Cuarentena

"En la peor hora de la peor estación
Del peor año de todo un pueblo
Un hombre sale de su taller con su esposa,
El caminaba - ambos caminaban - hacia el norte.

Ella estaba enferma por la fiebre del hambre y no podía mantenerse en pié.
El la levantó y se la echó a la espalda.
El caminaba hacia el oeste y el oeste y el norte,
Hasta que al anochecer llegaron bajo las estrellas de helada.

Por la mañana fueron encontrados muertos,
De frío. De hambre. De las toxinas de toda una historia,
Pero los pies de ella se mantenían contra el pecho de él
El último calor de su carne fue su último regalo para ella.

No dejes que ningún poema de amor llegue a este umbral.
No hay lugar aquí para la alabanza inexacta
De la gracia fácil y de la sensualidad del cuerpo.
Sólo hay tiempo para este inventario sin piedad:

Su muerte juntos en el invierno de 1847.
También lo que sufrieron. Cómo vivieron.
Y qué hay entre un hombre y una mujer.
Y en qué oscuridad se puede demostrar mejor."

Eavan Boland
Traducción: Antonio Linares Familiar


La granada

"La única leyenda que me ha gustado es
la historia de una hija perdida en el infierno.
Y allí encontrada y rescatada.
Amor y chantaje son la clave de esta historia.
Ceres y Perséfone los nombres.
Y lo mejor de la leyenda es
que puedo aplicarla a cualquier cosa. Y la aplico.
La leí por vez primera
cuando era niña en el exilio de
una ciudad con nieblas y extrañas consonantes,
y al principio yo era
una niña expatriada en el crujiente crepúsculo
del mundo subterráneo donde las estrellas se anublaban. Después
una noche de verano salí
a buscar a mi hija para meterla en la cama.
Cuando por fin llegó corriendo, yo estaba dispuesta
a hacer cualquier cosa para conservarla.
La llevé conmigo a través de las campanillas
y las avispas y las almibaradas buddleias.
Pero entonces yo era Ceres y sabía
que, en aquel camino, a cada hoja de cada árbol
le llegaría el invierno.
Que era ineludible para cuantos por él pasáramos.
Y también para mí.
                             Es invierno
y están ocultas las estrellas.
Subo las escaleras y me paro donde puedo ver
a mi hija dormida junto a sus tebeos,
su bote de Coca, su plato de fruta intacta.
¡La granada! ¿Cómo pude olvidarla?
Habría podido regresar a casa y ponerse a salvo y así
terminar la historia y toda nuestra
descorazonadora búsqueda, pero extrendió su mano
y tomó una granada.
Alargó su mano y arrancó
el sonido francés de manzana y
el ruido de una piedra y la prueba
de que incluso en el reino de la muerte,
en el corazón de la leyenda, en medio
de las rocas llenas de lágrimas no derramadas
dispuestas a transformarse en diamantes
cuando alguien contara su historia, una niña puede
sentir hambre. Podría prevenirla. Todavía queda una
            oportunidad.
La lluvia es fría. El camino agrisado.
El barrio tiene coches y televisión por cable.
Las veladas estrellas vacilan sobre el suelo.
Es otro mundo. Pero ¿qué otra cosa
puede dar una madre a su hija sino
estas hermosas rendijas de tiempo?
Si retraso la pena disminuyo la ofrenda.
Suya será la leyenda como lo fue mía
Entrará en ella como lo hice yo.
Despertará. Tomará en su mano
la acartonada, enrojecida cáscara.
La acercará a sus labios. Y yo no diré nada."

Eavan Boland



Una mujer sin país

"Cuando rompe el día él entra a
una habitación con olor a ácido.
Apoya la plancha de cobre sobre la mesa
y  busca el mango del buril.
Dublin despierta a  caballos y lluvia.
Vendedores ambulantes llaman.
Todas las noticias son hambruna y hambruna.
El punzón chato, el punzón redondo,
la gubia lo esperan.
Se inclina sobre su trabajo y comienza.
Empieza por la cabeza, cortando
hasta la línea de la mejilla, encontrándose
con la pendiente del cráneo, cincelando
la forma del rostro que se convierte
en una fusión de sombras, cediendo—
con un corte más profundo en el cobre—
la mujer entera como un esqueleto,
los jirones de su falda, su muñeca
en una línea huesuda por siempre
                                               amputando
su cuerpo de su aire natal hasta
que ella está lista para la página,
para el vendedor ambulante, para
un nuevo inventario que ahora añade
a la pérdida y al laissez-faire
el olor a ácido y la pequeña
despiadada tragedia de ser imaginado.
Él guarda sus herramientas
una por una, las coloca con cuidado
en la mesa de pino, su trabajo terminado."

Eavan Boland


Y alma

"Mi madre murió un verano—
el más húmedo según los registros del estado.
Las cosechas se podrían en el oeste.
Los manteles a cuadros se disolvían en los jardines traseros.
Las reposeras vacías acumulaban agua de lluvia.
Mientras iba hacia ella
a través del tránsito, a través de las lilas que goteaban turbias
detrás de las casas
y en las veredas,  para brindarle
el último homenaje de una hija, pensé en algo
que recordé
haber oído una vez, que el cuerpo es, o
dicen que es, casi todo
agua y mientras giraba hacia el sur, que la nuestra es
una ciudad de eso,
una en la que
cada día los elementos comienzan
un viaje hacia otro que jamás,
debido al clima,
falla—
            el océano visible en los bordes que lo delimitan,
color de nube alcanzando el aire,
con el Liffey almacenando uno y emplazando al otro,
la sal recibiendo en el North Wall la falta de aquello y,
como si esto no fuera suficiente, todo ello
terminando casi todas las tardes
en nuestro discurso—
costa   canal océano río corriente y ahora
madre y seguí manejando y aunque
el mente no es confiable cuando sufre, en
el próximo aguacero casi parecías
que podían ser las sombras uno del otro,
el modo en que el cuerpo es
de cada uno de ellos y ahora
ellos estaban otra vez en marcha— niebla en neblina,
neblina en bruma de mar y ambas en el esmalte aceitoso
que reposa en las barandas de
la casa donde ella se moría
a medida que yo entraba."

Eavan Boland
Versión de Silvia Camerotto















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