Asir 

"Asir, asir la tarde, la manzana y la estatua. 
Asir la sombra, el muro y el final de la calle. 

Asir el cuello, el pie de la mujer tendida. 
Y luego abrir las manos. ¡Cuántos pájaros sueltos! 

Cuántos perdidos pájaros convertidos en calle. 
En sombra, muro, tarde, en manzana y estatua. " 

Jules Supervielle



El Retrato

"Me inclino sobre la fuente donde nace tu silencio 
en un reflejo de hojas que tu alma hace temblar. 
Sobre tu fotografía. 

Puede ser que quede aún 
una uña de tus manos entre las uñas de mis manos, 
una de tus pestañas mezcladas con las mías, 
uno de tus latidos extraviados entre los latidos de mi corazón."

Jules Supervielle


Montevideo

"Yo nacía y por la ventana
Pasaba una fresca carroza. 

El cochero despertaba la aurora
Con un golpecito de látigo sonoro. 

Flotaba un archipiélago nocturno
Aún sobre el liquido día. 

Las paredes se despertaban y la arena
Que duerme aplastada contra las paredes.

Un poco de mi alma se deslizaba
Sobre un riel azul, a contra-cielo. 

Otro poco se iba mezclado
Con un pedazo de papel volante. 

Y tropezando con una piedra
Guardaba su fervor prisionero.

La mañana contaba sus pájaros
Y siempre empezaba de nuevo.

El perfume del eucaliptus
Se asustaba del aire extendido.

En el Uruguay sobre el Atlántico
La hierba era la hierba, las raíces

Las raíces. Y el horizonte
Se acercaba para ver las casas.

Era yo el que nacía hasta el fondo sordo de los bosques
Donde tardan en nacer los retoños

Y hasta el fondo del mar donde las algas se levantan
Para hacer creer al viento que puede bajar hasta ahí. 

Alrededor de su circuito la tierra hace su ronda
Y palpa con su atmósfera todas las cosas.

Las rutas, los bosques submarinos, las cabezas de los nadadores
Y los pies de los buzos."

Jules Supervielle



No toques el hombro

No toques el hombro
del caballero que pasa
se daría vuelta
y sería la noche,
una noche sin estrellas,
sin curva y sin nubes.

¿Entonces qué sería de
todo eso que compone el cielo,
la luna y su pasaje
y el ruido del sol?

Tendrías que esperar
que un segundo caballero
tan poderoso como el otro
consintiera en pasar. 

