Borinquen

"Piense de mí lo que pensar le plazca
aquel que, de altruista blasonando,
dice que tiene por su patria el mundo,
y son todos los hombres sus hermanos.

Piense de mí lo que pensar le plazca,
mientras yo declaro
que entre todas las tierras conocidas,
es Borinquen la tierra que idolatro...

¡Esta hermosa esmeralda
que engarzó Dios en medio del Océano!"
  
Virgilio Dávila Cabrera



El jíbaro

"En la montaña, junto al río,
y bajo el techo de un bohío
que el buen labriego de mi padre tejió con yaguas del palmar,
llegué a la vida en esa hora
en que la tierra se colora,
porque recibe apasionada el primer ósculo solar.

Tuve el trabajo por escuela;
tostó mi cuerpo la candela
del astro rubio que a Borinquen le pone trajes de arrebol;
bebí del campo la alegría,
y soy alegre como el día,
como la abeja laborioso, y tan ardiente como el sol.

Surge la aurora,, y de la cama,
oigo el pitirre que me llama
con sus canciones monorrítmicas desde lo alto de un cupey;
el lecho dejo con premura;
llevo mi daga a la cintura,
y con orgullo de cacique poso mi planta en el batey.

Si el caminante se extravía,
se abre una puerta, que es la mía;
para las mozas que conozco, siempre en mi labio hay una flor;
para el que ofende a mi terruño
tengo el perrillo y tengo el puño,
y mi desprecio más solemne para el servil, para el traidor.

Es mi delirio mi caballo;
en las contiendas de mi gallo,
es la victoria, y no el dinero, lo que cautiva mi interés;
no hay, como yo, quien salve un risco,
ni quien domine un potro arisco,
ni quien soporte la fatiga en seguimiento de una res.

Yo bailo el seis y la cadena
con en la tierra macarena
puede bailar un zapateado el más donoso bailarín;
tengo ribetes de coplero,
y al son del tiple vocinglero,
décimas bellas da ni numen, como da flores el jardín.

Yo sé del libro de un Cervantes
que, con sus prosas elegantes,
en un hidalgo -Don Quijote- a todo un pueblo retrató;
sé del hidalgo alguna hazaña;
y si ese hidalgo era de España,
poner en duda no es posible que de españoles vengo yo.

Desde la hora placentera
en que se anima la pradera,
hasta que el sol, como un borracho, va en los abismos a caer,
en los rastreron batatales,
en los hojosos platanales,
doy a la tierra donde aliento las energías de mi ser.

Si entre las hojas de esmeralda
de la riquísima guirnalda
en que el cafeto enreda al monte desde su base hasta su fin
lucen cual pálidas estrellas
las olorosas flores bellas
que son más tarde granos verdes y luego granos de carmín.

Si por diciembre cubre al llano
el aterciopelado soberano
con que a Borinquen da prestigio el ondulante tabacal;
si espigas dan los arrozales,
y dan mazorcas los maizales,
y brinda glóbulos de fuego el rumoroso naranjal.

Si de la caña los flautines
llevan a todos los confines
el nombre augusto de la patria como el de un nuevo Potosí,
esta magnífica riqueza,
esta aureola de grandeza
con que se nimba mi terruño, ¿a quién la debe, sino a mí?

¡Ved la campiña de mi tierra!
¡Cuanto ella vale, cuanto encierra,
es el producto generoso de mi fructífera labor!
Ved la campiña… ¡y ved si miente
el que me tacha de indolente,
y con el jugo de mi vida pasa la vida a su sabor!"

Virgilio Dávila


La palma real

La palma real es un tesoro
de mucho más valor que el oro.
Sirve a los campos de ornato,
a hombres y brutos da sustento:
y es de recursos una mina
para la choza campesina.

La palma real es un adorno
en el solar puertorriqueño:
luce la forma de un paraguas
que tiene un mango gigantesco
(columna hermosa y elegante,
obra del Máximo Arquitecto)
con un extremo fijo en tierra
y un verde toldo al otro extremo,
de donde su saludo al día
dice el pitirre mañanero.

La palma real es generosa
a hombres y brutos el sustento:
tiene el palmillo para el hombre,
y tiene el fruto para el cerdo.

La palma real da lo preciso
para la choza del labriego:
él hace estantes de unos troncos
y de otros troncos hace luego
la tablazón que necesita
para los pisos y los setos.
¿Que falta el techo del bohío?
¡Ahí va la yagua para el techo!

¡Árbol bendito de mi tierra
que tu pimpollo alzas al cielo
como un regalo de Borinquen
agradecida al Ser Supremo!

¡Que nunca el rallo te aniquile,
ni te maltrate el rudo viento,
y sigas siendo en el terruño
abrigo y pan para el labriego,
admiración para el extraño,
y orgullo del puertorriqueño.

Virgilio Dávila


Nostalgia

¡Mamá! ¡Borinquen me llama!
¡Este país no es el mío!
¡Borinquen es pura flama,
y aquí me muero de frío!


"Tras un futuro mejor
el lar nativo dejé,
y mi tienda levanté
en medio de Nueva York.

Lo que miro en derredor
es un triste panorama,
y mi espíritu reclama
por honda nostalgia herido
el retorno al patrio nido.
¡Mamá! ¡Borinquén me llama!

¿En dónde aquí encontré
como en mi suelo criollo
el plato de arroz con pollo,
la taza de buen café?

