanzan con luz verde
y se detienen con luz roja.
Todo está por venir o ha pasado ya:
amor, soledad, trabajo.
Y todo es bueno para algo,
incluso este maldito frío
que matará a todas las garrapatas."

Jana Putrle Srdić


Mujer en la ventana 

Una mujer en el núcleo de su familia se

escurre hacia el borde de la sociedad,

una mujer frente a una pantalla vacía,

en el cubo desnudo de una galería

es un error inadvertido, un espacio vacío

en la multitud de votantes y manifestantes,

nadie la necesita. Ella está ahí,

arrastrando su pierna izquierda,


sin saber qué hacer, espera

que la salve el autobús, que la salve un email

o alguien que la llame por teléfono.


En alguna parte extranjera del mundo, una mujer está

frente a la ventana, contemplando la nieve

que cae pesada borrando —la mujer está asomada

a su propio vacío, y en este desolado espacio

donde nadie la necesita,

en la incómoda cabeza vuelta,

en un jersey que es apenas suyo,

con nieve en los hombros,

intenta conjurar algo aún irreconocible,

algo sobre una forma hacia la cual ella

alargará la mano,

la estructura del mundo que penetra lo visible

sólo a través de las ramas de árboles y de

finas líneas en el hielo.


Cuanto llama a la mujer a la ventana

la mantiene en silencio. Ella sopesa dar

un paso hacia lo desconocido.

Jana Putrle Srdić








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