Jules Supervielle



Plegaria al desconocido

"He aquí que me sorprendo hablándote, Dios mío,
yo, que no sé todavía si existes
ni comprendo la lengua de tus iglesias susurrantes.
Miro los altares, la bóveda de tu casa
como quien dice simplemente: “Esto es madera, esto es piedra,
aquéllas son columnas románicas, le falta la nariz a ese santo,
y adentro como afuera hay un mismo desamparo entre los hombres”.
Bajo los ojos sin poder arrodillarme durante la misa
como si dejara pasar una tormenta sobre mi cabeza
y no puedo evitar el pensar siempre en otra cosa.
Me pasaré la vida pensando en otra cosa,
y esa otra cosa soy yo, tal vez mi yo verdadero:
es allí donde me refugio, y tal vez sea allí donde tú estás,
creo que nunca podré vivir sino en esas lejanías que me seducen.
El momento presente es un regalo que no he sabido aprovechar,
no sé bien cómo se usa, lo volteo para un lado y para el otro
y no logro que funcione su difícil mecanismo.
No creo en ti, Dios mío, pero quisiera hablarte a pesar de todo;
he hablado con las estrellas aunque las sepa sin vida,
con los más humildes de los animales aunque los sepa sin respuesta,
con los árboles que, sin el viento, serían mudos como la tumba. 
Y me he hablado a mí mismo aunque no estoy seguro del todo de que existo.
No sé si oyes nuestras plegarias, las plegarias de los hombres,
no sé si tienes ganas de escucharlas,
no sé si tienes como nosotros un corazón en alerta continua
y oídos siempre abiertos a las noticias más diversas.
No sé si te gusta mirar por aquí.
Pero querría recordarte a tu planeta la Tierra,
con sus flores, sus guijarros, sus jardines y sus casas.
Con todos sus seres; con nosotros que sufrimos y lo sabemos.
Querría dirigirte cuanto antes estas humildes palabras humanas
porque cada cual debe tentar ahora lo imposible
aun si no eres más que un soplo de hace millares de años,
una gran velocidad adquirida, una melancolía durable
que hace aún girar a las esferas en su melodía.
Querría, Dios sin rostro y tal vez sin esperanza,
que prestaras toda tu atención, entre tantos cielos vagabunda,
a los hombres que nunca pueden darse un respiro en el planeta.
Escúchame, corre prisa: todos van a desalentarse
y ya no podremos distinguir a los jóvenes de los viejos.
Cada mañana se preguntan si la matanza va a comenzar.
Por todas partes se preparan extraños distribuidores
de sangre, de quejidos y de lágrimas.
Se preguntan si los trigos no esconden ya fusiles.
¿Se acabó el tiempo en que podías ocuparte de los hombres?
¿Te llaman de otros mundos, médico de consulta
que sin saber por dónde empezar deja morir a su clientela?
Escúchame, no soy más que un hombre entre tantos otros:
el alma está a gusto en el cuerpo, el alma no quiere escaparen un estallido de bomba;
el alma es para nosotros una caricia, un secreto halago.
Déjanos respirar sin pensar en nuevos venenos,
déjanos mirar a nuestros niños sin pensar todo el tiempo en la muerte.
No estamos para batallas, para generales.
Déjanos nuestro ir y venir de rebaño entre cencerros
y olor a leche que se mezcla al olor de la hierba espesa.
Ah, si existes, mi Dios, mira de nuestro lado,
ven y descansa un rato entre nosotros, la Tierra es hermosa con sus árboles,
sus ríos y sus estanques, tan hermosa que uno diría
que la añoras un poco.
No te vayas a hacer el sordo una vez más
ni a sentirte conmigo, Dios, si te tuteo,
si te hablo con tan abrupta simplicidad:
creería menos que en cualquier otro en un Dios que aterrorizara;
y tú, más que por el rayo, sabes expresarte por las briznas de hierba
y los ojos del agua y los juegos de los niños,
lo cual no impide que haya océanos y cadenas de montañas.
No puedes ofenderte porque te digo lo que pienso,
porque reflexiono como puedo sobre el hombre y su existencia
con la franqueza de la tierra y de las diversas estaciones
y tal vez con tu franqueza cuyas lecciones ignoro.
No me faltan disculpas, consiente en aceptar mis pobres sutilezas,
tantas cosas se preparan solapadamente contra nosotros
que, por mucho que hagamos, tememos siempre que nos sorprendan desprevenidos,
tememos ser como el toro que no comprende qué sucede:
lo llevan al matadero, no sabe adónde va,
y justo antes de recibir el golpe mortal sobre la frente
se repite que tiene hambre, y pastaría de buena gana,
¿pero qué pasa con esa gente de delantales llenos de sangre
para que así se empeñen todos en atenderlo esta mañana?"

Jules Supervielle



"Todavía tembloroso
Bajo la piel de las tinieblas
Todas las mañanas debo
Recomponer a un hombre
Con toda esa mezcla
De mis días anteriores
Y lo poco que me queda
De mis días por venir.
Heme aquí todo entero,
Voy hacia la ventana.
Luz de este día,
Vengo del fondo de los tiempos,
Respeta con delicadeza
Mis minutos oscuros,
Déjame un poco todavía
De lo que tengo de nocturno,
De estrellado por adentro
Y de listo para morir
Bajo el sol ascendente
Que no para de crecer."

Jules Supervielle



Un Poeta

"Yo no voy siempre solo al fondo de mi mismo
Sino que a veces llevo a otros seres conmigo.
Los que hayan entrado en mis frías cavernas,
¿Están seguros de salir aunque sólo un momento?
Yo acumulo en mi noche, como un barco que se hunde,
Sin distingo, el pasaje y la tripulación,
Y dejo a los ojos sin luz, y en los camarotes
Hago amistad con quienes gustan de lo profundo."

Jules Supervielle







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