¿En dónde, en dónde veré,
radiantes en su atavío,
las mozas, ricas en brío,
cuyas miradas deslumbran?
¡Aquí los ojos no alumbran!
¡Este país no es el mío!

Si escucho aquí una canción
de las que aprendí en mis lares,
o una danza de Tavárez,
Campos, o Dueño Colón,
mi sensible corazón
de amor patrio más se inflama
y heraldo que fiel proclama
este sentimiento santo,
viene a mis ojos el llanto…
¡Borinquén es pura flama!

En mi tierra, ¡Qué primor!
En el invierno más crudo
ni un árbol se ve desnudo,
ni una vega sin verdor.

Priva en el jardín la flor,
camina parlero el río,
el ave en el bosque umbrío
canta su canto arbitrario,
y aquí… ¡La nieve es sudario!
¡Aquí me muero de frío!"

Virgilio Dávila


¡Responde!

"Te lo dijo Matienzo y no quisiste
oír del prócer el consejo sano,
y poco a poco en extranjera mano
cayendo va la tierra en que naciste.

Si el alma de criollo no resiste
la tentación del oro americano,
en un futuro por demás cercano
llegará un día doloroso y triste.

Llegará el día triste y doloroso
que de este suelo primoroso
ni un solo palmo quedará al isleño.

Y cuando tal enormidad suceda,
si ya nada de Borinquén te queda
di: ¿Cuál será tu patria, borinqueño?"

Virgilio Dávila


Visión del porvenir

"¡Ay! ¡Qué soberbia cúpula tu cielo!
¡Qué emporio de colores tu llanada,
y qué ricos estuches tus colinas,
y qué beso inefable el de tus auras,
y qué mar apacible el que, amoroso,
en holocausto a tu beldad, te canta!

¡Qué mísero! ¡qué triste!
¡qué lleno de infortunio
quien no ha visto jamás tu sol espléndido
abrir en el oriente su capullo,
no vio la luz de tus estrellas pálidas,
ni gozó de tus dulces plenilunios!

¡Oh, la música grata de tus mares,
y el alegre bullir de tus cascadas,
y las risas del silfo cuando juega
en los airones de tus rubias cañas,
y el trino de tus pájaros canoros,
y el madrigalizar de tus fontanas,
y la queja de amor que da a los aires,
al son de la guitarra,
el rimador de sueños,
lamentando el desdén de la que ama!

¡Eres una canción, eres un himno
que brota de mil arpas,
y que, por darle adoración cumplida,
el Universo a su Creador levanta!

¡Qué grato olor despide el limonero
de sus albas corolas!
¡Qué grato olor el arrayán del bosque!
¡Cómo huelen tus rosas,
y qué perfume dan tus madreselvas,
tus claveles, tus lirios y tus violas!

¡Eres un pebetero
donde la tierra pone sus aromas
para que jueguen con la brisa, y vayan
hasta Dios mismo, en calidad de orobias!

¡Cálida tierra mía!
¡Con qué orgullo te veo,
dueña de tus destinos,
libre como las aves en el viento,
celebrando tus bodas
-enamorada hurí- con el Progreso!
¡Patria de mis mayores!
¡Hogar de mis ensueños!
¡Qué placer inefable
este placer que siento,
al ver salir el humo de tus fábricas,
multiplicarse del saber tus templos,
y atravesar los mares
en navíos soberbios,
con noble afán de conquistar el orbe,
los ricos frutos del vergel riqueño!
¡Cuál mi delicia al percibir el vaho
de tu humífero suelo,
cuando el corte recibes
de la reja de acero,
para que el sol fecunde tus entrañas,
y te abone la lluvia con sus besos,
y la gramínea en sus flautines de oro
cante la gloria de tu valle espléndido,
y nos deslumbre el tabacal undoso
con sus verdes y raros terciopelos,
y luzcan esmeraldas y rubíes
en sus ligeras copas los campos
y su altivez de emperatriz la piña,
y el naranjal sus glóbulos de fuego!

¡Ay! ¡Qué matronas las que a ti te ilustran,
y que varones los que en ti batallan,
y qué doncellas las que en ti suspiran,
y qué poetas los que a ti te cantan!

Yo en ti he nacido, y en tu valle hermoso
quiero dormirme de la muerte al beso,
para volver a tu bendita entraña…
¡porque todo lo mío te lo debo!
¡Yo te debo el sentir de mis cantares,
la lumbre que destella en mi cerebro,
las fibras de mis músculos,
el arpa de mis nervios,
la sangre de mis venas,
y la cal de mis huesos!

¡Qué placidez la de la muerte mía
si, al hundirme en la fosa,
me acompañara la visión radiante
de que, al surgir en épocas remotas
los elementos que mi ser integran
de ese crisol que todo lo transforma,
han de ofrecer en tu conjunto egregio
alarde rico de belleza y gloria,
siendo pluma, en el ala
de alguna de tus aves más canoras;
una perla en el fondo de tus mares;
un hilo de tus linfas nemorosas;
un granito de oro en tu montaña;
en tu vergel, un pétalo de rosa;
un átomo de fósforo, en el cráneo
de tu hijo más patriota;
una chispa de numen en la mente
del bardo que pregone tus victorias,
y una gota de sangre
del corazón de una mujer criolla!"

Virgilio Dávila








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